Opinión
México y Estados Unidos: entre interdependencias o... más interdependencias
Son desgarradoras las repetidas escenas de niñas y niños defendiendo a sus familias y comunidades desplegando arrojo y bravura al intentar detener con sus manos y cuerpos a los vehículos que arrancaban a sus seres queridos.Para México, la relación con Estados Unidos se ha convertido en una cuestión decisiva, estructural y continua, sin posibilidad de pausa no obstante diferencias o evidentes tensiones. De igual manera, sin excluir las asimetrías correspondientes, al revés puede hacerse un planteamiento similar con independencia de los proyectos excluyentes que hoy dominan la cartelera del gobierno de Donald Trump. Pese a las dificultades, es un hecho que la actual densidad de vínculos entre los dos países es de escala inmensa, producto de una interacción que por décadas no ha dejado de crecer.
Los ejes del poderoso tejido bilateral no radican en las relaciones entre los respectivos gobiernos, que más bien tienden a ajustarse o intentan administrar dinámicas que les trascienden. La económica, por ejemplo, que articula procesos de manufactura y redes comerciales que están entre las mayores del mundo. Y la demográfica, que se asienta en la población mexicana que radica en Estados Unidos y que asciende a cerca de 38 millones de personas.
Por una y otra vía la interacción de ambos países se refleja en un cotidiano universo de movilidad de personas, bienes, recursos financieros (como remesas familiares o inversiones), comunicaciones, dinámicas culturales y, entre lo más evidente, en los cientos de miles de cruces que diariamente se realizan en las ciudades fronterizas.
Pese a sus problemas, se trata de una interacción que ha funcionado y opera en escala extraordinaria. Por supuesto, su fluidez no excluye multitud de problemas o riesgos. Unos ubicados en su operación normal, relativos a regulaciones, afectaciones sociales y ambientales o debido a la persistencia de desigualdades, por ejemplo. O bien, otros de carácter “externo”, como el narcotráfico y los contrabandos de todo tipo.

Un desafío adicional está relacionado con la población mexicana en Estados Unidos en condición irregular, que, no obstante ser valorada por las comunidades de ese país y ser fuerza activa del mercado laboral y generación de riqueza, hoy es agredida por el gobierno de Trump.
Vista en términos amplios y de largo plazo, la potente relación de México y Estados Unidos demanda consolidar la estructura económica en curso y no, como pretende el proyecto de Trump, contener su dinámica. Sin duda se requieren correcciones. Para comenzar, del lado mexicano debiéramos ser parte del impulso y no cabús de ferrocarril por carecer de una estrategia de desarrollo de amplio espectro.
En materia de ciencia y tecnología, por ejemplo, las palabras y burocracias deben sustituirse por un detallado programa nacional de innovación científica y tecnológica que consolide a nuestras instituciones de vanguardia y afirme su articulación explícita, concreta, con iniciativas económicas y de impacto social (ayudaría mucho dejar de politizar la ciencia, por ejemplo). Las capacidades disponibles son espectaculares, como es ahora su escaso aprovechamiento.
En cuanto a la dimensión demográfica de la relación bilateral, para México ha sido un error histórico la desconexión del gobierno ante la población mexicana que vive en Estados Unidos. Las palabras y discursos sobre heroísmos deben cambiarse por la valoración efectiva de su pertenencia a la nación, mediante procesos y prácticas de inclusión cultural, social y política (sobre todo).
La meta es convertirles en parte efectiva de los procesos y decisiones nacionales, dejando atrás la etapa de elemento figurativo al que solamente se agradecen las remesas. Dirigirse hacia ese escenario relevante no es una concesión, sino una obligación del Estado y, además, es la gran oportunidad para construir una nueva base social del desarrollo nacional, puesto que éste ya no puede concebirse sin la población mexicana en el extranjero.
Cabe agregar que entre México y Estados Unidos existe un engranaje de excepcional firmeza y horizonte: la población que tiene nacionalidad de ambos países. Considerando solamente a la primera, segunda y sucesivas generaciones de mexicanos nacidos en el país vecino la cifra asciende a 26 millones, aproximadamente. Son una enorme población que tiene una y otra nacionalidad, tejidos de una y otra cultura, valoraciones de una y otra historia.
Lamentablemente el gobierno de México ha hecho lo mínimo por formalizar los procedimientos de nacionalización y desde ahí construir sólidos puentes. Aquí hay una omisión jurídica, pero sobre todo un desperdicio histórico para la nación y para la relación bilateral con Estados Unidos. Para los dos países se trata de una población núcleo, piedra angular que permitiría elevar la relación hasta un estadio superior de encuentro y diálogo constructivo.
No carecemos de pruebas sobre la relevancia de la población binacional. En los primeros días de junio de 2025, en la ciudad de Los Ángeles, California –y en otras de ese estado–, las agresivas redadas de las autoridades migratorias de Estados Unidos provocaron una profunda indignación y una reacción colectiva que inundó las calles con protestas.
Los gobiernos locales y muchísimas personas reaccionaron espontáneamente en defensa de sus comunidades. Un gran número de quienes se manifestaron eran jóvenes, incluyendo a cientos de niñas y niños. No es difícil imaginar que sus padres, madres, familiares, vecinos o amigos viven bajo amenaza de deportación por su situación irregular. No es difícil imaginar que las niñas y niños que nutrieron las protestas son justamente población binacional, a la que el gobierno de México no ha correspondido con igual dignidad.
Son desgarradoras las repetidas escenas de niñas y niños defendiendo a sus familias y comunidades desplegando arrojo y bravura al intentar detener con sus manos y cuerpos a los vehículos que arrancaban a sus seres queridos.
Gloria a ustedes, niñez valerosa, por confrontar la crueldad con esa intensa fuerza. La experiencia demuestra que no es solamente una cuestión migratoria la que está a debate en Estados Unidos. Como han dicho los mismos jóvenes con prístina claridad: ante todo es una cuestión de derechos humanos.
La población binacional y, en términos amplios, la población mexicana en Estados Unidos son una poderosa placa tectónica de la relación entre nuestros países. No se puede romper, pero sí puede consolidarse y mejorar el escenario para el ejercicio de derechos y promover desarrollo, a uno y otro lado.
Por su parte, la estructura económica regional que enlaza comercio, producción y servicios de manera tan estrecha, es otra de las placas tectónicas que conforman la relación bilateral. Podrá vibrar y tener sismos, pero difícilmente romperse; no es tarea sencilla moverla de un lado a otro, como quisiera Trump. Así que por lo pronto y entre mares agitados, las interdependencias entre México y Estados Unidos seguirán su curso, a menos que deliberadamente alguien quiera colisionar con el iceberg del Titanic.
*Profesor del PUED / UNAM y excomisionado del INM
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Artículo de Opinión publicado en la edición 0025 de la revista Proceso, correspondiente a julio de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.