Opinión
La inseguridad, dos lecturas
La mayoría de la población sigue sintiéndose insegura, sin cambios significativos en años, incluso en ciudades donde se han anunciado múltiples golpes al crimen.CIUDAD DE MÉXICO (apro).- México vive instalado en una contradicción que se volvió insoportable: un discurso oficial que presume capturas, decomisos y operaciones “de precisión”, frente a una ciudadanía que no percibe ni un milímetro de mejora en su día a día. La mayoría de la población sigue sintiéndose insegura, sin cambios significativos en años, incluso en ciudades donde se han anunciado múltiples golpes al crimen. La brecha es brutal. Y es política. Porque la legitimidad de un gobierno no la sostiene la estadística, sino la experiencia. Y hoy la experiencia es miedo, extorsión, incertidumbre y abandono.
Primero. El gobierno puede detener a un líder criminal y proclamar victoria. Puede difundir imágenes, dar conferencias, hablar de “golpes al corazón de la delincuencia”. Pero para millones de mexicanos, nada cambia. Nada. Ni una calle se vuelve más segura. Ni un mercado deja de pagar extorsión. Ni un transporte deja de ser zona de riesgo. La gente ya no asocia capturas con seguridad, porque hace tiempo dejaron de estar conectadas. El modelo de “descabezar cárteles” —importado, repetido y agotado— no funciona en un país donde el crimen opera en células autónomas, flexibles, reemplazables, invisibles. La detención de un líder no desmonta la red: apenas altera la parte visible. La parte invisible sigue intacta. Y paradójicamente muchas veces se fortalece: surgen disputas internas, reacomodos violentos, guerras por el vacío de poder. El Estado anuncia control; las calles anuncian incertidumbre. Esa contradicción perfora la credibilidad. Porque la ciudadanía tiene una prueba diaria de que la narrativa no coincide con su vida real. Y una narrativa que no coincide con la vida real no es estrategia: es simulación. Por eso las encuestas muestran un dato que debería encender alarmas: las capturas no mueven la aguja de la percepción de seguridad. Y cuando las victorias del Estado no producen confianza, dejan de ser victorias.
Segundo. El ciudadano evalúa seguridad en términos concretos: ¿Puedo caminar de noche? ¿Mi hija llega bien a casa? ¿El camión está seguro? ¿El negocio va a abrir mañana sin pagar extorsión? Esa es la seguridad real. Y ahí, el país está perdiendo. La extorsión domina regiones enteras, desde grandes zonas urbanas hasta pueblos pequeños. Es un impuesto criminal cotidiano que no necesita titulares. La desaparición forzada se volvió parte del paisaje emocional del país. Hay municipios donde la gente sale menos, habla menos, confía menos.Las policías locales están rebasadas, cooptadas o derrumbadas. La Guardia Nacional puede entrar, pero no permanece. O si lo hace es para ayudar a los grupos delincuenciales. Y sin integridad, sin honestidad policial no hay protección. La percepción de inseguridad no mejora porque la estructura que la sostiene —violencia local, miedo cotidiano, ausencia o connivencia con el Estado— sigue intacta. La encuesta del INEGI (INVIPE, 2025) lo dice sin rodeos: la mayoría siente que nada ha cambiado o que todo empeora. Eso es más poderoso que cualquier gráfico gubernamental. Es un juicio contra la eficacia del Estado. Un juicio que se renueva cada día en la experiencia íntima de millones de ciudadanos. La inseguridad se vive, no se reporta. Y México- al menos una gran parte de la población- la vive.
Tercero. El gobierno insiste en que la estrategia de capturar presuntos criminales famosos funciona como camino hacia la pacificación nacional. La gente insiste en que no. Dos países que no se tocan. Dos realidades que no se reconocen. Y una democracia que se debilita justo en esa fractura Las percepciones importan porque reflejan algo más profundo que miedo: reflejan confianza o desconfianza en la capacidad del Estado para ejercer autoridad legítima. Hoy predomina la desconfianza. El discurso oficial se desgasta porque ya no alcanza a cubrir la brecha entre lo que se dice y lo que se vive. La percepción de inseguridad no es un capricho emocional: es un indicador de sobrevivencia. Según el INEGI el 64.2 por ciento de personas mayores de 18 años ve a la inseguridad como el principal problema del país (INVIPE, 2025) La gente no siente protección. No siente presencia estatal en el sentido de cumplir y hacer cumplir la ley. No siente control territorial. Y sin esa sensación, todo lo que se diga desde el poder se percibe como lejano, defensivo, insuficiente. Las encuestas lo resumen con una frialdad demoledora: La mayoría de los mexicanos no ve cambios, no espera cambios, no cree en cambios. Cuando un país deja de creer en su propio Estado, no queda espacio para la narrativa. Solo queda la intemperie. Y un ciudadano en intemperie política es un ciudadano listo para buscar soluciones al margen del sistema.
El Estado presume golpes espectaculares al crimen. La gente presume miedo. El Estado muestra cifras. La gente muestra heridas. El Estado celebra capturas. La gente solo quiere caminar sin miedo. Y esa distancia —esa brecha ya inocultable— define el momento político que vive el país. La seguridad no se construye con anuncios ni con conferencias. No se construye con nombres de detenidos ni con partes oficiales. La seguridad se construye donde se siente. En la calle. En la esquina. En el camión. En la casa. Y mientras la mayoría diga que no siente ninguna mejora, la estrategia está fallando, aunque los voceros digan lo contrario. Ahí está por ejemplo el recién publicado reporte del Organized Crime Index 2025 que ubica a México en el primer lugar de mercados criminales ((https://ocindex.net/report/2025/section5#5-1-criminality-indicators) del mundo. Un país que no cree en su seguridad deja de creer en quien la promete. Y cuando la confianza se pierde, lo que viene no es estabilidad: es ruptura. Ruptura con la narrativa. Ruptura con el sistema. Ruptura con el Estado. Esa narrativa estatal ha perdido el rumbo hay que acompañarla con hechos que se sientan en el día a día.