Cine

“El triángulo de la tristeza”

En "El triángulo de la tristeza", el sueco Ruben Östlund se encarga de que cualquiera entienda de qué se trata: los ricos contra los pobres, y la consiguiente revuelta de los oprimidos contra los poderosos.
sábado, 11 de marzo de 2023 · 16:13

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La farsa es un género difícil que parece fácil: Además de bien delineados, los temas que la componen tienen que resultar obvios para que el público disfrute la caricatura, el grotesco y el absurdo. No es raro que al dramaturgo o al director se le pase la mano, le falte garra o se haga incompresible fuera de contexto, por eso hay pocas farsas auténticas en el repertorio literario.

En "El triángulo de la tristeza" (Triangle of Sadness; Suecia-Francia-Alemania-Reino Unido, 2022), el sueco Ruben Östlund, consciente de ello, se encarga de que cualquiera entienda de qué se trata: los ricos contra los pobres, y la consiguiente revuelta de los oprimidos contra los poderosos.

En un crucero de lujo viaja una colección de personajes que representa lo más chocante del clisé del rico y poderoso, cada uno digno de una plataforma propia en las redes sociales: el oligarca ruso, capitalista convencido que se complace en decir que vende mierda porque se dedica al negocio de fertilizantes; una pareja de ancianos británicos (Oliver Ford Davis y Amanda Walker), opulentos negociantes en armas; un billonario creador de software... entre varios. En la línea opuesta, el capitán Woody Harrelson, marxista y alcohólico, y Paula (Vicky Berlin), jefa de servicio que entrena a los empleados a nunca decir no a un pasajero.

Armada en tres actos, la cinta presenta una galería de estereotipos del adinerado, entre pedante y sentimental, al cual más antipático; una pareja de jóvenes glamurosos, Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charlbi Dean, talentosa actriz que falleció poco después de terminado el rodaje), se hace cargo del rol romántico y sexy, pero Östlund desarticula el esquema Hollywood, y a medida que transcurre la historia se vuelven más desagradables. En el preludio, Carl, modelo de revistas de moda, se queja por pagar siempre la cuenta aunque Yaya, influencer famosa, gana más que él; en el segundo acto, ambos se encuentran en el crucero gracias a una invitación que la influencer no podía rechazar.

Una estructura de inversión sistemática funciona de principio a fin; la pareja bonita no tiene nada de romántica, el descontento de Carl no proviene del juego de géneros, sino del hecho de que Yaya tiene más éxito que él; el capitán, al servicio de los ricos que lo contratan, representa el idealismo iluso, o el exsoviético que se convirtió en oligarca; el dinero es el combustible que mueve todo, barco, fama y sexo. La crítica social es clara: sin el capital ninguno sería digno de respeto. Entre una tormenta que desmantela el barco y un asalto de piratas, en el tercer acto el grupo de sobrevivientes tendrá que enfrentarse e intercambiar roles, las vueltas de tuerca se hacen más interesantes y los personajes adquieren más profundidad.

Aún más que en su anterior cinta (The Square), Östlund se muestra no sólo irreverente sino sarcástico y crudo, no escatima escenas de vómito y excremento con las que castiga a sus odiosos personajes que se baten entre estos fluidos. El antecedente de La gran comilona (1973) es obvio, Ferreri mostró escenas de excusados explotando de excremento, pero aun cuando los personajes representaban ocio y decadencia, todos los males del capitalismo, todos ellos eran entrañables y profundos, inabarcables. La crítica acerba de El triángulo de la tristeza, cuyo título proviene del entrecejo fruncido que disimulan los cirujanos plásticos con botox, no hace más que profundizar tal triángulo en el espectador.

Reseña publicada el 5 de marzo en la edición 2418 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

 

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