Opinión

Más detenidos, menos paz: la paradoja de la seguridad mexicana

Basta caminar por Zacatecas, Acapulco o Michoacán para comprobar lo contrario. Los territorios siguen en disputa, las familias viven sitiadas y el miedo se volvió rutina.
lunes, 15 de septiembre de 2025 · 08:06

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En México la seguridad se ha vuelto un ritual. Las “mañaneras” se llenan de conferencias con gráficas de colores y cifras en ascenso o descenso, según convenga. Se muestran fotografías de presuntos criminales esposados como si la imagen fuera prueba de que el Estado recupera el control. Pero basta caminar por Zacatecas, Acapulco o Michoacán para comprobar lo contrario. Los territorios siguen en disputa, las familias viven sitiadas y el miedo se volvió rutina. Extorsiones que asfixian comercios, desplazamientos silenciosos de pueblos enteros, homicidios y feminicidios selectivos que pasan a ser una estadística más. La vida diaria se erosiona sin tregua. Véase si no.

Primero. Los titulares de ayer se quedaron en la anécdota: cómo “vivía” en Asunción un exsecretario de Seguridad de Tabasco que presuntamente resultó dirigente de un grupo del crimen organizado. Violentando el derecho a la presunción de inocencia, poniendo en práctica el derecho penal del enemigo. Sí, ese qué decide a quien se le aplica el debido proceso y a quien no, sin respetar el principio constitucional de igualdad ante la ley. El Estado mexicano entrega fotos para que se haga justicia mediática al margen de la justicia dispuesta por la Constitución. Así, el color periodístico eclipsó lo importante: ¿cómo se va a medir, con datos claros y públicos, el impacto de esa captura en la convivencia pacífica del sur del país? ¿Por qué esa fragmentación podría, en teoría, ser útil en vez de multiplicar la violencia? La captura de un líder hasta ahora no ha traído paz; ha abierto vacíos de poder, despertado disputas internas y provocados reacomodos sangrientos. Por ahora las autoridades tabasqueñas hablan de “contención”. No de pacificación. Y la diferencia no es semántica. Contener es aguantar la presión. Pacificar es transformar la raíz del conflicto. ¿Por qué el gobierno se conforma con administrar daños en vez de construir paz? La política pública, además, muestra un reflejo constante: blindar al poder antes que rendir cuentas. El caso del exsecretario de Marina es ilustrativo. Exculpado antes de cualquier investigación. ¿No debería investigarse primero y después anunciar con datos los resultados? Mientras tanto, la Secretaría de Marina guarda silencio. ¿Es una decisión propia o es marginación desde arriba? El secretario evita, o no le permiten, aparecer en los momentos críticos. La escena pública queda en manos de la Secretaría de Seguridad, que carece de mando sobre los marinos y tampoco define la estrategia operativa de esa institución.

Segundo. Los números se repiten en cada conferencia, pero carecen de trazabilidad. Se anuncian logros, no se muestran los datos que los respalden. La detención de un presunto delincuente se vende como triunfo inmediato. La historia enseña lo contrario. En Tierra Caliente, por ejemplo, cada captura de un líder fragmenta a los grupos. Surgen células pequeñas, más violentas e impredecibles. El territorio se convierte en tablero de guerra. Los pobladores, en piezas sacrificables. El Estado aparece en discursos, no en la vida cotidiana. Y aquí surge la pregunta clave: ¿por qué no ocupa el Estado esos territorios tras las capturas? El vacío no espera: cuando el Estado se retira, entran otros. Cárteles

rivales, células menores, bandas locales. ¿Qué vale más: la foto de un detenido o la garantía de que una comunidad pueda vivir sin miedo? Cada visita de un alto funcionario de Estados Unidos provoca la misma reacción: estímulo y respuesta. Washington aprieta, México anuncia ¿casualmente? capturas, organiza operativos y ofrece conferencias. El fondo, el mismo: hay una enorme cantidad de municipios donde gobierna el crimen, carreteras con retenes ilegales y regiones enteras donde la ley es otra palabra para definir el miedo. La comparación con Estados Unidos es incómoda aquí. Allá se mide paz territorial: condados libres de violencia, rutas seguras, tiempos de respuesta. Aquí se presume número de detenidos y fotos de esposados. Dos métricas distintas. Cuando los parámetros no coinciden, la realidad pesa más que la retórica. La propaganda no abre escuelas ni mantiene clínicas abiertas. Gobernar es otra cosa: es sostener presencia legítima y eficaz en el territorio.

Tercero. Las detenciones importan. Nadie lo discute. Son necesarias en un Estado de derecho. Pero no bastan. En Tamaulipas familias enteras huyen por carreteras tomadas. En Guerrero pueblos completos abandonan sus casas para salvar la vida. En Michoacán comunidades pagan “cuota” para sobrevivir. En Veracruz negocios cierran por extorsión. La paz se mide en lo cotidiano. Dormir sin escuchar disparos. Caminar sin miedo. Trabajar sin extorsión. Volver a casa. Esa es la verdadera estadística. Y es ahí donde la cooperación con Estados Unidos debe mejorar. ¿Por qué sacrificar la integridad física y mental de los mexicanos cada día, como absurda ofrenda al crimen, en lugar de aceptar la ayuda de Estados Unidos? ¿Qué parte no se entiende de que Washington busca que los mexicanos permanezcan en su país y, para ello, necesita —igual que el gobierno mexicano— que vivan en paz en sus territorios de origen? ¿En verdad cree el gobierno mexicano que al ciudadano de carne y hueso le importan más sus pruritos ideológicos que la seguridad de él/ella y su familia? El éxito no está en los boletines. Está en el territorio gobernado. Un municipio seguro vale más que diez conferencias. Una carretera sin cobro criminal vale más que cien discursos. Un ciclo escolar completo vale más que cualquier gráfica ascendente. Seguridad sin paz es fracaso. Y México ya no puede, no debe, seguir acumulando deudas con su propia gente. Necesita un Estado presente. Necesita resultados palpables en la vida de la gente. ¿Cuántos municipios gobernados valen más que diez capturas anunciadas? ¿Cuánto tiempo más se seguirá aplaudiendo cifras huecas mientras la paz se escapa?

Pd. He seguido de cerca el proceso para elegir a la rectoría de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). El grupo en el poder se impone otra vez. No por mérito. Por coerción. La universidad se trata como botín. Políticos disfrazados de académicos reparten favores y castigos. Controlan, intimidan, bloquean. Frente a ellos, @CésarCansino, el único candidato fuera del guion eligió resistir. Su ruta no es fácil; antes bien, sinuosa. Pero es clara: abrir espacio a la democracia real en la BUAP. Decir no cuando todos callan. Señala al cacicazgo. Y recuerda lo esencial: la universidad no pertenece a un grupo. Pertenece a la sociedad.

@evillanuevamx ernestovillanueva@hushmail.com

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