Viaje mágico y espasmos de Paul en el Azteca
MÉXICO, D.F. (apro).- La noche empezaba a mojarse suavemente y sólo lo necesario, como la promesa premonitoria de abrirse a la sensibilidad de una penetración musical a cargo del considerado “mejor bajo melódico del mundo”, Paul McCartney (uno de los creadores del legendario cuarteto de Liverpool con su mancuerna compositora del difunto John Lennon).
Amorosa, la espada musical del caballero templario Paul McCartney desplegó el abanico de perlas invaluables para los oyentes seguidores de la contracultura musical.
El manejo tántrico de los ritmos escénicos largamente experimentado por el compositor, que va de la más suave brizna mojada por el rocío melódico a una tormenta tempestuosa rítmica, y el torbellino de canciones provocaron más de un espasmo a las miles de almas que abarrotaron el Estadio Azteca, y culminaron en un desbordamiento de emociones.
Como acudiendo a beber al oasis en medio de un desierto, las caravanas (tribus urbanas transgeneracionales), semejaban una peregrinación desde al amanecer del 8 de mayo para formar parte de uno de los rituales más grandes que se pueden experimentar en el siglo XXI a nivel de excelsitud musical dentro del género popular.
Alquimista refinado, Paul abrió la noche con “Magical Mistery Tour” (“Viaje mágico y misterioso”), invitando al auditorio a formar parte de la tripulación que estaba por partir al mar emblemático de los retos contemporáneos de permanecer auténticamente genuinos y sobrevivientes de muchas confrontaciones ideológicas, dispuestos a la osadía de seguir transformando el mundo desde la trinchera del lenguaje musical.
Al vaivén de las estructuras armónicas que calan los huesos del inconsciente colectivo, una embestida musical tras otra llevaban a varias resonancias que provocaban el gemido de la audiencia.
Estremecimiento y palpitaciones, desde que un cúmulo de estrellas venidas del espacio a la pantalla formando una guitarra con las constelaciones que darían paso al concierto.
De allí a los vaivenes y al espacio, donde la explosión del fluido que estalló con “Hey Jude!” (“Oye, Jude”) y “The End” (“Al final”), una expulsión de notas y semen estelar cubrió el estadio y a todos los asistentes.
“Y al final, el amor que recibes es el mismo que creaste.”
Era la madrugada y recordaba la poesía de Jose Emilio Pacheco:
“Una vez de repente a medianoche se despertó la Música.”
Convulsión que continuó cuando el exbeatle sacó la bandera mexicana y enarboló con el contrapunto y el eco de un coro de miles de voces de los presentes “Give Peace a Chance” (“Demos una oportunidad a la paz” de Lennon) un canto de sanación para México.
Fue cuando entonces la música despejó las nubes, cesó la lluvia y salió el sol de la medianoche.