Javier Sicilia
La amebiasis lingüística
En sus palabras “amebas” y su empobrecimiento del lenguaje se manifiesta el estado de anomia de las sociedades y los regímenes del siglo XXI: la estupidización del pensamiento.Una de las condiciones de lo humano, quizá la que lo define, es la palabra. Somos, decía Aristóteles, seres dotados de ella. Sin las palabras, el mundo carecería de sentido. Son ellas las que lo sacan de las tinieblas y expresan su inmensa complejidad. Tal vez, por ello, el Génesis dice que Dios creó el mundo con la palabra.
Hay, sin embargo, momentos en que las palabras enferman y se corrompen. Cuando eso sucede, lo humano entra en crisis y las sociedades, decía Octavio Paz, “se pierden y se prostituyen”.
La era tecnológica atraviesa por un momento de esa naturaleza. Muchos son los síntomas de esa afección: empobrecimiento del lenguaje, desquiciamiento de la ortografía y de la puntuación a causa de la velocidad y la constricción a la que las redes sociales y sus plataformas someten al lenguaje, analfabetismo funcional, es decir, incapacidad de comprender lo que se lee, por nombrar sólo algunos.
Quiero, sin embargo, detenerme en una enfermedad que, siguiendo a Iván Illich, llamo “amebiasis lingüística”. La conforman palabras que, como las amebas, carecen de forma definida y se enquistan en el organismo lingüístico, enfermándolo. Son palabras cuyos significados reales, acuñados por expertos, se perdieron y se cargaron con contenidos simplificados, produciendo comportamientos bovinos y, a veces, violentos. El poder es experto en producirlas. Lo mostraron Víctor Klemperer en La lengua del Tercer Reich y George Orwell en 1984.
Existen muchas “palabras amebas” –“desarrollo”, “progreso”, “comunicación”, “sexualidad”, “moda”...–. Retomo dos, recurrentes en la vida política de México: “neoliberalismo” y “populismo”.
La primera se refiere a una serie de teorías y propuestas económicas que apoyan la libertad económica y el libre mercado, cuyos pilares básicos, según varios autores, incluyen la privatización y la desregulación. La segunda parece derivarse de un movimiento socialista ruso de finales del siglo XIX, llamado “narodismo”, que buscaba reemplazar la monarquía zarista por una democracia basada en entidades autónomas, agrarias y confederadas que sustituirían al Estado. Su lema era “ir hacia el pueblo”.
Estos conceptos delicados y profundos, que implican sesudos análisis y distinciones, se han transformado en palabras cuyas significaciones son tan abstractas y pobres que pueden cargarse de cualquier reduccionismo. Así, en boca de López Obrador y de la 4T, “neoliberalismo” significa “conservadurismo”, “capitalismo” –palabras igualmente amebas–, “explotación”, “elitismo”...; algo que frisa con lo demoniaco y lo perverso. En boca de sus detractores, el “populismo”, del que suelen acusarlos, tal palabra significa “dictadura”, “demagogia”, “oscurantismo”, “estupidez”, “maldad”...; algo igual de perverso y demoniaco que el “neoliberalismo”.
Vacíos de sustancia, pero cargados de todo tipo de negatividades, ambos términos no dicen nada, pero permiten el enfrentamiento y la violencia.
Son formas del empobrecimiento de la lengua y, en consecuencia, de la anarquía y el desprecio por el diálogo; formas en las que el mundo humano se pierde y se introduce lo salvaje, lo bárbaro en la vida de la ciudad. Uwe Pörksen las define como un gruñido que empaña y deshumaniza la cultura.
No es asombroso, entonces, que la violencia sea la temperatura del país. Al cargar ciertas significaciones políticas con todo tipo de prejuicios, las “palabras amebas” reducen el mundo a significados binarios y hacen que nuestro cerebro funcione en su forma más reptiliana.
Según Orwell, el objetivo de sustituir la profundidad y riqueza de una lengua por una forma simplificada de ella, tiene como único fin dominar el pensamiento y hacer inviables otras maneras de pensar. Un buen hablante de lo que Orwell llama “neolengua” –otra forma de nombrar las “palabras amebas”–, sólo necesita expresar la idea con la que la palabra fue cargada para creer que habita un dogma virtuoso.
Eso sucede con las palabras “neoliberalismo” y “populismo”. Vueltas “amebas lingüísticas”, no sólo destruyen la inteligencia y la libertad política, permiten también que, entre sus intersticios, “los corifeos musicales del crimen organizado”, como los llama acertadamente Enrique Serna, vayan adueñándose de las conciencias colectivas. Los lenguajes de sus “corridos tumbados” son tan vacíos y violentos como las palabras “amebas” que pretenden expresar categorías políticas.
Paz no se equivocó al decir que la corrupción de la lengua hace que las sociedades se pierdan y se prostituyan. Tampoco Platón cuando 23 siglos antes expresó en su Cratilo que la incorrección en la lengua, además de ser una falta contra ella, hace mal a las almas. México lo demuestra con creces.
En sus palabras “amebas” y su empobrecimiento del lenguaje se manifiesta el estado de anomia de las sociedades y los regímenes del siglo XXI: la estupidización del pensamiento, la fuerza aniquiladora del poder sin límite y el bestial deleite de las masas en ritos musicales que recuerdan las danzas macabras del Medioevo. Muestran también, dice George Steiner, tanto “las negaciones de la libertad que están ocultas debajo del lenguaje y de las apariencias exteriores de las democracias industriales”, como “la vulgaridad chillona de la cultura de masas, la preeminencia de la charlatanería y los slogans sobre los rigores del pensamiento genuino, y el hambre de los hombres de líderes y magos que alejen sus mentes de las molestias de la libertad”.
Sanar la lengua es uno de los grandes desafíos que enfrenta la dignidad de lo humano.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.
Este texto de opinión está publicado en la edición 0009 de la revista Proceso, correspondiente a marzo de 2024, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.