Décimo aniversario luctuoso

Julio Scherer: el deporte en primera persona (Video)

Reportero que pasaba gran parte de su vida detrás de la máquina, el deporte para Julio Scherer fue especial porque también daba la posibilidad de contar historias. Pero más allá de sus intereses periodísticos están los afectos personales por alguna disciplina.
martes, 7 de enero de 2025 · 17:50

Hay muchas crónicas acerca de Julio Scherer en la redacción. Detalles que dibujan con fidelidad el perfil del periodista. Vicente Leñero, su inseparable compañero de batallas, lo describió así: “El único sustantivo para definir a Julio es el de reportero. Como reportero vive, como reportero trabaja tiempo completo, como reportero hace y pierde amigos”.

Juan Villoro dibujó su figura con sentencias tan contundentes como un uno-dos. La primera: “Durante casi medio siglo construyó una reputación legendaria” ... Después: “Scherer recorrió las turbulencias de un oficio que él mismo definió como rudo por naturaleza”.

El reportero pasaba gran parte de su vida detrás de la máquina; elaboraba descripciones precisas y metáforas agudas e ingeniosas. En el reciente libro Periodismo para la historia, Julio Scherer se confirma como un gran testigo de los hechos más importantes. Desde los grandes muralistas (Rivera, Orozco, Siqueiros) hasta las crónicas y reportajes que acercaban desde otras latitudes las barbaries de las dictaduras y los dolores de la guerra. Podía poner palabras exactas a los trazos coloridos de un artista y, con el mismo rigor, revelar la corrupción cínica de un político.

Era admirado; era temido.

Pese a que no hay ninguna crónica acerca del ejercicio físico en la reciente y luminosa compilación de sus textos, detrás del reportero había un corazón que latía fuerte por el deporte. Natación, beisbol, futbol, boxeo... una miscelánea que se debe contar en tres diferentes tiempos.

I Para comenzar, el deporte en primera persona

En su autobiografía Vivir, Scherer escribe una frase que revela su cercanía con el esfuerzo físico: “Soy una persona que existe a través de los sentidos, no de la inteligencia”.

Desde muy joven desarrolló esos sentidos todos los días con el movimiento del cuerpo.

Da las primeras pistas en esas mismas páginas autobiográficas: “Yo era un buen alumno y un fracaso en el futbol. Me resguardaba en la natación sin saber que hacía del ejercicio la mejor terapia. En el agua sosegaba mi triturada autoestima”.

La natación fue una actividad que nunca negoció. Durante décadas asistió todas las mañanas al Club Deportivo Chapultepec. Su ritual era conocido: llegaba temprano, preparaba su traje de baño, su toalla y sus goggles y decía en el vestidor que no lo interrumpieran, a menos que fuera “muy urgente”.

Así se zambullía y daba incontables vueltas a la alberca de 50 metros. En el agua ejercitaba el cuerpo y se aislaba durante una hora de la imparable realidad que le apasionaba contar. Aunque en esa cápsula de agua no detenía sus pensamientos.

Así lo cree su hijo Julio Scherer Ibarra: “Le gustaba mucho nadar. Le gustaba la soledad. En la alberca enfrentaba un proceso continuo de reflexión. Encontraba ideas”.

Pancho Contreras. "Maestro de maestros". Foto: Facebook/ Copa Davis

Si después de la piscina la mañana se mantenía tranquila, Julio Scherer continuaba en los vestidores la segunda parte de su ceremonia, una especie de circuito que no variaba. Juan González, durante más de tres décadas encargado del vestidor de ejecutivos del Deportivo Chapultepec, relata con diversión y nostalgia los pasos del reportero: “Subía a la báscula, la observaba durante 10 segundos ­­–se quejaba por su peso–, entraba al vapor y caminaba en círculo varias vueltas a una temperatura que siempre tenía que estar entre los 40 y los 45 grados. Salía a la regadera de presión (con agua helada), se recostaba boca abajo en una banca y volvía a empezar, siempre con la báscula y siempre con la queja (risas).

En su interminable recorrido se cruzaba con personajes políticos de la época y también con destacados deportistas. Con Carlos Girón, el clavadista que ganó medalla de plata en los Olímpicos de Moscú 80, intercambiaba bromas. A Pancho Contreras, el histórico tenista que en los sesenta jugó la Copa Davis con México, Scherer le decía: “Maestro de maestros” y encontraba las mismas palabras como respuesta.

Su personalidad en los vestidores era mucho más desenfadada que su cotidiano como periodista. Con lenguaje florido, bromeaba acerca de una derrota del América y se regodeaba con una victoria del Real Madrid. Nadie olvida su dinámica.

Así transcurría un día ideal, pero en algunas ocasiones la importancia de una noticia no podía esperar. El mismo Juan González completa el relato: “Elenita, la eterna asistente de don Julio, me hablaba y me decía, interrúmpalo, ahora sí es urgente. Yo iba a buscarlo a la alberca o le avisaba en el vapor y eso no le gustaba nada. Sentía que se interrumpía su ritual. Se ponía de mal humor”.

Su rutina lo relajaba para el resto del día. De ahí salía a alguna reunión con una figura importante de la vida nacional, a quienes decía: “Cuénteme chismes”, esa frase que repetía siempre con la formalidad del “usted”, siempre con curiosidad de reportero.

La actividad física lo había preparado para la batalla del día a día.

II Segunda entrada: el deporte como política editorial

Una anécdota plasmada en La terca memoria ayuda a distinguir la importancia que tuvo el deporte en el universo Scherer. El joven cercano a los 18 años, entonces inminente reportero, entró a la oficina de Enrique Borrego Escalante, director de La Extra, quien le preguntó:

–¿Sabes algo de periodismo?

–Nada, don Enrique.

–¿Lees los periódicos de la casa Excélsior, sus ediciones?

–Sólo la sección deportiva de Excélsior.

El breve intercambio daba cuenta desde entonces del interés por los mejores relatos deportivos, que siempre tuvieron un lugar relevante en las publicaciones que dirigió. Los reporteros de Excélsior y Proceso estuvieron cerca de los grandes acontecimientos y Scherer se involucró directamente con los textos que se publicaban ahí. Así se entienden los textos con raíz narrativa y sociológica que publicaba Francisco Ponce o las grandes coberturas.

La frase que repitió tantas veces: “El periodista es tan bueno como sus contactos”, renovaba su vigencia todos los días y, por supuesto, también abría puertas en los deportes.

Guillermo Ochoa, reportero encargado de asuntos especiales de Excélsior, recuerda que en 1970, cuando Pelé llegó a México con la intención de conquistar su tercera Copa Mundial, Scherer consiguió la única exclusiva con el ídolo, gracias a sus gestiones con la embajada brasileña.

Pelé en el Estadio Azteca. Foto: AP photo

“La entrevista fue en Guanajuato, lugar donde se concentró Brasil semanas antes de que comenzara el Mundial. Don Julio me eligió para hacerla y me decía apasionado: Pregúntele de todo, de México, de la ‘Pelesinha’ (su hija). Era un gran apasionado de Pelé y de los deportes”. Ochoa escribió un texto memorable que llevó un importante llamado en la primera plana. 

Además de propiciar los relatos periodísticos, Scherer fue un gran lector de crónicas deportivas. Manifestó siempre un gusto especial por El Combate, la crónica literaria en la que Norman Mailer contó como nadie el enfrentamiento entre Muhammad Alí y George Foreman en 1974.

Scherer reconocía la agudeza de la entrevista; el seguimiento que hizo Mailer hasta Kinshasa, el corazón de África. Las metáforas con las que su símil periodista dimensionó a Muhammad Alí, una de las más grandes figuras del Siglo XX.

La prosa de Mailer lo enamoraba porque eso buscaba Scherer en las páginas que escribía: una puerta hacia la eternidad. Así lo reconoce Villoro:

Scherer demuestra que todo gran periodismo es cultural, perdura por la calidad de la prosa y por la habilidad de buscar claves en las más variadas áreas de conocimiento.

No sólo buscaba la influencia de sus textos en primera persona. También lo quería para lo que leía en sus secciones deportivas...

III La tercera entrada tiene lugar en la butaca

El fuego del aficionado es algo inexplicable, sobre todo para los hombres de letras. Es una fuerza que viene del interior. Como hombre que estudió filosofía, Scherer admiraba las hazañas de los deportistas. Le fascinaba impresionarse con los límites a los que podía llegar el ser humano.

Su afición se dirigía hacia muchos deportes.

No sólo eran los partidos del Atlante, su primer amor futbolístico. Al Estadio Azteca asistía con su amigo Enrique Rubio, con su colega Froylán López Narváez y con alguno de sus hijos. Disfrutaba en las tribunas. Al salir cenaban mole y chalupas en la Fonda del Pato, un restaurante cercano a Excélsior.

Los eternos dolores del Atlante, sus interminables descensos y sus mudanzas, hicieron que refugiara su afición en el Toluca. Se sintió identificado con la “Perra Brava” y, sobre todo, con la puntería infalible de José Saturnino Cardozo.

Pero su corazón estaba afiliado a un ideal más grande. La Mannschaft, la selección alemana que ha trascendido el tiempo. En el Mundial de 70 Scherer asistió al partido del siglo, esa semifinal en la que Alemania e Italia hicieron del Estadio Azteca un campo inolvidable. En una de las cabeceras, acompañado por sus hijos, admiró la interminable valentía de Franz Beckenbauer, que nunca se rindió pese a tener un hombro dislocado. También saltó entusiasmado de la butaca para celebrar los goles de Gerd Müller y se descorazonó con el 4-3 de Gianni Rivera que le dio a Italia el pase a la final.

Pero su verdadero amor lo profesaba por la pelota caliente. Su cabeza elaborada comprendía las minucias del beisbol y su corazón latía por el diamante. Cuando había temporada estaba al tanto de los partidos de los Yankees (su gran amor). En la franela del equipo de Nueva York encontraba los verdaderos colores de su pasión. Si estaba en una cena, inventaba algún pretexto para llamar a su hijo Julio y pedirle que lo actualizara con el resultado.

El beisbol se convirtió en el home de la relación con su familia. Invitaba a sus hijos a disfrutar los impredecibles recorridos de nueve entradas. Comentaba los detalles de cada jugada. Explicaba las minucias a sus hijas hasta que se convirtieron en aficionadas entendidas.

Babe Ruth. Héroe de los Yankees. Foto: baseballhall.org

Recordaba con precisión las estadísticas de los peloteros del pasado. La cara redonda y los brazos talentosos de Babe Ruth; la vida fugaz del catcher Thurman Munson y los batazos oportunos que hicieron que Reggie Jackson fuera nombrado Mr. October. Reconocía también el valor de los que caminaron en la última parte del siglo. Manifestaba una fascinación especial por Mariano Rivera y su enorme capacidad para contagiar al aficionado. “No era el pitcher más rápido, pero era muy seguro”. También reconocía a Derek Jeter por el pundonor y el amor a la franela que lo asociaban a su equipo.

Quedaba el boxeo, esa lucha del hombre que va más allá del adversario y se convierte en un debate contra sí mismo. Su pasión y claridad de palabra le permitían elaborar definiciones contundentes:

El Toluco López: “No da un paso nunca para atrás”.

Sugar Ray Robinson: “No boxeaba, bailaba arriba del ring”.

También profesaba admiración y respeto por Carlos Zárate, Mantequilla Nápoles y Julio César Chávez.

El deporte era también la posibilidad de contar historias. Y el reportero nunca se detenía. Quería saberlo todo. “Cuénteme chismes”. También los de la cancha, la alberca y el ring...

Texto publicado en la edición 0019 de la revista Proceso, correspondiente a enero de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.

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