Cultura

La abadía de Gregorio Lemercier, a punto de ser demolida

En este artículo entregado a Proceso, el arquitecto y doctor en historia del arte, especialista en la conservación del patrimonio cultural, esgrime la defensa de la abadía de Nuestra Señora de la Resurrección, donde en los años sesenta, en Cuernavaca, el sacerdote fundó el psicoanálisis confesional
sábado, 18 de mayo de 2024 · 07:00

                                                Para Ximena, en la alegría de un sábado hace 25 años en la Capilla de Santa María de la Resurrección

 

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La noticia de la destrucción de la abadía de Santa María de la Resurrección en Cuernavaca circuló a finales de febrero del 2024 en ámbitos muy reducidos de la sociedad mexicana, básicamente por el colaborador de Fray Gabriel en sus últimos años y un integrante de la Academia Nacional de Arquitectura.

Como suele suceder con la arquitectura del siglo XX y ante el desconocimiento de sus valores culturales, las autoridades municipales poco hicieron para al menos enterarse de lo que se había denunciado por escrito. A la fecha tenemos las fotografías aéreas y a pie de tierra de las partes que han sido demolidas, lo que se ha modificado y lo que intencionalmente se ha desprotegido esperando su colapso.

Sabemos también que el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), autoridad federal encargada de evitar daños a los bienes con interés artístico, ha iniciado las acciones que le corresponden.

¿Qué fue la abadía de Santa María y por qué nos alarma su posible desaparición? Se trata de una arquitectura construida a partir de 1956, para el alojamiento de monjes benedictinos cuyo prior era Gregorio Lemercier, sacerdote belga que había llegado a México en 1944. Después de fundar el monasterio de Monte Casino en Cuernavaca (c.1950), dio origen a Santa María de la Resurrección en Ahuacatitlán, Morelos, con el beneplácito del obispo de Cuernavaca, monseñor Sergio Méndez Arceo.

Lemercier. Comunión católica. Foto: Archivo Proceso.

Un miembro de la comunidad que ocuparía la abadía sería Fray Gabriel (Chávez de la Mora), arquitecto recién titulado en Guadalajara apenas en 1955, quien diseñó y construyó a sus 26 años un conjunto que contaba con un jardín central, un edificio de tres niveles en el perímetro --cuerpo que alojó las celdas monacales, el refectorio y las dependencias administrativas--. En el extremo norponiente sigue estando el acceso, y de inmediato la capilla con un camino procesional interno que simboliza la purificación con los cuatro elementos: el aire, la tierra, el fuego y el agua. Materiales rústicos y tradicionales: barro, madera, piedra expuesta, y en las paredes la tipografía de Fray Gabriel, que se volvió famosa como símbolo de modernidad de diseño.

Al momento de escribir esta nota y partir de información fotográfica de febrero de este año, la situación de la abadía es la de estar en peligro de desaparición: el terreno es comunal, pero fue vendido a una empresa inmobiliaria; las dependencias monacales están abandonadas, el jardín central se rellenó, y se ha demolido el camino procesional con el campanario, que era la purificación por el aire. Las cubiertas de la capilla y del conjunto de celdas están a punto de colapsar por el descuido aparentemente intencional al que han sido sometidas.

Quizá lo más grave es que las autoridades municipales no están enteradas de algún plan de intervención en los inmuebles, y el mismo INBAL no ha recibido respuesta de algún interlocutor que pueda hacer saber cuál será el destino proyectado para la exabadía. Es oportuno anotar que el conjunto está anotado en el Catálogo Nacional de Inmuebles con Interés Artístico, herramienta federal gestionada por el INBAL.

El propósito de estas notas es señalar por qué la abadía, con todas sus dependencias, no debe desaparecer, y por qué merece la atención de la autoridad en sus tres niveles de gobierno, de los particulares y de las instituciones comprometidas con la preservación del patrimonio cultural moderno en México. Antes de enunciar sus méritos arquitectónicos, me oriento a explicar cuál es la posición que tiene para México el proyecto cultural del padre Gregorio Lemercier y su consumación arquitectónica en el tablero de dibujo de Fray Gabriel. Como otros muchos temas de la historia moderna de México, no se ha emprendido una historiografía formal de lo sucedido en Ahuacatitlán. La prensa amarillista, el cine (El monasterio de los Buitres, 1972) y la novela de Mauricio González de la Garza (El Padre Prior, 1971), estigmatizaron el trabajo de Lemercier y apoyaron la condena del tribunal de la inquisición.

Lemercier nunca abandonó su fe cristiana, pero criticó en profundidad la forma ortodoxa en cómo la jerarquía vaticana mantenía las practicas litúrgicas. Difícil situación la de un hombre congruente con su conciencia y su fe, y al que le resultaba imposible no criticar lo que le parecía ajeno a la manera en cómo se debía oficiar el sacrificio de la misa; la propuesta de Lemercier y que años después se volvió norma litúrgica, consistía en que el oficiante debía dar la cara a la feligresía y rezar la misa en español.

La capilla. Ahí, primera misa de frente. Foto Archivo Enrique X de Anda. Derechos Reservados

Pero el golpe más fuerte que recibió Lemercier fue cuando manifestó su certeza en el psicoanálisis como proceso para el conocimiento integral de la persona, y a partir de ello concertar con las pulsiones, los temores y las aspiraciones para conducir la vida a partir de la voluntad y no de la costumbre. La jerarquía católica se ha conducido con miedo en muchos momentos de su historia, y miedo fue el que la abrazó cuando el Vaticano supo del psicoanálisis y de Lemercier; el prior fue enjuiciado y suspendido ad divinis y condenado por un delito señalado en el derecho canónico y que debe ser el que más orgullo puede representarle a un condenado: contumacia.

Previo a explicar mi punto de vista sobre la ubicación del proyecto de Lemercier en la cultura mexicana, expongo a continuación una breve reseña de lo acontecido.

Relación de los hechos

-Hacia 1955 ya había una congregación de monjes y de novicios guiados por el padre Gregorio Lemercier que habitaban en la abadía de Santa María.

-En 1957 Fray Gabriel dirigió la construcción de la capilla y el camino procesional.

-En 1961 Lemercier se psicoanalizó con el apoyo del doctor Gustavo Quevedo; coincidió que Mauricio González de la Garza se hospedaba en la abadía mientras preparaba una tesis sobre literatura, ofreciéndose a conducir una terapia psicoanalítica de grupo, Lemercier advirtió que no tenía la capacitación requerida y lo relevó de la tarea. En este momento, 1961 o 1962, el prior encargó a los doctores, Gustavo Quevedo y Frida Zmud dirigir el psicoanálisis grupal a una comunidad de 180 religiosos; no he encontrado testimonios sobre si en algún momento la terapia se individualizó.

-En julio de 1965 se recibió la primera prohibición del Santo Oficio del Vaticano para que se interrumpiera el psicoanálisis, es el momento en el que se inició la lucha entre el oscurantismo del Santo Oficio y los argumentos de Lemercier y Sergio Méndez Arceo, defendiendo al psicoanálisis como un camino para llegar a la “plenitud humana”, según dijo Fray Gabriel en 1988. El Papa ofreció en ese momento un procedimiento jurídico con “justicia y caridad”.

-En el segundo semestre de 1965 se celebró el Concilio Vaticano II; Méndez Arceo, auxiliado por Lemercier, a quien presentó como su asesor teológico, exhortó a la asamblea a reconsiderar y aceptar al psicoanálisis como un procedimiento favorable a la realización humana.

-El 16 septiembre de 1967 el tribunal del Santo Oficio firmó la sentencia sobre Gregorio Lemercier después de un proceso que duró 8 meses: culpable de contumacia y suspención ad adivinis del sacerdocio.

-El 12 de junio de 1967 Lemercier anunció públicamente su renuncia “al ejercicio del sacerdocio jerárquico religioso”. La comunidad de monjes y novicios emitió una de las renuncias publicas más valientes de que se tiene noticia y que reflejan con claridad el estado en el que se encontraba la moral social y el pensamiento de avanzada de los grupos de clase media en México: “(renunciamos) a los votos monásticos y (cortamos) los vínculos que nos atan con las estructuras monásticas actuales (...) para poder crear una comunidad nueva, absolutamente original por la importancia dada a la conciencia personal (...) unidos por una confianza común en el medio técnico del psicoanálisis”. Nacía en ese momento el Centro Psicoanalítico de Emaús (palabra bíblica que significa “pueblo rechazado”).

-Méndez Arceo, quien defendió el proyecto de Lemercier y otorgó las facilidades para su establecimiento en su diócesis, dijo en 1988: “(el monasterio) fue centro dinámico en el pensamiento y en la acción cristiana en México”.

El escándalo del psicoanálisis. Foto: Archivo Proceso.

Los argumentos de conservación

¿Cuáles son mis argumentos en favor de que se conserve la integridad física no sólo de la capilla sino de toda la abadía? Inicio diciendo: “Quiero saber de qué te olvidas para saber quién eres”. En esa abadía se celebró por primera vez en México, un país mayoritariamente católico, una misa donde el sacerdote vio de frente a su feligresía y celebró el ritual en español y no en latín. Hoy esto sigue sucediendo por mandato del Concilio Vaticano II, pero el antecedente es que en Santa María de la Resurrección se logró involucrar a la grey en el oficio del sacrificio, con lo que comparecieron la razón, la conciencia y la emotividad.

En Santa María se defendió la certeza de que la integridad humana no era sólo el presente, sino además lo que se mantenía en el subconsciente, que de un modo u otro perfilaba la personalidad individual y su relación con “el otro”. La reacción brutal en contra de la comunidad (“los monjes malditos” fue lo que menos se dijo de ellos) deja ver el oscurantismo de una sociedad que presumía de ser moderna y emancipada porque había hecho una revolución y accedía paso a paso hacia el arte moderno:

Sigmund Freud había publicado su primera obra sobre el psicoanálisis en 1900; Antonieta Rivas Mercado había escrito sus cartas de amor a Manuel Rodríguez Lozano en 1927; Julio Bracho filmó La sombra del Caudillo en 1960, película que estuvo enlatada por censura del gobierno hasta 1990; y en 1968 al gobierno de México le estalló en la cara la inconformidad de los estudiantes que exigían un respiro frente a la obsolescencia del “Gobierno de la Revolución”.

En Ahuacatitlán se libró una batalla incruenta por la libertad de pensamiento; el proyecto de Lemercier, junto con el obispado de Sergio Méndez Arceo y el trabajo de Iván Ilich también en Cuernavaca, son parte robusta de la cultura mexicana de los años cincuenta a los setenta. La religión ha sido desde Mesoamérica una faceta de identidad de la sociedad que hoy día habita en la República mexicana. Entonces, ¿por qué no juzgar los errores de la jerarquía católica?, ¿qué lejos estuvo el tribunal del Santo Oficio de la disculpa pública de un Papa por los daños cometidos por sus ministros a la integridad física de otros seres humanos?

La famosa tipografía de Fray Gabriel. Foto: Archivo Enrique X de Anda. Derechos Reservados.

Hoy en día están muy extendidas en todas las capas de la sociedad urbana mexicana las conductas que coadyuban al fortalecimiento espiritual; y en los años de Emaús empezaron a llegar a nuestro país oleadas culturales orientales tendientes a buscar la superación personal: la yoga, la Gran Fraternidad Universal, la Casa Tíbet, el incienso, el escritor Lobsang Rampa, los Beatles y su viaje a la India. Todo eso se orientaba a lograr una madurez de conciencia que diera lugar a la superación y, en la base, en la raíz, estuvo el proyecto de Lemercier que sin renunciar a su fe cristiana, insistió en conocerse a profundidad y sin hipocresía, para lograr que él mismo y los monjes fueran mejores personas ante la sociedad.

Todo esto sucedió en Santa María de la Resurrección.

Propuestas

Estoy seguro de que la abadía se ha ganado el merecimiento para su permanencia como sitio activo. Todo es imaginación y voluntad. ¿Por qué no pensar en un espacio que rente habitaciones con alimentos y sea un lugar de retiro para tantos escritores y humanistas que buscan un sitio en paz para escribir? Cuernavaca es una sociedad católica, la capilla puede seguir operando para celebraciones populares.

Arquitectónicamente el conjunto de la abadía tiene el valor meritorio de conservar su condición de autenticidad; la capilla nunca fue alterada, ha mantenido su estructura original, y todos los elementos del repertorio estético. La originalidad, que es la segunda de las condiciones que obra en favor del derecho a la existencia de un inmueble histórico, no está a discusión: La capilla de Santa María, con su disposición y su aparato litúrgico, no tiene antecedentes en México, nunca antes hubo un altar celebratorio que dispusiera el sacrificio de la misa de cara a los fieles; nunca antes se asignó el acomodo de los asientos en torno al altar para negar las jerarquías; nunca antes en México hubo una planta circular para promover la aproximación de unos a otros.

Para juzgar los méritos de una obra de arquitectura es necesario descubrir las ideas que promovieron la solución. Fray Gabriel asumió el concepto que tenía en mente Gregorio Lemercier para resolver el programa de la capilla: la celebración sería con la comunidad, y no la de un sacerdote que oraba de espaldas; el sacrificio de la comunión tendría que ser compartido desde el inicio de la celebración y no sólo en un acto al final. Fray Gabriel ideó un edificio con muro de piedra volcánica expuesta para simbolizar la pobreza, la humildad y la grandeza de la tierra: “Sobre esta piedra, levantaré mi iglesia”, sentencia que le da integridad al espacio; piedras más grandes señalan la presencia de los apóstoles, pisos de barro y de cemento, madera en la cubierta, los materiales de la Tierra que habrían de distinguir a la arquitectura de Fray Gabriel.

Grandeza arquitectónica. Foto: Archivo Enrique X de Anda. Derechos Reservados.

La juventud de este fraile hizo posible que actuara sin prejuicios arquitectónicos, no sólo se adelantó a las disposiciones litúrgicas del Concilio Vaticano II de 1965, sino que la abadía en la cultura arquitectónica mexicana fue de las primeras obras en desatender a la esfera y a la geometría del “movimiento moderno” internacional, años antes de la arquitectura del IMSS y sus paredes tatuadas con temas de identidad nacional, y a los museos de Ramírez Vázquez, en particular la “capilla laica” de planta circular de la Galería del Museo de Historia del Castillo de Chapultepec.

Discreta y contundente por lo que allí aconteció para la cultura de México, la abadía de Santa María merece ser respetada y mantener su presencia activa no como museo, sino como lo que siempre fue: sitio para enaltecer la dignidad humana.

La última vez que vi a Fray Gabriel fue a sus 90 años, avanzaba con su andadera para rezar los maitines con sus hermanos en la abadía del Tepeyac. La última vez que estuve en Santa María de la Resurrección había un ramo de flores frescas en la piedra que sigue señalando el sitio donde reposan las cenizas del que fue el padre prior, Gregorio Lemercier.

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*Para la redacción de estas notas, el autor se apoyó en la Introducción de Vicente Leñero a su obra teatral Pueblo Rechazado (Cuadernos de Joaquín Mortiz, 1969), y en el artículo de Armando Ponce y Manuel Robles “Lemercier, que conmocionó a la Iglesia, murió en el silencio” (Proceso no. 585, 11 de enero 1988).

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