Opinión
Vientos autoritarios en Estados Unidos
Todo indica así que el gobierno de Trump aspira a un ejercicio de poder autoritario, con formas militarizadas en lo interno y externo; además, pretendidamente imperial en sus relaciones con el mundo.El gobierno de Donald Trump, en su segunda vuelta a la Presidencia de Estados Unidos, ha resultado particularmente disruptivo, tenso o abiertamente agresivo en sus relaciones políticas al interior del país y también en sus relaciones con el mundo. Aliados históricos como Canadá o Europa han sido duramente maltratados, con modos volátiles y autoritarios en lo económico e incluso en asuntos de carácter miliar. En lo que nos toca, la relación con México está enfilada hacia el mismo horizonte, al imponer las líneas centrales de la política migratoria y, cada vez más, a incidir sobre políticas de seguridad y narcotráfico, además de cimbrar las bases del tratado comercial usando los aranceles como amenaza a modo.
Al interior de Estados Unidos, Trump es tolerante solamente con aliados y con quienes logra someter utilizando medios que ponen en duda la vigencia del debido proceso y del marco jurídico de ese país. La confrontación contra el Partido Demócrata, sus gobiernos y congresistas ya ha perdido los modos de cortesía y abiertamente avanza con lenguaje soez, usando a las instituciones del gobierno federal —que ahora sí tiene bajo control pleno— para someter resistencias y oposiciones. Más aún, poco a poco está volviendo normal y cotidiano la presencia del Ejército y de la Guardia Nacional en espacios y tareas sin precedente, como es el control de la frontera con México o el asedio contra de migrantes y refugiados en ciudades como Los Ángeles o Chicago, además de intervenir funciones locales de seguridad pública como impuso en Washington, la capital misma.
Los vientos autoritarios tienen muchas expresiones adicionales. Un Partido Republicano que funciona de manera subordinada en el Congreso y en los gobiernos que controla; un Poder Judicial al que Trump presiona continuamente, no sin encontrar férreas resistencias; la confrontación abierta contra medios de comunicación y comunicadores críticos, amenazando incluso con revocar concesiones; el cierre de los medios públicos de radio y televisión; su ataque contra las principales universidades, centros de investigación y contra estudiantes extranjeros; su rechazo y cancelación del reconocimiento a las diversidades de género y políticas afirmativas favorables a minorías; la suspensión de todas las ayudas internacionales y el alejamiento del multilateralismo... y así sucesivamente. Con éstos y otros retrocesos inconcebibles ¿hacia dónde va Trump? La ruta que dibuja su gobierno es una presidencia todopoderosa, literalmente, al interior de Estados Unidos y ante el mundo. Por lo menos ésa es la intención y avanza empleando todos los recursos que tiene a mano, que no son menores.
El crudo panorama anterior no quiere decir que el poder de Trump pise sobre un suelo firme, ni definitivo. Las oposiciones y resistencias existen y también son potentes, internas y externas. El golpe de aranceles que pretende imponer al mundo enfrenta, por ejemplo, la paciencia de una China que traza horizontes con tiempos largos. O la tolerancia de una Europa que también sabe que las tensiones de hoy tienen una directa consecuencia interna en Estados Unidos, convirtiéndose en costos que presionarán ajustes. Vistos en general, el crecimiento y funcionalidad de la economía estadunidense se encuentran entre riesgos que potencialmente terminen por afectarle seriamente.
No es difícil encontrar torpezas y daños en las nominales victorias anunciadas por Trump. Por ejemplo, en materia migratoria —asunto de sus favoritos— es más que evidente: cada persona expulsada es una persona menos de la fuerza laboral de Estados Unidos; y al mismo tiempo, cada persona impedida de cruzar la frontera es un elemento menos de un mercado laboral que sigue demandando trabajo. Si la escala es de decenas de miles, como hasta ahora, el costo es enorme. Más de 150 mil expulsiones han ocurrido desde enero hasta finales de julio de 2025; a lo que deben sumarse los miles y miles que ya no pueden siquiera acercarse a su frontera sur. Desde la perspectiva de un mercado laboral, cualquiera del mundo, es enorme el daño provocado por las expulsiones y por la no inmigración. Desde la perspectiva de los derechos de las personas —sin duda lo más importante— el daño es desgarrador y violatorio de lo más elemental de los valores humanos.
Todo indica así que el gobierno de Trump aspira a un ejercicio de poder autoritario, con formas militarizadas en lo interno y externo; además, pretendidamente imperial en sus relaciones con el mundo. El proyecto lo ha consolidado progresivamente, al tiempo que mina la cultura política, los valores y, en el peor escenario, las piezas institucionales que han sostenido la estructura democrática de Estados Unidos. Si logra consolidar ese camino, el riesgo es de escala planetaria y no solamente para la sociedad estadunidense.
En México, el juego del poder político se ha cargado de un solo lado y es dominado por una sola élite política, encabezada por el partido Morena. La ruta de los últimos meses ha desequilibrado la estructura republicana del Estado, la autonomía de los poderes, el sistema federal, la imparcialidad y autonomía de las autoridades electorales, el control ciudadano a través de sistemas de transparencia, la cancelación de instituciones de evaluación y control de la política pública y, en general, los ejes institucionales que implicaran diversidad y pluralidad política. Entre lo que sucede en México y lo que sucede en Estados Unidos existen grandes planos de similitud.
¿El gobierno de Trump tendría alguna objeción sobre el camino autoritario que está siguiendo México? Lo más probable es que ninguna. Sus intereses se mueven en otras frecuencias, como son las económico comerciales y las relacionadas con el control del narcotráfico (incluyendo al ámbito político vinculado). En estas materias, el objetivo más probable es imponer diagnósticos, políticas y acciones que cada vez menos impliquen negociación con el gobierno de México. Con una estructura autoritaria del Estado mexicano, ese modo de intervención será más sencillo de ejercer.
Hace una década, el personaje Trump proponía al mundo —al financiero, específicamente— un orden internacional completamente distinto al que hoy impulsa. Escribía para la cadena CNN: “Ahora estamos más cerca de tener una comunidad económica en el mejor sentido del término (...) todos hemos tomado conciencia de que nuestras culturas y economías están entrelazadas. Es un mosaico complejo que no puede abordarse con una fórmula simple (...) Tendremos que dejar atrás las fronteras y avanzar hacia la unidad global cuando se trate de la estabilidad financiera (...) El futuro de Europa, así como el de Estados Unidos, depende de una economía global cohesionada (https://edition.cnn.com/2013/01/22/business/opinion-donald-trump-europe).
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*Profesor del PUED / UNAM
Excomisionado del INM