Feminismo
Soberanía machista
Para AMLO no hay agravios que trascienden la lucha política y electoral. El feminismo es una conspiración, no una causa justa. Porque él y los suyos tienen el monopolio de las buenas cruzadas. Sólo él y sus seguidores tienen el privilegio de determinar qué apoyar y qué descalificar.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Para el presidente López Obrador el feminismo es una simulación. La exigencia de “romper el pacto” patriarcal que protege a Félix Salgado Macedonio y a tantos más es una expresión importada que nada tiene que ver con México. Una copia vil de demandas extranjeras que no le atañen. Una maniobra sobre la cual se monta el conservadurismo para atacarlo. Una demanda con la cual –según le explicó su esposa– se busca que “deje de apoyar a los hombres”. Y con esas palabras y ese desdén confirma su indiferencia a las causas que mueven a las mujeres de México. No sólo las ignora; no le importan. No sólo no entiende que no entiende; no le da la gana entender. Para él no hay demandas legítimas al margen de pleitos partidistas. Para él no hay agravios que trascienden la lucha política y electoral. El feminismo es una conspiración, no una causa justa.
Porque él y los suyos tienen el monopolio de las buenas cruzadas. Sólo él y sus seguidores tienen el privilegio de determinar qué apoyar y qué descalificar. Y esa clasificación siempre gira en torno a cómo le afecta al primer patriarca. No parece importarle que 10 mujeres mueren al día como resultado de la violencia. Que cada año más de 11 mil niñas entre la edad de 10 y 14 años quedan embarazadas, muchas como resultado de abuso sexual. Que en los últimos cuatro años los feminicidios han crecido 111%. Y la pandemia sólo ha agravado esas cifras desoladoras al confinar a las mujeres con sus abusadores y con sus violadores. López Obrador permanece impermeable a su dolor, alejado de su frustración. En su perspectiva parroquial el #MeToo mexicano no tiene raíces endógenas. Es una manipulación, una importación, una imposición.
Y por eso el caso de Salgado Macedonio ha producido tanto escozor entre las mujeres, al margen de su convicción ideológica o su lealtad partidista. Porque es un caso emblemático. Porque es un asunto arquetípico. En él se combina todo aquello que aqueja a miles de mujeres del país y las lleva a marchar, a pintar, a reclamar. La protección política a acosadores y violadores, la indolencia de las autoridades, los imperativos electorales, la simulación de quienes dicen que investigarán pero no lo hacen, la farsa que ha montado la Comisión de Honestidad y Justicia de Morena, la ausencia de posicionamientos firmes y claros por parte de las mujeres en el gabinete, el silencio de hombres de izquierda que terminan siendo machos de izquierda. Y como siempre, la actitud descalificadora del presidente. Repitiendo una y otra vez que las feministas no tienen voluntad ni cabeza propia. Son –y somos– títeres manipuladas por conservadores oportunistas. Unas simuladoras.
Como si no lleváramos décadas exigiendo que se rompa el pacto patriarcal que abarca a hombres de todos los partidos. Como si no lleváramos años escribiendo y hablando sobre las muertas de Juárez, y las muertas del Estado de México, y las muertas de Puebla, y las muertas de la pandemia feminicida, y Ernestina Ascencio y Mara Castilla y Karla Pontigo y Abril Pérez; todas víctimas de hombres violentos que se protegen entre sí. Panistas y priistas y perredistas y morenistas rotándose en el poder y maltratando mujeres desde ahí. Salgado Macedonio es sólo el ejemplo más reciente de un viejo patrón en el que han participado esposos y novios y sacerdotes y jueces y ministros y soldados y magistrados y ministerios públicos. Ese patrón conforme al cual en México ser machista se vale, ser sexista se vale, ser violador se vale, ser acosador se vale. Tu partido te protegerá, tus correligionarios te arroparán, tu presidente te avalará.
Distorsionará el sentido fundacional del feminismo, dirá que él ya “rompió el Pacto por México”, aseverará que el ya “rompió el pacto de silencio sobre Ayotzinapa” y trivializará lo que las mujeres de México llevan años tratando de enseñarle. Preguntará por qué las acusaciones contra Salgado Macedonio arrecian en época electoral, reiterará que la oposición está lucrando con ello, insistirá que el pueblo de Guerrero debe decidir y es necesario dejar todo en manos de la ley. Esa ley que no funciona para las mujeres. Ese pueblo de Guerrero que ni siquiera está enterado sobre sus derechos y cómo son violados. Ese órgano interno de Morena que ya demostró su partidización y sacrificó su imparcialidad. Nadie cuestiona que tanto el PAN como el PRI son y han sido hipócritas; se montan y se han montado sobre temas en los cuales está comprobada su falta de congruencia. Pero López Obrador les sigue proveyendo errores para aprovechar y parque para la pistola que luego le colocan en la sien, y él mismo no está dispuesto a quitarse.
Como bien le ha contestado Sabina Berman en su artículo Respuestas al estimado presidente, las mujeres siguen cuestionándolo sobre Salgado Macedonio porque él no cesa de defenderlo. Las mujeres han colocado al candidato de Morena en el ojo del huracán ahora, porque es precisamente en temporada electoral cuando se ausculta más a quienes quieren ocupar puestos de poder. Las mujeres le exigen que sea consecuente con su propia constitución moral, con la promesa de no mentir, robar o traicionar, con la narrativa de Morena como un partido distinto a los anteriores que sacrifican las causas femeninas cuando de vencer a la oposición se trata. Ceder no entrañaría perder cara, sino ganar credibilidad con 50% del electorado.
“Ya chole” entonces con un presidente que desestima a las víctimas de la violencia, del acoso sexual, de la violación. “Ya chole” con el verdadero conservador que regaña a las verdaderas progresistas. “Ya chole” con quienes prefieren ganar elecciones a proteger derechos. “Ya chole” con aquellos que defienden a Salgado Macedonio con los mismos argumentos con los cuales el PRI defendía a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre. “Ya chole” con hombres que ven al feminismo como un concepto importado, para justificar la soberanía machista.