LIBROS

Celia Cruz, desde una Cuba profunda

Los inicios, desarrollo y consagración de la carrera de la cantante cubana Celia Cruz están contados con fidelidad al dato preciso y amenidad en el libro "Celia Cruz en Cuba (19215-1962)", de Rosa Marquetti, obra que el próximo 18 estará a la venta en todos los formatos.
domingo, 15 de diciembre de 2024 · 07:00

“¿Será que la memoria es imperecedera, que no lo es la vida,

que el recuerdo puede salvar de la muerte?”

Guillermo Cabrera Infante

 

¿Cómo se convierte un gran artista en mito? ¿Cómo se produce ese proceso en el que un creador trasciende lo más natural y popular de su quehacer para alcanzar una dimensión extraordinaria? ¿Y cómo nos enteramos de sus particularidades? Tales interrogantes son respondidas en el libro Celia en Cuba (1925-1962), de Rosa Marquetti Torres; uno de los mejores ejemplos del análisis de la trayectoria de vida de una artista devenida mito de la cultura cubana y universal. Mitos como éste se ensanchan o quedan estacionarios, incluso pueden llegar a olvidarse, según sea la leña que se acumule para que el fuego de la combustión se nutra o se apague. Esta rigurosa investigación sobre la gran cantante y mujer del espectáculo se revela como el combustible más inflamable para mantener vivo ese mito.

Con una encendida devoción por su objeto de estudio, una praxis probada en investigaciones de temas musicales y la clara determinación de abrir el camino de la academia hacia la figura rutilante de Celia Cruz, la autora ha gestado un libro fundamental sobre la artista cubana. Decenas de textos y numerosos ensayos avalan la obra de Rosa Marquetti, quien se adentra en un estudio panorámico sobre Celia. Aquí aparecen el inicio, desarrollo y consagración como figura de renombre internacional, así como la controvertida relación de la artista con la dirección de la revolución de enero de 1959, después de la muerte de su madre y la negativa a dejarle asistir al sepelio de la misma, asunto que ocupa la parte final del volumen.

Metodológicamente se trata de una investigación ejemplar, apoyada en una intensa búsqueda e inteligente uso de sus fuentes, y en las ideas valorativas expuestas sobre la cantante y su articulada relación con el contexto socio-cultural-histórico de la Isla, en especial el universo de la música, el mundo del espectáculo y los medios. La recopilación de información ha sido paciente y puntillosa; la autora no ha dejado ningún dato relevante fuera de su lupa. Esta faceta del libro la nota tanto el lector como el investigador que encuentra en sus páginas un repertorio fundamental. Con una prosa rica y eficaz, Marquetti despliega las ideas y la información con amenidad, su conocimiento, más bien su dominio de la materia, es insuperable.

Portada del libro.

El libro se presenta como un complemento necesario a Celia. Mi vida, un texto atendible por ser la propia voz de Celia la que nos habla (de conjunto con una coautora, Ana Cristina Reymundo), pero que deja la sensación de que se asiste a algo meramente descriptivo, sin mucha profundidad en su trasiego como cuerpo escritural. Son las memorias de Celia Cruz.

Rosa Marquetti, en cambio, nos muestra a una artista que fue mucho más que “la guarachera de Cuba” o una cantante sobresaliente en su entorno. Celia en Cuba... brinda, de manera documentada y amena las modulaciones, momentos cruciales, avatares temporales, sufrimientos y éxitos, de una artista fuera de serie. Es una historia de vida abarcadora, puntual cuando debe serlo, y profunda en el sentido de buscar las esencias del personaje.

Así podemos seguir la infancia de Celia, los comienzos en el arte, su trabajo de más de quince años con La Sonora Matancera, sus relaciones con artistas cubanos y extranjeros, los espectáculos en los que intervino de manera protagónica, sus primeros viajes a otros países y las giras internacionales, y los programas de televisión y radio que tanto contribuyeron a crear los públicos aficionados. El lector puede apreciar el trayecto creciente desde que Celia fue una perfecta desconocida, una debutante más, hasta alcanzar una dimensión extraordinaria como vocalista, actriz y vedette de primer nivel.

El libro de Marquetti, filóloga devenida estudiosa de la música cubana, ofrece una considerable cantidad de información, entre ella numerosas fotografías y anexos que evidencian el enorme número de fuentes consultadas y el cruce realizado entre ellas. Ese despeje lo realiza la autora con minuciosidad de relojero. Año tras año persiguió el dato importante, ese que aporta a la conformación de una imagen que se va construyendo ante los ojos del lector.

El periodo en que surge Celia Cruz en el escenario musical cubano no sólo se caracterizó por la cantidad de talentos existentes, sino también por ser el momento del surgimiento de la televisión y de modernos estudios de grabación. El mundo del espectáculo, a su vez, dispuso entonces de instalaciones de mucho imán, como los cabarets Sans Soucci, Tropicana, Monmartre, así como los teatros Martí, Alcázar, Radiocentro y Mambú. Los años cuarenta y cincuenta fueron especialmente fértiles para el desarrollo de la música y los espectáculos.

El libro da cuenta de éxitos interpretados por Celia Cruz, que fueron muy escuchados entonces, entre ellos canciones de gran arraigo popular, los boleros “Tu voz” y “Contestación a Aunque me cueste la vida”, el ritmo bembé “Burundanga”, y canciones afro como “Changó ta’ vení” y “Siguaraya”, además de otras que harían larga la relación (“Facundo” y “La sopa en botella” también habría que mencionarlas). La relación de trabajo con la orquesta La Sonora Matancera signó buena parte de sus comienzos y desarrollo, hasta que se independizó y siguió su carrera.

Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Miguel Valdés, Felo Bergasa, Benny Moré, Bebo Valdés, Rita Montaner, Esther Borja, Luis Carbonell, Olga Guillot y Rolando Laserie son algunos de los artistas y compositores cubanos con los que tuvo relación Celia Cruz. También se codeó y actuó con figuras internacionales de relieve como Tito Puente, Pedro Vargas, Sarita Montiel, Tongolele, Libertad Lamarque, Daniel Santos y Josephine Baker. Celia brilló entre las luminarias de su época, que la reconocieron como uno de sus pares.

Celia con su esposo Pedro Knight y el productor Quincy Jones. Foto IG @celiacruz

Los viajes a diversos países del continente y finalmente a Nueva York, la meca, contribuyeron a la construcción de una imagen sólida de Celia dentro del universo musical americano. México, Haití y Venezuela fueron fundamentales. Cada presentación suya fue una conmoción para los públicos y las crónicas de prensa que, recopiladas de manera detectivesca por Rosa Marquetti, confirman esos éxitos artísticos. En Lima, Perú, por citar un solo ejemplo, la fueron a despedir al aeropuerto en los días finales de 1956 más de dos mil personas. Por otra parte, la autora relaciona la participación de Celia en películas musicales que aportaron también a la cimentación del mito. Salón México, Piel canela, Rincón criollo, Affaire en La Habana y Amorcito corazón, entre otras, la mostraron en todo su esplendor.

Donde quiera que se escuchó su voz vibrante y límpida, igualmente tierna, sensual y cálida, voz afro sin matices e impostaciones (“un contralto muy singular”, según Celia misma), y se disfrutó de su gran dominio escénico y dinámicos desplazamientos (su control corporal fue magistral), hizo que crecieran exponencialmente sus seguidores. A ello también contribuyó su alegría desbordante y carisma inigualable, digamos que una sandunga expansiva y contagiosa coronada por el estentóreo grito “Azúcar” que la simbolizó.

Fue llamada de diversas formas: “La Guarachera de Cuba”, “La reina de la Salsa” y “La Reina del afro” (la vertiente del afro que cantó venía de la música ritual yoruba), entre otras. Pero realmente ella fue superior a todas esas denominaciones, fue Celia Cruz una artista total. Según Rosa Marquetti: “Su inteligencia natural, la sagacidad entrenada y la mirada universal que su cultura y vivencias ensancharon, han avalado las decisiones que ha tomado en su vida artística. El dominio de los grandes géneros de la música cubana, en una amplia tesitura que va desde los afros más auténticos hasta los boleros más intimistas y sofisticados, pasando por guarachas, sones montunos, cha cha chás, mambos y hasta géneros y ritmos de otras latitudes, es uno de los más acusados signos de su versatilidad como artista, como lo es también su ductilidad para cantar con diferentes formatos acompañantes...”.

Con nitidez ha sido fijada por la autora la personalidad de Celia en este volumen de más de cuatrocientas páginas. Su manera de relacionarse con los demás, en primer lugar con su familia y con su entrañable madre, su sencillez auténtica, su tenacidad, la fuerza con que enfrentó las adversidades, la entrega absoluta al arte, la capacidad de hacer amigos, su laboriosidad infatigable (podía tener tres actuaciones en diferentes espacios durante un mismo día), su confianza en sus propias capacidades o fe en sí misma, todos esos rasgos y otros, aparecen en el libro. La imagen de la persona se va develando gradualmente a medida que se avanza en la lectura del texto. Mujer y negra, saltando por encima de todos los tabúes y obstáculos e imponiéndose con resolución en un mundo machista por excelencia, era algo notorio para su época. Sólo esto sería merecedor de cualquier reconocimiento, el extra lo puso su talento y la calidad de su trabajo.

El libro también revela la condición de Celia Cruz como referente para otras cantantes más jóvenes que veían en ella el paradigma a seguir. Su trabajo tutorial con la joven Caridad Cuervo es un ejemplo de ello, el texto lo describe muy bien. La cantante Maya Angelou, activista por los derechos humanos, bailarina y poeta afronorteamericana, es otra muestra de esa relación referencial. En su prólogo al libro de memorias de Celia, anota que siendo una debutante la vio actuar en Broadway, “... fui a verla todos los días. Su presencia en el escenario era explosiva, sensual y absoluta. De ella aprendí que tenía que subir al escenario con todo lo que tengo”. En Cuba también su influencia ha sido evidente en cantantes jóvenes que se lanzan a ganarse el público con esas mismas ganas.

Celia y Tito Puente. Foto: IG @celiacruz.

Las a veces complicadas relaciones entre artista y empresarios, directores de estudios de grabación, periodistas, promotores y demás personajes de la tupida trama de ese universo, aparecen detalladas en Celia en Cuba... Con La Sonora Matancera o sola, Celia supo moverse con eficacia ante esas complejas negociaciones. El mercado para sus discos, después del difícil impulso inicial, se abrió primero a Latinoamérica y luego a Estados Unidos, a mitad de los años cincuenta. Países europeos como España e Italia sirvieron de antesala a la entrada a los públicos del Viejo Continente. Con las posibilidades de comunicación y difusión de la época, para nada parecidas a las actuales, se podría decir que su trabajo se globalizó aceleradamente. Asimismo, la autora describe con lujo de detalles la relación de los medios con la artista, cuya carrera fue elogiada, permanente y sostenidamente, por la prensa musical y del espectáculo.

Al igual que con Benny Moré, es difícil hablar de la construcción calculada de una imagen artística personal en Celia Cruz, al menos en la etapa que estudia el libro. En sus inicios y en buena parte de su carrera consagratoria, la realizada con base en Cuba, tal y como lo describe Rosa Marquetti, hubo más de instinto natural y de improvisación genuina que de planificación de poses y actitudes en ella. Talento en estado original más que cálculo. Eso sí, asimiló como una esponja de las grandes estrellas con las que trabajó y que coexistieron con ella en escenarios de muchos países.

Al momento de dar el viaje de trabajo a México, a finales de 1961, del que nunca regresó, Celia era la mujer artista de la canción con mayores seguidores en el país. Rosa Marquetti baraja otros nombres de casi similar preferencia en los inicios de los sesenta, como Olga Guillot y Celeste Mendoza, pero, al igual que “El Bárbaro del Ritmo”, “La Guarachera de Cuba” estaba en la cima de la popularidad en Cuba.

En una entrevista, de finales de 1961, en el diario caraqueño El Mundo, se anuncia que su madre agoniza de cáncer en Cuba y se pone en boca de Celia: “Ni su muerte me hará volver a La Habana mientras Fidel Castro esté en el poder”. A mi entender, esta declaración pudiera estar manipulada o, en el peor caso, ser apócrifa, dada la conocida distancia de ella con la política y la increíble aseveración de que no iría a despedirse de su amada madre. Según la autora del libro esas serían, en caso de ser verídicas, las primeras declaraciones en las que se transparentó su posición sobre el nuevo gobierno cubano.

A la muerte de la madre, en abril de 1962, el gobierno cubano le negó la posibilidad de regresar a la Isla (materializada la negativa en el consulado cubano en México) para estar en el sepelio, si bien no le confiscó sus propiedades, dos apartamentos familiares, y al año siguiente accedió a su solicitud de que su hermana emigrara a Estados Unidos. Para Marquetti, esa negativa, obviamente de índole política, marcó un punto de inflexión y definición en cuanto a la relación de Celia Cruz con el gobierno de su país. La artista se rebeló indignada, su madre era su amor mayor. A partir de ese momento se desencadenó el conflicto que dio tanta tela por donde cortar (aún lo hace) y que fue atizado por los dos polos enfrentados. En sus memorias, Celia sitúa la negativa del gobierno cubano como el motivo de su decisión de no retornar jamás, aunque no aparece ninguna mención a la citada entrevista. Ella no entendió que se pudiera tomar la decisión de privarle de su ciudadanía de manera injusta. Celia nunca confundió la patria con el gobierno y jamás fue una persona con inclinaciones u opiniones políticas (como buena parte de los artistas de la canción y el espectáculo, y como buena parte del pueblo cubano antes de enero de 1959). Más bien, como dice en sus memorias, fue de mucha discreción en estos temas de manera general.

La cantante con amigos. Foto IG @celiacruz.

En el epílogo, Marquetti sentencia: ¨En Cuba, su país, nunca artista alguno debió enfrentar una censura tan férrea, un castigo tan prolongado al ostracismo y un secuestro del lugar que por derecho propio le corresponde en la cultura nacional, a la que aportó una brillante trayectoria que, lejos de reclamos paternalistas y neocolonizadores de tipo racistas, no tuvo que agradecer a nadie ni a nada más que a su talento innato y a su proverbial esfuerzo”. Como bien añade la autora, tres generaciones de cubanos también fueron condenados a prescindir de su música, y la cultura nacional contempló vacío, desde inicios de los sesenta, el sitial de honor que le correspondía y le corresponde, por sus indiscutibles méritos artísticos. Actualmente Marquetti trabaja en otro libro, continuador de éste (la vida de Celia desde junio de 1963 hasta su muerte en 2003), en el que seguramente aportará mayores datos y análisis del conflicto de la cantante con el gobierno cubano.

Solo una pasión lúcida es capaz de gestar un producto literario e investigativo como Celia en Cuba… Es un volumen apasionante, en el que aparecen los instantes esenciales en la vida de la cantante. Su voz y carisma habitan en las páginas de este libro dedicado a quien, en palabras de su autora: “... fue el temprano símbolo de la coherencia multicultural dentro de la que habrá de defender siempre sus raíces...”. Es además el tributo que los cubanos de este lado de la orilla no pudimos darle en ocasión de su muerte. Rosa Marquetti lo ha hecho en nombre de todos. Cuando se cumplan los primeros cien años del natalicio de Celia Cruz, en octubre de 2025, este libro y su complemento, aún en proceso, estarán entre los mejores homenajes a su memoria y legado.

 

Celia en Cuba (1925-1962), editado por Planeta México, estará disponible en librerías desde el 18 de diciembre de 2024. También en formatos de libro impreso, Kindle y audiolibro en tiendas virtuales como Amazon y otras.

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*Rafael Acosta de Arriba (La Habana, 1953) es miembro de número de la Academia de Historia de Cuba y reconocido crítico de arte, profesor y ensayista, autor de una veintena de libros propios y más de cuarenta de varios autores. Acaba de recibir el Premio de la Crítica Literaria por un libro sobre la crítica de arte de Octavio Paz.

 

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