Décimo aniversario luctuoso
Octavio Paz a Julio Scherer sobre la crítica al poder: “Nada daña más a una literatura que el silencio”
Con motivo del décimo aniversario luctuoso del fundador de Proceso, presentamos la entrevista que Julio Scherer hizo a Octavio Paz, quien reflexiona sobre el PRI, partido que ejerció el poder en simbiosis con la Presidencia y se movía en un país en que la división de poderes era una ficción.Julio Scherer.– Nuestra amistad prendió hace 25 años, en la matanza de Tlatelolco y tu renuncia como embajador en la India. Yo trabajaba en Excélsior y te propuse la dirección de una revista a la que pondrías nombre, sello y contenido (Plural, antecedente de Vuelta). Fue una época difícil, el gobierno hostil a tu presencia. ¿Qué es hoy del tiempo ensangrentado de Díaz Ordaz y qué de tu vida de entonces?
Octavio Paz.– No sé cómo contestar a tu pregunta. Es muy vasta y comprende muchos temas. Me pides un juicio sobre la vida de México y sobre la mía propia, desde 1971 hasta nuestros días, más de 20 años ricos en cambios y peripecias. Además o, mejor dicho: ante todo, tu pregunta resucita imágenes, sentimientos y episodios que, pese a los años transcurridos, me parecen apenas de ayer. Pienso en nuestro encuentro en 1971 y pienso en nuestra amistad, que ha sobrevivido a tantos años y a tantas diferencias de actitudes y opiniones... En fin, procuraré sobreponerme a mi natural emoción y trataré de responderte con cierto orden. Pero te advierto que mi respuesta será un poco larga.
Evocas mi regreso a México en 1971, después de 12 años de ausencia. Aunque en octubre de 1968 había dejado la Embajada de México en la India, no creí que fuese cuerdo volver al país inmediatamente. Aparte de la hostilidad gubernamental, me habría visto envuelto en querellas estériles y circunstanciales, lo mismo con el poder público que con la oposición. Decidí esperar un poco: era claro que la represión no podía prolongarse y que pronto se abrirían espacios libres que harían posible la crítica y el debate.
“En octubre de 1969 pronuncié una conferencia en la Universidad de Austin que, ampliada, se transformó en un pequeño libro: Postdata (1970). En sus páginas sostenía que la salida de la crisis histórica que vivía México no era la revolucionaria que proponían los líderes estudiantiles y la mayoría de la izquierda, sino la instauración de una verdadera democracia. Hasta entonces habíamos vivido bajo la hegemonía de un partido estatal, un régimen de compromiso entre la democracia auténtica y la dictadura de un César revolucionario.
“El sistema daba un poder inmenso al presidente, pero lo limitaba a un periodo de seis años; un organismo impersonal –el partido– aseguraba la continuidad. Afirmé que después de 1968 esta situación de excepción no podía prolongarse más sin peligro de estallido o de recaída en una franca dictadura. La opción histórica consistía en elegir entre la democracia y la dictadura”.
–¿Cómo fue recibido Postdata?
–Mis ideas fueron criticadas con dureza lo mismo por los voceros del gobierno que por los intelectuales de izquierda. Unos estaban empeñados en la conservación del statu quo y los otros soñaban con la instauración, por medios revolucionarios, de un régimen socialista. La reacción de los primeros era natural; lo era menos la de los intelectuales y los partidarios del movimiento estudiantil. Ninguno entre ellos parecía darse cuenta de la contradicción que había entre su pasión revolucionaria, su culto al Che Guevara o a cualquier otro santón de la izquierda, como Mao, y la significación real del movimiento en el que había participado: la democracia.
“Sí, hablaban de democracia, pero para ellos era un medio subordinado a la acción revolucionaria, es decir, era una táctica, no un fin en ella misma. La democracia era un episodio de la lucha de clases, un escalón en el camino hacia la toma del poder… Pero es peligroso mencionar la soga en la casa del ahorcado: no me perdonaron que señalase la incoherencia de sus posiciones.
“Escandalizados por las ideas y pareceres que exponía en Postdata, decretaron mi muerte civil. La condena dura ya 25 años; en la mayoría de las recientes conmemoraciones de los sucesos de 1968 –reuniones, números especiales de revistas y periódicos, programas de televisión y de radio e incluso bibliografías– no se mencionaron ni mi nombre ni mis escritos. Tampoco se me pidió participar en alguna de las numerosas mesas redondas consagradas al movimiento, con la sola y honrosa excepción de la revista Nexos.
“Sin embargo, Postdata y mis otros escritos sobre el tema –sin excluir a un pequeño poema– en su momento fueron muy leídos, comentados y citados. Algunos lo siguen siendo; Postdata lleva 20 ediciones. Ese libro y los otros textos también han circulado en el extranjero, traducidos al inglés, al francés, al alemán, y a otros idiomas. Una de las personalidades más populares del movimiento de 1968, Elena Poniatowska, quizá recuerde que su libro, La noche de Tlatelolco, se publicó en inglés debido a mis instancias y con un prólogo mío... Y aquí corto este cuento aburrido. Un consejo a mis apresurados enterradores: la próxima vez maten bien a sus muertos.
(…)
–¿Te sentiste muy aislado?
–Al principio. Pero pronto encontré mentes afines y voluntades amigas. Poco a poco se formó un pequeño grupo, compuesto por escritores y artistas, que sería el núcleo de Plural y de Vuelta. No éramos políticos profesionales; tampoco buscábamos el poder ni teníamos una filosofía política definida. Nos unían ciertas aspiraciones democráticas y nuestra doble oposición a la hegemonía del PRI y a las formas aberrantes y autoritarias que había adoptado el comunismo. Aquí interviene otro hecho decisivo: nuestro encuentro.
Aún recuerdo nuestras conversaciones, primero en el hotel en donde nos hospedamos mi mujer y yo a nuestro regreso y, después, en un minúsculo apartamento de la calle de Galeana, en San Angel. A pesar de que era visto con recelo tanto por el gobierno como por un gran número de intelectuales, me invitaste a colaborar en Excélsior.
–En esto ocurrieron los sangrientos sucesos del Corpus Christi. Estamos en 1971.
–Esa tarde, invitado por un grupo de jóvenes universitarios, yo debía leer mis poemas en un paraninfo universitario. Me acompañaban varios amigos, entre ellos Carlos Fuentes y José Alvarado. Suspendimos el acto y al día siguiente publicamos en la prensa una declaración de severa censura. Entre los firmantes estaba, si no recuerdo mal, José Revueltas. Ante el clamor público, el presidente Echeverría destituyó a varios altos funcionarios y prometió una investigación. Aplaudí la medida. No fui el único. Tú también compartiste mi actitud. Pero unas semanas después, ante el incumplimiento de la promesa, reiteré mi crítica. En esos días, decidido a recobrar la colaboración de los intelectuales y los escritores, rota en 1968, el presidente Echeverría inició lo que sus voceros llamaron una “política de apertura”. Un grupo de intelectuales decidió apoyar al presidente. Nosotros, en cambio, aprovechamos la nueva política para persistir en nuestra actitud crítica.
“Mantuvimos esa posición durante todo el periodo de Echeverría, como puede comprobarlo cualquiera que se tome el trabajo de hojear Plural. Por ejemplo –para muestra basta un botón–, el número 13 de la revista, dedicado al tema “Los escritores y el poder” (octubre de 1972). Sin embargo, nuestros censores más acerbos no fueron, aunque parezca extraño, los defensores de la política gubernamental sino muchos intelectuales de la oposición de izquierda. Nuestras críticas al régimen les parecían “idealistas” y trasnochadas, ecos de un anticuado liberalismo burgués”.
–¿Quiénes eran los críticos?
–No recuerdo a todos. Los más rigurosos fueron un grupo de jóvenes inteligentes, parapetados en el suplemento cultural de Siempre! ¿Pleito de generaciones o controversia ideológica? Tal vez las dos cosas. Ese grupo fue el germen de lo que sería la revista Nexos. De paso: mis diferencias con ellos no han sido pleitos de personas ni excluyen, en algunos casos, la estimación intelectual. Casi siempre se ha tratado de divergencias ideológicas, aunque hoy sus posiciones son radicalmente distintas y aún opuestas a las que sostenían hace unos años.
“Es humano y legítimo cambiar de opinión pero, sobre todo si se escribe sobre asuntos públicos, hay que reconocerlo francamente. Nada daña más a una literatura que el silencio. Prefiero las sátiras de Quevedo y Góngora o las de Neruda y Novo –aunque hayan sido escritas con bilis y caca– a nuestro “ninguneo”. Te daré un ejemplo. Es nimio y lo recuerdo sin inquina, sólo por mi maldita manía de poner los puntos sobre las íes...
Fragmento del texto publicado en la edición 0019 de la revista Proceso, correspondiente a enero de 2025, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.