Mario Vargas Llosa

Vargas Llosa describe a su generación: Cortázar, Fuentes y García Márquez

Proceso entrevistó en mayo de 1993 al escritor peruano luego de tres años de ausencia, desde que dejó México un día después de su declaración polémica de "la dictadura perfecta" en el Encuentro de la Libertad organizado por la revista Vuelta en los estudios de Televisa.
lunes, 14 de abril de 2025 · 15:15

Tres años después de decir que México era "la dictadura perfecta", Mario Vargas Llosa regresó a presentar su libro de memorias El pez en el agua, en aquella ocasión sostuvo una larga entrevista donde fue cuestionado entre otros temas, sobre la polémica de la pelea que sostuvo con Gabriel García Márquez. Por ser de relevancia en el actual contexto político, Proceso comparte con sus lectores el reportaje completo publicado en la edición 862, para su análisis y discusión.

CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Luego de tres años de ausencia, desde que dejó México un día después de su declaración polémica de "la dictadura perfecta" en el Encuentro de la Libertad organizado por la revista Vuelta en los estudios de Televisa, el escritor Mario Vargas Llosa volvió para presentar su libro de memorias El pez en el agua, en el que pone un paréntesis de tres décadas, justo las que vieron surgir, brillar y morir el llamado boom literario latinoamericano:

"Lo dejo para mi vejez ese paréntesis, porque ahora ya no quiero escribir memorias, sino novelas."

Ahora, para Proceso, refiere que ese movimiento sirvió para acercar mucho a los latinoamericanos entre sí, pero también a los escritores y a los intelectuales, "que se conocieron, que se frecuentaron, que se amistaron y se enemistaron", y asimismo a los lectores, y que eso quedó de manifiesto "cuando Cortázar o García Márquez o Fuentes u Onetti o Borges o también Octavio Paz, los poetas, porque arrastró naturalmente a los otros géneros, podían ser leídos como autores familiares de un confín a otro confín de América Latina".

Sin embargo, señala a la distancia, "quizá hubo también una cierta ilusión, la idea de que habíamos dado un salto, ¿no es verdad?, cultural irreversible... Naturalmente eso era ingenuo, eso no ocurre nunca. También la idea de que iba a mantenerse esa efervescencia creativa, pues también seguramente fue ingenua. Luego ha venido un cierto receso, la curiosidad de los grandes centros de cultura ya se orientó en otras direcciones, algo que es absolutamente normal".

–Usted dijo alguna vez de las Antimemorias de Malraux que eran interesantes no por lo que decían sino por lo que ocultaban. ¿Por qué decidió que fueran así estas memorias suyas?

–Al principio sólo iban a ser las memorias de la campaña política. Eso iba a dar una imagen muy falaz. Yo no soy un político. Soy un escritor que hizo política en determinadas circunstancias. Y entonces me pareció que junto con ese testimonio debía dar un testimonio de la asunción de mi vocación literaria y el despertar de mi inquietud social y política en mi juventud... Porque creo que eso explica de alguna manera lo que yo llegué a hacer en el año 1987. Y por eso es que he intercalado los dos periodos de mi vida. Por eso junté estas dos etapas en esta memoria, dejando esa especie de paréntesis de casi 30 años, entre 1958 y 1987.

–¿Podría hablar uno por uno de los escritores del boom, de sus obras, comenzando por su favorito?

–Bueno, favorito es muy difícil decir, ¿no? Hablaré de los que fui más amigo, a los que frecuenté más, Cortázar, por ejemplo. Creo que fue uno de los primeros escritores latinoamericanos del llamado boom, al que conocí.

En orden arbitrario, solamente escogido por la memoria de Vargas Llosa, el escritor peruano hace lo que al final llama "chismografía literaria". Evoca a sus amigos, a los que no lo fueron tanto; señala diferencias y semejanzas con ellos, emite juicios sobre sus obras; relata, en fin, anécdotas de Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti y José Donoso. También de Jorge Luis Borges y Octavio Paz, que si bien no son del boom, Vargas Llosa los considera "figuras tutelares".

RULFO

A Rulfo, dice, lo vio por primera vez en casa de Pablo Neruda, en Chile, en 1961, donde fueron invitados un fin de semana:

–El Rulfo que yo conocí, las dos o tres veces que me tocó estar con él, era un hombre que no hablaba nada de literatura, que parecía rehuir cualquier opinión sobre escritores, que no parecía tener ningún tipo de entusiasmo literario, que por supuesto no hablaba de su obra, pero tampoco de la de ningún escritor, alguien que parecía tan remoto y alejado de una actividad en la que había sido uno de los primeros maestros de la modernidad en América Latina. En los últimos años me tocó verlo un par de veces, y seguía siendo una persona desvalida, frágil, pero también una persona que me pareció muy amargada, ácida, con algún tipo de heridas, de laceraciones. Una impresión que a mí me apenó y de alguna manera también me impidió el acercamiento a él. A mí me recuerda mucho la sorpresa que me produjo conocer a esta figurilla tan consumida, tan extraordinariamente desvalida y pensar que era el autor de esos dos libros que mostraban esa seguridad y esa sabiduría a la hora de organizar una historia, de montar un mundo en movimiento, realmente no casaba.

BORGES

A Borges lo conoció en el año 1961 y nunca llegó a tener con él, tampoco, una amistad, "pero para mi pesar entiendo que de una de estas reuniones quedó un poco resentido conmigo". Cuenta Vargas Llosa esta historia:

–Yo hice un viaje a Argentina para el estreno de una obra mía. Fui a visitarlo a su casa; me impresionó la extraordinaria modestia con la que vivía, la sobriedad del departamentito de Buenos Aires. Escribí una crónica donde dije que me había impresionado esa extremada sobriedad de su casa, y después me enteré que increíblemente el haber dicho eso y que incluso había visto goteras en el techo, a él lo había molestado. Y debió haber sido así, porque luego lo vi un par de veces más y lo noté no diría seco pero sí más distante que otras veces. Esa visita la tengo presente: no había ni un solo libro suyo, había una biblioteca muy pequeña de autores selectos, favoritos, casi todos de lengua inglesa, y había en el cuarto de su madre un vestido morado que aparentemente era el último vestido que había usado esta señora tan importante en la vida de Borges, y que él guardaba ahí como una especie de objeto de culto.

PAZ

En El pez en el agua relata cómo "descubrió" a Octavio Paz a mediados de los años 50, con una plaqueta de Piedra de sol en Lima, y dice que lo conoció sólo más tarde en Inglaterra:

–Era un momento importante desde el punto de vista político, cuando empezaba a tener más reservas y distancias críticas respecto del socialismo. Y me acerqué a él y contraje una deuda muy grande. Porque Paz no tenía ninguna duda respecto al socialismo. Y adopté unas posturas muy próximas a las de Octavio, en los años de la ruptura con Cuba, de la polémica que fracturó al boom (el caso Padilla) y en cierta forma lo desintegró por cuestiones políticas. Y aunque discrepamos por ejemplo en la economía del mercado, tenemos coincidencia total en lo que es la defensa de la cultura de la libertad, del sistema democrático, del pluralismo de las instituciones representativas.

BENEDETTI

Fue muy amigo también de Mario Benedetti en los años 60:

–Nos vimos mucho, dimos muchas batallas juntos cuando estábamos en las mismas posiciones. Además me parece un gran narrador, un poeta interesante, y de quien fuimos muy amigos y de quien luego nos distanciamos políticamente. Hemos polemizado políticamente, y la amistad luego con la distancia tiene que haberse entibiado algo, pero Mario Benedetti, siempre lo repito, a pesar de estar yo en posiciones diametralmente opuestas a las suyas, es una persona que a mí siempre me ha merecido respeto porque ha sido un escritor que ha sido coherente en su vida personal con las posiciones políticas que profesa. Es uno de los poquitísimos escritores que cuando tuvo que irse de su país, no se fue a Estados Unidos, que eso es lo que suelen hacer los escritores de izquierda en América Latina, sino a Cuba, y vivió en Cuba, y tengo entendido que ni siquiera ha pisado ese país al que tanto abomina, que es Estados Unidos. Hay en Mario Benedetti un esfuerzo de coherencia vital dentro de la discrepancia que he tenido con sus ideas.

DONOSO

Conoció a José Donoso en Mallorca mientras éste escribía El obsceno pájaro de la noche:

–Vivía completamente aislado en una casita a lo alto de una colina donde sólo podía ver un convento trapense y era su único contacto con el mundo, y eso le permitía cultivar sus neurosis con una consistencia y el apoyo de María del Pilar, que es una mujer extraordinaria, como otros cultivan plantas o crían gatos. Y las neurosis son el material de trabajo de Pepe. Vivimos en Barcelona cuando esa ciudad se convirtió un poco en la capital del boom, donde muchos escritores del boom vivían o pasaban por ahí. Eramos amigos, nos veíamos con mucha frecuencia, nunca hablábamos de política porque nunca he visto un escritor al que le interesara menos y despreciara más la actividad política que José Donoso, tal vez ni Borges. Creo que es el escritor más literario de todos los que conozco. No sólo se interesa por la literatura sino que vive en la literatura: todos los gestos, desilusiones, actos de la vida pública o privada de Pepe están determinados exclusivamente por motivos literarios. Nunca hemos coincidido en gustos literarios y hemos tenido feroces discusiones, porque siempre yo detesto lo que él admira y viceversa. Somos muy buenos amigos y la amistad se mantiene a pesar de la distancia. También hizo constantemente esfuerzos porque el boom no sólo fuera un grupo de escritores, sino de amigos, de asociados, de cómplices, una especie de internacional o de mafia literaria que trabajara al unísono para difundir lo que hacíamos, para promover nuestros libros.

ONETTI

A Onetti lo conoció a mediados de los 60:

–Me tocó hacer un viaje con él por Estados Unidos, luego de un congreso del Pen Club en Nueva York. Un viaje muy pintoresco porque en ese viaje de Nueva York a California, Onetti pasaba prácticamente de los aviones a los cuartos de hotel, donde no se movía para nada, alegando depresión, neurosis. Y Carlos Martínez Moreno, que era un escritor muy simpático y sumamente bondadoso, hacía el papel de niñera de Juan Carlos Onetti, de manera que no conoció nada por cuidar y acompañar al maestro uruguayo. Onetti, todas las veces que lo he visto desde aquella primera vez, siempre me pareció que hacía esfuerzos desesperados por parecer uno de esos personajes malvados de sus cuentos y de sus novelas, por mostrar un cinismo, una especie de frialdad inhumana frente a la vida, para parecer totalmente escéptico, para parecer un aguafiestas permanente. Pero creo que detrás de toda esta representación, lo que había era una enorme inseguridad, una gran vulnerabilidad, la de un hombre sumamente frágil y muy poco preparado para enfrentarse a los avatares del mundo moderno. Creo que eso se vio cuando se cometió esa injusticia tan monstruosa que fue encarcelarlo durante los años de la dictadura uruguaya, en los que, estoy seguro, a Onetti le hicieron un daño terrible, mayor del que se le puede hacer a cualquier persona menos desvalida que el Onetti real, que no es el Onetti de esas historias horribles, de esa infinita crueldad que ha llegado a escribir. Nunca llegué a ser amigo de Onetti, pero siempre he sido un lector muy entusiasta de todo lo suyo, salvo las últimas novelas, que ya me entusiasman menos. Me parece una literatura profunda, rica, que además ha aprovechado de una manera enormemente creativa, por ejemplo la lección de Faulkner, que es también uno de mis maestros, como creo que lo ha sido también de Fuentes, García Márquez, Rulfo y de tantos escritores latinoamericanos.

CORTÁZAR

–A Cortázar lo conocí en diciembre del año 58, cuando yo estaba en Madrid haciendo mi doctorado. Fui para las vacaciones de fin de año a París, y un funcionario peruano de la Unesco me invitó a comer a su casa, y había ahí una pareja, un muchacho que a mí me pareció muy jovencito, muy alto y lampiño, con unas manos muy grandes, que estuvo sentado a mi lado y estuvimos hablando de libros; me contó que le iban a publicar un libro de cuentos aquí en México, yo le conté que iba a salir un libro de cuentos en Madrid, y durante toda la noche tuve la impresión de que era como yo, un jovencito aprendiz de escritor, muy ilusionado con la aparición de su primer libro. Y sólo al final de la cena descubrí que era Julio Cortázar, de quien yo había leído Bestiario, y había leído sobre todo la traducción de las Obras Completas de Poe que había publicado la Universidad de Puerto Rico. Además había leído crónicas suyas en Sur. Bueno, yo lo admiraba muchísimo ya, y me quedé realmente muy impresionado al descubrirlo, porque Cortázar, que me parecía un contemporáneo, en realidad era 22 años mayor que yo. Nos hicimos amigos desde esa vez, nos escribimos mientras yo estuve en Madrid, luego que fui a París el año siguiente nos frecuentamos muchísimos; él fue muy generoso conmigo, yo a él le dí a leer el manuscrito de La ciudad y los perros, él intentó encontrarme un editor, y durante los años que viví en París mantuvimos una amistad bastante estrecha. No una intimidad, porque Julio no era una persona que permitía una intimidad, por lo menos en esa época de su vida, después cambió mucho, ¿eh? Pero aparte de admiración literaria yo tenía también admiración por su manera de ser, tan coherente, tan consecuente, tan celosa de su privacidad. Era una persona extraordinariamente limpia y transparente Julio, de una integridad moral que yo he visto en pocos escritores, ¿eh? Luego yo me fui a vivir a Inglaterra, aunque trabajamos juntos alguna vez como traductores en conferencias internacionales; durante una buena etapa militamos juntos, sobre todo en la defensa de la revolución cubana; luego, cuando yo comencé a tomar una distancia crítica con Cuba, tuvimos un cierto distanciamiento político que nunca se tradujo en una ruptura, en una desaparición de la amistad, aunque a la distancia y sin vernos mucho esa amistad la mantuvimos y yo nunca le perdí a Julio ni la admiración ni el cariño ni el respeto, aun cuando lo oía a veces afirmar y decir cosas en el campo político que a mí me parecían no sólo inaceptables sino de una tremenda ingenuidad. Pero siempre estuve convencido de que aun en sus peores equivocaciones Julio fue siempre una persona muy honesta y muy íntegra, incapaz de decir nada que no creyera ni de defender ninguna causa por algo que no fuera una estricta convicción. Creo que además la obra de Julio fue muy importante y muy estimulante en cuanto a lo que se refiere a la aventura formal, a la exploración de nuevas formas, la importancia del humor en literatura; creo que él nos enseñó en América Latina que el humor podía ser la cosa más seria del mundo, cómo divirtiendo podía ser uno profundo, explorar formas desconocidas. Al mismo tiempo Julio fue para mí siempre una persona bastante misteriosa. Era imposible atravesar un cierto umbral, tenía una cierta vida secreta. Había el rumor de que tenía un cuarto de juguetes en su casa donde se encerraba a jugar con mecanos, con muñequitos, a tocar su trompeta, algo que parecía perfectamente compatible con esa personalidad curiosa de hombre siempre a la caza de maravillas ahí dentro de lo cotidiano que era Julio. A mí me encantaba conversar con él, entre otras cosas porque siempre sabía dar consejos interesantísimos sobre cosas que ver, libros que leer, películas. Tenía un conocimiento de lo extraordinario, de lo inusitado, de lo extravagante, de lo anómalo. Parecía una disposición congénita en él.

CARLOS FUENTES

–A Carlos Fuentes lo conocí también por esos años. Es divertido porque a Carlos lo conocí en el año 62 aquí en México cuando vine como periodista de la Radio y Televisión Francesa a cubrir una exposición francesa. Yo traía un libro de Claude Couffon para Carlos Fuentes y le llamé por teléfono, estaba ocupado y no pudo darme una cita. Y un cineasta, Carlos Velo, creo, que estaba casado con una chica francesa, me invitó a una comida en su casa, y recuerdo haber entrado a esa casa y haber visto parado sobre una mesa zapateando a Carlos Fuentes. Una posición bastante insólita, porque si alguien no suele subirse a las mesas a zapatear es Carlos Fuentes, que es verdaderamente la persona más formal del mundo. El varias veces me contó que le habían dado no sé qué menjunjes a beber que lo habían sacado de sus casillas y lo habían parado a protagonizar este espectáculo. Pues ahí lo conocí y nos hicimos amigos, y lo vi mucho en Europa, por donde Carlos pasaba con frecuencia. Carlos era un personaje totalmente exitoso, desde que lo conocí. Exitoso como escritor (La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz habían tenido un éxito enorme); él además había asumido ya un protagonismo latinoamericano, había viajado por América Latina, había estado en Chile, en Argentina, hablaba un poco más en nombre de América Latina que de México, y creo que fue uno de los primeros en trabajar muy activamente para que los escritores latinoamericanos se asociaran, se vincularan. Era también uno de los más políticos, tenía una preocupación política, no excluyente, pero sí muy importante y paralela a su preocupación literaria. Era muy exitoso socialmente, era muy exitoso con las damas, por lo apuesto. Era simpático y generoso. Es una de las cosas que más he admirado de Carlos, su generosidad: un escritor sin envidias con sus colegas, algo que es realmente muy raro, no sólo en cualquier ser humano, sino entre escritores. Mantuvimos una amistad muy cordial, y nos hemos visto muchas veces en muchas partes, coincidiendo y a veces pues discrepando también de muchas cosas, pero siempre dentro de un clima que se puede llamar de respeto mutuo y de mucha amistad.

 

GARCIA MARQUEZ

–Después conocí bastante más tarde a García Márquez. Nos conocimos primero por carta, cuando yo vivía en Londres. A él yo lo había conocido primero por la traducción francesa de un libro suyo, a mediados de los años 60. Yo tenía un programa en la Radio y Televisión Francesa y dirigía un programa que se llamaba La literatura en debate, y entre los libros que me mandaban las editoriales me llegó El coronel no tiene quien le escriba, que leí por primera vez en francés. Y me gustó mucho y me sorprendió porque yo no había oído hablar de García Márquez, y desde entonces no sé cómo ni a través de quién, tal vez de Carlos Fuentes, que era incansable relacionando a los escritores, nos pusimos en contacto y durante algunos años nos carteamos e incluso concebimos por carta un proyecto delirante de escribir a cuatro manos una novela sobre una guerra tragicómica que hubo entre Colombia y Perú en la región amazónica, que no cristalizó pero sirvió para intercambiar cartas muy divertidas. Lo conocí en el año 1966 cuando me dieron el Premio Rómulo Gallegos, él fue también a Caracas, y luego fuimos vecinos en Barcelona, vivimos en la misma calle, y mantuvimos durante algunos años una amistad muy estrecha y casi diaria. Yo creo que fui uno de los primeros lectores entusiastas de Cien años de soledad y de los primeros en sentir que había ahí una obra de magnitud realmente considerable. Escribí sobre ella, dí conferencias, dí clases sobre ella, y escribí incluso un libro que resultó la culminación de todo ese entusiasmo. Nuestra relación fue casi una relación estrictamente literaria, a diferencia de lo que me ocurrió con Carlos Fuentes, que siempre hablábamos de política. Con García Márquez en esos años 60 creo que hablamos muy poco de política. El estaba entonces de vuelta cuando muchos de nosotros estábamos de ida. Recuerdo que mis entusiasmos por la revolución cubana él los miraba con cierta distancia y con una cierta ironía escéptica. El había tenido ya esos entusiasmos por Cuba desde el principio, había pasado por Cuba, había trabajado como periodista, había tenido problemas con las primeras purgas que se hicieron en la agencia Prensa Latina, y si conservaba algún entusiasmo por la revolución cubana entonces era un entusiasmo muy moderado, decantado por algunas aventuras que yo no llegué a conocer nunca en detalle. Pero curiosamente nuestra amistad, que fue muy estrecha, casi excluyó el tema político durante esos años de Barcelona.

–Después del pleito, ¿se han vuelto a ver?

–No, no lo he vuelto a ver nunca más.

–Se habla de que el conflicto entre ustedes fue político.

–No es verdad, eso no es cierto. Fue un diferendo de tipo personal. Hemos tenido por supuesto diferencias políticas muy grandes, luego cuando, ante mi sorpresa, vi que se llenaba de entusiasmo nuevamente por la revolución cubana, justamente cuando muchos otros escritores nos desilusionábamos. El asumía una solidaridad militante con Cuba que hasta entonces no había tenido en absoluto. No había mantenido ninguna crítica pública y sí desde luego una tremenda reserva ante el comunismo en general. Yo era ya muy crítico del comunismo, pero aquella frase de Sartre "El horizonte del mundo es el socialismo", de alguna manera yo lo sentía en los años 60. Yo creo que en esos años García Márquez no lo sentía. Creo que sentía el socialismo, si no fracasado, en vías de un fracaso. No lo decía, pero tengo la impresión de que lo sentía. ¿Qué pasó después? ¿Qué llevó a García Márquez a cambiar de esa manera? Eso no lo he sabido, nuestra amistad se había interrumpido y por supuesto no tuvimos esa conversación. Pero ese es mi recuerdo de él de esos años: de una persona casi entregada totalmente a la literatura, profunda, secretamente desilusionado de todo entusiasmo revolucionario y político en general, y que veía con una simpatía bastante escéptica nuestros entusiasmos, y digo nuestros porque eran los míos, de Cortázar, de Fuentes, incluso respecto a Cuba, al socialismo. Pero esa distancia por supuesto no ha variado un ápice mi admiración por su obra, que creo que se ha mantenido invariable por todos estos años.

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