Análisis

2022: el año de la inconsciencia

Contrario a lo que pudo suponerse durante la pandemia, la pospandemia resultó peor de peligrosa. Quizá se deba a que nunca la conversación humana había sido tan devaluada.
jueves, 29 de diciembre de 2022 · 17:57

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Apenas la humanidad venía saliendo de la pandemia y ya formaban fila, con ganas de estallar, confrontaciones muy inflamadas. La consciencia humana pareció no haber aprendido nada de la tragedia sanitaria. Casi 6 millones 400 mil personas se nos fueron por una plaga que devastó los cinco continentes.

Durante sus días más inciertos se escribieron centenas de textos dedicados a reflexionar sobre las lecciones del bicho.

Mientras unas personas discutían sobre la relación destructiva de la especie con el planeta, otras advirtieron a propósito de la desigualdad confirmada por el covid-19. La solidaridad dentro de las naciones y la cooperación internacional fueron tema también muy sobado, lo mismo que el peligro de las noticias fabricadas o el tono polarizado que dominó la conversación pública.

Los más optimistas supusieron que la pandemia sería una oportunidad para pausar el ritmo. Pero el confinamiento y otras medidas que obligaron a la distancia social terminaron convirtiéndose en la tapa de una olla de presión que, apenas liberada, arrojó su contenido por los aires.

En febrero de 2022, justo cuando la vieja Europa comenzaba a relajar las medidas sanitarias, la ira humana tomó el relevo para continuar con la obra de la mortandad.

Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, declaró la guerra a Ucrania con argumentos que, a la fecha, continúan bajo sospecha. Nunca fue cierto que hubiese regiones ucranianas con ánimo masivo de volver a ser rusas. También fue mentira que Ucrania fuese a ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Sin embargo, básicamente por estas dos razones se echó a andar la maquinaria bélica que ha asesinado, hasta ahora, a más de 100 mil personas y que ha herido a otras 200 mil.

Entre los muchos síntomas del horror hay uno que supera lo imaginable: las cámaras de tortura halladas en la ciudad de Jersón, una vez que las tropas rusas se vieron obligadas a liberar esa urbe. Hay evidencia y testimonios difíciles de refutar que ubicarían a niños y adolescentes entre las víctimas de este sitio siniestro.

También es prueba del horror el gélido invierno que la población de Ucrania está teniendo que atravesar después de que drones de fabricación iraní sirvieran al ejército ruso para destruir las centrales eléctricas y de gas que, al ser inutilizadas, mantienen sin luz ni calor a miles de personas. 

El sinsentido es obvio y, sin embargo, nada ni nadie es capaz de detenerlo; ni la Organización de Naciones Unidas ni la Unión Europea ni el Grupo de las 20 naciones más poderosas.

A la pandemia y la guerra ruso-ucraniana le siguió un alza global de los precios que ningún banco central ha logrado conjurar. Las tasas de inflación viajan rumbo al cielo y por más que se suman décimas al costo del dinero, los pronósticos son aún poco alentadores. Más bien se prevé lo contrario, otra ola recesiva que esta vez no estaría siendo provocada por el confinamiento social sino por la escasez de energía y granos.

La locura de esta guerra es sólo una expresión más del trastorno que tiene secuestrado al resto del planeta. Vladimir Putin es un líder político ciertamente, pero no tiene el monopolio del desatino.

Durante 2022 la campaña electoral dentro de Estados Unidos permitió de nuevo evidenciar a los peores monstruos que habitan en esa nación. El trumpismo, con su odio por la población migrante, volvió a robarse el corazón del Partido Republicano y de una buena parte del electorado. Por un milímetro, el extremismo neoconservador no consiguió la mayoría en el Senado, pero sí lo logró en la Cámara de Representantes. Make America Great Again (MAGA) es un movimiento político que podrá cambiar de nombre, pero no cambiará las bajas pulsiones que le mueven.

En el otro extremo del planeta, China, la superpotencia del dragón también demostró en este 2022 que sus líderes tienen objetivos riesgosos. Xi Jinping, secretario general del Partido Comunista Chino, hizo a un lado cualquier tipo de disidencia política en su país y, al hacerse reelegir, consiguió poder en cantidad solamente comparable con el que tuvo Mao Tse Tung. Temen con razón las nuevas generaciones por una regresión respecto a las libertades económicas. También lo hacen por las libertades políticas que no van a suceder mientras Jinping sea sinónimo del Estado chino.

En septiembre de 2022 la misma inconsciencia se puso a escribir un capítulo distinto en otra región del planeta cuando la policía moral de Irán detuvo a Misha Amin por portar de manera inadecuada su hiyab. Horas después apareció muerta y su cuerpo relató los golpes que le habrían quitado la vida. Una ola de protestas tomó las calles, primero de Teherán y luego de muchas poblaciones de ese país oprimido por uno de los últimos gobiernos teocráticos del planeta.

Para aplacar la protesta social la autoridad iraní se ha puesto a colgar manifestantes. Primero fue Mohsen Shekari, a quien se le acusó de hacerle la guerra a dios, por reclamar públicamente la muerte de Amin. Ha trascendido que otros 26 jóvenes, hombres y mujeres, se encuentran en el pabellón de la muerte por las mismas razones, entre ellos el futbolista Amir Nasr-Azadani, jugador profesional de futbol acusado del mismo disparate.

Se acaba esta página y una lista abultada de eventos desgraciados de 2022 se quedará fuera. No sin antes mencionar, obligadamente, los misiles nucleares que Corea del Norte ha lanzado al mar, desde el pasado mes de octubre, en aguas próximas a Corea del Sur y también a Japón. Temen ambos gobiernos que esta amenaza deje pronto de ser parte de un escarceo para convertirse en tragedia, porque el gobierno dictatorial de Kim Jong-Un no conoce límites.

El 2022 debería ser declarado el año oficial del ruido. Nunca tanto ruido había arruinado tantas conversaciones, públicas y también privadas. Cierra como comenzó: incomprensible.

Contrario a lo que pudo suponerse durante la pandemia, la pospandemia resultó peor de peligrosa. Quizá se deba a que nunca la conversación humana había sido tan devaluada. El ruido, como flecha cazadora, ha dado en el corazón de nuestro ser social y también del ser que habita el lugar donde se produce la consciencia. 

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