Cine
Cine: “Jardines colgantes”
la dirección y la escenificación de Ahmed Al-Daradji logra una sólida narrativa visual, con un pulso que recuerda a grandes figuras del neorrealismo como Ettore Scola o el mismo Buñuel.Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Un chico de 12 años, Asad (Hussain Jalil), encuentra una muñeca inflable tamaño natural en el vertedero cercano a la exbase militar americana cerca de Bagdad; él y su hermano adulto, Taha (Wissam Diyaa), sobreviven recolectando objetos de metal que otros reciclan y venden. Huérfano de madre, Asad desarrolla una relación afectiva con la muñeca de ojos azules, despojo que algún soldado americano habría dejado en la salida apresurada de Iraq.
Por más cariño y cuidado, el muchacho se decide a alquilar los servicios del juguete sexual a los adolescentes del barrio, hasta que el cacique, mezcla de autoridad religiosa y rey de la basura, interviene con su ponzoña de codicia y lujuria.
La vida de la producción cinematográfica de Iraq es tan triste y accidentada como su historia, por ello Los jardines colgantes (Janain Mualaqa: Iraq/Palestina/Egipto/Reino Unido/Arabia Saudita, 2022) merece una ovación de pie; la dirección y la escenificación de Ahmed Al-Daradji logra una sólida narrativa visual, con un pulso que recuerda a grandes figuras del neorrealismo como Ettore Scola o el mismo Buñuel; a la manera de De Sica, el reparto con actores no profesionales crea personajes auténticos, profundamente humanos.
La relación de Hussain Jalil, vulnerable e inteligente, fusiona la demanda de afecto de un niño que no conoció a su madre y la curiosidad sexual propia de su edad.
Ese enorme basurero, irónicamente bautizado en relación a los Jardines Colgantes de Babilonia, terreno de peligrosas montañas de desechos que hierven hasta con cadáveres -como el del bebé con todo y chupón que encuentran, cruel metáfora que condensa la historia iraquí-; lugar de muerte, a la vez que de fuerza de supervivencia y hasta de esperanza, el eros y la necesidad de amor se miran con poesía, pero sin pisca de sentimentalismo.
Por encima de todo, se haya el heroísmo del director Al-Daradji y sus colaboradores más cercanos, que crecieron bajo la represión de Saadad Hussein, vivieron la invasión americana, la amenaza de la república islámica y ahora el régimen talibán, con la entereza de estudiar cine, tanto en Iraq como en Inglaterra, y regresar al campo minado. Los jardines colgantes es un trabajo insólito no sólo por cristalizar contra bombas y represión, sino por desafiar el tabú del extremismo islámico hacia la mujer y la sexualidad.
A diferencia de otras cintas asociadas al tema (pocas, en realidad, el tema es incómodo), como De tamaño natural (1974), dirigida por el español Luis García Berlanga -maestro del humor negro-, en la cual el personaje de Michel Piccoli se enamora de una muñeca y provoca los celos de su esposa, o la más reciente del japonés Koreeda, Muñeca de aire (Kuki Ningyo, 2009), fantasía basada en un manga famoso -filmes que habría que estudiar desde la perspectiva del complejo de Pigmalión-, la muñeca de Los jardines colgantes adquiere el estatus de un personaje que sintetiza roles femeninos que van de la madre a la novia, la amiga y la prostituta.
Rubia y de ojos azules, la muñeca de Asad habla, es objeto de desprecio por asociarse a la mujer objeto del cliché americano, a la vez que objeto de deseo por ser la mujer aparentemente liberada dispuesta a todo en la fantasía del entorno iraquí que vive el joven que despierta a la sexualidad; la mujer parece inaccesible; cuando Taha intenta destruir a la muñeca, Asad le reprocha cómo él mismo se masturba espiando a la vecina. Machismo occidental y machismo encubierto con el velo de la religión; con un tema muy local, el iraquí Al-Daradji cuestiona los machismos de cualquier cultura.