Narcocorridos

Peso Pluma, espejo de la realidad de un México narcopolítico

México es un país al que no le gusta mirarse en el espejo de la narcopolítica pese a que ésta se ha metido en todos lados. En ese contexto los niños de la generación de Peso Pluma hoy son veinteañeros, con derecho a votar, que han vivido escenarios de violencia y de la normalización de los delitos.
sábado, 1 de junio de 2024 · 07:00

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial de Morena, lo considera “muy bueno”. Samuel García, el gobernador de Nuevo León, lo quiere llevar al estado a dar un concierto. El difunto Armando Guadiana lo usó en su campaña por la gubernatura de Coahuila, el año pasado, para lanzar un estribillo que decía “Si el PRI se va, Peso Pluma vendrá”.

Lo cierto es que la popularidad del cantautor de corridos tumbados –los cuales hablan del contexto sociocultural en los que se desarrollan fenómenos como la violencia criminal que cimbró a México en este proceso electoral– lo metió, sin querer, al mundo político, en el cual se suele aprovechar cualquier fenómeno de masas para hacer proselitismo.  

El tema de mayor éxito de Peso Pluma, Ella baila sola, fue usada para hacer una canción promocional a Sheinbaum en los albores de las precampañas de 2023, pero ella aclaró que nada tenía que ver con eso. Eso sí, aprovechó para elogiarlo. También a Xóchitl Gálvez, la candidata presidencial opositora, la pusieron a bailar un narcocorrido del cantante en un meme en TikTok.  

Quizá por eso, Peso Pluma decidió alejarse de México la mayor parte de este año, en especial mientras se desarrollaban las campañas electorales de las que surgirá la primera presidenta del país. Si algo le molesta al popular cantautor de corridos tumbados es, precisamente, la política, no tanto por la actividad en sí, sino por las implicaciones que tiene cada palabra que sale de su boca.

“De política, nada”, ha dicho, y a un reportero de un influyente medio estadunidense le cortó el teléfono cuando le preguntó sobre la violencia en México.   

Él, sin embargo, no puede sustraerse de una realidad que lo rebasa. La fama puede tener una dimensión política. Ronald Reagan fue, primero actor, y luego presidente de Estados Unidos. Palito Ortega, cantante argentino, llegó a ser senador y secretario de Estado. Y los narcocorridos de Peso Pluma tienen, por polémicos y populares, y porque son reflejo de una cruenta realidad mexicana, un componente social, cultural y político. 

Peso Pluma fue declarado por la revista Rolling Stone el mejor artista nuevo del mundo, y el año pasado fue el cantante más visto en YouTube, por arriba de Taylor Swift, con ocho mil quinientos millones de visualizaciones. En febrero último ganó su primer Grammy. 

El 30 de mayo último sus canciones rebasaron 14 mil 800 millones de reproducciones en Spotify, y en junio llegarán a 15 mil millones. 

A muchos les sorprende que Peso Pluma, un inquieto centennial de voz aguda y rasposa, no haya necesitado de una disquera ni del apoyo de una cadena de televisión para lograr esto. 

Y todo lo ha hecho con un repertorio de canciones que tienen como sello la novedosa sonoridad acústica de la banda que lo acompaña y que, en el caso de los corridos tumbados, se caracterizan por letras que realzan las actividades criminales de los narcos mexicanos y que validan el tráfico de drogas como puerta de acceso a la riqueza y al poder.

Calderón. La pesadilla, con su sexenio. Foto: Eduardo Miranda

La crudeza narrativa de los también llamados “narcocorridos” es considerada por muchas voces como una forma de exaltación de los capos del narcotráfico y de las economías ilegales que están presentes en muchas regiones de México. 

Las críticas a ese género musical incluyen al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (“¿quiénes promueven todo esto?”, ha preguntado); a la derecha chilena, que pidió excluir al cantante del Festival de Viña, y a autoridades locales mexicanas que han prohibido conciertos de corridos tumbados.

Pero Peso Pluma es un fenómeno popular imposible de eclipsar vía la censura porque su popularidad no pasa por la difusión de su música en los medios tradicionales, sino en las nuevas plataformas, en las que puede cantar lo que quiera (“soy de la gente del Chapo Guzmán”, dice la letra de El Gavilán) y como quiera, con el lenguaje de la calle (“me vale verga”, “culero”, “polvito bendito”). 

Hay voces que expresan preocupaciones legítimas sobre el efecto que pueden tener ese tipo de canciones entre los millones de niños y jóvenes que las escuchan.  

“Pero no porque lo censuren (a Peso Pluma) lo van a dejar de escuchar, al contrario”, dice el profesor de la Universidad Nacional de Colombia Oscar Mejia, un doctor en filosofía que ha estudiado a fondo el tema de la “cultura mafiosa”.

Como afirma Mejía, la “cultura mafiosa” en América Latina es producto de una cultura política fincada en la normalización de delitos como la corrupción, las alianzas entre organizaciones criminales y políticos y la violencia.

De acuerdo con el académico, fenómenos de masas como “la doble P” no son las causas de la “cultura mafiosa” o la “narcocultura” sino expresiones de realidades políticas y sociales profundas.  

En ese sentido, es imposible obviar que el telón de fondo de la generación de Peso Pluma es un país en llamas. México ha sido azotado por una violencia desbordada desde el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) y cada proceso electoral –como se ha visto en los últimos meses– es más violento que el anterior debido a las disputas por el dominio criminal de los territorios.

San Fernando. Fosas clandestinas. Foto: Especial

   

Elecciones, violencia y narcotráfico         

Hassan Emilio Kabande Laija, nombre de pila de Peso Pluma, no se explica por sí solo. Él es hoy la vanguardia de un movimiento musical que se ha desarrollado en el noroeste de México y en el que confluyen los sonidos sierreños de esa región de alma bucólica –los que se tocan con bajo sexto, acordeón, tuba y contrabajo– y géneros más contemporáneos, como el trap, el rap, el hip-hop y el reguetón.  

El contenido, las letras, han surgido de una realidad asentada en esa región desde principios del siglo pasado: la ausencia del Estado en diversas regiones y el dominio que ejerce el crimen organizado en extensas zonas de esa parte del país, en especial, en estos tiempos, el Cártel de Sinaloa.  

La “doble P” tenía siete años al inicio del gobierno de Calderón, durante el cual la fallida guerra contra los cárteles de las drogas duplicó los homicidios e hizo crecer 20 veces el número de desaparecidos con respecto del sexenio de Vicente Fox (2000-2006). 

Los niños de esa época crecieron en un país donde comenzaron a aparecer cuerpos colgados de los puentes, donde se halló una fosa con los cadáveres de 72 inmigrantes ejecutados por los narcos (San Fernando, Tamaulipas, agosto de 2010) y donde 43 normalistas fueron desaparecidos (Iguala, Guerrero, 26 y 27 de septiembre de 2014) por narcotraficantes aliados a la policía y a las autoridades locales y a militares cuyos jefes, aún hoy, obstruyen la investigación. 

Esos niños se convirtieron en adolescentes y en adultos que muy probablemente saben que el presidente López Obrador saludó a la mamá del “Chapo” y que a la vez deplora los corridos tumbados, aunque no todos los corridos tumbados. Si los cantan grupos a lo que él considera cercanos a su proyecto, todo está bien.

Al gobernante de la 4T, por ejemplo, le gusta el Grupo Firme, que también interpreta narcocorridos y que se presentó en forma gratuita en el zócalo de la Ciudad de México cuando era jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, a quien esa agrupación musical le ha expresado su respaldo.

Grupo Firme tiene narcocorridos, como Se fue La Pantera, y su líder, Eduin Caz, quien ha estado en actos de campaña de Sheinbaum, interpreta el tema El Ratón, sobre la liberación, en el Culiacanazo, de Ovidio Guzmán (“hijo del Chapo/aquel señorón”, reza la letra).

Grupo Firme en el Zócalo, del agrado de la 4T. Foto: Montserrat López 

Los niños de la generación de Peso Pluma hoy son adultos veinteañeros y ya tienen derecho al voto. Saben que en esta campaña electoral, que tendrá su punto culminante en la jornada electoral de este 2 de junio, ocurrieron 267 homicidios relacionados con la violencia política, uno cada día en promedio, entre ellos, los de 33 candidatos, según datos de la plataforma Votar entre Balas. Además, se registraron 144 atentados y ataques armados.

También saben que durante el sexenio de Enrique Peña Nieto (2012-2018) el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) cobró un auge inusitado de la mano de sus aliados políticos, entre ellos el exgobernador de Nayarit, Roberto Sandoval Castañeda.

Peso Pluma tiene familiares en Culiacán y pasaba largas temporadas de vacaciones en la capital de Sinaloa, donde el 17 de octubre de 2019 fue capturado Ovidio Guzmán, uno de Los Chapitos, pero a quien el presidente López Obrador decidió liberar ante la masiva reacción armada del Cártel de Sinaloa.   

Hay un tema de Peso Pluma, La People, escrito por su primo Roberto Laija, “Tito double P”, un duro de los corridos tumbados, que habla de la liberación de Ovidio en el llamado Culiacanazo: “La people anda activa allá en Culiacán/quisieron apresar/al joven que comanda la capital/no se lo pudieron llevar”.

Ovidio, hijo del Chapo Guzmán, fue capturado de nuevo en enero de 2023 y en septiembre de ese año el gobierno lo extraditó a Estados Unidos, pero el llamado Culiacanazo es un hito de la estrategia de seguridad de “abrazos, no balazos” de López Obrador, quien suele referirse a los capos de la droga de una manera diligente, nunca con los descalificativos que usa al hablar de sus adversarios políticos.

Esos son el tipo de ejemplos que muestran, según dice el profesor Oscar Mejía, por qué la cultura mafiosa se va construyendo desde los comportamientos del poder político, incluidas las muestras de tolerancia frente a los cárteles de las drogas.

Incluidas, también, las omisiones y complicidades estatales que han permitido la construcción de “gobernanzas criminales” en diversas regiones del país. 

Peso Pluma, es producto de ese país: el de Los Chapitos, el de Ismael el Mayo Zambada, el del Mencho, el de la “gobernanza criminal” que sella el sometimiento del poder político al narco.

Para el académico Oscar Mejía, autor de la investigación académica “Cultura política y justicia mafiosa en Colombia”, fenómenos populares como Peso Pluma reflejan lo que el poder político ha sido incapaz de impedir, ya sea por omisión, por complicidad o por incapacidad: la penetración profunda del narcotráfico en la sociedad, en la cultura, en la economía y en la política.

Corridos hiperrealistas por encargo

México ha visto en estos años cómo la impunidad y la penetración del crimen organizado en la política y en los organismos de seguridad del Estado han escalado a niveles que superan incluso la narrativa de los narcocorridos. 

Quizá por eso a Peso Pluma no le gusta referirse ni a las críticas que muchas voces hacen a ese género ni a nada que tenga que ver con política. 

Cuando el cantautor no tenía tanto éxito y sabía que su voz no tenía tanta resonancia, sí llegó a hablar de esos temas que hoy tiene vedados.

En octubre de 2022 habló así de los narcocorridos en el canal de YouTube “Soy grupero”:

“Son corridos de encargo –dijo luego de que le preguntaron por qué sus canciones aludían a capos como ‘el Chapo’–, no es como que nosotros digamos ‘ah, vamos a hacer un homenaje’, o ‘vamos a hacer alusión a él’ (al ‘Chapo’) o que la gente lo venere. No. Simplemente son corridos de encargo. Es a lo que lo que nosotros nos dedicamos, a escribir corridos”.

Aseguró que, en ese género, “es normal” que alguien llame a los compositores y les pida hacer un corrido para determinados personajes, a cambio, desde luego, de un pago. “Uno pide datos y simplemente uno escribe y se les entrega el trabajo”, señaló. Luego dijo sé que “no es bueno que los niños vean esto o que escuchen esto”.

Los narcocorridos no son nuevos. Lo que ahora ocurre es que son muchos los jóvenes músicos, asentados en su mayoría en Sonora y Sinaloa, los que le han dado a la música norteña, a los corridos tradicionales y a los acordes de las bandas de pueblo, una nueva plenitud. Ellos, como Peso Pluma, asumieron además una estética urbana en la que quedaron atrás los sombreros Stetson y las botas vaqueras para dar paso a la ropa hip-hopera casual y deportiva con diseños de Balenciaga, Louis Vuitton, Dolce & Gabbana y Burberry.

 

Se trata de un proceso cultural en el que dialogan, conviven, se influyen y se fusionan diferentes géneros y propuestas musicales de distintas generaciones, y en el que se amalgaman la raigambre rural de los padres y los abuelos y el aspiracionalismo citadino de los centennials y millenials.   

El telón de fondo de esta saga marcada por el eclecticismo es un país al que no le gusta mirarse en el espejo de la narcopolítica pese a que ésta se ha metido, como la humedad, en todos lados.

Ahí están los candidatos asesinados durante el proceso electoral y los miles más que renunciaron a sus candidaturas por temor a que los maten. Ahí están los 106 homicidios de funcionarios, dirigentes, militantes, policías y soldados que dejaron las disputas por el poder político a lo largo de las campañas.

Ése es el país de Peso Pluma. Él sólo tiene como telón de fondo esa realidad.

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