ESPECIAL DE INDEPENDENCIA

El otoño de la Nueva España

La guerra de Independencia novohispana dio lugar a distintas expresiones populares como movimientos de guerrilla, alzamientos de campesinos y rebeliones rurales.
lunes, 20 de septiembre de 2021 · 13:13

Aunque las fuerzas insurgentes fueron derrotadas por el ejército realista en combates decisivos, la incorporación de miembros de las élites novohispanas descontentas y de sectores agrícolas a la rebelión contra la Corona española mantuvo vigente el movimiento independentista en forma de lucha de guerrillas. Más allá de las más reconocidas, encabezadas por Morelos y Guerrero en el sur, en otras regiones algunos grupos mantuvieron el asedio a las fuerzas armadas regulares de la Nueva España hasta la firma del acta de Independencia.  

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La guerra por la Independencia de México –culminada en 1821, según la narrativa de la historia oficial– se trató en realidad de un proceso armado complejo que permeó en la sociedad de la Nueva España durante todo el siglo XIX, ya que fue la oportunidad para la expresión de conflictos regionales con profundas bases sociales.

En 1808 la invasión de las tropas napoleónicas a España desató una irremediable crisis política de la Corona española, tanto en la Península Ibérica como en sus dominios americanos. A mediados de ese año el rey Carlos IV había abdicado a favor de su hijo Fernando y él a su vez cedió el trono a José Bonaparte, hermano de Napoleón.

Las noticias de estos acontecimientos cruzaron el Atlántico lentas e inexactas, y produjeron entre la sociedad novohispana un gran desconcierto que dio pie a intensos debates sobre el destino político de la colonia.

Por un lado, el virrey y los miembros del cabildo de la ciudad de México desconocieron la legitimidad del nuevo monarca José I y juraron lealtad a Fernando VII. Opinaron que la soberanía debía retornar al pueblo por medio de juntas provinciales, mientras se establecía un Congreso general que representara a los ayuntamientos y estableciera un gobierno provisional.

Por otra parte, los ministros de la Real Audiencia, el arzobispo, los inquisidores y los grandes propietarios peninsulares consideraron esa propuesta como subversiva y en consecuencia ejecutaron un golpe de Estado, tomando presos al virrey José de Iturrigaray y a miembros del cabildo metropolitano, entre ellos Juan Francisco de Azcárate y Francisco Primo de Verdad (quien resultó muerto en la cárcel) y se impuso al viejo mariscal Pedro Garibay como virrey.

Según el historiador Juan Ortiz Escamilla, en su libro Guerra y gobierno, Los pueblos y la independencia de México, 1808-1825, el golpe de Estado provocó el descontento popular generalizado, por lo que el gobierno desplegó tropas por la Ciudad de México y nombró al comandante de San Luis Potosí, Félix María Calleja, “gobernador militar de la capital”, con la misión de restablecer la calma en la ciudad.

Antes, a finales del siglo XVIII, los cuerpos de milicias provinciales se reglamentaron como fuerzas de reserva del ejército regular, por lo que, frente a la amenaza de rebeliones populares en los territorios, fueron importantes para desempeñar tareas de seguridad interna, como explica el historiador Rodrigo Moreno Gutiérrez en su obra La Trigarancia. Las fuerzas armadas en la consumación de la Independencia de Nueva España, 1820-1821.

Estas fuerzas estuvieron integradas por criollos sin preparación militar y eran las encargadas de controlar los motines y la delincuencia, tanto urbana como rural; estaban subordinadas a los gobernadores y coordinadas por oficiales regulares.

Además de estas corporaciones, las fuerzas armadas novohispanas regulares contaban con las “compañías de milicias sueltas” de reciente formación, las cuales eran financiadas por las haciendas para su propia protección ya que eran los terratenientes quienes aportaban hombres, caballos, armas, uniformes y salarios, explica la investigación de Jaime Ortiz.

Con la llegada de la insurrección, tuvieron parte las compañías de “milicias sueltas”, así como las milicias provinciales de infantería y caballería, provincianas y urbanas, los ejércitos permanentes de infantería y de caballería, las compañías fijas de blancos y pardos libres de las costas y las compañías presidiales, con más de 30 mil elementos en total.

Sin embargo, las fuerzas efectivas del ejército realista se reducían a alrededor de 8 mil elementos al mando de Calleja, que aunado a la falta de armamento en las guarniciones y a la nula experiencia de los “supuestos militares”, resultaron ineficaces para la contención de los levantamientos armados que se desarrollaron en distintas regiones del país, explica Ortiz Escamilla.

Hidalgo

En 1808 y 1809 las conspiraciones de Valladolid y Querétaro habían sido delatadas y desarticuladas con facilidad, sin embargo, fueron la mecha que prendió una nueva revuelta en el Bajío en 1810. En ese año Miguel Hidalgo y otros conspiradores procedentes de Querétaro, San Miguel y Dolores estuvieron dispuestos a encabezarla.

De acuerdo con el ya clásico estudio de John Tutino, De la insurrección a la revolución en México, los conspiradores eran miembros marginados de la “élite provinciana”, quienes fueron duramente golpeados durante las crisis de la agricultura, la industria textil y la minería desde 1750.

Según Tutino, a diferencia de los grupos dominantes, la “élite provinciana” no gozaba del privilegio de heredar fortunas y por lo general no poseían extensiones de tierras ni ocupaban cargos importantes en la administración colonial, de manera que guardaba un hondo resentimiento a la élite novohispana.

No obstante, los conspiradores carecían de recursos económicos, experiencia política y redes sociales que les permitieran el éxito de su empresa, así que esperaban reclutar a su causa personajes provenientes de las familias más acaudaladas y poderosas del Bajío.

De acuerdo con Tutino, se logró la adhesión de algunos oficiales de las milicias, como en los casos de Juan Aldama, Ignacio Allende, Mariano Abasolo y Pedro Antonio de Septién, pero en realidad fueron muy pocos los miembros de las élites que se sumaron a la insurgencia en esta región.

Por el contrario, los intentos autonomistas de Hidalgo y los conspiradores provocaron la animadversión de los grupos dominantes y muchos de sus miembros denunciaron la conspiración a las autoridades virreinales. El 15 de septiembre son aprehendidos los regidores Miguel Domínguez y Josefa Ortiz por órdenes del intendente de Guanajuato, Juan Antonio Riaño.

Hidalgo, también denunciado junto a los oficiales de las milicias Aldama, Allende y Abasolo, deciden anticipar el levantamiento al siguiente día. El párroco de Dolores llamó a sus feligreses, quienes lo siguieron masivamente a la rebelión.

Después de recorrer Atotonilco, San Miguel El Grande y tomar el ayuntamiento de Celaya, las filas insurgentes se incrementaron con rapidez y después de la toma del centro minero de Guanajuato se contaban casi 80 mil rebeldes, según la investigación de Tutino.

Como sostiene este historiador, la razón por la que miles de residentes del Bajío se incorporaron a la insurrección de Hidalgo no sólo fue el liderazgo del párroco, sino sobre todo tuvo su origen en la historia agraria de esa región.

Después de gozar de una gran bonanza económica, a partir de 1750 el Bajío había experimentado una repentina pérdida de seguridad a causa de la delincuencia y el deterioro de las condiciones materiales de jornaleros y arrendatarios, que los habían impulsado a protestas y motines que por lo general eran sofocados deprisa y no traspasaban los límites regionales.

Sin embargo, el levantamiento insurreccional de 1810, surgido en el Bajío bajo aquellas condiciones, se extendió después a otras provincias de la colonia, de modo que la amenaza regional al poder y los privilegios de la élite mexicana por primera vez cobraba relevancia nacional, sin estar definida por un profundo localismo.

Meses después, en diciembre de 1810, Calleja presentó al virrey Venegas un plan de operaciones para combatir la insurgencia. Según la investigación citada de Juan Ortiz, el jefe militar contrainsurgente distinguía entre dos tipos de rebeldes: “Los que luchaban por convicción y [estaban] decididos a derrocar al gobierno, y los que la rebelión había arrastrado contra su voluntad”. Para los primeros, proponía la horca y para los segundos el indulto.

Bajo esas premisas, Calleja se enfocó en exterminar al grupo principal de insurgentes en las provincias. De ese modo logró arrinconarlos y finalmente abandonaron las plazas de Valladolid, Zacatecas y San Luis Potosí. Los realistas también recuperaron Guanajuato y los insurgentes se replegaron a Guadalajara hasta que fueron derrotados en la batalla de Puente de Calderón, el 17 de enero de 1811.

Si bien el ejército realista había recuperado el control de las principales ciudades, no logró incursionar en las aisladas poblaciones rurales ni destruir por completo las simpatías hacia los insurgentes, quienes se refugiaron en cerros y otros poblados bajo su dominio para comenzar a actuar bajo la táctica de “guerra de guerrillas”, de acuerdo con Ortiz Escamilla.

En las guerras napoleónicas de la península ibérica, las guerrillas cobraron una amplia reputación debido a su uso extendido y eficaz entre 1808 y 1814. Por su parte, en América las guerrillas realizaron acciones de hostigamiento a las fuerzas contrainsurgentes y pusieron en jaque el orden colonial, causando serios golpes a la economía.

El historiador Brian Hamnett explica en su libro Raíces de la insurgencia en México. Historia regional, 1750-1824 (traducido por Agustín Bárcena) que la guerra de Independencia novohispana dio lugar a distintas expresiones populares como movimientos de guerrilla, alzamientos de campesinos y rebeliones rurales.

Según el autor, las guerrillas como parte de las insurgencias actúan en el nivel local cuando el intento revolucionario ha fallado en su objetivo principal de tomar el poder central, por lo que rara vez un movimiento guerrillero ha logrado derrotar gobiernos sin la acción concertada con fuerzas y operaciones de combate regulares.

En el caso particular de la independencia novohispana, los rebeldes pocas veces combatieron con miras a obtener el poder, sino que más bien su acción estuvo motivada a “saldar viejas rencillas con sus enemigos cercanos” y su precepción de las injusticias se limitó a los lugares de origen, refiere Hamnett.

Al adoptar la táctica guerrillera, “los rebeldes agrarios” operaron en unidades móviles más pequeñas para incursionar con facilidad en las regiones, donde además contaron con el apoyo de la población que les proveía protección, explica Tutino.

Morelos

En octubre de 1810, José María Morelos se había unido a Hidalgo en Valladolid, donde éste le asignó la tarea de levantar la insurrección en la tierra caliente del Pacífico, por lo que el sacerdote –exdiscípulo de Hidalgo– comenzó a formar al grupo armado compuesto tanto por dueños de haciendas –quienes dirigirían las acciones– como por grupos de mulatos para formar una banda errante.

Con el afán de conservar las simpatías de los sectores populares, Morelos planteó un proyecto agrario que atendió parcialmente el carácter regional de su revuelta y a finales de 1810 estableció el fin de la esclavitud y de impuestos como el tributo y las tesorerías comunales. Sin embargo, su cercanía con la élite provinciana lo mantuvo al margen de reformas que protegieran de manera efectiva a los trabajadores de las haciendas.

A fines de 1811, sin lograr ocupar el importante puerto de Acapulco, Morelos se dirigió al altiplano central por el valle de Toluca y capturó la ciudad de Tenango, donde encontró escaso apoyo por los aldeanos y fue expulsado por los realistas. Después se dirigió hacia la cuenca azucarera, donde capturó Cuautla y ahí se unieron a la rebelión algunos párrocos locales, gerentes, trabajadores de haciendas y aldeanos.

Su cercanía a la capital constituía una grave amenaza para el gobierno colonial, por lo que Calleja acudió a defender el altiplano central y la capital. En febrero se enfrentaron en una escaramuza donde casi toman prisionero a Morelos, pero logró ser rescatado por su compañero, el coronel Pablo Galeana.

Poco después Calleja sitia Cuautla y los rebeldes no logran resistir, debido nuevamente al poco apoyo por parte de la población, de manera que huyen de la región morelense hacia Oaxaca. En el rumbo de la Mixteca logran cierto apoyo, pero al llegar a la región de los Valles Centrales se encuentra una vez más con el desinterés de las comunidades, explica Tutino.

Según este autor, Morelos continuó luchando en aisladas regiones montañosas y en 1813 intentó conformar el Congreso de Chilpancingo y posteriormente, en 1814, “su gobierno se convirtió en un régimen de guerrilleros” que proclamaron en Apatzingán una nueva nación independiente, pero la postura moderada de Morelos impidió captar el apoyo intensivo tanto de la élite como de los trabajadores agrarios.

Finalmente Morelos es capturado y fusilado en 1815, lo que provoca la fragmentación del movimiento armado, aunque se conservaron muchos remanentes, como el de la Tierra Caliente al mando de Vicente Guerrero.

Como plantea Tutino, el movimiento de Morelos en el centro-sur ha opacado la existencia de numerosos movimientos rebeldes en otras regiones de México, que por su “menor orientación política e ideológica” se les ha considerado con frecuencia simples bandidos.

Aunque en el fondo tanto la guerrilla como el bandidaje significaban un reto a la autoridad, porque desafiaban el control social, este discurso fue instrumentado por la propaganda realista y de esa manera negaba su “existencia política” y los reducía “a la condición de delincuentes comunes”, según Hamnett.

Otra región donde prevaleció este tipo de guerrillas fue en Jalisco, donde, después de la derrota de Hidalgo en Puente de Calderón, los habitantes de Zacoalco y otras comunidades contiguas siguieron insubordinados. En la ribera norte del lago de Chapala los aldeanos se levantaron después de la derrota de Hidalgo y se mantuvieron en armas incluso después de 1814 en la isla de Mezcala.

De igual forma, en la región conocida como los Altos de Jalisco, Pedro Moreno comandó las actividades guerrilleras.

En el Bajío la insurrección perduró de 1811 a inicios de 1812, en donde el mestizo Albino García estuvo a cargo. Este grupo provocó serias pérdidas a los terratenientes de la región. Tutino detalla que los rebeldes de García obstruían las operaciones de las haciendas, cuyas presas rompían, y cortaban zanjas de riego.

Además entorpecían el transporte de la ruta principal Querétaro-Guanajuato y ocasionalmente ocupaban el Valle de Santiago, todo con el apoyo de la población. Albino y sus guerrilleros fueron perseguidos desde inicios de 1812, pero no sería hasta junio cuando las tropas realistas lograran capturarlo.

Otra región de movilización guerrillera fue la de Sierra Gorda, la cual, explica Tutino, “resultó un albergue para los rebeldes perseguidos por las tropas realistas”, ya que a inicios de 1811 y hasta 1816 alojó una importante insurrección de masas que realizaban ataques a las haciendas y extraían el ganado y las cosechas.

El Mezquital y los llanos de Apan fue otra de las regiones donde se logró sostener la lucha guerrillera. Las condiciones geográficas proveyeron protección a los grupos que actuaron en la zona, además de la población que simpatizaba con los insurgentes.

El mercader y arriero Julián Villagrán encabezó las actividades guerrilleras en El Mezquital y las mantuvo durante casi tres años, evadiendo a las tropas realistas gracias al apoyo de los aldeanos pobres. También de 1811 a 1812 otros grupos guerrilleros asolaron las haciendas de esta región en nombre de Villagrán, como documentó Tutino.

En agosto de 1811 otro levantamiento insurgente surgió en el Valle de Apan, dirigido por José Francisco Osorno, quien era señalado por los realistas por ser un salteador de caminos. Este grupo también contó con el apoyo de las poblaciones, tanto de Apan, Calpulalpan y hasta la zona de Otumba en el Valle de México.

Las partidas guerrilleras de Osorno se mantuvieron activas hasta 1816, cuando –explica Tutino– “la pacificación de otras regiones permitió concentrar tropas realistas en Apan” y vencieron a Osorno. Las élites recuperaron la región.

Como concluye Tutino, si bien estas guerrillas no eran capaces de tomar el poder político y militar del gobierno colonial, fueron exitosas en tanto que “debilitaron la economía de las haciendas y con ello la estructura colonial”.

Guerrero

Durante los siguientes años muchas de estas guerrillas y otras continuarían activas. El caso más exitoso fue el de la región sur, a cargo de Guerrero. Éste se había unido a los insurgentes en Tixtla comandados por Hermenegildo Galeana, luego que Morelos entró a Chilpancingo en mayo de 1811.

Cuando el líder es fusilado en diciembre de 1815, Guerrero continuó con éxito su liderazgo militar en la región sureña y cinco años después, en 1820, las tropas realistas aún no lograban someter a sus fuerzas.

Mientras tanto, en Europa la revolución liberal triunfaba y Fernando VII era obligado a jurar la constitución de Cádiz de 1812. La noticia llegó a la Nueva España en abril y un mes después la nueva constitución fue proclamada en Veracruz.

El restablecimiento del orden constitucional llevó al gobierno virreinal a buscar la paz en todos los territorios. Se nombró a Agustín de Iturbide para negociar la pacificación con Guerrero. Así inician una relación epistolar que finalmente logra que el líder insurgente acepte el indulto el 18 de febrero de 1821 y con sus más de mil 200 hombres se pone a las órdenes de Iturbide.

El 24 de febrero Iturbide firma el Plan de Iguala y establece negociaciones con los líderes insurgentes de las otras regiones, quienes se van adhiriendo de forma progresiva al plan. Finalmente el 24 de agosto, el virrey Juan O’Donojú reconoce la independencia de México mediante los Tratados de Córdoba.

El 27 de septiembre el Ejército Trigarante entra a la ciudad de México y al día siguiente se instala la Junta Provincial Gubernativa y es firmada al acta de Independencia. Aunque en el relato nacionalista la independencia mexicana se consuma, la historia de los agravios a las poblaciones rurales aún se escribe.

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