Cine
"Masacre"
El género del “chambara” (historias de samuráis) es uno de los más populares y explotados en el cine japonés; a Shinya Tsukamoto, maestro del cyberpunk, le llegó su turno con Masacre (Zan; Japón, 2018).CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Un samurái errante (“ronin”), Tzuzuki (Sosuke Ikematsu), se establece en una comunidad de campesinos a los que protege, vive una tensión constante de deseo sexual con Yu (Yu Aoi) y entrena al hermano adolescente (Ryusei Maeda) de ésta. Llega un viejo samurái, Sawamura (Shinya Tsukamoto), para convencerlo de que se una a la rebelión de samuráis en Kyoto, cuando aparece una banda de ronins y la violencia y el horror se desatan.
El género del “chambara” (historias de samuráis) es uno de los más populares y explotados en el cine japonés; sólo hay que prender la tele, recorrer canales y en alguno saltará el drama samurái del momento; va de la mano con la historia de la cinematografía japonesa: Mizoguchi (“47 ronins”) y Kurosawa (Los siete samuráis, Sanjuro) lo elevaron a la categoría de arte, el último bajo la influencia del western americano y del teatro Noh. Todos los grandes comienzan, o terminan, por hacer su película de época o “jidaigeki”, subgénero samurái.
A Shinya Tsukamoto, maestro del cyberpunk (Tetsuo), le llegó su turno con Masacre (Zan; Japón, 2018), cinta en la que afirma dar un mensaje antibélico, paradoja interesante que este cineasta –que escribe, dirige, edita y actúa en sus largometrajes donde la violencia transita del realismo crudo al delirio sangriento– se haya convertido al pacifismo; en Masacre la violencia no está ausente, sólo se administra de acuerdo con la gramática del género con miras a desestabilizar las expectativas del público.
Dirigida con buen pulso con los tirantes del género, Tsukamoto desarrolla personajes complejos, como el de este ronin capaz de romper el código de clase al enseñar el arte de la pelea a un chico campesino, maestro del arte de decapitación, que confiesa que nunca ha matado a nadie; toda la fuerza del deseo, que llevaría al rapto o la relación de amo-esclavo, se tempera con la masturbación compulsiva del guerrero que rehúye la pelea. Más aún, la mujer no se haya dispuesta a someterse y se enfrenta a los manejos de los samuráis.
Los amantes del cine de samuráis entienden que no hay nada fijo dentro de los temas, los cuales han sido trastocados desde hace más de medio siglo; la lista es interminable: brutalidad, traiciones, venganzas, lealtad hasta sus últimas consecuencias, sexo, honor y ambigüedad moral, fluyen a través de elegantes coreografías; la nostalgia del ideal samurái romantizado constantemente, no ha dejado de cuestionarse y de dar pie a farsas, como la que realizó Kitano con su versión de Zatoichi, o épicas de decadencia, como Kagemusha de Kurosawa, o la crítica feroz de Kobashi en Harakiri (1962).
La mejor aportación de Masacre es su personaje femenino irredento, así como la experiencia de los jóvenes, aristócratas o campesinos, cargados de impulsos vitales, pero atrapados en la confusión de una era que acaba y otra que no comienza nada bien, reflejo del momento actual.
Crítica publicada el 29 de agosto en la edición 2339 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.