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“La Ballena”: el show de la obesidad

Desde el inicio de "La Ballena", Darren Aronofsky entrega todo el crédito y, literalmente, todo el peso del drama a Brendan Fraser, al que los genios de la caracterización y arte le han colocado una botarga de 130 kilogramos.
sábado, 11 de febrero de 2023 · 10:00

MONTERREY, NL (proceso.com.mx).- Charlie esta tan, pero tan obeso, que no parece humano. Recluido en su casa, debido a la imposibilidad para desplazarse con sus casi 300 kilos, se ve como una montaña de grasa parlante. Culto y conocedor de literatura, tiene un trabajo de asesor académico en línea, pero, por vergüenza de su aspecto, interactúa con sus jóvenes alumnos con la cámara apagada.

Desde el inicio de La Ballena (The Whale, 2022), el director Darren Aronofsky entrega todo el crédito y, literalmente, todo el peso del drama a Brendan Fraser, al que los genios de la caracterización y arte le han colocado una botarga de 130 kilogramos que lo hace lucir con gordura desproporcionada y grotesca. En su primera aparición se le muestra como un homosexual que se excita con pornografía gay, mientras se manipula. Luego se le exhibe de cuerpo entero, mientras se ducha, para dimensionar la impresionante corpulencia. La transformación es asombrosa, por verosímil.

Luego se va presentando cómo es su vida miserable y agónica debido a que padece males vasculares relacionados con el sobrepeso, que lo tienen muy cerca del infarto coronario y la muerte. Sabiéndose con los días contados, hace un último esfuerzo para reconectarse con su hija Ellie (Sadie Sink, extraordinaria), a la que abandonó cuando ella era una niña, lo que la hace referirse a él con resentimiento y desprecio. Para humillarlo, le pide que se desprenda del sillón, del que no se puede parar, para que camine a la puerta, pero la gravedad le impide hacer la tarea y termina el esfuerzo con un terrible desfiguro.

El drama es teatral, de una sola locación y parece, peligrosamente, un espectáculo de circo, como si presentaran en la pista al monstruo del sobrepeso, con barriga de acero que puede devorarlo todo.

Con guion de Samuel D. Hunter, basado en su propia puesta en escena, los personajes entran y salen del claustrofóbico espacio de la sala desordenada donde vive Charlie, amargado por una pérdida reciente. Es acompañada por su mejor amiga Liz (Chong Chau), que le da soporte vital y le pide que adquiera buenos hábitos, que se recupere y que viva.

Así como Ben bebe hasta morir en Adiós a Las Vegas (Leaving Las Vegas, 1995), Charlie busca lo mismo con alimentos chatarra. Con la naturalidad de un tiburón que engulle su presa, traga barras de chocolate, pizzas, frituras. Es repulsiva la estampa de este pobre hombre aniquilándose con dieta insalubre. La cámara morbosa e intrusiva contempla su desaseo alimenticio y, como no tiene por qué guardar formas si nadie lo ve, en la soledad come como bestia.

Aronfoski vuelve a sus hábitos conocidos. Incorpora elementos de conflicto edípico, como lo hizo con Luchador (The Wrestler, 2008) y El Cisne Negro (Black Swan, 2010). La figura tutorial, paternal o maternal se esmera por rescatar el afecto que ha perdido de su vástago. Entiende que es terrible el sufrimiento de quien enfrenta el desprecio de esa persona con la que debería tener un apego completo y amor incondicional. En su escaso conocimiento de la ternura como papá, mantiene un tenue nexo con su hija a través de un lúcido ensayo literario que ella escribió con el que comparten su gusto por las letras. La obra que abordan es, por supuesto, un referente conocido literario, pero también una alusión directa al tipo rollizo.

Este hombre está condenado. Con el tiempo de vida limitado, se va haciendo un recuento de los días de la semana que avanzan y escapan como un tanque de oxígeno que se va quedando vacío. Es claro que ya no tiene propósitos en la vida, ni anhelos, solo recuerdos y un interés último por hacer un legado hacia la adolescente, con la que tiene el añejo conflicto irresuelto.

En silencio, Charlie demanda compasión. La voz susurrante y apagada es la de un individuo que ha perdido la autoestima y a quien no le une nada en la vida. Ya ni se siente ofendido por las expresiones hirientes. Lo que le queda es un intento de expiación para darle a la hija un porvenir, la única manera posible que tiene de reparar el enorme daño que le provocó cuando optó por seguir un impulso egoísta que dejó devastación en la familia.

Brendan Fraser relanza su carrera en plan espectacular. Luego de ser galán esbelto y héroe de acción en los 90, hace un par de años sorprendió al reaparecer con inusual corpulencia en pantalla grande en el thriller noir No sudden move. Ahora tiene una transformación milagrosa que recuerda, por apariencia, a Robert De Niro como Jake La Mota en Toro Salvaje (Ragging Bull, 1980).

La Ballena es una cinta lenta, de pocas situaciones, aunque tiene su gran interés por excelentes actuaciones. Muestra a un hombre ahogado en la desesperación, que opta por la auto inmolación, como un gesto de despedida para rescatar su dignidad y para darle sentido a la existencia que, sabe con tristeza, derrochó por una pasión que terminó mal.

Y como es costumbre en Aronofski, en sus últimas escenas, como lo hizo con la bailarina Nina y el pelador Randy, el relato de los días de Charlie termina en todo lo alto, en una toma final que parece encaminarlo hacia la purificación.

 

 

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