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Estados Unidos: la democracia cuestionada

El futuro del sistema político estadunidense no es fácilmente predecible. Algunos ven con esperanza que Biden logre sacar adelante su interesante proyecto de gobierno, lo cual será difícil sin un cambio en el Partido Republicano.
domingo, 28 de febrero de 2021 · 17:03

Los acontecimientos de las primeras semanas de 2021 en Estados Unidos han dado lugar a numerosos debates sobre el sistema político en ese país.

Interesan en particular las debilidades existentes en un sistema que, durante más de 200 años, ha sido visto como una de las democracias más consolidadas del mundo. ¿Lo sigue siendo?

El sistema democrático que tanto impresionó a Alexis de Tocqueville en el siglo XIX se ve con otros ojos en la tercera década del siglo XXI. Cierto que tiene fortalezas insoslayables; sin embargo, desde hace varios años presenta debilidades que permiten poner en duda su viabilidad a mediano y largo plazo.

Como fortaleza se puede citar, en primer lugar, el respeto a la división de poderes tan evidente en el comportamiento del Poder Judicial ante las elecciones del mes de noviembre. A pesar de presiones conocidas por parte del Ejecutivo para considerar inválidos votos, sobre todo los que habían llegado por correo, los jueces no cambiaron nunca su imparcialidad al llevarse a cabo el conteo, aunque hubiese identidades partidarias con los republicanos. El caso de Georgia, donde Trump exigía que le asignaran votos que no había ganado, fue muy bien documentado en los medios.

En segundo lugar, la institucionalidad del Poder Legislativo fue notable cuando, a pocas horas del asalto al Capitolio, las dos cámaras se reinstalaron para calificar el triunfo de Biden. El esfuerzo por reivindicar el papel del Legislativo como la única institución que califica la elección fue muy decidido, en sendos discursos muy elocuentes pronunciados por líderes de los dos partidos.

Un tercer rasgo de la democracia en Estados Unidos, que se ha hecho evidente en los últimos días, ha sido la capacidad para reorganizar la administración pública, integrando personalidades de un alto profesionalismo y dominio de los temas a tratar.

Contribuye a esta posibilidad la existencia de lo que se conoce como “la puerta revolvente”, la cual permite a políticos profesionales entrar y salir de la administración pública, refugiándose en centros de pensamiento, en instituciones académicas o en fundaciones dedicadas al estudio y elaboración de propuestas de políticas públicas cuando no están en el gobierno. En tales foros se encuentra el espacio para mantenerse al día, imaginar líneas de acción y regresar al sector público cuando hay identidad con el partido ganador. 

Los atributos anteriores no ocultan la grave crisis que atraviesa la vida política estadunidense como resultado, entre otros puntos, del bipartidismo, que ha sido elemento central del sistema político desde su nacimiento. La crisis proviene principalmente de la descomposición paulatina de una de sus partes: el Partido Republicano.

Desde la crisis económica de 2008-2009, la ideologización de ese partido ha sido el aglutinador tanto de intereses empresariales fácilmente identificables, como de los sectores descontentos con la pérdida de las promesas que ofrecía “el sueño americano”. Ejemplos del pensamiento radical conservador serían el movimiento del Tea Party, con su obsesiva oposición a la acción del gobierno, o la popularidad de Sarah Palin, una expresión paradigmática de los valores más rancios y excluyentes del pensamiento conservador.

La evolución del Partido Republicano hacia un movimiento ideológico caracterizado por la oposición a toda intervención del gobierno, a las minorías hispanas o afroamericanos, a la presencia de migrantes, a la globalización que propicie la salida de empleos, temeroso del crecimiento demográfico que anuncia la situación de minoría de los grupos blancos, etcétera, ha sido uno de los fenómenos sobresalientes en Estados Unidos durante los últimos 14 años.

Trump no inventó esa radicalización. La tendencia ya estaba ahí y él tuvo la habilidad de captarla, elaborar la narrativa para exaltarla, obtener los votos y apoderarse de la Casa Blanca. Visto así, el ataque a la democracia en Estados Unidos no empieza el 6 de enero con el asalto al Capitolio. El ataque empieza el día que Trump fue elegido presidente en noviembre de 2016.

Ahora bien, la crisis del sistema político no se refiere únicamente al carácter esencialmente antidemocrático del Partido Republicano, se refiere también a la distancia que se ha creado entre la élite política y las minorías afroamericanas, los jóvenes, los indignados que no se sienten representados ni por los partidos ni por las instituciones, por respetables que éstas sean formalmente.

La creciente desigualdad que se ha convertido en el problema social más acuciante de Estados Unidos en el presente siglo, la concentración de la riqueza en pocos y el empobrecimiento de muchos es un fenómeno que no ha encontrado freno en las políticas gubernamentales, independientemente del partido en el poder (40 millones de personas viven en situación de pobreza en Estados Unidos, 5.3% en situación de pobreza absoluta).

La gran esperanza que se tuvo en el “cambio” que prometió Obama no cristalizó en políticas capaces de revertir ese proceso de desigualdad; por lo contrario, acentuó la concentración de la riqueza en unos cuantos.

En ese cuadro se ubica, por una parte, el profundo descontento de los grupos afroamericanos expresado en la fuerza del movimiento Black Lives Matter, que sacudió al país en 2020; por la otra, el conocido temor de los grupos blancos con poca educación al cambio demográfico que amenaza con convertirlos en minoría para 2050; finalmente no podemos dejar de mencionar los efectos del covid-19, que han hecho patente la manera tan desigual en que han sido afectados los sectores de menores recursos, donde los índices de letalidad han sido los más elevados. 

El futuro del sistema político estadunidense no es fácilmente predecible. Algunos ven con esperanza que Biden logre sacar adelante su interesante proyecto de gobierno, lo cual será difícil sin un cambio en el Partido Republicano, lo cual, hasta ahora, no hay señales de que ocurra.

Otros ven en el horizonte periodos de inestabilidad creciente, con movilizaciones sociales de signo distinto cuya violencia puede salirse de control. La vuelta de la confianza en el sistema político que durante 200 años fue objeto de admiración ha dado lugar al escepticismo y la incertidumbre. Las repercusiones de ese cambio afectarán al mundo entero, pero particularmente a México dada su estrecha vinculación geopolítica, económica y social con Estados Unidos.

Este análisis forma parte del número 2312 de la edición impresa de Proceso, publicado el 21 de febrero de 2021 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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