Teatro
Teatro: "Hotel Nirvana", de Juan Villoro
Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El logos es la droga para expandir la conciencia: la droga que inventó Juan Villoro en la ficción teatral, para explorar, a través del lenguaje, un universo alterno y una época en la que estuvo en su apogeo la psicodelia. Se inspira en el gurú estadunidense Timothy Leary, de la Universidad de Harvard, quien emprendió investigaciones sobre el LSD, la psilosibina y el DMT.
El profesor no las llamó drogas sino “tecnologías extáticas”, y las acercó a tratamientos terapéuticos de la mente. Fue expulsado de Harvard y se refugió en México en los sesenta para continuar con sus exploraciones.
En “Hotel Nirvana”, dirigida por Antonio Castro con actores de la Compañía Nacional de Teatro, los personajes hacen guiños y reinterpretaciones de personajes reales como Tom, Allen (Ginsberg) o Carlos (Castaneda); son y no son, pero estuvieron en ese movimiento; visitaron México, exploraron con distintas drogas en los años sesenta y abrieron la percepción para liberarse de lo tangible, lo razonado y materialista.
Cada uno de los personajes que habitan en el Hotel Nirvana, situado en Zihuatanejo, representan distintos sectores sociales, distintas ideologías, distintos arquetipos que se lanzan a la aventura de la introspección dirigida y estimulada por el logos. Allen (Antonio Rojas) es el anfitrión que hospeda a los visitantes; enamorado de Tom (Miguel Cooper), que se atreve a cuestionarlo y a llevar un juego paralelo. Está la niña rica con papá millonario (Irene Repeto) que considera a su familia “tan natural como las flores de plástico”, y el antropólogo Carlos (Fernando Sakanassi) que cuestiona los procedimientos de Tom pero toma Coca-Cola.
Cada personaje tiene su originalidad y tiene una función en este juego de ajedrez que plantea Villoro. El arquetipo del funcionario “progre” (Arturo Beristain), ironiza con la política y las frases hechas, y junto con el excombatiente en Vietnam (Fernando Bueno), quien siempre estuvo drogado para soportar los combates, representan las jugadas que se llevarán a cabo a lo largo de la obra hasta su desenlace, donde la CIA y el gobierno de México están involucrados.
También está la atrevida exmonja (Mariana Villaseñor) y la filósofa renegada que quiere desprenderse de “la mamonería del intelecto” (Amanda Smeltz). Con estos personajes y otros más, el autor construye una trama y distintas subtramas que implican una estructura dramática compleja. Hilvana pequeñas historias que se expresan en el escenario en escenas cortas y simultáneas en los cuartos del hotel, resueltas ágilmente en la escenografía de Ingrid SAC con la estupenda iluminación de Víctor Zapatero. Un caleidoscopio de personajes que confluyen en las sesiones terapéuticas con figuras geométricas, para emprender un viaje interior estimulados por la droga logos y las palabras del profeta.
Y en estas sesiones, el autor juega con las palabras de manera brillante; las expande y las despoja de significados reconstruyéndolas con otros sentidos. Y el ideario de Zapata es naranja, y Zapata es naranja y las chispas de color son el líquido naranja vertido en los cuerpos. La habilidad en el lenguaje y la libertad en su uso, es el don que proporciona la misma droga; la droga que, como se indica, afecta la región del cerebro destinada al lenguaje. Y el lenguaje se lo apropia el gurú, para tocar la poesía y la filosofía del ser, apareciendo como un visionario pero también un charlatán que abusa de su poder, que se encierra en su ideología sin poder mirar realmente al otro, que lleva a la destrucción o también a un proceso de sanación, como comenta Harumi (Marissa Saavedra), la prostituta virtual, al final del viaje: “tomé logos y volví a mi cuerpo”.
La música original de Mariano Herrera y Diego Herrera (músico fundador de Caifanes) ambienta y tonifica la obra. Nos sumerge en esa mezcla de rock y música contemporánea, de mística y música sesentera. También la coreografía de Andrea Chirinos crea un espíritu grupal con movimientos relajados y vitales que surgen del propio actor y que la coreógrafa integra y armoniza.
En “Hotel Nirvana”, con funciones en el Teatro de las Artes del Cenart hasta el 21 de este mes (jueves, viernes y sábados a las 20 horas y domingos a las 19), se mezcla la inteligencia y el humor: la nostalgia de una época en la que podía creerse en la utopía, donde las drogas estarían controladas para beneficio de la salud mental y no utilizadas para el aletargamiento de los rebeldes y cuestionadores del régimen, y en el posterior negocio millonario y sangriento del narcotráfico.