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“Sonido de libertad”: los niños de Dios no están a la venta
El director Alejandro Monteverde escribe, junto a Rod Barr, un drama relacionado con el escalofriante tráfico de niños para propósitos de explotación sexual, en sus formas de comercio carnal y pornografía.MONTERREY, N. L., (apro).- No es sencillo ver Sonido de Libertad (Sound of Freedom, 2023).
Aunque el productor y actor Eduardo Verástegui, reconocido por su perfil conservador, es cuidadoso y solo sugiere las situaciones terribles que aquí ocurren, la temática es tan perturbadora que estruja el corazón y provoca un nudo en los intestinos.
El director Alejandro Monteverde escribe, junto a Rod Barr, un drama relacionado con el escalofriante tráfico de niños para propósitos de explotación sexual, en sus formas de comercio carnal y pornografía.
De reciente estreno en cines y precedida por una gran expectación, la película es protagonizada por Jim Caviezel, que interpreta a Tim Ballard, un agente federal de la vida real, integrante de las fuerzas de Seguridad Interna, de Estados Unidos, que investigaba el tráfico de niños y que se convirtió, al igual que Verástegui, en un activista por las causas contra la trata.
El drama aporta valores sociales, principalmente relacionados con la denuncia que hace sobre este problema descomunal, de alcance global, para que se haga visible, y que la comunidad internacional, mayormente pasiva, se involucre con acciones y donaciones.
Toda la anécdota es como un documental dramatizado sobre las situaciones por las que pasa un agente operativo, en un trabajo tan especializado y de tan alto riesgo, en el corazón del delito internacional, y entre lacras humanas que carecen de cualquier escrúpulo, lo que los convierte en doblemente peligrosos.
Ballard detiene a un pornógrafo que ofrece un menú de niños secuestrados, a los que pone en venta. La investigación posterior lleva al agente a conocer el caso angustioso de un hombre en un país de Centroamérica, que confía a su hijo y a su hija a una supuesta cazadora de talentos, que termina por secuestrarlos. Aunque el hecho está focalizado, se envía el mensaje de alerta a cualquier país del mundo, donde puede ocurrir lo mismo.
Las pesquisas llevan a Tim a adentrarse en un universo nauseabundo, en el que tiene que mimetizarse, como encubierto, para desbaratar una red enorme de pedófilos que pagan millonadas para obtener la preciada mercancía que es tratada de una forma brutal.
“Los niños de Dios no están a la venta”, dice el valeroso agente, tan propenso a las lágrimas de compasión, cuando se involucra en una misión casi suicida para conseguir el objetivo y arrancar a sus víctimas de las garras de los criminales.
Los méritos de la película sobresalen más por su peso social que cinematográfico. El guion esquemático se ocupa en presentar con claridad cómo es el problema desde adentro, aunque incorpora peripecias demasiado ingenuas e inverosímiles, para ser un thriller de corte policiaco y detectivesco, con un espectacular operativo de rescate.
Algunos operativos, la actuación de los policías, la infiltración entre los narcotraficantes, se da de una manera tan sencilla que, por momentos, parece más una historia ligera de aventuras, con policías superhéroes, que el relato de una tragedia que afecta a millones de niños en el planeta.
Pese a todo, tiene momentos crispantes que, si bien son tratados con delicadeza, hacen suponer el infierno por el que deben pasar las víctimas, sometidas a las pasiones bajas de monstruos que se confunden entre la gente, como seres normales.
Hay que aplaudir a Verástegui que, además de Caviezel, el mismísimo Jesús Cristo en la versión de Mel Gibson, incluye en el casting a Mira Sorvino, que tiene un rol meramente decorativo, y otros actores de renombre como Bill Camp, Javier Godino, Gustavo Sánchez Parra, José Zuñiga y Gerardo Taracena.
“Sonido de Libertad” es una película de denuncia que deja mucha reflexión. Es interesante, pero en términos de actuación y dirección, se queda corta.