Cultura

Ignacio Solares con Octavio Paz en “Plural”

El prolífico narrador chihuahuense (1945) estuvo al frente de Diorama de la Cultura, suplemento de Excélsior dirigido por Julio Scherer (1968-1976), y fue el jefe de Redacción de Plural, la revista que Scherer creó para Paz. En este artículo entregado a Proceso repasa su trabajo al lado del Nobel.
domingo, 30 de julio de 2023 · 07:00

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Escribir sobre Octavio Paz y Plural con “un lenguaje que no sea el de la pasión”, resulta contradictorio. Para Octavio los poderes de la palabra no era distintos a los de la pasión, y ésta, en su forma más alta y tensa, no era sino poesía.

Tuve la fortuna de colaborar un par de años con él en la redacción de Plural. Su capacidad de trabajo no conocía límites. Revisaba y corregía hasta la última nota de la revista, fuera de quien fuera. Cambiaba párrafos, agregaba ideas, retocaba todos los estilos, incluido el suyo. En más de una ocasión le leía la revista completa por teléfono porque viajaba constantemente. Aun así, no se le escapaba una coma mal puesta. Por supuesto, le era difícil entender que a alguien se le pudiera escapar una coma mal puesta.

Paz. Pasión. Foto: Juan Miranda

Me cedió la dirección del número veinte para dedicarla a la literatura de los jóvenes y yo, a mi vez, invité a Esther Seligson y a Carlos Montemayor a que nos acompañaran a realizarla. Supuestamente Paz sólo revisaría el material ya en galeras y no impondría ni quitaría a nadie. Pero su curiosidad por lo que íbamos a publicar fue tal –¿podía haber sido de otra forma?– que nos pidió echarle un vistazo a los originales, sólo un vistazo de pasada. Llegamos a su departamento de Río Lerma a las siete de la noche y salimos después de las doce. Para esa hora había leído todo el material en voz alta, mostrando el más alto entusiasmo o la más triste desilusión. Cada texto, cada línea, adquiría en su voz una trascendencia sorprendente, que con toda seguridad ni el autor había sospechado. En efecto, no quitó a nadie, pero sugirió que incluyéramos a otros poetas, entre ellos a un joven que acababa de descubrir y le entusiasmaba: Joaquín Xirau, hijo de Ramón.

El sumario venía signado con una pequeña nota que decía: “La dirección de Plural nos invitó a elaborar el presente número. A través de esta selección, creemos que se refleja la joven literatura del país. No se trata de una ‘generación literaria’; publicamos narrativa, poesía y teatro de escritores nacidos en México a partir de 1940. La selección no puede ser definitiva ni pretende serlo”. Publicábamos allí los entonces jóvenes Gustavo Sáinz, Agustín Monsreal, Carlos Montemayor, Hugo Hiriart, Ulises Carrión, Alejandro Aura, Federico Campbell, Esther Seligson, José Joaquín Blanco, Luis González de Alba, Daniel Leyva, Juan Tovar, José Agustín, Joaquín Xirau Icaza, Jorge Arturo Ojeda y otros.

Solares. Testimonio y evaluación Foto: Octavio Gómez

He recordado esta anécdota del número 20 de Plural porque, me parece, ilustra la pasión de Paz por la literatura, no sólo la suya sino en este caso, la de un grupo de escritores incipientes. Pero le sucedía en todo. En una ocasión lo oí decir: “Breton nunca dejó de combatir. Si hubiera vivido hasta los cien años, hubiera seguido combatiendo igual”. No hizo otra cosa Paz. Combatir furiosamente hasta el final, pero como combate el viento con las banderas.

Creo que, en efecto, no podemos entender a Paz –a él y a su literatura– sin referirnos a su filiación y afición surrealista, aunque en sus últimos años y en sus últimos trabajos ya no haya sido tan notoria. Muy especialmente al compromiso que le implicó a una temprana edad: la edad que marca la vida. Hasta me parece que, a pesar de no decirlo públicamente, con los años se fue volviendo más surrealista y pareciéndose cada vez más a su admirado André Breton. Nunca le oí hablar tanto y tan bien –y defenderlo siempre– como de él. La verdad es que podría encontrarse más de una semejanza entre los dos grandes poetas en su concepto de rigor literario, de la polémica, de la religión de la amistad, del enfrentamiento con los opuestos, de la poesía y hasta de la política. El mismo Paz lo escribió en Corriente alterna:

“Diré que en muchas ocasiones escribí como si sostuviese un diálogo silencioso con André Breton: réplica, respuesta, coincidencia, divergencia, homenaje, todo junto. Ahora mismo experimento esa sensación”.

Siempre me pregunté por qué su estancia tan prolongada en la India no lo había vuelto más atemperado, ecuánime o hasta un poco religioso, en el sentido más cotidiano del término. La respuesta era sencilla: nunca dejó de creer –y practicar– la “furia” surrealista, que parte del enfrentamiento al mundo, por no decir a la realidad misma. Nada parecía más contrario a su temperamento que la lasitud de los hindús. Su estado normal –y en consecuencia su escritura– era la efervescencia por todo cuanto veía, oía o reflexionaba. Me dio una imagen: “Prefiero a los santos con los ojos abiertos, como los cristianos, a los santos con los ojos cerrados, como los de la India”.

En otra ocasión me habló de un pequeño cuento de Jean Cocteau que se llama “Sorpresas del tribunal de Dios”, en el cual narra la historia de una niña que robaba cerezas a un vecino. Pasa toda su larga vida redimiendo esa falta mediante plegarias, pero nunca deja de robarle cerezas al vecino. Al morir escucha la voz de Dios: “Te salvó tu amor a las cerezas”.

Esa pasión, estoy seguro, salvó a Octavio Paz y a todos cuanto realizó, muy en especial a su revista Plural. Y, por supuesto, nos salva a nosotros al leerlo, y releerlo.

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