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Teatro/De este lado: En Madrid: Angélica Liddell, Emilia Pardo Bazán y el Teatro del Barrio

Tres propuestas diferentes habitan en Madrid en medio de mucho teatro comercial. Tres obras diametralmente opuestas con las que se visualizan distintos caminos escénicos.
domingo, 13 de octubre de 2024 · 12:27

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

MADRID, España (Proceso).- Tres propuestas diferentes habitan en esta ciudad en medio de mucho teatro comercial. Tres obras diametralmente opuestas con las que se visualizan distintos caminos escénicos.

Angélica Liddell, la performancera española que cada año presenta sus espectáculos en el Festival d’Avignon, Francia, circuló su obra más reciente, Damön: El funeral de Bergman por Madrid y Barcelona. En Teatros del Canal, un teatro público en el que la creadora se adaptó al espacio por estar pensado originalmente para la Corte de los Papas, espacio al aire libre para dos mil personas.

En un teatro frontal y un amplio escenario, el rojo se impone por todos lados, en referencia a la película de Bergman de Gritos y susurros. El espacio está casi vacío y en un lateral se enfilan diez sillas de ruedas con un anciano en cada una de ellas. La sensación es de desolación, cercanía con la muerte, vejez y enfermedad, en un juego posterior con mujeres jóvenes desnudas rondándolos y jóvenes trajeados empujando las sillas deambulando por el lugar. La desnudez y los actos escatológicos o físicos al límite, como suelen ser las propuestas de la Liddell, fueron una constante en el espectáculo.

La actriz inicia en proscenio con una bata blanca transparente, colocándose de espaldas al público para lavarse la vagina, en un agua que utiliza después para salpicar con un hisopo a las primeras butacas de espectadores, como si los estuviera bendiciendo. A este acto le sigue una arenga con micrófono en mano en el que ataca comportamientos individuales, sociales y frívolos; da nombres y frases de críticos franceses que han hablado mal de su trabajo, y a los españoles les otorga la indiferencia.

La propuesta de Angélica Liddell por lo general tiene ese sabor rencoroso y furibundo; siempre en una reflexión existencial, en este caso, sobre la muerte, a la cual ella teme tanto. Es emocionante el valor con el que lanza sus críticas, la impiedad con que trata lo religioso y la desnudez que expone de cualquier cuerpo ya sea para asearlo, limpiarse el culo o acostarlo en una plancha metálica como muerto, sea joven o anciano. No se toca el corazón, no le importa el pudor y arremete contra todos.

Crea imágenes poderosas y acciones impactantes como cuando pasea un Papa por el espacio y ella toca llega a tocarle y juguetear con sus genitales. Su punto referencial es el funeral que Bergman describió para cuando muriera: un ataúd blanco emulando el de Juan Pablo II, con rezos y música de Bach, que Liddell reproduce en escena. En Damön nadie sale indiferente, ya sea a la mitad de la función o al final. Angélica Liddell seguirá siendo una punta de lanza para un teatro transgresor que se hace sin miedo, con propuestas performáticas de gran potencial estético y un punzocortante contenido.

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En el Teatro Fernán Gómez, en la Plaza de Colón, se estrenó una adaptación a la novela de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), La tribuna, bajo el título de Las cigarreras, sobre las mujeres que forjaban cigarros en talleres que la autora fue a investigar, enfatizando las condiciones de trabajo, los intentos de organización laboral y la vida cotidiana de ellas.

En la adaptación y dirección que hace Cándido Pazó incluye a la autora como narradora, protagonizada por Susana Dans; un recurso eficaz para transitar por el tiempo y conocer más a esta fabulosa mujer, escritora, editora, periodista y catedrática que introdujo en España el naturalismo. La puesta en escena es tradicional tanto en las actuaciones como en su propuesta estética. Utiliza paneles para delimitar el taller, en donde sucede la mayor parte de la acción. Es una historia entrañable de carácter social y que interesa para conocer a mujeres inmersas en los años convulsos que van de la Revolución de 1868 a la proclamación de la República en España.

Algo que llamó mi atención fue que, al inicio de la función, Fernando Fernán Gómez (1921-2007), actor y escritor del que lleva el nombre el teatro, aparece en pequeñas pantallas circulares hablando a la concurrencia para acercarla y motivarla sobre lo que es el teatro y dar las indicaciones prácticas; proyecciones hechas con inteligencia artificial que nos crean la confusión de un hombre que ya ha muerto, parece más presente que nunca.

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Por último, habría que resaltar dentro de la actividad teatral madrileña el proyecto de Teatro del Bario, teatro independiente que acaba de recibir el Premio Nacional de Teatro 2024 dotado con 30 mil euros. Es un teatro que inició su camino en 2013 con una voluntad abiertamente política y con la intención de mostrar la realidad actual y las posibilidades de transformación. Se declara feministas y con perspectiva plural. Su alimento principal es el movimiento ciudadano amplificando su actividad de programación hacia la formación, el debate, la organización y participación vecinal en el barrio de Lavapiés.

El monólogo Hoy tengo algo que hacer es una producción propia, escrita y dirigida por Pablo Rosal con el actor Luis Bermejo, que se puede presentar en la calle o un teatro cerrado. Es una propuesta con gran sentido del humor que juega con las palabras y el absurdo para cuestionar ese impulso perpetuo de tener algo que hacer. Así, un personaje sentado en una banca busca sin descanso algo en qué ocuparse para dar sentido a su estar. Texto verborreico, ingenioso, brillante, con una actuación explosiva y sobreactuada aun cuando parece ser la intención del director. Siempre arriba estimulando a la audiencia, haciéndola cómplice y, sí, divirtiéndola para invitarla a detenerse y cuestionar este impulso capitalista del tener que hacer y dejar entrar su verdadero destino

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