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Manuel Buendía, 40 años de impunidad
Los temas fundamentales sobre lo que escribía en esa etapa Buendía tenían como base la denuncia de la ultraderecha mexicana e internacional y sus vínculos con la CIA, los ataques a Cuba desde Estados Unidos, la corrupción entre otras.CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Poco después de las seis de la tarde, el columnista Manuel Buendía fue asesinado el 30 de mayo de 1984. Un crimen que nunca ha sido esclarecido. Aquel día abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la Ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado.
De acuerdo con documentos desclasificados de la Dirección General de Investigación y Seguridad Nacional (DGISN), entregados al Archivo General de la Nación (AGN) por el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), las autoridades de la entonces Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, en particular la Comisión especial encargada para la investigación del caso, sospechaban de 130 personas de haber cometido el crimen contra Buendía cuyo motivo presuntamente sería su labor periodística o cuestiones personales.
La investigación llevada a cabo años después reveló que el autor intelectual de ese asesinato fue José Antonio Zorrilla, director de la Dirección Federal de Seguridad (DFS).
Buendía dejó huella profunda en el columnismo político de México. “Red Privada”, su columna más popular, es parte esencial para entender mejor los gobiernos de Luis Echeverría, José López Portillo y el inicio del de Miguel de la Madrid.
Los temas fundamentales sobre lo que escribía en esa etapa Buendía tenían como base la denuncia de la ultraderecha mexicana e internacional y sus vínculos con la CIA, los ataques a Cuba desde Estados Unidos, la corrupción entre otras. Muchas veces su trabajo fue objeto de censura. Su muerte se ha interpretado siempre como muestra de la violación a la libertad de prensa y libertad de expresión desde el poder.
Un documento del gobierno de Estados Unidos etiquetado con la leyenda “Top Secret” y con fecha del 13 de febrero de 1990, también menciona a Manuel Bartlett Díaz, actual titular de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), en referencia al caso del asesinato del periodista Manuel Buendía.
“Buendía llevó a cabo una investigación sobre la colusión que existía entre Manuel Bartlett Díaz, exsecretario de Gobernación, con Miguel Aldana Ibarra, excomandante de la Policía Judicial Federal, y Manuel Ibarra Herrera, exdirector de la DFS, quienes eran consortes de los narcotraficantes”, se lee en el documento, cuyo contenido dio a conocer Proceso.
“En 1985, un año después de que el periodista Manuel Buendía fue asesinado en un estacionamiento, José Antonio Zorrilla dejó la Federal de Seguridad. Fue nombrado candidato a diputado federal por el PRI, pero huyó del país. Se le acusó de mantener nexos con narcotraficantes y de ser el autor intelectual del crimen de Buendía. Lo declararon culpable en 1993 y lo sentenciaron a 35 años. Ahí sigue, el cabrón, en la cárcel”, escribiría años después Vicente Leñero.
José Antonio Zorrilla Pérez, fue liberado el 10 de septiembre de 2013, y puesto en custodia domiciliaria.
Durante el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, México se ha mantenido como el país con el mayor número de periodistas asesinados, hasta el momento se registraron 38. Guerrero, Veracruz y Tamaulipas han sido las entidades donde más se han contabilizado asesinatos desde 1995. Durante el gobierno de Enrique Peña Nieto se contabilizaron 38 homicidios contra comunicadores, sin embargo, el sexenio de Felipe Calderón sigue ocupando el primer lugar, pues hubo 51 homicidios.
A 40 años de su asesinato, las palabras que alguna vez pronunció el columnista reflejan la actual crisis de violencia contra los periodistas en México:
“En los estados, donde los estrechísimos círculos del poder local acogotan la economía de los editores combativos y pretenden lastrar el desempeño de los escritores comprometidos, el ejercicio del periodismo reclama una entereza excepcional. Aquí en la Ciudad de México, donde las dicotomías del sistema se dan tan próximas a nosotros, de algún modo podemos arreglárnoslas para que los rayos no caigan precisamente sobre nuestro propio paraguas. Allá, donde las pequeñas comunidades de colegas pueden ser sometidas con relativa facilidad por el puño del cacique regional, el grito de un reportero que ha recibido una paliza apenas se escucha afuera de sus propios dientes…si es que le quedan”.