Henry Kissinger

El verdadero Kissinger: solitario, sórdido, mentiroso

Tanto Richard Nixon, Presidente entonces de los Estados Unidos, como Henry Kissinger, jefe del Consejo de Seguridad Nacional, escribieron en sus memorias que los soviéticos amenazaban el liderazgo de Nixon no sólo en el Medio Oriente, donde la crisis jordana llega a su apogeo, sino en Cuba.
jueves, 30 de noviembre de 2023 · 11:40

Por ser de relevancia en el actual contexto político, Proceso comparte con sus lectores el reportaje completo publicado en la edición 362 del 10 de octubre de 1983, para su análisis y discusión.

CIUDAD DE MÉXICO (apro).- H. Robert Haldeman describe la escena en sus memorias. Henry Kissinger irrumpió en su oficina, aventó sobre el escritorio un expediente de fotografías secretas de espionaje y dijo: "Es un puerto cubano, Haldeman, y estas fotos muestran que los cubanos están construyendo campos de fútbol. Y estos campos de fútbol pueden significar guerra, Bob".

Haldeman preguntó por qué. "Los cubanos juegan béisbol, los rusos juegan fútbol", replicó Kissinger. Era el 18 de septiembre de 1970.

Tanto Richard Nixon, Presidente entonces de los Estados Unidos, como Henry Kissinger, jefe del Consejo de Seguridad Nacional, escribieron en sus memorias que los soviéticos amenazaban el liderazgo de Nixon no sólo en el Medio Oriente, donde la crisis jordana llega a su apogeo, sino en Cuba, Kissinger escribe que el espionaje aéreo estableció más allá de toda duda que la Unión Soviética construía a toda prisa una instalación para submarinos en la bahía de Cienfuegos. Las fotografías aéreas del 15 de septiembre de 1970 mostraban, escribió Kissinger, "una instalación significativa, dos nuevas barracas, edificios administrativos, un nuevo muelle, un depósito de combustible, un sistema de comunicaciones, sin duda para comunicarse por radio con Moscú, y campos recreativos". Entre ellos, el campo de fut. "Esto estampó indeleblemente en mis ojos una base soviética, puesto que, como viejo aficionado al fut, sabía que los cubanos no juegan fut".

Tanto Nixon (Proceso 342) como Kissinger escribieron a su modo, en sus respectivas memorias, la historia de esta supuesta crisis cubana. Hoy se revela una verdad diferente. El periodista Seymour M. Hersh –después de cuatro años de investigación– acaba de publicar su libro El precio del poder, Kissinger en la Casa Blanca de Nixon, 1983, que es –dice Hersh– "El relato de la política exterior de los Estados Unidos, conducida por Henry Kissinger, durante el primer período de Richard Nixon en la Casa Blanca".

Seymour Hersh fue el periodista que descubrió la masacre de My Lai, en Vietnam, y obtuvo por ello el premio Pulitzer. Ganó cuatro veces el premio George Polk, por sus reportajes sobre asuntos internacionales, y otros siete premios importantes. Entre ellos, uno por su reportaje sobre los bombardeos secretos de Camboya, otro por sus reportajes sobre el espionaje de la CIA en Chile, otro por sus reportajes sobre el espionaje de la CIA en los Estados Unidos, otro por sus reportajes sobre funcionarios de la CIA involucrados en la venta de armas a Libia.

Seymour Hersh ha escrito cuatro libros: sobre My Lai, sobre el encubrimiento de My Lai por el ejército, sobre el arsenal secreto químico-biológico de los Estados Unidos y sobre la política exterior de Henry Kissinger. Nació en Chicago en 1937. Empezó como reportero de policía en Chicago. En 1972 entró en el New York Times, donde reporteó la crisis de Watergate. Renunció en 1979, para escribir El precio del poder.

Su libro empieza con el nombramiento de Kissinger en el Consejo de Seguridad Nacional y termina en 1973 con el trágico relato de cómo fueron traicionadas por Nixon las negociaciones de paz en Vietnam en aras de sus propios fines políticos. Cuenta cómo se alteró la reunión cumbre de Pekín por el deseo de Nixon de aparecer en Televisión. Cómo minaron las pláticas sobre limitación de armamentos los errores de Kissinger; cómo exigió Kissinger a sus ayudantes, como última prueba de lealtad, que intervinieran los teléfonos; cómo se puso en peligro la seguridad atómica de los Estados Unidos por el bombardeo secreto de Camboya; cómo ignoró Kissinger las señales que hubieran podido conducir a la paz entre Egipto e Israel; cómo jugó Kissinger con Pakistán. Y otros muchos acontecimientos.

Uno de los relatos de Hersh es la falsa crisis cubana de 1970, a partir de los conocimientos futbolísticos de Kissinger, seguro de que los cubanos no juegan fut. El lo sabía. Lo que ignoraba era que la primera asociación cubana de fútbol se fundó en 1924 y que, para 1930, el fut vespertino de los domingos era tan popular en la isla que los juegos de beis se tuvieron que acomodar en la mañana. En 1938, Cuba quedó entre los ocho primeros en la Copa Mundial de Francia. En 1970 había más de 70 equipos organizados en la isla.

Con la certeza de que los campos de fut en Cienfuegos eran para los soviéticos, Kissinger instruyó sobre la crisis a los más altos funcionarios de la Casa Blanca. John Ehrilchman recuerda que Kissinger estaba "cargado de crisis". Los que conocían bien a Nixon sospecharon lo peor: era especialmente sensible en lo tocante a Cuba. Nixon estaba convencido, y así lo escribió en sus memorias, que John F. Kennedy le había ganado la presidencia en 1960 "porque se mostró más duro con Castro y con el comunismo que yo" y porque supo manipular la crisis cubana de los proyectiles soviéticos. De esa crisis había salido un acuerdo informal entre Kennedy y Jruschov, por el que Estados Unidos se comprometía a no invadir a Cuba y la Unión Soviética a no instalar armas ofensivas en la isla. Nixon y Kissinger interpretaban el acuerdo a su manera, como afirman en sus memorias. Para Nixon se trataba sólo de armas nucleares. Para Kissinger, de cualquier clase de armas. Pero el compromiso de Estados Unidos de no invadir a Cuba no incluía, para ninguno de los dos, los intentos secretos de asesinar a Castro.

Nixon dio sus órdenes, ante la crisis de los campos de fut. Roy Burleigh, de la CIA, recuerda: "Lo primero que la administración quiso que hiciéramos fue duplicar nuestras operaciones contra Cuba. No lo podíamos creer. Pensábamos que Estados Unidos había madurado más que eso".

Kissinger quería mano dura. Tenía aquí la oportunidad, como en Jordania, de enfrentar a los soviéticos, ganar una victoria diplomática y demostrar que la política exterior debía ser controlada por la Casa Blanca. Escribe Kissinger: "Vi que la jugada soviética iba más allá de sus implicaciones militares. Era parte de un proceso de prueba en diferentes lugares del mundo. Quizá se envalentonó el Kremlin cuando exigimos a Israel el cese del fuego como reacción a su envío de tropas al Medio Oriente. Yo me inclinaba fuertemente a enfrentar el reto de inmediato, para que los soviéticos no malinterpretaran nuestra tolerancia y se involucraran más, hasta el punto en que sólo una crisis mayor pudiera resolver la cuestión de la base".

Pero Nixon se cruzaba en el camino. "Para Nixon –escribe Kissinger– la coincidencia de Cuba en la campaña electoral (de legisladores y gobernadores) levantó olas de presagios y resentimientos. En su opinión, nada había que evitar más que una crisis cubana en un año de elecciones legislativas. Una nueva crisis cubana generaría un cinismo público generalizado". Otra razón para Nixon era su próximo viaje a Europa. No quería que nada interfiriera con la publicidad de ese viaje. Kissinger propuso esperar dos meses, hasta que pasaran las elecciones, para enfrentar a los soviéticos. Para entonces, el público, "cínico o no, ya no podría votar". Pero Nixon no quería que algún "senador payaso" armara un alboroto.

El asunto se complicó. Los expertos del Departamento de Estado, de la CIA y del Pentágono habían demostrado ya que no había tales instalaciones soviéticas. Por ejemplo, lo que Kissinger interpretaba como barracas eran gallineros; las boyas que alarmaban a Kissinger estaban allí desde 1968, por lo menos; el nuevo muelle era una piscina. Y así por el estilo. El problema de Kissinger ahora era cómo manejar política y diplomáticamente la nueva base secreta para submarinos en Cienfuegos construida por la Unión Soviética, contra la evidencia de los expertos. Y empezó a mover a la prensa con reportes falsos, con verdades a medias, con insinuaciones, con suposiciones.

"El Departamento de Estado –escribe Hersh– no se dio cuenta de que Kissinger estaba ansioso de una confrontación, justificada o no, y esta consternado ante su reacción". Las visitas de los soviéticos a Cuba eran rutinarias. El Departamento de Estado concluyó que los soviéticos tenían un motivo político para esas visitas, hechas dentro del derecho internacional de navegación: desafiar la doble norma que permite a la marina de los Estados Unidos navegar por todos los mares con impunidad y establecer bases por todo el mundo, mientras le prohibe a la Unión Soviética hacer lo mismo. No más.

Ray Cline, exoficial de la CIA, jefe de la oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, fue a ver a Alexis Johnson, uno de los más cercanos colaboradores de Kissinger. "Mira –le dijo–, no creo que esto sea una crisis. No hay duda de que Henry está abultando el asunto para su propios fines".

Contra todos y bajo su propia responsabilidad, Kissinger interpretaba mal los reportes de Inteligencia. Por una vez, Nixon quería evitar una confrontación. "Enfrentando a un Presidente que se negaba a tomar el camino rudo –escribe Hersh–, Kissinger lo trató como a cualquier enemigo burocrático y empezó a informar a la prensa". Se reunía con periodistas, columnistas y legisladores escogidos, para darles información "seleccionada" y advertirles sobre una "grave confrontación", a no ser que se pusiera fin a la construcción de Cienfuegos.

William Rogers, el secretario de Estado a quien Kissinger quería fuera de la política internacional a toda costa, respondía secamente: primero, no hay evidencia de una base soviética en Cienfuegos; segundo, si los submarinos soviéticos pueden disparar contra los Estados Unidos desde cualquier punto del Atlántico o del Pacífico ¿cómo puede alterar el equilibrio de poner una base en Cuba?.

Pero la prensa se encargó del escándalo, a partir de declaraciones a medias o mal fundamentadas, y jugó la mano de Kissinger, que le había insinuado: "Los soviéticos andan cabalgando por Cuba en estos días".

Era el 25 de septiembre de 1970. Kissinger hizo venir al embajador Anatoly Dobrynin a la Casa Blanca, por segunda vez ese día. Acusó a la Unión Soviética de construir en Cienfuegos "una base de submarinos ofensivos". Le dijo: "Que Moscú no se haga ilusiones. Nosotros veremos la continuación de esas construcciones como algo de suprema gravedad". Y Kissinger escribió en sus memorias: Cienfuegos es "una prueba entre dos grandes poderes, que implica importantes intereses nacionales. Menos de 48 horas después de terminarse la invasión Siria a Jordania, estábamos cerca de otra confrontación, esta vez con un superpoder".

El día 26, Kissinger viajó a París para hablar con los norvietnamitas. El 27, Nixon emprendió su viaje a Europa. Los dos se encontraron en Roma. Se llevaron a Melvin Laird y a William Rogers. "No querían dejar en Washington a nadie que pudiera decirle a la prensa lo confusa que era la evidencia de Cienfuegos". La prensa se enteró. El día 30 lo publicó el New York Times. Las fuentes de Inteligencia declararon que no sabían cómo explicar las acciones de la Casa Blanca. El reportero del New York Times alcanzó a Kissinger en Madrid. Kissinger le dijo que la publicación había sido "un acto de traición". Pravda acusó a Nixon de alimentar "una psicosis de guerra".

Dobrynin visitó a Kissinger a principios de octubre, a su regreso de Europa, y le entregó una nota en que reafirmaba la vigencia de los acuerdos de 1962. Kissinger tenía la victoria diplomática en sus manos, real o no. El 9 de octubre le presentó a Dobrynin un memorándum formal del Presidente en el que se establecía que la Unión Soviética tenía prohibido, efectivamente, usar a Cuba como base para sus submarinos nucleares con armas atómicas. Cuatro días después, la Unión Soviética negó que lo estuviera haciendo.

Kissinger clamó victoria: "Gracias a una gran firmeza en las primeras etapas de la construcción, evitamos una crisis mayor y alcanzamos nuestro objetivo. La construcción militar se detuvo, el sistema de comunicaciones nunca llegó a ser operante". Nixon, en sus memorias, fue más lejos: "Después de algunas demoras para salvar prestigio, los soviéticos abandonaron Cienfuegos".
Hersh concluye: "Kissinger actuó precipitada y, quizá, temerariamente en el asunto de Cienfuegos. Una vez más, la política exterior de los Estados Unidos dependió de las amenazas para convencer a Moscú de que Richard Nixon y Henry Kissinger tomaban las cosas en serio. En cualquier caso, Cienfuegos fue un momento crucial para Kissinger: había pasado por encima de un Presidente indeciso que sólo pensaba en las elecciones para desafiar a los rusos y ganar. No importaba que fuera una victoria sobre lo que realmente existía o sobre lo que él creía que podía existir en el futuro. Ya estaba actuando solo y por sí mismo. Era un vaticinio de lo que vendría después".

Era el otoño de 1970 y Kissinger ya estaba involucrado en una serie de operaciones secretas contra Salvador Allende en Chile. Allende había ganado las elecciones del 4 de septiembre, pero faltaban las elecciones del Congreso, el 24 de octubre, entre Salvador Allende y Jorge Alessandri, los dos punteros en la elección tripartita. Radomiro Tomic, de la Democracia Cristiana, había quedado fuera.

Después de las elecciones chilenas, Charles Radford, secretario del Consejo Nacional de Seguridad, recuerda la sensación de crisis por la victoria de Allende: "No se suponía que debiera pasar. Fue un verdadero golpe. De pronto el guisado estalló sobre la estufa". A lo largo de las próximas semanas, Radford vio muchos memorada secretos y estudios de opciones, conforme la oficina de Kissinger buscaba el modo de impedir que Allende llegara a la presidencia.

Radford recuerda: "Un estudio de opciones discutía varios modos de hacerlo. Una de dos, o conseguíamos a alguien en el país que lo hiciera, o lo hacíamos nosotros mismos. Yo estaba impactado, estaba horrorizado. Se me clavó tanto en la mente porque, por primera vez en mi vida, me di cuenta de que mi gobierno estaba activamente comprometido en planes para matar gente. Los estudios exploraban caminos para deshacerse de Allende, el homicidio era uno de los caminos". Los papeles habían sido preparados para Nixon en las semanas posteriores a la elección de Allende.

No es que Nixon quisiera a Frei. Al contrario. Cualquier duda al respecto quedo aclarada el día en que se enfrentaron Nixon y Gabriel Valdés, el ministro de Relaciones Exteriores de Eduardo Frei. Frente a los cancilleres latinoamericanos, Valdés debía presentar a Nixon una declaración formal de la política comercial y financiera. En vez de eso, Valdés habló de la imposibilidad de tratar con los Estados Unidos en el marco de las relaciones interamericanas, con semejantes diferencias de poder. Sorprendió a Nixon con la guardia baja. Pero Nixon logró disimular su irritación. Kissinger, en cambio, bajó los ojos, se volvió impenetrable, retraído, y frunció el ceño.

Valdés recuerda su exabrupto como "uno de los momentos más difíciles de mi vida". Había venido a la Casa Blanca con los otros cancilleres latinoamericanos, a sabiendas de que el Departamento de Estado no aprobaba la visita. En un momento dado, en su discurso de la Oficina Oval –el despacho del Presidente– Valdés le dijo a Nixon que Latinoamérica regresaba a los Estados Unidos 3.8 dólares por cada dólar de ayuda que recibía. Nixon lo interrumpió y puso en duda sus datos. Valdés contestó que la cifra provenía de un estudio preparado por bancos estadunidenses.

Dice Valdés: "Conforme pronunciaba mi discurso, Kissinger me miraba como si yo fuera un animal extraño". Al día siguiente, en la tarde, Kissinger solicitó una cena privada con Valdés, en la embajada chilena. Valdés describe la cena. Kissinger abrió el fuego: "Señor ministro, usted pronunció un extraño discurso. Usted viene aquí a hablar de América Latina. Pero eso no es importante. Nada importante puede venir del sur. La historia nunca se ha hecho en el sur. El eje de la historia nuca se ha hecho en el sur. El eje de la historia empieza en Moscú, sigue hasta Bonn, atraviesa hasta Washington y después va a Tokio. Lo que pasa en el sur no tiene importancia. Está usted malgastando su tiempo". Valdés replicó: "Señor Kissinger, usted no sabe nada del sur". Kissinger: "No, y no me importa". Valdés: "Es usted un alemán wagneriano y un hombre muy arrogante".

Después supo Valdés que Kissinger era un judío alemán. Supo también que Nixon estaba "muy enojado" por su discurso "insultante". Porque "Valdés había excedido los límites permitidos".

Escribe Hersh: "El incidente Valdés mostró la actitud de la Casa Blanca: como un niño, América Latina debía ser vista, pero nunca oída. Los que desafiaban a Nixon, como Valdés o Eduardo Frei, como Allende más tarde, debían ser tratados severamente. En sus memorias, Nixon dedica sólo siete párrafos a Chile y no dice una palabra de la política latinoamericana durante su presidencia.

Kissinger, en sus memorias, dedica un capítulo a Chile, pero para defender su propio papel en los asuntos chilenos. No dice nada más sobre la política de la administración y sobre los problemas del sur. Hasta 1970, escribe Kissinger, cuando se comprometió con las maquinaciones contra Allende, América Latina era un área en la que no tenía experiencia propia. Puede que así sea. Pero desde los primeros meses de la administración era un experto discípulo de la política estadunidense básica: a América Latina sólo hay que permitirle una poca de independencia. Y la poca independencia que de hecho existía –también así lo entendía Kissinger– debía ser controlada y manipulada por la Inteligencia de Estados Unidos. Kissinger, con su larga y diversificada experiencia en el mundo de las operaciones clandestinas, pudo ejercer un control casi total sobre la comunidad de Inteligencia desde el momento en que entró a la administración Nixon".

Seymour Hersh narra largamente y en todos sus detalles, a veces vívidos, a veces sórdidos, las maquinaciones de Kissinger y de la CIA contra Chile y contra Allende. Cómo intentaron comprar al general Viaux, primero, y al general Valenzuela, después, para que dieran un golpe de Estado antes que Allende tomara el poder. Pero el general René Schneider tapaba el camino. Y Schneider fue asesinado. Cuenta el papel de las trasnacionales estadunidenses: Anaconda, Pepsi Cola, Sears Roebuck, ITT y otras, para defender sus intereses. Corrió el dinero, más de ocho millones de dólares para impedir la subida de Allende. Cuenta las intrigas, los complots, las mentiras, la propaganda, las acciones clandestinas de la CIA. Cómo Kissinger mintió ante el Senado y bajo juramento, cuando la investigación senatorial se desató en 1975. Una larga historia de inmoralidades, que ya se ha dado a conocer, Hasta la desestabilización económica de Chile.

Y concluye: "El Presidente y su asesor de seguridad nacional tuvieron diferentes motivos para intentar, con tan alto riesgo, que Allende no fuera elegido. Nixon estaba protegiendo, ante todo, los intereses de sus benefactores trasnacionales: Jay Parkinson, de Anaconda, Donald Kendall, de Pepsi Cola, y Harold Gencen, de la ITT, y el Grupo de Negocios para América Latina, organizado por David Rockefeller en 1963. Para Kissinger el asunto era más complicado. Se ligaba no sólo a su necesidad de agrandar al Presidente y de dominar a la burocracia, sino también a su visión del mundo y a su creencia de que ninguna acción que detuviera la expansión del comunismo podía ser inmoral.

"Pero Chile fue sólo un intermedio, una oportunidad para los hombres que no entendieron que su poder tenía límites para hacer que algo sucediera, para hacerlo, para resolver un problema con la combinación apropiada de fuerza política, militar y económica, aplicada en secreto. No les funcionó aquel otoño en Chile, como no les funcionó en otras instancias más urgentes que se le presentaron a la administración Nixon."

El colapso de Nixon y de Kissinger comenzó en las primeras semanas de 1973, cuando Nixon no pensaba ya en otra cosa que en tramar y mentir para salvar su presidencia de Watergate. En los primeros meses de ese año terminó la colaboración activa entre los dos. Cada uno –dice Seymour Hersh– inició intentos separados para esconder sus secretos. La política exterior había quedado congelada.

Todavía hizo Kissinger un intento de proclamar el "Año de Europa" en 1973 y de reafirmar la dominación estadunidense sobre sus aliados de la OTAN. Pero todo acabó en fiasco cuando, en abril, Kissinger declaró: Estados Unidos tiene intereses y responsabilidades globales. Nuestros aliados europeos tienen intereses regionales".

Se heló la relación con China. Se estancó la política del Medio Oriente, porque Kissinger no entendió a Sadat y sólo quería apoyar a Israel. En octubre estalló la guerra del Medio Oriente. Fue entonces cuando Kissinger empezó su política de "Llanero Solitario", sólo para echar a andar los planes de Willian Rogers, que él había saboteado por años. Pero su política fue de corta duración, porque nunca tocó el problema fundamental: una patria para los palestinos.

La paz de Vietnam sólo fue una continuación de la guerra, hasta la caída de Saigón y de Nguyen Van Thieu. El Congreso vetó los bombardeos de Camboya y Lon Nol se sumó a las filas de los líderes en desgracia. Kissinger escribe: "Cada día que pasa, Watergate va circunscribiendo nuestra libertad de acción. Estamos perdiendo la capacidad de hacer compromisos creíbles, porque ya no podemos garantizar la aprobación del Congreso".

Saymour Hersh: "Asombrosamente, Kissinger ni siquiera disfrazaba su queja principal: Watergate había vuelto a poner la Constitución de los Estados Unidos en la elaboración de la política exterior". Se había cerrado el círculo. "Nixon y Kissinger habían diseñado para el Sudeste Asiático una política de amenazas secretas y de actividades militares secretas. Para proteger esos secretos habían recurrido a la ilegalidad. Y, años más tarde, esas ilegalidades se convirtieron en debate público, en el momento justo en que la administración estaba a punto de conseguir la estabilización de Vietnam". La ironía: "Nixon y Kissinger pudieron haber ganado la guerra con un arreglo secreto y la perdieron precisamente por los pasos ilegales que dieron para ganarla. Como muestran las memorias de los dos, ninguno llegó a enfrentar la básica vulnerabilidad de su política: estaban operando en una democracia, guiada por una Constitución, que exige a sus líderes un patrón razonable de moralidad y de integridad".

Cuando Allende fue derrocado y asesinado, Kissinger pasaba por el proceso de investigación ante el Comité Senatorial de Relaciones Exteriores para su confirmación como secretario de Estado. La muerte de Allende provocó las preguntas de los senadores. Kissinger negó de inmediato cualquier implicación suya o de los Estados Unidos en el derrocamiento. El Senado sabría la verdad en 1975. Fue precisamente Seymour Hersh, en septiembre de 1974, quien publicó en el New York Times el primer relato de las actividades secretas de la CIA en Chile. "Y Kissinger entró entonces en otro embrollo para reparar su reputación".

Saymour Hersh reflexiona: "Kissinger y Nixon clamarían muchas veces que los fracasos de Vietnam y de Camboya no fueron su responsabilidad, sino la falla del Congreso que cortó los fondos para la guerra. Ni siquiera la publicación de los compromisos secretos Nixon-Thieu, en la primavera de 1975, al caer Saigón, lograron que se reexaminara la estrategia de guerra Nixon-Kissinger. Estados Unidos demostró ser un amargo perdedor en Vietnam y rápidamente volvió la espalda no sólo a su política, sino a sus propios jóvenes que allí habían peleado, sufrido y muerto.

"Al final, como al principio, Nixon y Kissinger permanecieron ciegos al costo humano de sus acciones –un precio más del poder–. Los muertos y los mutilados en Vietnam y en Camboya, como en Chile, Bangladesh, Biafra y el Medio Oriente, parecían no contar, cuando el Presidente y su asesor de Seguridad Nacional combatían a la Unión Soviética, sus conceptos erróneos, a sus enemigos políticos y el uno al otro."

Reportaje publicado el 10 de octubre de 1983 en la edición 362 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

Comentarios