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“El conformista”, en la Muestra

Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición es ahora mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
viernes, 17 de noviembre de 2023 · 12:34

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Sólo aspiraba a ser normal, el camino llevaba a casarse con una mujer de LA pequeña burguesía y poco inteligente, buena para la cama y la cocina; la siguiente estación, adherirse al servicio secreto del partido fascista; de ahí, convertirse en delator y facilitar el crimen de su antiguo profesor de filosofía que dirigió su doctorado sobre Platón.

Marcelo Clerici (Jean-Louis Trintigant) representa el epítome del hombre de mala fe.

Bernardo Bertolucci adaptó y dirigió la novela de Alberto Moravia, El conformista (Il conformista; Italia/Francia/República Federal de Alemania, 1970); su poética visual y destreza narrativa inspiraron la obra de destacados realizadores, como Coppola y Scorsese. Con más distancia frente al pasado fascista de Italia que la que tuvo el mismo Moravia (1951), Bertolucci, que modifica, para bien, el final de la novela, creó un estilo en el que combina lo grandioso, metáfora del régimen de Mussolini, con la ambigüedad moral e intelectual del protagonista.

El tema es la calidad moral de un hombre abrumado por la culpa, que se empequeñece a sí mismo por cobardía.

La narración ocurre en dos tiempos: el presente, poco antes de la guerra, y eventos del pasado, que proponen causas posibles del comportamiento del Clerici adulto que pide formar parte del OVRA (el aparato que diseñó Mussolini para vigilar y exterminar a sus opositores, antecedente de la Gestapo de Hitler); los delatores recibían un sueldo.

A Clerici le encargan acercarse al maestro Quadri (Enzo Tarascio), que vive en París dedicado a organizar un movimiento antifascista. Clerici decide pasar su luna de miel y visitar a su antiguo profesor.

En el caso de El conformista, las escenas del pasado no corresponden propiamente a los llamados flashbacks; Bertolucci construye una sintaxis de figuras de estilo donde el pasado, la experiencia homosexual de Clerici a los 12 años con el chofer, se injerta en el presente como elemento estructural que define su comportamiento social y político, incluso su manera de caminar.

El sorprendente manejo corporal de Trintignant expresa aquello que Clerici no se atreve a confesar, su miedo a la anormalidad, por más que se esconda bajo el sombrero que nunca se quita, excepto cuando lo olvida por unos momentos en la visita a un burdel. ¿La culpa de Marcelo Clerici proviene del crimen que parece haber cometido junto con la experiencia sexual, o es la mera culpa de la negación del deseo?

La confesión frente al sacerdote con quien lo manda su prometida Guilia (Stefania Sandrelli) antes de casarse, tampoco funciona como mera escena retrospectiva, pues se trata del manifiesto ideológico de Clerici, y como tal sostiene su postura moral y política durante toda la película; se asume como un ateo que busca la normalidad, a cualquier precio, que confiesa un crimen del pasado y el crimen que va a cometer en el futuro.

El título, el de “conformista”, no debe asociarse a resignación, sino al hecho de un ideal de ajuste total, el de formarse, en este caso, con el régimen del dictador.

El reto de Bertolucci era escenificar la propuesta de Moravia, la intrincada relación entre sexo y política, religión y familia; el logro del director de “El último emperador” es magnífico, combina lo majestuoso, la piedra y el mármol del que abusa la arquitectura fascista, con la pequeñez y la soledad de Clerici, aplastado por la enormidad del simulacro, pues todo es mera apariencia.

Enorme pantalla, puras sombras, como el conformista mismo declara cuando menciona la caverna de Platón: él sólo puede ver la sangre del régimen tras un cristal.

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