Artes Plásticas
“Soy el pintor vivo con más exposiciones en el mundo”: Botero
El 18 de marzo de 2001 Proceso publicó una entrevista con el pintor colombiano Fernando Botero, fallecido este viernes 15 a los 91 años. En esa charla el artista se retrata de cuerpo entero a través de sus palabras.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 18 de marzo de 2001 Proceso publicó una entrevista exclusiva con el pintor colombiano Fernando Botero (Medellín, 19 de abril de 1932), quien falleció este viernes 15 a los 91 años. En esa charla, realizada con motivo de la exposición que entonces le montó el Antiguo Colegio de San Ildefonso para conmemorar sus 50 años de trayectoria, el artista se retrata de cuerpo entero a través de sus palabras.
Botero recibió al entonces semanario, ahora mensuario, en su habitación del Hotel Four Seasons donde se encontraba hospedado. Aquí se reproduce la entrevista, donde habla del mercado del arte, algunos de los mitos en torno suyo –como que solía adquirir sus propias obras en las subastas para incrementar su precio–, los falsos y tangencialmente de la violencia, y defiende el estilo de personajes, animales y objetos voluminosos que identifica su obra, que no cambió porque no se trata de seguir modas.
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Lejos de su estudio no queda huella que lo delate como pintor. La suavidad que se adivina en sus manos esconde el trato con los pigmentos, el thínner o el aguarrás, y su impecable arreglo hace imposible realizar la clásica descripción del artista manchado de pintura en ropa y zapatos. Cualquiera lo identificaría más con un empresario que con un pintor. Se rumorea que en parte lo es y que cuida todos los detalles de sus exposiciones, incluida la promoción.
Admite con su acento paisa (del sur) que para aceptar una exhibición se informa de la tradición del recinto y revisa cuidadosamente los catálogos de las muestras ahí presentadas. De la promoción, responde refiriéndose a la entrevista con este semanario:
“Pues aquí estamos en eso. El gran objetivo de una exposición es que vaya mucha gente, entonces uno tiene que colaborar dando entrevistas, charlas, todo lo que se pueda por el placer de ver las obras colgadas.”
Su obra no sólo se cuelga en museos y se cotiza a los precios más altos en las subastas de arte, también se reproduce en souvenirs, timbres postales, calendarios, carteles... su nombre viaja plasmado en un avión colombiano y en los vagones del metro de Medellín.
“Tengo la suerte de que mi trabajo sea popular. Han hecho gran cantidad de libros sobre mis cuadros. Diría que soy el pintor vivo con más libros, deben ser en ediciones en distintos idiomas, unos 60 o 70. Además, tal vez, soy el pintor vivo que más exposiciones ha hecho en el mundo.”
Orgulloso, menciona que el año pasado fue declarado “El hombre del año” en su país. ¿Compararía su fama con la de Gabriel García Márquez?
Aunque señala que es muy distinta y cita el Nobel de Literatura al escritor, considera que la fama de un pintor es “más subterránea”, pero al final “más duradera, tal vez por la facilidad con que se ve su obra”. Pone como ejemplo que conocer a Balzac tomaría un año para leerlo, en cambio ver la producción de un pintor no se requeriría más de un día.
Arte parroquial
Botero se jacta de haber mantenido sus convicciones sobre la figuración y el volumen frente a la “dictadura del arte abstracto” vigente cuando fue a vivir a Nueva York en 1960.
Y al destacar que su arte conserva la temática del Medellín que conoció en su infancia y adolescencia, así como su lenguaje mestizo que combina la tradición europea con su interés en el arte precolombino y el arte popular de América Latina, comenta que le gustaría que el arte latinoamericano tuviera más raíces en el continente.
Ubica a los muralistas mexicanos como fieles a esa tendencia y lamenta que los jóvenes creadores imiten lo que se hace en Nueva York y París, un arte al cual define como internacional pero no universal:
“Yo creo que el arte tiene que ser parroquial para ser universal.”
Algunos críticos consideran que en su trayectoria artística no se distinguen etapas, que encontró una fórmula exitosa con los grandes volúmenes y, como vende, sigue esa línea. Sin cambiar en un ápice su cordialidad, se defiende con firmeza:
“A mí no me importa lo que digan los críticos, yo veo las cosas desde el punto de vista de la historia del arte.”
Califica entonces como relativo lo de las etapas y asegura que los grandes pintores –cita a Giotto, Caravaggio, El Greco y Zurbarán– tuvieron una unidad, el mismo estilo, “desde que empezaron hasta que murieron”.
“Ahora piensan que un pintor es como un diseñador de modas que tiene que hacer la colección de otoño y la colección de verano. No, eso no es así. El arte no es para entretener al público, el arte es una cosa de convicciones profundas, y esas convicciones no se pueden renovar cada seis meses para darle gusto a la gente y sacar la nueva línea.”
En la exhibición en San Ildefonso se advierte, sin embargo, un cambio. Él mismo señaló, durante la rueda de prensa en las instalaciones del antiguo colegio jesuita, que las obras de la primera sala las realizó influido por José Clemente Orozco, y ciertamente se distinguen de sus voluminosos personajes, a los que insiste en no llamarlos “gordos”.
México es, dice, el país mediante el cual mantiene su contacto con América Latina. Lo visita cada año, dado que por “cuestiones de seguridad” ya no puede caminar libremente por su patria, y pasa largos periodos en su residencia en Zihuatanejo.
Mantiene, sin embargo, sus vínculos con Colombia, a la cual donó recientemente obra pictórica, tanto de su producción como de otros pintores –entre ellos Ernst, Chirico, Chagal, Balthus, Monet, Picasso y Renoir– para sendos museos en Bogotá y Medellín. A esta última ciudad donó también un conjunto de esculturas monumentales para una plaza.
Al tiempo de negar, más como un buen deseo que con argumentos, que aquí pueda darse la llamada “colombianización”, rechaza la posibilidad de donar obra a México:
“He querido concentrarme en Colombia porque es mi país.”
Aunque acepta que su arte no es comprometido y sostiene que es muy difícil tratar sobre el narcotráfico en una pintura, la problemática del país sureño ha quedado plasmada en algunas de sus obras.
Precio alto
Con la tranquilidad que le da poder vivir de su arte, Botero asegura que nunca se ha preocupado por ser un artista famoso o rico y dice que sólo pinta por placer. El pintor se mantuvo durante un tiempo en el primer lugar en la lista de precios más altos del arte latinoamericano hasta que fue desbancado por Frida Kahlo. Se contaba entonces que él mismo había comprado el Botero que se colocó en primer lugar (Proceso 1991).
Dice que no recuerda fechas ni casas de subasta o galerías. Pero narra que ciertamente adquirió unos seis o siete cuadros de sus primeras etapas, obras que –añade con ironía– vendió a precios “bajitos” cuando era un “pintor sin dinero” y tuvo que comprar por mucho más.
Su propósito, explica, fue recuperar esas obras para su colección particular con el fin de poder incluirlas en las muestras retrospectivas que se le organicen, porque es muy difícil que los coleccionistas privados presten sus cuadros y esculturas.
Sale a la luz en la charla que en el mercado circulan copias de sus obras. Asegura que en nada le afecta porque no están firmadas y el único problema sería que en algún momento alguien creyera que es un “Botero”.
En septiembre de 1994, Jesús Álvarez Amaya, entonces coordinador del Taller de la Gráfica Popular, envió una carta a Proceso para denunciar que José Luis Cuevas “se fusiló descarada y cínicamente el estilo escultórico del pintor colombiano en su deplorable La Giganta”.
Botero dice no conocer la obra de Cuevas. Se le muestra entonces una fotografía y contesta afable:
“No, no veo ninguna relación. No tienen que ver.”
–¿Ni en el manejo del volumen?
Vuelve a mirar la foto e insiste:
“No. Por lo que veo, me parece más realista y más anatómico de lo que yo hago.”
Arte, fama, mercado. Son los temas que se le hacen machacar al pintor. Su tema preferido es, sin embargo, los toros, “mi gran hobbie”. Le gusta ir a las corridas en la Plaza México, en España y el sur de Francia; admira a José Tomás y al Juli, y defiende con pasión la idea de que ni el torero ni el toro sufren al ser heridos, dados los niveles de excitación y adrenalina que tienen al momento.