Javier Sicilia
El nuevo nihilismo
En el nihilismo que envuelve a la 4T existe una característica no sólo distinta, sino aterradora: la ausencia de cualquier verdad. Su manifestación más inmediata está en la incapacidad para formular un relato coherente del proyecto político que la mueve.Los analistas políticos, contrarios a la 4T, no han dejado de señalar el carácter autoritario que la guía: destrucción de los equilibrios institucionales, control del discurso político, hostigamiento a organizaciones civiles y a periodistas incómodos, militarización y sobrerrepresentación en la Cámara. Pocos, sin embargo, se han interesado en analizar el aspecto nihilista que la rodea y que obliga a mirar el fenómeno de otra manera.
El término nihilismo, “la negación de un fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral”, define la RAE, apareció por vez primera en la novela de Iván Turgeniev Padres e hijos (1862) encarnado en su personaje Bazárov. Años después Dostoieveski analizó sus extremas consecuencias en Los demonios (1871). Fue, sin embargo, Nietzsche (1844-1900) quien le dio contenido filosófico en su concepto de la “transvaloración de todos los valores”: contra lo que nos habían enseñado, la verdad no es absoluta, es una construcción social cambiante y, no obstante, necesaria para hacer posible la convivencia humana.
Hay, sin embargo, en el nihilismo que envuelve a la 4T una característica no sólo distinta, sino aterradora: la ausencia de cualquier verdad. Su manifestación más inmediata está en la incapacidad para formular un relato coherente del proyecto político que la mueve. Las mañaneras de López Obrador son un dechado de ocurrencias, contradicciones y traiciones. Su evidencia más brutal es el desmesurado crecimiento de la violencia y sus múltiples rostros: impunidad, corrupción, asesinato, desaparición, secuestro, extorsión, inseguridad y desplazamientos masivos.
La 4T puede tener el sesgo más autoritario que se conozca después del desmantelamiento del PRI, pero, a diferencia de aquella maquinaria política, no gobierna ni controla nada. En medio del nihilismo que la rodea, su intento de someter todo a sí misma es tan impotente para guiar la vida de un pueblo, como lo fueron los gobiernos que antecedieron a la 4T y decían tener una vocación democrática.
La razón está en que este nuevo nihilismo, que todos atribuyen a una anomalía del Estado, es en realidad el síntoma de una crisis muy profunda y estructural que desde finales del siglo XX afecta a todo Occidente. Sus raíces hay que buscarlas en las distorsiones de una sociedad hiperinformada en la que, como traté de mostrarlo en mi artículo anterior (“La verdad vulnerada”, Procesos digital), la verdad perdió sus coordenadas como elemento cohesionador de la sociedad.
Al socavar la distinción entre verdad y mentira, entre lo legítimo y lo ilegítimo, entre violencia y paz, el nihilismo de la era digital y el algoritmo ha hecho que las coordenadas en las que el país y el Occidente entero creyeron –la libertad, la igualdad, la democracia y la justicia– perdieran su capacidad de guiar la vida de la gente. La propia economía y el mercado que han ocupado su lugar sólo han sido capaces de garantizar una identidad algorítmica y llena de deseos que, al querer colmarse a cualquier precio, alimentan el nihilismo.
Llegados allí, la única forma que el poder ha encontrado para tratar de contener la violencia y fingir que es posible rehacer aquello que se perdió, es inventar un culpable. La 4T la atribuye a la explotación neoliberal y a la corrupción de las instituciones del Estado que obligaron a una parte del “pueblo bueno” a delinquir. Lo que le ha permitido justificar el retorno al autoritarismo. Según la oposición que, como la 4T es incapaz de una autocrítica y, al igual que ella, se niega a mirar el problema como parte de una grave crisis civilizatoria de las que ella forman parte, la atribuye a las alianzas del actual gobierno con el crimen organizado y a su actitud de tolerancia hacia ellos.
René Girard mostró que cuando históricamente se pierden los principios que aseguran la identidad social y la violencia se apodera de la sociedad, la invención de un enemigo aparecía como un mecanismo que permitía exorcizarla. Una vez destruido el monstruo, la sociedad reencontraba su armonía. Ese dispositivo, que tanto la 4T como sus detractores intentan aplicar de manera precaria y ruinosa, se ha vuelto hoy inoperante. No sólo porque no hay un acuerdo en quién es el responsable de la violencia, lo que fractura más a la sociedad alimentando el nihilismo, sino porque el paradigma que permitía al mecanismo funcionar desapareció junto con los ideales que hacían posible orientar la vida de la nación.
Creer que a través del mecanismo del chivo expiatorio es posible rehacer lo que está perdido, es la mejor forma de potenciar el nihilismo y su barbarie. No hemos dejado de padecerlo desde Calderón a López Obrador. Lo seguiremos sufriendo con Claudia Sheinbaum. Estamos frente al desmoronamiento de los ideales de la ilustración que obliga a repensar todo.
Seguir analizando y enfrentando esta crisis en términos de “dictadura o democracia” es no entenderla y perpetuarla indefinidamente, como si la crisis –momento de decisión y de juicio– no fuera una crisis.
Hay que recordar, dice Agamben, que en el ocaso de Occidente, el nihilismo es el más inquietante y terrible de los invitados; “no sólo no se deja domesticar con mentiras, puede llevar a la destrucción de quienes lo han acogido en su casa” y lo miran como una mera y simple anomalía que puede contenerse con meros correctivos.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.
Texto publicado en la edición 0014 de la revista Proceso, correspondiente a agosto de 2024, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.