Carlos Martínez Assad

La cultura del desperdicio en México

No existe en el México de nuestros días plan alguno para poder determinar en qué áreas es necesaria la presencia de los graduados de las diferentes disciplinas, ni siquiera en salud. Ese no es sino un ejemplo del enorme desperdicio del país respecto de sus profesionistas.
jueves, 29 de abril de 2021 · 15:50

Un estudiante venía preparándose desde hace tiempo para completar su expediente y poder aspirar a una beca de las que ha venido otorgando Conacyt para realizar maestrías en el extranjero. Dedicado y con una clara disposición a los estudios, postuló en la Universidad Autónoma de Barcelona en una especialidad de ciencias sociales y humanidades; entró en comunicación con un reconocido especialista en estudios sobre la memoria, de quien consiguió el aval.

Sin embargo, el estudiante me llamó consternado para decirme que debía cancelar su intención porque Conacyt solamente otorgará este año becas relacionadas con ciencias de la salud. No me sorprendió la prioridad, debido a la pandemia por el covid-19 y todo lo que ha generado, pero sí que se hiciera a rajatabla; es decir, cancelando la oportunidad a la enorme variedad de especialistas en otras disciplinas de la gama tan amplia que existe y de las que el país tiene gran necesidad.

El asunto me impresionó más debido a que conozco a los dos hijos de un compañero que estudiaron sus doctorados en ciencias de la salud en prestigiadas universidades en Canadá y Estados Unidos, uno en neurología y otro en glaucoma, con el apoyo de esa institución. Concluidos sus estudios con excelentes resultados, ambos tuvieron enormes dificultades para volver al país e ingresar en alguno de los sistemas donde desarrollaran sus conocimientos; en cambio, ambos recibieron ofrecimientos para continuar sus investigaciones en las universidades donde estudiaron. Sólo uno aceptó y el otro, con mucha dificultad, encontró dónde desarrollar su especialidad en México. 

Conozco otros casos semejantes, como el que se especializó en petroquímica, que se pensaría en seguida sería considerado en alguna plaza para un trabajo relacionado con la industria petrolera de la que tanto se alardea en el país. Después de solicitar ingreso en varias dependencias nacionales dedicadas a la exploración y explotación de hidrocarburos, no fue acogido y terminó contratado por una importante empresa en el extranjero.

Con estos ejemplos que incluyen desde luego el de la fuga de cerebros que cada vez es mayor, no existe en el México de nuestros días plan alguno para poder determinar en qué áreas es necesaria la presencia de los graduados de las diferentes disciplinas, ni siquiera en salud.

De allí que la resolución que ha tomado Conacyt no parece destinada a tener un efecto inmediato; y si tiene información, no la ha divulgado. Ese no es sino un ejemplo del enorme desperdicio del país respecto de sus profesionistas, de investigadores formados a profundidad en alguno de los campos que México requiere para su desarrollo. 

Resulta obvio que la pandemia del coronavirus influyó en la decisión tomada, pero ahora el país enfrentará una de las peores sequías en muchos años y la convocatoria no dio importancia a los especialistas en clima y cambio climático o, sobre todo, a especialistas en el manejo de los recursos hídricos del país.

México tiene en el agua una de sus mayores riquezas, pero no hay proyectos nuevos de alta tecnología que eviten desastres como el desecamiento del lago de Cuitzeo o el de Chapala, responsabilizando siempre al consumo del agua de la población; y no se hace nada para evitar el desperdicio de los enormes caudales de agua que luego de transcurrir por los ríos más grandes, van a dar al mar. 

Paradójicamente existe el problema de las inundaciones, como sucede a menudo en Tabasco o en la Ciudad de México; es decir, tanto en las tierras bajas como en las altas en nuestro país. Ambas entidades son muy favorecidas por las lluvias, que no son cabalmente aprovechadas, aun cuando el estado tabasqueño produce electricidad en las presas que comparte con Chiapas.

Proyectos que, sin embargo, surgieron hace ya varias décadas y no se ha dado más tecnología que la que se dedica a evitar los efectos sociales de las inundaciones y nada nuevo sobre cómo utilizar mejor los ricos recursos acuíferos del país.

El asunto atañe a otros muchos especialistas y a la orientación profesional en el país. Algo relacionado con los diferentes niveles de la educación, allí donde se forjan los futuros profesionistas, es uno de los espacios menos aprovechados, porque su capacidad no es utilizada cabalmente, quedando más a la capacidad de los mismos docentes que a directivas claras de la Secretaría de Educación Pública, que debiera dar las pautas para la enseñanza que en nuestros tiempos se necesita.

Aunque millones de mexicanos pasan por las aulas, muchas veces no encuentran los cauces para continuar su educación. El problema comienza en la población con menos recursos, pero contribuye la deficiente preparación de muchos de los docentes que abandonaron la pasión por la enseñanza.

Poco se sabe de la antigua Escuela Normal Superior que, en aras de una modernidad que no llegó, alteró las funciones para las que fue creada. Las noticias están más relacionadas con las escuelas normales rurales –producto igualmente de avanzados programas educativos del pasado– que fueron abandonadas y sólo se sabe de ellas cuando son el escenario de conflictos en los que lo único que no se discute son los planes y métodos educativos.

En la educación media y superior se dieron cambios importantes, por ejemplo, cuando la UNAM tomó la vanguardia con el establecimiento de los Colegios de Ciencias y Humanidades, que atajaron el problema de la fuerte demanda de educación preparatoria. Le siguieron las Facultades de Estudios Superiores, que ampliaron la oferta profesional que se extendió por varias entidades federativas bajo una nueva modalidad. 

En la Ciudad de México la problemática se extiende a los diferentes niveles educativos. Para empezar, la educación primaria no ha estado, como en el resto de entidades federativas, a cargo de su gobierno local y se encuentra en la esfera de la federación.

La Secretaría correspondiente en la Ciudad de México, en lugar de atender a la educación primaria y reforzar sus contenidos para darle más eficiencia, prefirió una estructura paralela bajo el nombre de Pilares. Un híbrido que incluye, como lo indica su acrónimo, Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes. Se establecieron en varias de las alcaldías y se informó que han permitido que miles de jóvenes concluyan estudios de primaria, secundaria y bachillerato.

El problema es que ya existían las escuelas primarias y los Institutos de Educación Media Superior en todas las delegaciones, y fueron creadas justo cuando Andrés Manuel López Obrador fue jefe de Gobierno de la Ciudad de México (2000-2005). Su infraestructura es desaprovechada y en lugar de ampliar los recursos para realizar un esfuerzo de mejora, se hizo la propuesta que desplazó a la que existía.

Por lo demás, no se les presta la atención debida y no pueden cubrirse las necesidades de los planteles por la merma en los presupuestos, no hay mejoras significativas y los alumnos –por lo general de familias pobres– no pueden sustraerse a los efectos de la pandemia. Sus cursos a distancia son limitados, como sucede en miles de hogares, porque los alumnos no cuentan con computadoras y abandonan sus estudios para ayudar a sus progenitores en las tareas que realizan en la calle.

Si la deserción de los alumnos ha sido amplia en todos los planteles, por razones económicas lo es más en los Institutos de Educación Media Superior. Por todo ello desconcierta la escasa atención de las autoridades de la Ciudad de México, más cuando se insiste tanto en la educación como forma de superación y como una apuesta al futuro del país.

Es cierto que el escenario actual incrementó los desafíos, pero el atraso en el sistema educativo existe desde hace varios años en todos los niveles.

Cuando se celebran los 100 años de la creación de la Secretaría de Educación Pública, además de las actividades culturales programadas, sería importante honrar a quienes la hicieron, no dedicándoles discursos hagiográficos, sino preservando un sistema construido con grandes esfuerzos.

Quizás habría que preguntarse, como lo hizo el poeta Kavafis: “¿Y ahora, que será de nosotros sin los bárbaros? Eran al menos una solución”.

Este análisis forma parte del número 2321 de la edición impresa de Proceso, publicado el 25 de abril de 2021 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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