'Cine Político en México (1968-2017)”
CIUDAD DE MÉXICO (apro).– Fue presentado Cine Político en México (1968-2017), libro editado por Adriana Estrada Álvarez, Nicolás Défossé y Diego Zavala Scherer (Peter Lang/www.peterlang.com, Nueva York, 382 páginas), en la Sala Francisco de la Maza, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIE/UNAM).
Estuvieron en el panel los dos primeros: Estrada, doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y profesora-investigadora de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos; Défossé, maestro en filosofía con una tesis en estética del cine por la Universidad de París 1, quien ha trabajado en películas documentales en Francia y en México como editor, fotógrafo y realizador, pero faltó Zavala, doctor en Comunicación Social por la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona.
Además, la mesa se completó con Deborah Dorotinski, del IIE/UNAM; Ángel Miquel, de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos; y por Álvaro Vázquez Mantecón, de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco (UAM-A). Este señaló:
“A partir del 68 inició una fractura del Estado mexicano que propició el ejercicio de un cine que desde los márgenes daba cuenta de asuntos políticos y sociales. El periodo contemporáneo es particularmente interesante, sobre todo si se le compara con el inmediatamente anterior que estuvo dominado por el cine industrial, en donde la problemática política sólo se abordaba por excepción y tenía que enfrentar una censura eficaz, como la que mantuvo por décadas enlatada a La sombra del caudillo. El escenario actual está conformado por una pluralidad de voces, temas y puntos de vista que llaman a la reflexión. Los ensayos aquí reunidos dan cuenta de esas voces fílmicas desde dos puntos de vista distintos pero complementarios: la de los estudiosos del cine que se acercan a él desde un punto de vista académico, y la de los mismos cineastas que traducen en texto lo que propusieron también con imágenes en movimiento.”
Por su parte, Ignacio M. Sánchez Prado, de la Washington University St. Louis, escribe en la introducción a Cine Político en México (1968-2017):
“A través de una mezcla sin precedentes de estudios críticos y testimonios de artistas del séptimo arte, esta valiosa colección propone una mirada única, diversa y original a la idea de cine político, que va mucho más allá de la simple definición de éste como representación de la política en películas individuales.”
Prologado por Jesse Lerner, el volumen se divide en dos partes: Miradas, y Experiencias, y se distribuye en una veintena de capítulos donde se recogen textos de Estrada Álvarez, Claudia Magallanes Blanco, Livia K. Stone, Maya Goded y Sarah Minter, María Paz Amaro Cavada, Zavala Scherer, Javier Ramírez Miranda, David M. J. Wood, Nicolas Défossé, Gregory Berger, Diego Quemada-Diez, Ludovic Bonleux, María Sojob, Indira Cato, Mario Viveros Barragán, Roberto Olivares, Emiliano Altuna, Mauricio Bidault, Alèssi Dell’Umbria, y Lucía Gajá.
El volumen puede adquirirse a través en
Peter Lang/www.peterlang.com
A continuación, fragmentos del testimonio escrito por Indira Cato, cuyo documental sobre las Patronas, defensoras en Veracruz de los migrantes sureños de viaje hacia la frontera norte de México en el llamado tren “La Bestia”, Llévate mis amores ha triunfado internacionalmente desde 2014 y que contó con el aval de la revista Proceso.
Indira Cato (Ensenada, Baja California, 1991) estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM, con especialidad en Diseño y Producción. En 2007 dirigió el cortometraje Percepciones. Ha tomado varios cursos de realización, animación y crítica de cine. Escribe la columna semanal de teatro “Puro drama” en la agencia de noticias de la revista Proceso (apro). Produjo Llévate mis amores (2014), dirigido por Arturo González Villaseñor, largometraje documental sobre las Patronas, y actualmente trabaja en #Mickey, dirigido por Betzabé García, el cual se encuentra en etapa de preproducción. (https://youtu.be/ijn20Q92Cfo)
“De amores que te llevan”
Hacer documentales puede ser un gran acto político, y en México casi de guerrilla…
En 2011, Arturo González Villaseñor y Antonio Mecalco, ambos de 25 años –luego director y fotógrafo, respectivamente–, viajaban a Paso del Macho, Veracruz, para trabajar en su tesis de Comunicación Social de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Unidad Xochimilco. Yo, de 20 años, en ese entonces estudiante de Literatura Dramática y Teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), interesada por el tema, los acompañaba. La intención era reactivar una radio comunitaria que había sido violentada por las autoridades al transmitir sin los permisos necesarios. Para registrar el proyecto, llevábamos siempre equipo audiovisual prestado por la universidad.
Durante uno de esos viajes, los jóvenes de la transmisora nos invitaron a visitar a un grupo de mujeres que se organizaban para lanzar comida a los migrantes que viajaban en el tren de carga conocido como la Bestia. Estaba en el poblado de Guadalupe (La Patrona), a una hora de distancia. Viajamos con las donaciones (que llevaban para ellas) en la parte de atrás de una camioneta de redilas entre los extensos campos veracruzanos de caña. Por ?n, vimos un sencillo letrero que indicaba la desviación a La Patrona; entramos a la pequeña comunidad, cruzamos las vías del tren y a unos metros encontramos el lugar que albergaba a las voluntarias. Las Patronas –llamadas así muy atinadamente en relación con su pueblo– comenzaron su labor en febrero de 1995 sin tener idea de a quién estaban alimentando ni lo que desatarían. No estaban conscientes de la magnitud de ese primer acto generoso, del lugar al que llegarían, de que se estaban casando con una nueva responsabilidad para años venideros ni del símbolo en el que se convertirían a nivel mundial.
Cuando llegamos, el grupo estaba conformado por 15 mujeres de todas las edades. Cocinaban en enormes ollas que calentaban con leña. El comedor era un espacio con piso de tierra protegido por un techo de lámina verde, y el cual se delimitaba por dos pequeños cuartos y una tiendita de abarrotes.
Nos recibieron con mucho cariño y pasamos la tarde con ellas. La comida ya estaba lista, así que las ayudamos a meterla, aún caliente, en bolsas de plástico. Mientras esperábamos el tren estuvimos platicando y riendo, como si nos conociéramos de tiempo atrás.
Un par de horas después, por ?n escuchamos el silbato a lo lejos, corrimos hacia las vías y nos acomodamos para repartir la comida. La Bestia se acercaba. Recibimos por parte de ellas una breve explicación sobre la distancia que debíamos guardar entre nosotros, cómo debíamos tomar y entregar las bolsas y las serias precauciones que debíamos seguir.
Pusimos la cámara encendida en el tripié y nos olvidamos de su existencia, con la pura intención de conservar el registro de aquel episodio. La imponente máquina se acercó a nosotros, cargada en su lomo de jóvenes esperanzados, que iban uno a uno saliendo de las uniones de los vagones y, a?anzándose a la Bestia con una sola mano, estirando la otra con la ilusión de cachar una de las bolsas que balanceábamos. Su trayecto fue fugaz, pero cargadísimo de adrenalina.
No podíamos contener las lágrimas mientras se alejaba. Aquella aparentemente simple acción estaba cargada de emociones. El encuentro sucedía ahí, cuando dos manos se rozaban por medio de solidaridad desinteresada. “Dar la primera bolsa de comida nos pareció lo más signi?cativo que hubiéramos hecho en toda nuestra vida,” coincidiríamos años después los miembros del equipo de la película.
Regresamos al comedor donde entrevistamos a Norma Romero, la coordinadora del grupo. En la mañana no sabíamos de la existencia de las Patronas; en la noche teníamos ya un material invaluable. […]
Fue un proceso largo, cansado y pobre, en el que durante mucho tiempo predominaron la presión y las lágrimas. Hubo muchísimas veces en las que me sentí en un callejón sin salida: por más instituciones a las que nos acercábamos y por más apoyos a los que aplicábamos, no lográbamos conseguir dinero. Las trabas y los “no” eran constantes en cada paso que dábamos. Estábamos agotados. […]
Durante la producción, nunca recibimos un apoyo institucional, lo cual es casi un paso obligado para desarrollar proyectos, sobre todo un documental, el cual, en este país –salvo poquísimas excepciones–, no es un producto con el que se comercializa, donde el dinero invertido se recupera. Para cualquier inversionista se trata de una pérdida económica segura. […]
Estuvimos haciendo viajes a La Patrona durante los siguientes tres años sin presupuesto. Pagábamos solo nuestros pasajes, dormíamos en el espacio que tienen para recibir a los migrantes –unos cuartos con literas– y comíamos de la comida que les preparaban. Comenzamos a tener una relación íntima con ellas: estaban ya muy acostumbradas a tenernos cerca. Fue así como poco a poco las entrevistas se volvieron más personales. […]
Ya con más de cuarenta horas de material grabado comenzamos a buscar un editor. Tatiana Huezo, gran documentalista (El lugar más pequeño [2011], Tempestad [2016]), mi amiga del alma, y acompañante del documental desde sus inicios, nos recomendó buscar a Lucrecia Gutiérrez Maupomé, quien, decía, era la ideal para el proyecto… El tema le gustó de inmediato, ya solo quedaba que viera el material para dar un sí de?nitivo. Y lo hizo. Lucrecia es una persona con principios muy arraigados y que solo acepta trabajos que le parecen coherentes, importantes y a los cuales cree que merece la pena darle voz.
Estábamos felices, pero seguíamos sin un peso… Metimos el proyecto a Fondeadora, una plataforma de crowdfunding (microinversión) que llevaba poco en México. Subimos a su página un tráiler provisional y nos gastamos toda nuestra energía en darle difusión. Fue un proceso complicado, pero agradecible y salvador: muchísima gente cercana nos apoyó. Comenzamos a lograr contacto con medios de comunicación, como La Jornada, Animal Político, Radio Educación y la revista Proceso, la cual desde ese momento continuó al tanto de los avances del proyecto. […]
Hay en especial casos en los que recuerdo haberme involucrado con mucha claridad (como) cuando decidimos hacer la toma de Karla bañándose. Para nosotros era importante mostrarlo, porque sabíamos que gran parte de nuestro público tenía una regadera con agua caliente y que quizá no se imaginaban una situación distinta. Decidimos que esa escena podía aportar mucho acerca del cotidiano que vivían los personajes.
A pesar de las di?cultades sociales que en su pueblo podía implicar para Karla –una de las cuatas, de entonces 17 años– ser ?lmada en un evento tan íntimo, aceptó. Y como éramos conscientes de ello, decidimos tomar medidas para que ella se sintiera lo más cómoda posible.
Establecimos que fuera yo quien entrara con la cámara a registrar la escena en el pequeño cubo de cemento donde Karla se enjabonaba y se enjuagaba tomando con un recipiente el agua que estaba en una cubeta. La toma, al ?nal, se utilizó hacia el principio del ?lme como la presentación de Karla, mientras se escuchaba su voz en off diciendo que quería estudiar Comunicación y la conversación que había tenido con su mamá respecto a eso. Habla de la inseguridad que sufren los periodistas en nuestro país y de la búsqueda de la verdad, mientras la vemos expuesta. Fue una mezcla muy potente y efectiva. […]
Poder identi?carlas y sacar provecho de ellas fue uno de nuestros más grandes aprendizajes… Hicimos algo que llamamos socialismo cinematográ?co, un rompimiento simbólico de jerarquías, donde tanto el público como ellas entendieran la importancia del trabajo en grupo y apreciaran el valor de un granito de arroz. Le dimos a cada una su lugar dentro del ?lme, y aunque sus apariciones no son equitativas respecto al tiempo, todas resaltan por una u otra característica. Se convirtió en una película coral, donde las Patronas se presentan por quienes son y juntas cuentan la historia que las une. Por otro lado, queríamos dejar muy claro que los personajes eran ellas, y que los migrantes fungían más como un elemento detonador de acciones. […]
El presupuesto de Llévate mis amores fue de alrededor de 1.8 millones de pesos, bastante austero para un documental que decide terminar en formato profesional. Sin embargo, el ?ujo real de efectivo no supera los 700,000 pesos, el resto son aportaciones e intercambios, una red de solidaridad para darle vida al ?lme. Formalizamos un trato con la revista Proceso para que nos apoyaran con anuncios durante su estreno, por medio de Armando Ponce, editor de la sección cultural y cuasipadrino de la película. Nos acompañó con mucho entusiasmo y cariño toda la sección, y durante los festivales siempre estuvo ahí la reportera de cine Columba Vértiz.
Estrenamos –aún endeudados con el equipo de posproducción– en México en el Festival Internacional de Cine de Los Cabos 2014, y, en ese mismo año, de forma internacional en el International Documentary Film Festival de Ámsterdam (IDFA). Desde entonces nos dimos cuenta del poder que tenía el documental. […]
Ha ganado cerca de 20 premios, entre ellos el Premio del Público en Viva México (Francia, 2015); el Primer Premio CEME DOC (Certamen Internacional de Cine Documental sobre Migración y Exilios, México, 2015); el Premio a Mejor Documental y el Premio del Público en la Mostra de Cinema Latinoamericà de Catalunya (España, 2016); el Objectif de Bronze Award en Millenium Documentary Film Festival (Bélgica, 2016), y el Premio Telesur a la mejor obra documental y la Mención de honor del jurado de la sección Largometraje Documental en el Festival de Cine Pobre (Cuba, 2016).
Llévate mis amores había viajado casi por dos años y más de 60 festivales cuando llegó a su estreno en cartelera gracias a que la distribuidora Piano se hizo cargo de ella en México. Lo logramos como bene?ciarios del Estímulo Fiscal a Proyectos de Inversión en la Producción y Distribución Cinematográ?ca Nacional (E?cine), por medio de las editoriales Santillana y Richmond. […] Y a pesar de las leyes que han di?cultado el tránsito para los indocumentados por México, las Patronas siguen al pie de las vías, como desde hace 22 años.