Claudia Sheinbaum

Un cierre multitudinario de campaña en el que las tribus morenistas se alinearon (por ahora) con Sheinbaum

Fue un acto político de matraca y confeti, de entusiasmo popular, de banderines y camisetas, de gorras y chalecos guindas, orquestas de pueblo y bandas presidenciales de cartón con la foto de Claudia.
miércoles, 29 de mayo de 2024 · 22:21

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Todas las sonrisas del mundo parecían concentradas esta tarde en la tarima del zócalo capitalino durante el acto de cierre de campaña de la candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, quien antes de iniciar su discurso lucía más suelta y efusiva que lo habitual mientras saludaba a los representantes de las diferentes tribus de su partido.

Allí, en el templete levantado con calculada intención simbólica frente a Palacio Nacional –algo que se estilaba en las campañas del viejo PRI, el siglo pasado-- Sheinbaum se encargó, primero que nada, de dar un mensaje de unidad con apego irrestricto al manual de las buenas costumbres políticas.

Fue así como se acercó a saludar a todas las “corcholatas” que contendieron con ella en la interna de Morena del año pasado para elegir al candidato presidencial del partido fundado en 2011 por el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador.

Primero se acercó a Ricardo Monreal, luego a Marcelo Ebrard y a Gerardo Fernández Noroña y, por último, a un barbado Adán Augusto Santiago, quien vestía una camisa azul, no del tono azul del PAN, pero azul. A todos ellos les tocó un cordial besito de su adversaria política, incluso a Marcelo, con quien fue más fuerte el agarrón en las internas del año pasado.   

Ella caminaba por estrado con largos pasos de rockstar y muy sonriente. Todos los que estaban allí, igual le sonreían. Era una comunicación silenciosa, de miradas expectantes y sonrisas destinadas a mostrar que todos la estaban pasando muy bien, que no hay problema, que todo quedó atrás.  

Claudia y tribus morenistas. Foto: Miguel Dimayuga

Todos se alegraban cuando Sheinbaum iba a su encuentro. Desde la candidata morenista a la gubernatura de Veracruz, Rocío Nahle, quien ha sido arropada sin restricciones por la abanderada presidencial en estos días difíciles de denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito, hasta el tabasqueño Javier May y la jalisciense Claudia Delgadillo. 

Incluso al presidente de Morena, Mario Delgado, le tocaron besito y abrazo de Sheinbaum.  Un gesto significativo, por el día, la hora y el lugar, después de que López Obrador dejó solo al dirigente de su partido en el escándalo de “huachicoleo fiscal” que enfrenta.  

Pero el caso es que allí, en el estrado erigido al pie de Palacio Nacional, estaba la plana mayor de Morena, y en lugar de codazos abundaban, al menos para el público en general, los besos, los abrazos y los apapachos.

Clara Brugada, quien cerró en ese acto su campaña por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, se saludó con Omar García Harfuch, a quien López Obrador “bajó” de la candidatura por el gobierno capitalino, a pesar de que ganó la consulta interna, para dar paso a la exalcaldesa de Iztapalapa.

Citlalli Hernández, más discreta, se saludó con los que tenía al lado, entre ellos al exsubsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, quien estuvo muy involucrado en la campaña de Brugada como miembro de su Consejo Asesor.

Hay, es evidente, un sector “duro” y ultraobradorista de Morena en el que Citlalli ubica a Brugada, a Martí Batres, a Jesús Ramírez, a ella misma y a la propia Claudia.

“Nos dicen duros por obradoristas, por leales al presidente, y en eso tienen razón”, dijo la secretaria general de Morena a Proceso.

La forma en que se relacionen las diferentes “tribus” o tendencias dentro de Morena va a depender, dicen los enterados, del resultado electoral, de la holgura o de lo cerrado de los datos que surjan del escrutinio, y de la conformación del futuro Congreso, donde el partido oficialista podría, o no, tener mayoría.

--¿Y cómo van a reconciliarse después de esta elección los grupos de Morena y de la coalición lopezobradorista? –se le pregunta al diputado y ex precandidato presidencial Gerardo Fernández Noroña.

--No hay nada que conciliar –responde.

--Cómo no, diputado, sus mismos compañeros dicen…   

 --No, todo está reconciliado.

Noroña se tomaba fotos, muchas selfies, con las huestes morenistas que caminaban hacia el zócalo por la calle Madero. Es popular entre ellas y él se deja querer.

Discurso oficial. Foto: Miguel Dimayuga

 

La sombra del caudillo

 

Es evidente que la algarabía de un zócalo repleto, con un gentío que se desbordaba hasta las calles Madero, 5 de mayo y Tacuba, retumbaba en Palacio Nacional.

“Cuidado con lo que dicen, los está oyendo AMLO”, bromeaba un reportero con los integrantes de un entusiasta grupo morenista de Iztapalapa que no deja de vitorear a Brugada y a Claudia Sheinbaum.

Quién sabe si el presidente escuchó en vivo los discursos de Brugada y Sheinbaum. Lo llamaron “el mejor presidente de la historia de México”, aunque él concede ese honor a Benito Juárez. Vale preguntar si Sheinbaum y Brugada consideran a López Obrador mejor presidente que Juárez o Lázaro Cárdenas. Periodísticamente, es imprescindible hacerles esa pregunta.

En todo caso, mucho del acto de cierre de campaña de Sheinbaum, como ocurrió a lo largo de la campaña, giró en torno a la figura de López Obrador, de su “legado”, de cómo este se preservará, de cómo nunca será traicionado por nadie de su movimiento.

Sheinbaum lo dijo con claridad: “Me comprometo a guardar el legado del presidente Andrés Manuel López Obrador”.

La novela de Martín Luis Guzmán “La sombra del caudillo” podría servir de título para uno de los capítulos más sobresalientes del acto de cierre de campaña de Morena.

Claudia no escatimó elogios al proyecto. “La 4T nos ha devuelto el orgullo de ser mexicanos”, afirmó.

También dijo cosas que no solía decir en la campaña, como la necesidad de construir un país plural, diverso, en el que quepan todos, incluso los que no estén con el caudillo.

“Sabemos que el disenso forma parte de la democracia!, sostuvo, y afirmó que, de ganar, velará “por cada uno de los mexicanos, sin distingos”.

 

Cierre de matraca y confeti

 

La muchedumbre que se congregó en el zócalo –550 mil personas, según la secretaría de Gobierno de la Ciudad de México— llegó allí como parte de un operativo de movilización muy bien planificado que partió de todas las regiones del país, en camiones, en minibuses, en camionetas.

Zócalo repleto. Foto: Miguel Dimayuga

Fue un acto político de matraca y confeti, de entusiasmo popular, de banderines y camisetas, de gorras guidas, chalecos guindas, orquestas de pueblo y bandas presidenciales de cartón con la foto de Claudia. Había batucadas, grupos de mariachis, dos o tres parlantes portátiles con reguetón y una ordenada separación de los contingentes en la plancha de la plaza.

La diversidad de la república estaba allí, las fuerzas vivas, los sindicatos, los campesinos, el SME, los petroleros, los colonos de Chalco, los campesinos de Tlapehuala, Guerrero, con sus sombreros calentanos.

Félix Salgado Macedonio, el papá de la gobernadora, de la gobernadora Evelyn, estaba desde luego en la tarima, en la última fila, eso sí, con un sombrero calentano. Como si nada.  

Casi frente al estrado, apenas atrasito de la suerte de corral en que suelen aislar a los periodistas todos los políticos del mundo, estaba un numeroso grupo de la CTM con grandes banderas proclamando su afiliación gremial y su adhesión morenista.

Uno de los trabajadores de la central obrera que dirigió hasta su muerte Fidel Velázquez, un prototipo insuperable del sindicalismo charro, dice que llegaron hasta ahí “por convicción”.

--¿Pero qué ustedes no eran priistas? –se le pregunta.

--Pues éramos –se ríe--, pero ya no.

--¿Ahora son lopezobradoristas?

--Pues qué te digo –se ríe de nuevo--, parece que sí.

Cambian los tiempos, cambian los colores partidistas, cambian las alianzas y los “amarres” entre las tribus, pero casi no varían el guion del ritual y el desarrollo de los usos y costumbres de la política mexicana.

Ya al final, antes de que se ocultara el sol, Claudia Sheinbaum, quien habló durante 40 minutos, parecía feliz, inusualmente feliz. Tenía un vestido guinda con una banda con bordados coloridos, y el cabello lacio, lacio y agarrado con una cola de caballo.  Ella se fue con su esposo Jesús María Tarriba y los jefes de las tribus se quedaron allí, hablando en corto.   

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