Juegos atómicos
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Desde que hace 74 años se creó –y usó– la primera bomba atómica, cada tanto el mundo se sobresalta ante la perspectiva de una confrontación nuclear de consecuencias catastróficas. Y la actual coyuntura parece ser uno de esos momentos.
Tanto así, que el Boletín de Científicos Atómicos, un grupo de expertos que creó el llamado “Reloj del Apocalipsis” para advertir a la humanidad del riesgo de autoexterminarse, puso sus manecillas a las 23:58 horas, es decir apenas dos minutos antes de la medianoche, que marca al fin de nuestro planeta.
Si bien el grupo, al que pertenece una quincena de premios Nobel, considera también como riesgos el cambio climático, la biotecnología y la inteligencia artificial, siempre ha dado preeminencia a una catástrofe nuclear y, en sus 72 años de existencia, sólo una vez ha acercado el minutero a las 12:00; en 1953, cuando estadunidenses y soviéticos probaban sus armas termonucleares el calentamiento de la Guerra Fría.
Cierto es que hoy ningún gobierno ha amenazado con lanzar una bomba atómica; pero el número de armas nucleares, su uso como poder disuasivo, la infracción de las reglas del juego y la ruptura de acuerdos, amén del ascenso al poder de figuras beligerantes y poco confiables, hacen temer que en algún momento se pueda desatar un pandemonium.
Según el último informe del Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), correspondiente a 2017 porque todavía no sale el de 2018, en el mundo había 14 mil 935 armas nucleares en manos de nueve países: Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido, China, Corea del Norte, India, Pakistán e Israel.
Con 93%, Estados Unidos y Rusia acaparan la mayoría de las armas (6 mil 800 y 7 mil cabezas nucleares respectivamente); y sólo dos países más, Francia y Reino Unido (con 300 y 215), tienen las suyas desplegadas, es decir en misiles y bases operativas. Los otros cinco, aunque con arsenales reducidos, podrían sin embargo con facilidad habilitar su armamento atómico para ser usado.
En este contexto, la retirada de Washington el 1º de febrero del tratado con Moscú para reducir las armas nucleares de corto y mediano alcance (de 500 a 5 mil 500 kilómetros), firmado en 1987 por los entonces presidentes Ronald Reagan y Mijáil Gorbáchov, hace temer no sólo un rearme de las dos potencias, sino una escalada armamentista por parte de todos los países que cuentan con esta tecnología.
Como era de esperarse, un día después de que el presidente Donald Trump hiciera efectivo su anuncio de abandonar el tratado, adelantado desde octubre pasado, su homólogo Vladímir Putin dijo que habría una “respuesta simétrica”; es decir, que Rusia también se iba, y que si los estadunidenses desarrollaban nuevas armas, pues los rusos también.
De hecho, ya desde diciembre Moscú probó con éxito un misil supersónico que recorrió en minutos los 6 mil kilómetros que separan a los montes Urales de la península de Kamchatka, y que hace obsoleto cualquier escudo antimisiles. Cabe recordar que, en 2002, Washington también abandonó el Tratado de Misiles Antibalísticos con Rusia, para desarrollar libremente su propio escudo en el Este de Europa.
Para dejar el INF (Intermediate-Range Nuclear Forces, su nombre en inglés), Trump acusó precisamente a Rusia de violar este tratado y poner en peligro a sus aliados europeos. En esta acusación también lo respaldó la OTAN, aunque Moscú jura que sus misiles emplazados cerca de la frontera con Europa sólo son defensivos y no tienen un alcance mayor a 480 kilómetros.
Pero más allá de su competencia con Rusia, lo que Estados Unidos quiere es adecuar sus tratados en materia nuclear a las circunstancias actuales. En realidad el INF comprometía sólo a Washington y Moscú a reducir sus armas nucleares intermedias, mientras que China, Corea del Norte, Israel, India o Pakistán las sumaban a sus arsenales. Además es importante subrayar que el tratado se limitaba a los misiles terrestres, mientras que no había cortapisas para los lanzados desde mar y aire.
Bajo esta óptica y el impulso del asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, es muy probable que también se revise el tratado New Start, firmado en 2010 por los presidentes Barack Obama y Dmitri Medvédev, y que alude a la reducción de armas estratégicas ofensivas. Éste expira en febrero de 2021, y no parece que la administración Trump quiera dejarlo en sus términos actuales.
En esta escalada contra el status quo nuclear, Estados Unidos también ha cuestionado la transparencia de China en cuanto a su arsenal atómico. Firmante en 1968 del Tratado de No Proliferación Nuclear, Pekín no ha signado ningún otro acuerdo limitante, por lo que ha seguido desarrollando sus capacidades.
Según SIPRI, los chinos cuentan con unas 300 cabezas nucleares integradas en misiles de corto y mediano alcance, pero también en cohetes supersónicos. Un reciente informe de inteligencia del Pentágono afirma que el gigante asiático cuenta con “capacidades militares avanzadas en aire, mar, espacio y ciberespacio”, que lo colocan entre la élite mundial.
Una queja reiterativa es que China desarrolla su programa atómico en la mayor secrecía, y exige a sus socios comerciales secretos técnicos a cambio del acceso al enorme mercado chino. Pero en diciembre pasado el South China Morning Post publicó que la Academia China de Física de Ingeniería estaba construyendo en la provincia de Sichuan un generador de rayos X para observar el comportamiento de partículas en condiciones extremas de radiación y presión magnética, lo que permitiría fabricar tanto ojivas nucleares como bombas de hidrógeno.
Un similar manejo de misterio y propaganda ha mostrado Corea del Norte. Convertido en la bestia negra de sucesivos gobiernos estadunidenses, el régimen de Pyongyang ha tenido en los últimos tres años una vertiginosa actividad en materia nuclear, lo mismo práctica que diplomática.
Pese a que sus inspectores fueron expulsados del país asiático desde 2009, en su último informe el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) consignó que el programa nuclear norcoreano continuaba con el “ciclo operativo” de sus reactores y la fabricación de armas. Y, en concordancia, a fines de 2016 el gobierno de Kim Yong Un emprendió una serie de pruebas con misiles intercontinentales –esta vez exitosas– que prendieron las alarmas mundiales y reforzaron las sanciones que ya antes le había impuesto la ONU.
Luego, en 2018, hubo un giro. Kim Yong Un se entrevistó con su par de Corea del Sur, Moon Jae-In; realizó dos visitas sorpresa al presidente chino Xi Jinping y, en el margen de ocho meses, se reunió dos veces con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El tema central: la desnuclearización total de la península coreana.
Pero si bien la cumbre entre los líderes norcoreano y estadunidense constituyó un hito en sí misma, ya que no ocurría algo así desde la guerra de 1953 y en tres décadas de fallidas negociaciones sobre la cuestión nuclear, pocos se hicieron expectativas de que hubiera resultados concretos, más allá de una puesta en escena por parte de dos figuras políticas ávidas de protagonismo.
Y así fue. Aunque sin mayores avances, la cumbre de Singapur de junio pasado todavía dejó abierta la puerta a alguna concreción en el siguiente encuentro. Pero la reciente reunión en Hanoi se vio como un "“fiasco”, ya que Kim y Trump apenas si se despidieron. Ambos se responsabilizaron mutuamente: uno dijo que no podía levantar todas las sanciones, como pedía Pyongyang; y otro que no había pedido tal, sino que los estadunidenses habían hecho peticiones “inadmisibles”.
Muy larga y costosa sería en todo caso la desnuclearización de Corea del Norte. Según algunos expertos, el país posee alrededor de 20 bombas nucleares, aunque los servicios de inteligencia estadunidenses calculan unas 60. Pero los costos directos e indirectos para desmontar toda la infraestructura nuclear podrían alcanzar hasta 20 mil millones de dólares y el proceso durar al menos unos diez años.
Una postura muy distinta ha asumido la actual administración estadunidense frente a Irán, un país que paradójicamente no se encuentra enlistado entre los nueve que poseen armas nucleares y que ha permitido recurrentemente las inspecciones del OIEA sobre sus reactores, imputados de enriquecer uranio.
Empeñado en desmontar los logros de su antecesor, Barack Obama, el presidente Trump se retiró en mayo de 2018 del acuerdo arduamente fraguado con los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia, Reino Unido y Rusia), más Alemania; y reimpuso a Teherán las sanciones económicas, con el argumento de que se trataba de un “pesimo acuerdo” que a la postre sí le permitiría construir una bomba atómica, además de señalarlo como “el principal promotor del terrorismo internacional”.
La mayor paradoja, empero, es que el principal promotor de esta política es otro país que sí está incluido en la lista de los que tienen armamento nuclear, que nunca lo ha reconocido y que, por lo tanto, tampoco nunca se ha sometido a las inspecciones de la OIEA ni tampoco ha firmado ningún tratado que lo comprometa a restringir su arsenal atómico: Israel.
Desde los años sesenta, imágenes aéreas mostraron que en la central nucleoeléctrica de Dimona, situada en el desierto del Neguev, se procesaba algo más que energía común. E intercambios epistolares desde la época de John F. Kennedy hasta la fecha, entre altos funcionarios estadunidenses e israelíes, evidencian que Washington siempre estuvo al tanto. Según SIPRI, en 2017 Israel poseía 80 cabezas nucleares.
Y para redondear el panorama, India y Pakistán se encuentran inmersos en una enésima confrontación por Cachemira, región que en su momento Bill Clinton calificó como “la más peligrosa del mundo”, porque las dos naciones cuentan con armas nucleares. Hoy, después del atentado de un grupo islamista paquistaní que cobró la vida de 40 soldados indios, Islamabad y Nueva Delhi se han enfrascado en un combate aéreo, que muchos temen pueda acabar en una cuarta guerra, con la tentación nuclear siempre está latente…
Según el Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Washington, la India tiene nueve tipos de misiles atómicos que pueden alcanzar objetivos hasta 5 mil kilómetros; y los de Pakistán, construidos con apoyo chino, también alcanzan este rango. SIPRI calcula que ambos contendientes tienen alrededor de 140 cabezas nucleares cada uno.
Mientras todos estos juegos atómicos se desarrollan ante los ojos del mundo, Francia y Reino Unido, las otras dos potencias nucleares occidentales, se han mantenido como espectadoras, aunque ya consideran también modernizar su armamento. El “Reloj del Apocalipsis” sigue marcando las 11:58…