CIUDAD DE MÉXICO (apro).- El 10 de marzo de 2015, el poeta y traductor José Vicente Anaya recibió un reconocimiento en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en el marco del ciclo
Protagonistas de la literatura mexicana. Participaron los poetas Iván Cruz, Alí Calderón y Evodio Escalante (Durango, 1946), quien leyó el escrito
La vanguardia rarámuri de José Vicente Anaya, hasta ahora inédito.
Como un homenaje póstumo a su amigo y compañero, quien falleció en su casa en la Ciudad de México, el pasado 1 de agosto, el poeta y doctor en Letras por la
UNAM entregó el texto a
Proceso, en donde Anaya fue editor y miembro del equipo de Corrección.
Excolaborador él mismo del semanario y autor de obras como
Francisco Monterde. Aspectos literarios de la cultura mexicana,
Figuras del jazz contemporáneo y
Breve introducción al pensamiento de Heidegger, entre otras obras, Escalante inicia así:
“Lo primero que quisiera evocar, a propósito de José Vicente Anaya, es la amistad que compartimos hace muchos años con Miguel Rubio, un profesor ya jubilado de la gloriosa época cardenista con el que platicábamos en la antigua librería El Ágora. Cuando hablo de la época cardenista me refiero a los años en que México estuvo más cerca del socialismo. ¡Los gloriosos treinta! Con Rubio hablábamos de Cárdenas y de la Unión Soviética… Lo segundo que se me impone es la presencia si Uds. quieren metafórica de una suerte de División del Norte, a la que orgullosamente dice pertenecer Anaya. Anaya nació en Villa Coronado, Chihuahua, y pertenece por espíritu y geografía a la mejor tradición villista…
“José Vicente Anaya, desde que tengo memoria, siempre se ha asumido como un orgulloso representante de esta legendaria División: esta adscripción, esta declaración de pertenencia, explica el papel simbólico que Anaya ha querido jugar dentro de nuestras letras. Ganar movilidad a fuerza no tener que salvaguardar posiciones adquiridas, enfrascarse en una especie de “guerra de guerrillas” en el terreno de las letras, sin rendir culto a ninguna autoridad establecida --ni tampoco por establecerse. Apuntar siempre contra los federales, y no bajar la guardia jamás. Ser un rarámuri de la poesía. En la escritura de su propia obra, en la traducción de autores como Ginsberg y Artaud, en su trabajo como editor, en su rescate de figuras que estaban un tanto olvidadas como Concha Urquiza, en su trabajo como periodista cultural, sobre todo en sus años de coeditor de
Alforja, revista de grata memoria en la que leí por primera vez un deslumbrante y muy divertido texto de quien fuera alguna vez su alumno de taller, Heriberto Yépez, José Vicente Anaya ha sido fiel a su instinto y sus reflejos de guerrillero de la poesía”.
Evoca su trabajo como compilador del libro colectivo
Versus: Otras miradas a la obra de Octavio Paz, de Ediciones Medianoche, que fue singular no sólo por los autores que logró reunir, sino porque en el medio cultural mexicano la crítica “compleja y muy rica” a la figura de Paz parece no permitida, ni en lo literario ni en lo político. De hecho, el libro “fue naturalmente silenciado”.
Pero Anaya fue “siempre a contracorriente”, lo contrario habría significado “treparse como un cínico en el carro de los privilegiados y de los poderosos”, mantuvo su visión crítica en todo:
“Lo encontramos formando parte del grupo de los Infrarrealistas que asaltaba la Casa del Lago durante los fines de semana a mediados de los años setenta; participa en la redacción de alguno de los manifiestos de este grupo de irreverentes y contestatarios, del que meses después se separará. Es ya icónica la foto en la que aparece rodeado de la tropa ‘infra’, al lado de Mario Santiago y Roberto Bolaño, de Rubén Media y de José y Guadalupe
Pita Peguero. Como quiera que se lo vea, esta militancia, por fugaz que haya sido, en el grupúsculo vanguardista fue su bautizo de fuego en las guerras sagradas de la poesía que no ha abandonado hasta el día de hoy”.
El poeta duranguense se refiere también al impacto que tuvo en toda esa generación, el movimiento estudiantil de 1968. Y por supuesto habla de la obra cumbre de Anaya,
Híkuri (1978), a la cual considera “un testamente literario y un ejercicio plurilingüístico que incorpora lo mismo el habla de los tarahumaras, el ‘tónari’ y el ‘tutuguri’, que la lengua acaso igualmente primaria de Hölderlin y Heidegger: ‘das Leben suchts du, das Leben suchts du…’ y así hasta el infinito”.
Va fraseando algunos versos del famoso poema, aclarando que el poema no son versos aislados sino un todo que instaura “un estado del alma que es du verdadera y única razón”.
Y concluye:
“Como su admirado César Vallejo, Anaya afirma: ‘Me moriré de Vida’ –y no de muerte. Me parece que lo confirma con los siguientes versos de claro tono apocalíptico: ‘Sobre la vieja talega de los pensamientos / roto el mar, / el firmamento / Que se caiga el Sol / y Dios con él’. Se equivocaría quien creyera encontrar en estas líneas una nueva excrecencia del nihilismo que corroe a Occidente. Nada de ello. Lo que hay es una rabiosa afirmación de la vida pese a la destrucción ambiente. Se trata de un vanguardismo auténtico y a toda prueba, que ni siquiera quiere ser vanguardismo sino simplemente ser, ser lo que se es. ‘Que se caiga el Sol / y Dios con él’ sólo tiene su equivalente en la frase de los futuristas rusos cuando aseguraban que apagarían el sol de un sombrerazo. A esta estirpe pertenece José Vicente Anaya y yo me congratulo de ello”.