Cultura

Leer para vernos: “En agosto nos vemos”, de García Márquez

Este texto fue solicitado al narrador de “La emperatriz de Lavapiés”, quien fuera colaborador de la revista “Cambio” que subvencionara Gabriel García Márquez en México, cuya novela póstuma acaba de ser lanzada el miércoles 7 en 40 idiomas en todo el mundo. Ésta es su lectura.
lunes, 11 de marzo de 2024 · 05:00

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Celebro el raro milagro de que se cumplan “Diez años de soledad” desde que Gabriel García Márquez se elevara, hace exactamente una década, para cumplir con su eternidad que --por hoy-- cumple 97 años de vida con la publicación de “En agosto nos vemos”, una vieja novela, inédita y recién publicada en este enrevesado juego de espejos donde nos vemos habitando un milenio, en el cual The Beatles recién estrenan una canción de “Entonces y de ahora”, habiendo muerto dos de sus apóstoles.

De lo más jodido que tiene la muerte es el hecho de no poder ver ya nunca la carcajada de mi padre, el rostro de un primer amor o los gestos palpables de tanto afecto al óleo, pero la epifanía se trastoca con el audio de las voces ya ausentes y, en el caso de prosa y poesía, los versos y párrafos pendientes que al leerlos reencarnan en el vacío la presencia intacta de sus autores.

Esa carta amarillenta que le escribe Sor Juana a Sor Filotea se lee con fragancia de flores al tacto, y tengo para mí que cada vez que se lee el Quijote (por primera o enésima vez) está escribiéndose en gerundio (aunque al parecer invisible) con tinta en pluma de ganso con la mano sana y derecha de un tal Miguel de Cervantes Saavedra. Alguien nos deletrea en cuanto se murmura un verso de Octavio Paz al filo del olvido, y ese ruido que llamamos silencio se manifiesta como polvo de los caminos cada vez que abrimos las páginas de “Pedro Páramo”.

Si en verdad es deseo de la pluma condenar al olvido o desaparición las letras que forman páginas insatisfechas, uno mismo las quema o tritura con guillotina de doble filo. Si en el archivo del Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin reposa el archivo de Gabriel José de la Concordia García Márquez, y si entre sus laberintos hay unas carpetas que resguardan del polvo las cinco versiones de “En agosto nos vemos”, novela y no cuento largo que ahora sale a la luz en todo el mundo, hay que ponerse de pie y en azorado silencio subrayar que sólo un autor es capaz de publicar en un instante y en 40 idiomas una novela desconocida como novedad, habiendo volado entre mariposas amarillas a un supuesto vacío donde no lo hemos de ver más.

García Márquez. Novela póstuma como novedad. Foto: Especial.

Pero lo vemos en fotografías y películas, en citas incluso apócrifas y en el recuerdo intacto de la primera vez que lo leímos, quizá con el mismo fervor y asombro con el que ahora he leído “En agosto nos vemos”, con inmensa gratitud y abrazos apretados para Rodrigo y Gonzalo, cineasta y tipógrafo artistas del alma, hijos de Gabo que pusieron por delante el fervor de millones de deudos lectores para autorizar la revelación de una novela incomparable, la última y póstuma de su padre que ahora sonríe mirando el eterno atardecer del brazo de Mercedes.

Salman Rushdie --admirado y entrañable autor-- ha declarado su preocupación --quizá sin haber leído aún “En agosto nos vemos”-- en el sentido de que Gabo había insinuado como inservible lo que no deja de ser valioso --como cualesquier papelito con su delicada caligrafía de hijo de telegrafista y su pésima ortografía-- que quedara como una llovizna entre las cajas del Harry Ransom Center, en el cual el propio Rushdie pronunció el bello discurso al llegar el Legado de Gabo y declararlo “el mejor entre todos nosotros”. Pues citándolo, Gabo sigue siendo eso mismo incluso en el desvarío difuminado donde se le enredaban las realidades palpables con todo eso que llamaron realismo mágico, no más que el maravilloso sortilegio a menudo cruel donde el Bosque de la Memoria filtra esencias de amnesia y no pocos nombres confusos a todo aquello que parece mirarse por primera vez en la larga vida... siendo lo de siempre.

No ejerceré el mal gusto de revelar aquí los pormenores de la trama, ni echaré a perder el sabor final de “En agosto nos vemos”, pero adelanto que habré de comerme un camarón algún día con el editor Cristóbal Pera o bien visitar en persona la inmensa bodega de papeles en Austin (como infinito depósito de cajas heredadas del Ciudadano Kane o el galpón interminable donde escondieron el Arca Perdida, hallada en pantalla por Indiana Jones). Lo haré porque dudo sinceramente que Gabo cayera en ciertos laísmos (muy peninsulares) que aparecen en el texto editado por Pera al español (y no hablaré de algunas lagunas y gazapos que se colaron en la versión al inglés), y no puedo creer que García Márquez escribiera en las diferentes versiones del original la palabra “sánduiche” (vocablo antiguo colombiano, pero que me late sería coloquialmente sustituido por sándwich o bien “sangüich”).

A contrapelo, celebro el atrevimiento y genialidad de Gabo al bautizar a la protagonista como Ana Magdalena Bach leída en un mundo millenial donde “quiénsabecuántos” sabrán que así se llamaba la hija de Bach (Johann Sebastian y no el de las Flores), y así celebro las garzas azules, los adjetivos precisos, la maestría ya muy probada del autor inmenso, quizá el que mejor dominó el raro arte de Escribir-Describir, pero que por lo leído, batalló con mente y desmemoria el arte de Des-escribir éste su último suspiro público, a publicarse póstumamente incluso sin saberlo a ciencia cierta él mismo en vida o sus propios hijos, sabedores de que cualquier apasionado lector podría haberla escaneado en Austin y piratearla en la mar del internet sin piedad ni pudor.

F. Hernández y su guitarra, con el Nobel (2010). Foto: Archivo de Jorge F. Hernández.

Por piedad y pudor comprendo que la valiosa labor de editar este tesoro conllevaba no pocos nervios y adrenalina, pero ha de aclararse algún día que allende los arreglos o enmiendas sostengo convencido que no pocos de los escritores, editores, críticos literarios o lectores a secas que se animen a criticar o denostar “En agosto nos vemos” no son ni mínimamente capaces de cuajar el atinado embeleso de la envidiable o admirable capacidad de García Márquez para plasmar palabras palpables, nombres mágicos, flores en el vacío o metáforas móviles con sólo conjugar sílabas que le salían de la mente poética allende la amnesia.

Así como jamás olvidó un solo poema de sus preferidos y ni un solo verso de boleros y vallenatos (porque me consta en seis cuerdas), así tampoco olvidó la taquicardia de su prosa que nació de periodista y se coronó como novelista, habiendo navegado la mar de guiones para que actores representaran lo que ponía en sus papeles. Es decir, aun habitando una selva ignota de la demencia senil o bogando en un mar de recuerdos contrariados, Gabo no dejó de ser Gabo y su inmensa estela de escritor genial deja como prueba una novela que alguien condenará como “fallida”, cuando quizá la verdadera desgracia consiste en recorrerla lentamente a media voz y con la yema del índice para verificar que se trata de una historia que parece despegar hacia la galaxia de siempre, justo cuando se le acaban las páginas o se agotaba la saliva de Gabo al final de una vida en imágenes y paisajes, palabras y el Premio, personas y millones de lectores, y...

...y el pinche tiempo tan implacable que se lo llevó en volandas sin que pudiera dejar debidamente atada la maravillosa historia de una mujer madura que visita cada año la tumba de su difunta madre en una isla imaginada de tan bien narrada para soltarse imprevisiblemente el antojo de acostarse un aniversario y otros también con un hombre o varios que no son su esposo. La mujer que toma las riendas del azar, allende sutil o descarada humillación u olvido, para reconocerse en el espejo plena de cuerpo y deseo, de mente y caricias calientes para placer de párrafos que parecen derretirse en saliva callada de lectura en erotismo triunfal y sutil dolor de amor y amores.

Edición conmemorativa 50 años

Eso es: o bien Gabriel García Márquez ya no calibró debidamente la condena que expresó como dictamen final de esta novela o bien jugó la última baraja kafkiana que corresponde a los grandes autores: si de veras quería Franz que nadie supiera la historia de Gregorio Samsa, habría comprado un buen insecticida en vez de encargar a su amigo Max Brod la supuesta destrucción del monstruoso insecto. Gabo quizá saboreó la hiel implacable de tanto genio que sabe que ya no cuenta con óleo y suficientes pinceles para terminar la cúpula iluminada o bien la partitura que parece esfumarse en la niebla de muerte de una música que intenta componer su propio “Réquiem”, tan sólo llegando a la “Lacrimosa”.

Así llego a estas líneas. Hay agua salada bajo los párpados al intentar digerir que ya pasó la primera década de los primeros cien años de un mundo que seguirá soñando con Macondo y cada una de las páginas en libro, periódico o pantalla que emanan de la inmensa Literatura con mayúscula de Gabriel García Márquez, un recién publicado escritor (conocido como Gabo) que inunda hoy en 40 idiomas al mundo entero de millones de lectores que han de machacarlo con críticas (incluso sin haberlo leído), reproches o resabios (por creer haberlo leído con anterioridad), y quizá no pocos laudes con inmensa envidia (por la justificada avalancha afortunada de billetes de dinero contante y sonante que destila la publicación)...

Pero al recién publicado Gabo me permito felicitarlo por la evidente gran calidad del oficio de escritor que muestra en giros y descripciones, lo conmino a que siga “tallereando” el tiempo que sea necesario los cabos que parecen sueltos, y le vaticino con absoluta certeza no sólo el Premio Nobel de Literatura, sino más y más lectores cada vez que veamos en tinta su nombre y apellidos, cada vez que lo podamos leer porque así --en silencio de lágrima feliz-- gracias a lo escrito Nos vemos en agosto.

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