AMLO
No existen las víctimas
Samir es el rostro emblemático de todas las víctimas sepultadas bajo los caprichos “neoliberales” de AMLO. Debajo del PIM, del Tren Maya, de Dos Bocas, de la expropiación de tierras ejidales para el aeropuerto Felipe Ángeles, se acumulan crímenes irreparables que a pocos importan.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El pasado 20 de febrero se cumplieron dos años del asesinato de Samir Flores, una de las figuras fundamentales de la resistencia indígena contra la lógica depredadora de los megaproyectos y la destrucción de las vidas comunitarias y pueblerinas. Se cumplieron también dos años de impunidad. Nada sabemos de los responsables del crimen que sucedió tres días antes de que AMLO, mediante su entonces delegado Hugo Éric Flores, realizara una de sus consultas manipuladas para imponer la termoeléctrica de Huesca, parte del Proyecto Integral Morelos (PIM). Sabemos, en cambio, que el proyecto se llevará a cabo sobre el cadáver de Samir y sobre la negativa de los pueblos indígenas.
Samir es el rostro emblemático de todas las víctimas sepultadas bajo los caprichos “neoliberales” de AMLO. Debajo del PIM, del Tren Maya, de Dos Bocas, de la expropiación de tierras ejidales para el aeropuerto Felipe Ángeles, se acumulan crímenes irreparables que a pocos importan. Semejante a la lógica del crimen organizado y del “neoliberalismo”, en la lógica del poder político, que empantana expedientes e investigaciones criminales, lo que está en juego es el control del territorio y de la gente. Las víctimas son meras externalidades negativas que pagan los familiares. Son meros objetos prescindibles en el juego económico del poder.
La muerte de Samir, y con ella la de decenas de indígenas y activistas asesinados, no le importan a AMLO ni a Sánchez Cordero ni a Encinas ni a Gertz Manero ni a Cuauhtémoc Blanco ni a Uriel Carmona (el procurador de Morelos). Tampoco al gobierno federal ni a los gobiernos de Guerrero y de Baja California ni a los partidos que los postulan les importan las mujeres vejadas por Salgado Macedonio y por Hank Rhon, mucho menos las sospechas que pesan sobre ellos por vínculos con el crimen organizado y, en consecuencia, con asesinatos y desapariciones. Por ello, al igual que Samir, Basilia Castañeda –hoy el rostro de todas las mujeres violentadas por el poder– no cuenta. Es una externalidad negativa más. Incómoda, como en su momento incomodaron Samir o Mariana Sánchez. Pero pronto, cuando deje de ser noticia y la prensa haya devorado la parte de su persona que le corresponde, dejará de existir.
Incluso en aquellos gobernadores, funcionarios o capos señalados, acusados o vinculados a procesos por corrupción, tráfico de drogas, lavado de dinero, asociación delictiva, las víctimas tampoco existen. A ninguno se le relaciona con los asesinatos, los feminicidios, las masacres que acompañan a ese tipo de delitos. Hay un pacto de silencio y de impunidad contra las víctimas.
La lógica del “neoliberalismo” ha transformado a los seres humanos en cosas, en mercancías que como las reses (res es “cosa” en latín) pueden ser destazadas para provecho de las carnicerías y sus consumidores. Su vida es nada.
En este sentido ni AMLO ni la 4T ni Morena se diferencian de Felipe Calderón y el PAN, de Peña Nieto y el PRI ni de cualquier líder de partido. Tampoco se diferencian de los empresarios “neoliberales” que tanto dicen despreciar. El argumento ad nauseam de “no somos iguales” del presidente no hace más que confirmarlo. La necesidad de reiterarlo cuando nadie se lo pregunta debería confrontarlo con uno de esos adagios que tanto le gusta utilizar: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Para él, como para cualquier empresario “neoliberal” o cualquier político sometido a la lógica depredadora del desarrollo –base del “neoliberalismo”–, llámese Calderón, Peña Nieto, Salinas y la mayor parte de quienes nos han gobernado y gobiernan, la gente, como cualquier realidad convertida en recurso, es utilizable. Sirve, en este caso, para concentrar poder, riqueza y territorio. Si hay que matarla, desaparecerla o dejar que la maten, la torturen, la violen o desaparezcan, que así sea. Son los residuos inherentes a cualquier proyecto político basado en la acumulación de poder y dinero. En la era de la banalidad y el show, donde todo no sólo es líquido, sino licuante, el poder implica desechar lo que no sirve. Es la base del “neoliberalismo” que lo mismo genera desechos radiactivos que desechos humanos. Samir Flores, Basilia Castañeda, los 43 de Ayotzinapa, las muertas de Juárez, las mujeres y los niños LeBarón masacrados en Bavispe, el exterminio de los migrantes en San Fernando y recientemente en Tamaulipas, el de los albañiles de Tonalá, el de mi hijo Juan Francisco y sus seis amigos (la lista es interminable) pertenecen a estos últimos. No existen en el juego del poder. O si existen –otra forma de la inexistencia– lo son como cifras y expedientes que se acumulan en las procuradurías y los juzgados o como rostros desesperados en las mesas de los Ministerios Públicos. Son externalidades negativas que a veces incomodan, pero que tarde o temprano desaparecen tragadas por el reflujo mediático, el juego del poder y su disfraz de democracia.
Urge una nueva rebelión de las víctimas. Quizás el movimiento feminista, que ha tomado la punta de lanza en la resistencia, pueda convocarla. Quizá pueda llamarnos a todas. Quizá. En todo caso, urge frente a la inhumanidad del Estado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos.