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“C’mon, C’mon: siempre adelante”: la importancia de escuchar a los niños
En este drama filmado en apacible blanco y negro, con contrastes muy suaves y claros, destaca la actuación de Johnny (Joaquin Phoenix); la historia es una tierna aventura de viajes, que trasciende el drama familiarMONTERREY, N. L., (proceso.com.mx).- El escritor y guionista Mike Mills se adentra en la relación de los niños y los adultos, mediante un ingenioso juego en el que los chicos son los que hablan y los grandes quienes, obligados a callar, simplemente escuchan. Y las revelaciones que surgen son sorprendentes.
En C’mon, C’mon: siempre adelante (C’mon C’mon, 2021) drama filmado en apacible blanco y negro, con contrastes muy suaves y claros, Johnny (Joaquin Phoenix) es un periodista documentalista solitario. Su vida personal está en pausa por razones de una gran decepción amorosa que lo mantiene enclaustrado y concentrado, mayormente, en su trabajo. Cuando su hermana Viv (Gabby Hoffman) se encuentra en una crisis matrimonial y debe dejar la ciudad, el cineasta se hace cargo del hijo de la pareja, Jesse (Woody Norman). Juntos, entonces, van por varios estados del país mientras él y su equipo van captando imágenes y voces de un proyecto singular: entrevistar a chicos superdotados, quienes expresan su sensibilidad sin ningún filtro.
El descubrimiento lo transformará, como un acto de reinvención personal, no solo por las sorpresas que encuentra en los niños con los que interactúa, si no con la personalidad de su propio sobrino, con el que se da cuenta que tiene más afinidad de la que suponía.
La historia es una tierna aventura de viajes, que trasciende el drama familiar, al incorporarle elementos reflexivos sobre lo que es la vida y el amor desde el punto de vista de los pequeños, que encierran un intenso mundo interior que quieren expresar, aunque los aburridos adultos, siempre están concentrados en sus propios problemas y se niegan a prestarles oído.
Toda la película es cálida. El director, basado en sus propias experiencias con sus hijos, consigue plasmar en imágenes lo que es el retrato íntimo de un adulto y un niño que aprenden a quererse, luego de reconocerse como dos completos desconocidos, dentro de un entramado familiar disfuncional que los mantiene a todos alejados.
En esta historia de amor de tío y sobrino, se refleja con dolorosa elocuencia cómo los adultos están alejados de los niños. Johnny se sienta con chicos de inteligencia superior y van expresando cómo es su forma de ser y de pensar, qué es lo que quieren de sus padres, cuáles son los dramas que enfrentan y sus anhelos que no pueden expresar.
De esta forma, sin saberlo, se va a adentrando en el mundo de Jesse, que tiene que enfrentar retos enormes con una madre ocupada en su propio quehacer profesional, y un padre que lucha con padecimientos que lo mantienen retirado. Cuando se da cuenta de que tienen que poner atención, comprende, como una liberación, que los infantes no son solo criaturitas fastidiosas que demandan atención. La inteligencia que quieren expresar es notable, fresca e ingenua y, por lo mismo, de una sensibilidad pura, aún no contaminada por los estímulos del mundo que terminarán por afectarles su percepción.
Phoenix está contenido, en un papel apacible, diferente al desenfreno que lo acusa en Joker (2019). Pero el show se lo roba Norman con su espontaneidad que se parece mucho al registro de Jacob Tremblay, otro niño superdotado para la actuación.
C’mon, C’mon: siempre adelante funciona como material de meditación para ver y escuchar a los chavales, de una forma diferente y con más atención.