Carlos Martínez Assad
El imposible Estado palestino
Cabe preguntarse por qué con las debilidades de las fronteras que se estaban creando y la desproporción entre las partes, la comunidad internacional aceptó impávida algo que resultaba tan desfavorable para la población existente en la zona.Hace 75 se creó el Estado de Israel demostrando que todo era posible. De las ruinas de la Segunda Guerra mundial que dejaba en Europa una gran estela de muerte, se logró impactar el viejo colonialismo pegando en el corazón de la Palestina británica. La solución llegó de la ONU, que propuso la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe, como se les designó; aunque si se trataba de una definición religiosa, éste debió denominarse musulmán, no se hizo por dos razones. Entre los nativos había un buen porcentaje de cristianos y desde luego Inglaterra no reconocía la traición que les infligió a los pobladores cuando, a cambio de su apoyo contra el Imperio Otomano, les prometió la tierra que uniría a todos los grupos en la región.
Por una extraña razón que no correspondía con la demografía de la zona, en 1947, cuando se dio a conocer el plan de la división de Palestina, la ONU en su mejor momento decidió que el primero debía contar con 55% del territorio y el segundo con 45 por ciento.
Los judíos asentados en la zona habían arribado con la emigración europea de la segunda mitad del siglo XIX provocada por el antisemitismo, que llegó a su paroxismo en la Alemania nazi y el holocausto que le definió. El refugio internacional del que la ONU concedió a los judíos fue aceptado por la gran mayoría de las naciones.
La decisión llevó a la primera guerra entre la entidad que nacía y los árabes que apenas habían conformado sus estados en la década de 1920, cuando los tratados de Europa los agrupó bajo mandatos por su “incapacidad” para gobernarse. En la década de 1940 ese tutelaje apenas se sacudía y la movilización contra lo que se les imponía les permitió reforzar su sentido identitario religioso previo a su propia filiación nacional, apenas en construcción.
En ese contexto se proclamó el Estado de Israel en 1948 por un Consejo nacional representante del pueblo judío de Palestina y el movimiento sionista mundial. Se hizo explícito que se establecía el “Estado judío independiente en Palestina”. El conflicto surgido entre Israel y los árabes provocó en 1949 que 77% de Palestina fuera incorporada al nuevo estado, 22% anexado a Jordania y apenas 1% a la Franja de Gaza que sería administrada por Egipto. Todavía cabe preguntarse por qué con las debilidades de las fronteras que se estaban creando y la desproporción entre las partes, la comunidad internacional aceptó impávida algo que resultaba tan desfavorable para la población existente en la zona.
Cientos de miles de palestinos fueron desplazados hacia los países vecinos estableciendo campos que hasta nuestros días concentran a millones de personas en una situación social muy desfavorable, dados los acuerdos con los árabes de que sólo se trataba de un resguardo mientras regresaban a sus tierras, razón por la que nunca lograron una nacionalidad y no fueron integrados.
Los conflictos fueron constantes mientras Israel, con la gran fuerza de voluntad de su población, erigía la nación desarrollada en la que se fue convirtiendo enfrentando el desafío de estar rodeada de países hostiles.
Todo esto explica, según el politicólogo francés Jean-Pierre Filiu, la razón por la que –después de la guerra de Seis días en 1967–, sobre apenas 23% de los territorios ocupados por Israel, la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) propusiera la creación del Estado de Palestina en 1987. Más de la mitad de los países afiliados a la ONU aceptó dicha propuesta.
Así la idea esgrimida desde 1947 de la creación de dos estados ha permanecido en el letargo, considerada por muchos como la solución al conflicto que se ha vivido en la región durante años de zozobra por los enfrentamientos armados y por el terrorismo, una de sus más fatales consecuencias.
Fue en septiembre de 1993 que aparecieron en los diarios la insólita fotografía Isaac Rabin, primer ministro de Israel; Bill Clinton, presidente de Estados Unidos, y Yasser Arafat, líder de la OLP, en la que se estrechaban las manos celebrando los acuerdos de Oslo. Se trató del paso más osado para establecer el proceso de paz en el Medio Oriente, estableciendo un gobierno interino palestino y un consejo con gente de Cisjordania y de la Franja de Gaza. Otorgaba igualmente un periodo de transición no excedente de cinco años, para el cumplimiento de la resolución 242 del consejo de las Naciones Unidas, referida al compromiso de Israel de regresar las tierras ocupadas en la guerra de 1967.
Se consideró que no habría una mejor garantía para la seguridad de Israel que el de la creación del Estado palestino, la misma idea llevada y traída a lo largo de los años transcurridos con votos en favor y en contra de los países, según el momento. Por ejemplo, en una de sus más fuertes manifestaciones de la Unión Europea, expresó en 1999 “su convicción de que la creación de un Estado palestino, democrático, viable y pacífico, sobre la base de los acuerdos existentes y a través de las negociaciones, será la mejor garantía de seguridad de Israel”.
Otras olas de reconocimientos mutuos han tenido lugar y no es sino después de un largo silencio que los lamentables acontecimientos del 7 de octubre desencadenaron el fuerte asedio que ha mantenido el Ejército israelí sobre Gaza, que ha dado lugar a la protesta internacional de los estudiantes, primero de las universidades de Estados Unidos y luego de las de Europa, que la demanda de los dos Estados ha vuelto a tomar fuerza. Aunque previamente la iniciativa de varios países permitió dar una presencia a Palestina en la ONU, pero sin las atribuciones del resto de los países.
Ahora, uniéndose a otros países, España, Irlanda y Noruega anuncian su próximo reconocimiento. Sin embargo, nunca han estado más confrontadas las posiciones respecto de una idea que Israel nunca ha considerado más inaceptable y Estados Unidos le otorga su apoyo incondicional. Es ese callejón sin salida que aparece como un obstáculo infranqueable, que oculta muchos de los verdaderos problemas: cómo puede volver Israel a las fronteras previas a 1967 y regresar las tierras de los numerosos asentamientos de judíos en Cisjordania, cómo dar a Jerusalén el estatus aceptable para judíos, cristianos y musulmanes, qué hacer con los millones de refugiados palestinos o quién garantiza que los grupos terroristas acaten los tiempos de paz.
Texto publicado en la edición 0012 de la revista Proceso, correspondiente a junio de 2024, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.