Juegos Panamericanos 2023

El Estadio Nacional, de prisión de Pinochet a museo de la memoria

El Estadio Nacional de Chile, sede de los XIX Juegos Panamericanos, también es un monumento a la memoria de los horrores de la dictadura de Pinochet. En este inmueble, más de 20 mil personas fueron torturadas y asesinadas.
domingo, 5 de noviembre de 2023 · 05:00

SANTIAGO DE CHILE (Proceso).– Cada que cumple años Manuel no puede evitar recordar aquel yuya, ese diminuto bolillo chileno al cual sus compañeros pusieron un fósforo para celebrar su cumpleaños. Luego lo repartieron hasta las boronas entre los 200 hombres que compartían el camerín 3 en el Estadio Nacional de Chile donde fueron hacinados tras el Golpe de Estado.

“Jamás olvidaré el sabor de esas migajas”, recuerda el sobreviviente recargado en esa banda de madera de no más de 30 centímetros, fabricadas para colocar las mochilas de los futbolistas participantes en el Mundial de 1962, y que para ellos fueron camas junto con la banca y el piso en aquel encierro.

Manuel tenía 25 años entonces y fue encarcelado en las redadas del Ejército a una fábrica de cristales.

“Vivía muy lejos, así que el 11 de Septiembre me quedé a dormir en la fábrica porque había un paro de transporte. Ese fue mi delito”.

El Estadio Nacional, sede de los XIX Juegos Panamericanos, es también Monumento Nacional a la Memoria de las más de 20 mil personas que fueron torturadas y asesinadas allí durante el Golpe.

Otro sobreviviente, Luis, fue uno de los privilegiados que estuvo preso en los asquerosos baños de la escotilla 8. En el bajo gradas del estadio, donde 400 jóvenes trataban de dormir en el piso, era mejor soportar los olores de las letrinas que el frío que corría del enrejado hasta la salida del túnel 8; era la grada de la dignidad, por donde salió la antorcha para este evento continental.

Allí se conservan las 14 filas con la madera original colocada en el estadio desde su construcción en 1938. Una arquitectura muy parecida a la del estadio Azul en la Ciudad de México. Gruesos muros, pasillos diminutos para acomodarse en las gradas.

Testigos y víctimas del Golpe.

Escenario feliz del Mundial de 1962, en el que mujeres de chongo y hombres con abrigo y corbata admiraron el futbol de Brasil y Checoslovaquia en la final. Imágenes rescatadas por el fotógrafo Juan Luco Valenzuela, encontradas en una maleta que su familia descubrió tras su muerte en 1964.

Todo el resto del estadio ha sido remodelado con butacas de plástico para ampliar la capacidad a más de 40 mil personas. En esa vieja tribuna decenas fotorreporteros extranjeros documentaron el cautiverio de cientos de civiles por el régimen militar. 

El rostro sórdido de lo ocurrido en este escenario. Una costra en el nuevo rostro del Estadio Nacional, que tiene como cicatriz una frase del presidente Allende en su último mensaje a la nación, antes de suicidarse: “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.

“Éramos afortunados. Al menos podíamos salir a la grada, al sol a calentarnos y desde allí veíamos el punto negro”, relata Luis, otro sobreviviente.

Se refiere a la marca de la pista de atletismo donde se colocaba el juez de meta que con la conocida arenga: en sus marcas, listos, ¡Fuera! Luego detonaba una pistola de salva para las carreras de atletismo.

A partir del 11 de Septiembre de 1973 todo fue distinto.

“Allí juntaban a las mujeres y los hombres que iban a los interrogatorios. A los que llevaban a ejecutar en el velódromo y algunos pocos que nos dejaron en libertad”.

Un sargento amigo de su familia aceleró los trámites en los interrogatorios para que Luis saliera del encierro después de dos meses. Al sargento nunca volvieron a verlo.

Primero estuvo en una prisión en el bosque. Tenía 15 años y allí vio a otro joven de su edad ser torturado hasta cagarse de pie, con el dolor de los golpes.

“Luego lo obligaron a limpiar todo. Lo obligaron a beber agua hasta hartarlo. Después le aplicaron varias descargas eléctricas. Eso le afectó el cerebro. Comenzó a convulsionarse y ya nunca volvió a hablar”, agrega Luis sin evitar que la voz se le entrecorte.

Recuerda que al salir ondeó la delgada manta que le dieron durante el encierro. Al alejarse tarareó Libre, la emblemática canción de Noe Bravo, que dice: “Libre como el sol cuando amanece/yo soy libre como el Mar”. En su corazón deseaba que la letra pudiera llegar hasta los oídos de los que permanecían detenidos.

Los juegos que México rescató

Santiago iba ser sede de los Juegos Panamericanos de 1975. Pinochet pidió una prórroga para realizarlos dos años después. El venezolano José Valcárcel, entonces presidente de la Organización Deportiva Panamericano, se negó.

El dictador a punto estuvo de lograrlo. Brasil declinó cómo subsede. Entonces apareció Mario Vázquez Raña con una carta del presidente Luis Echeverría autorizando que México pidiera la sede.

Las relaciones diplomáticas con Chile se rompieron después del Golpe. El embajador Gonzalo Martínez Corbalá hacía esfuerzos por sacar a la viuda de Allende, Hortensia Bussi, y a cientos de chilenos.

Espacios de tortura y muerte.

Pese a todo, 40 deportistas participaron en los Juegos de México dos años después del Golpe. Ganaron dos medallas de bronce. Una de tenis femenil, dónde Leyla Musalem ofreció feroz batalla a la estadunidense Sandy Stap, y otra en ciclismo, competencia en la que Héctor Vera, el Lobo. logró el mejor tiempo en las calificaciones de 400 metros de persecución, pero ya no pudo igualarlo en la final. A su regreso a Chile quedó desempleado y un cáncer de colon lo retiró. Germán, otro sobreviviente del holocausto, no descarta que muchos de ellos hayan sido obligados a competir en México.

“A veces el deporte es usado como un destello por los dictadores”, comenta recordando los Juegos de Berlín 1936 y la eliminatoria de Chile para el Mundial de 1974, realizada precisamente en este estadio el 21 de noviembre de 1973.

La Federación Internacional de Futbol Asociación mandó una comisión para verificar “que el pasto estaba en buenas condiciones”. La entonces URSS se rehusó a viajar a Chile. La junta militar vendió entradas y contrató al Santos de Brasil para un juego de exhibición. Chile saltó al campo y el árbitro ordenó tirar un penal para asentar que los soviéticos no se presentaron. Chino Valdez hizo la anotación.

“Mucha gente repudió al Chino por ese penal. No saben que se reunió con Pinochet quien los obligó a jugar con la condición de liberar a dos exseleccionados, Mario Moreno y Hugo Lepe, quienes estaban también detenidos”, recuerda Germán, quien acompañó al cantante Víctor Jara en las jornadas populares en las que el cantautor y los estudiantes se iban a cargar costales de granos para apoyar las cosechas en los campos.

“Para nosotros era impresionante ver a alguien tan famoso sudando como nosotros”.

Una boda sin novia

Además de su cumpleaños, Manuel recuerda otro aniversario en el camerín 3.

Uno de los presos recordó que cumplía años de casados con su esposa, también presa en la vieja alberca olímpica.

Uno de los jóvenes se ofreció a oficiar la boda. Otro haría el papel de la novia. 

Al terminar la homilía los jóvenes pidieron el tradicional beso y aquellos dos hombres, desconocidos hace unos días, se besaron con tal intensidad que parecía que aquel podía ser el último beso de sus vidas, recuerda Manuel.

Luego bailaron con música que estaba en su inconsciencia y sacaban bocadillos imaginarios de la letrina, que compartían con un vino cuyo sabor cada quien urdía en su cabeza.

El muro de la escotilla 8.

Al día siguiente, cuando el guardia los despertó a las cinco de la mañana con agua fría, uno respondió: “No me despierte, que tengo un hacha en la frente”, como dicen en Chile a la cruda. Entonces, los militares los hicieron desvestirse para revisar si alguno había logrado meter bebidas.

Manuel, Luis y Germán forman parte del comité que pugnó por mantener intacta la vieja alberca olímpica dónde se torturaba a las mujeres. Allí puede leerse el testimonio de las que sobrevivieron y han tenido el valor de volver a la instalación.

Elena Filomena escribió: “Seguiré en el camino que nos lleve a la justicia”. Hay poemas, hay reclamos y manchas rojas en los muros que trasminan el alma de quien las mira.

Otro, desconocido, escribió en el muro de la escotilla 8 con las uñas “Don't Let me Down”, como una invocación a su Dios pagano, John Lennon, con el único rezo que se le ocurrió.

Ahora, miles de familias recorren el estadio Nacional, cuya zona aledaña concentra casi 80% de competencias panamericanas, ajenos al horror que se vivió allí hace 50 años.

Leyenda

El discóbolo de la entrada principal permanece desnudo y erguido. Las réplicas de luchadores griegos fueron castrados. Para los Juegos Panamericanos todo luce blanco, nuevo, con una sección nueva con palcos y elevador.

“Esto es lo que necesitaba Chile. Un evento para unirse”, me dice el célebre conductor de TV chileno don Francisco, quien no duda en compararlo con el Teletón que sigue organizando cada año.

Sólo en la tribuna de la dignidad, la frase atribuida al presidente Allende en su último mensaje no deja de gritarles…

“Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.

Comentarios