Álvaro Obregón

Biografía de Felipe Ávila: La luz y la sombra de Obregón

Fue el único militar invicto del país (y con Morelos “el más importante”), verdadero fundador del Estado moderno, impulsor de sólidas instituciones que aún existen (como la Secretaría de Educación Pública), pero los mexicanos no se identifican con él como con Zapata y Villa…
domingo, 28 de mayo de 2023 · 14:40

Fue el único militar invicto del país (y con Morelos “el más importante”), verdadero fundador del Estado moderno, impulsor de sólidas instituciones que aún existen (como la Secretaría de Educación Pública), pero los mexicanos no se identifican con él como con Zapata y Villa… De ahí parte el historiador Felipe Ávila para intentar explicarse, en su recién aparecida biografía, la entraña del sonorense, quien por otra parte se fue volviendo un hombre “muy cruel y sanguinario”, asesino junto con Calles de su amigo el general Francisco R. Serrano. En entrevista, dice que la transición a la democracia no se da porque ese Estado corporativo no representa aún los intereses de los trabajadores.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Aunque fue el creador del Estado mexicano moderno –“el más longevo del siglo XX en el ámbito internacional”–, el general Álvaro Obregón no cuenta con el carisma que ha preservado la memoria de otros caudillos revolucionarios, como Emiliano Zapata y Francisco Villa, quienes se han convertido en insignia de movimientos sociales y antisistémicos de nuestros días.

Sin embargo, a decir del sociólogo e historiador Felipe Ávila, el sonorense es el gran estratega de la Revolución mexicana y el único general invicto. Y para responder a una pregunta de Proceso, afirma sin temor a equivocarse que Obregón y el generalísimo José María Morelos y Pavón son “los más importantes jefes militares en la historia de México”.

Obregón, al igual que Morelos, no estudió en el Colegio Militar, no tuvo una formación académica militar, pero entendió muy bien que la guerra no se aprende en una escuela, sino haciéndola. Con su estrategia logró vencer incluso a “la poderosa máquina de guerra que era la División del Norte, derrotó a Villa”, su dirigente:

“Supo que la guerra es un arte y un oficio que se va desarrollando y perfeccionando a medida que se la ejecuta. Y en eso demostró capacidades excepcionales. No solamente tenía genio e intuición militar, estudiaba concienzudamente cada una de sus batallas, llegaba desde antes al lugar que había escogido para su desarrollo, estudiaba el terreno, las ventajas, las desventajas, dónde iba a poner a sus fuerzas, su avanzada, su artillería, su caballería, las tropas”.

Sopesa asimismo que Obregón Salido, quien nació el 17 de febrero de 1880 en la “pequeña hacienda de Sisquisiva, municipio de Navojoa”, en Sonora, en tierras que habían sido el hábitat de los mayos, brindó todo el apoyo para que José Vasconcelos fundara en 1921 la Secretaría de Educación Pública (SEP), así como el proyecto cultural más sólido del siglo XX.

¿Por qué entonces Obregón no es objeto del culto que se les brinda a Zapata y Villa?

A lo largo de 396 páginas del libro Álvaro Obregón. Luz y sombra del caudillo (Siglo XXI Editores, 2023), el doctor en Historia por El Colegio de México y actual director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), va perfilando un retrato del militar que ocupó la presidencia de la República entre 1920 y 1924, y al cual describe también como ”un hombre muy cruel y sanguinario” que, sin miramientos, aniquiló a sus enemigos, entre ellos el presidente Venustiano Carranza, y a su propio amigo y confidente, el general Francisco R. Serrano.

Ávila da cabida en las primeras páginas a una cita del escritor Martín Luis Guzmán –autor de Memorias de Pancho Villa y La sombra del caudillo, novela en la cual se relata el asesinato de Serrano, ocurrido en Huitzilac, Morelos, en 1927, en medio de la lucha por la sucesión presidencial que dio la victoria a Obregón–. Guzmán describe al también llamado Manco de Celaya, por el lugar donde perdió la mano, en El águila y la serpiente:

“A mí, desde el primer momento de nuestro trato, me pareció que se sentía seguro de su inmenso valor, pero que aparentaba no dar a eso la menor importancia. Y esta simulación dominante, como que normaba cada uno de los episodios de su conducta: Obregón no vivía sobre la tierra de las sinceridades cotidianas, sino sobre un tablado; no era un hombre en funciones, sino un actor. Sus ideas, sus creencias, sus sentimientos, eran como los del mundo del teatro, para brillar frente a un público; carecían de toda raíz personal, de toda realidad interior, con atributos propios. Era, en el sentido directo de la palabra, un farsante”.

El volumen de la biografía se divide en 12 capítulos: “Los primeros años”, “Obregón y el maderismo”, “La victoria sobre Huerta”, “La Ciudad de México y la Soberana Convención”, “La guerra civil”, “El inicio de la reconstitución del Estado”, “1919, paréntesis hogareño y campaña presidencial”, “El parricidio”, “El gobierno interino y el triunfo electoral”, “El caudillo en el poder”, “Caudillo agricultor y político” y “El que a hierro mata, a hierro muere”.

Algunos de ellos abordan subtemas como infancia y juventud, la junta carrancista, la Convención de Aguascalientes, el zapatismo, el nuevo pacto social, las fiestas del Centenario, los problemas con la Iglesia católica, la rebelión delahuertista, el petróleo, la guerra cristera y la reelección.

Estado corporativo

Con un relato ameno y lenguaje coloquial, va narrando Ávila (quien se autodefine como divulgador de la historia) la vida de Obregón, cuyo padre murió cuando él tenía apenas meses, y fue criado por sus hermanas, que le enseñaron a leer y escribir.

Recuerda que su hermana Rosa lo creía mudo porque habló hasta los 5 años, cuando una tía lo comparó con su hermano mayor y él le respondió: “vieja loca”.

En entrevista con este semanario, Ávila cuenta que lleva tiempo estudiando la Revolución, su tesis de licenciatura en la UNAM fue sobre la Soberana Convención Revolucionaria –en la cual Obregón es personaje central–. Después se enfocó en los movimientos de Zapata y Villa, así como en Carranza, y así se decidió escribir sobre Obregón pues le pareció esencial conocer al oponente de esos tres personajes. Agrega:

“Luego me di cuenta de que Obregón también era un personaje central para explicar al Estado mexicano que surge de la Revolución, que es un Estado corporativo, clientelar, que promueve la organización de los movimientos populares, controla a su dirigencia, establece un pacto social con el movimiento obrero, las organizaciones campesinas, los sectores populares”.

Considera que el control de todos esos sectores le da eficacia, estabilidad y longevidad al Estado posrevolucionario. De hecho piensa que es el más eficaz y longevo a nivel mundial, porque sobrevivió todo el siglo XX –“lo que no pudo hacer el Estado soviético”–, y además parte de ese Estado corporativo sigue vigente y actuando:

“La transición mexicana a la democracia no ha logrado destruir y sustituir a este Estado corporativo, la prueba la vemos en las dirigencias de los principales sindicatos nacionales, que no representan a los intereses de las y los trabajadores, y sin embargo están ahí, se siguen movilizando, actuando y presionando; no se ha podido terminar con los resabios de esas organizaciones corporativas que controlan y someten a los trabajadores y que no les permiten expresar libremente su voluntad. Y, me parece, Obregón está en la base de ese Estado corporativo, por eso era importante estudiarlo”.

Se le pregunta por qué entonces se ha visto al presidente Lázaro Cárdenas como el creador de ese Estado corporativo. Afirma que ciertamente es quien lo lleva a su culminación, pero su raíz más antigua está en el pacto con la Casa del Obrero Mundial y el constitucionalismo de febrero de 1914, del cual Obregón es artífice.

“El Doctor Atl, Gerardo Murillo, es el operador, pero Obregón fue el primero en darse cuenta de la importancia de establecer una alianza estratégica con el movimiento obrero. Después, cuando se lanzó a la presidencia de la República en 1919, estableció un pacto con la Confederación Regional Obrera de México, encabezada por Luis N. Morones, y tuvo (entonces) un apoyo importante para derrocar al presidente Carranza”.

Y así con otras organizaciones y personajes, incluso zapatistas como Antonio Díaz Soto y Gama, Genovevo de la O y Gildardo Magaña, que ya como presidente le permitieron promover la creación del Partido Nacional Agrarista, y enfrentar la rebelión delahuertista de 1923.

“Continuum” revolucionario

En noviembre de 2024 se cumplirá el centenario del fin de la presidencia de Obregón, asesinado el 18 de julio de 1928 en el Parque de la Bombilla, al sur de la Ciudad de México; desde 1935 hasta finales de los años ochenta, la mano que le fue amputada por haber sido impactado con una granada en la batalla de Celaya, se conservó y exhibió en un monumento construido ahí ex profeso por el arquitecto Enrique Aragón Echegaray.

Ávila responde por qué si Obregón fue el general invencible, el gran estratega y fundador del Estado moderno, hoy no es popular como Villa y Zapata:

“Justamente porque es un Estado de clase, corporativo, que controla y subordinada a los sectores populares, que se va convirtiendo en un Leviatán a medida que transcurre el siglo XX, en un Estado autoritario y represivo que no representa los intereses de los sectores populares. Es él constructor de un Estado enemigo”.

En cambio, agrega, tanto los llamados Centauro del Norte y Caudillo del Sur son personajes con los que el pueblo se identifica, “los ve como uno de los suyos, se sienten herederos y sus luchas les sirven de ejemplo, les indican experiencias valiosas, útiles, aunque fueron derrotados”.

Enfatiza que ese pueblo que les recuerda ha sobrevivido más de cien años padeciendo y sintiendo injusticias, represión, falta de libertades, de oportunidades de tener una vida mejor, “y ve que quienes mejor representan esas necesidades son Villa y Zapata, por eso se identifica con ellos, no ve en Obregón a alguien que represente sus aspiraciones… eso es lo que explica que estén vivos en el imaginario colectivo, mientras Carranza, Obregón y Calles, que fueron quienes los derrotaron y triunfaron en la Revolución, no sean recordados así”.

–Incluso no se menciona a Obregón como el creador de la SEP o del proyecto cultural nacionalista, siempre se le atribuye a José Vasconcelos.

–Sí, yo tampoco le atribuyo a Obregón la paternidad. Menciono que Vasconcelos lo pudo hacer porque Obregón lo apoyó, le dio los recursos, influyó para que fuera aceptado y le dio manos libres. Es importante porque es en su gobierno donde tiene lugar ese gran proyecto educativo y cultural, base del nacionalismo mexicano del siglo XX, que en buena medida sigue vigente”.

Reconoce asimismo que con el llamado Maestro de América participó un gran equipo de jóvenes, mujeres y hombres, maestros y maestras que llamaron a esa cruzada educativa, y desde luego los artistas del nacionalismo cultural, representado principalmente por la Escuela Mexicana de Pintura y el muralismo (del cual se celebró su centenario el año pasado), pero que también realizó el rescate de las tradiciones indígenas y prehispánicas.

–Se ha dicho que no ha habido un proyecto cultural semejante, pero también que Cárdenas le dio bastante impulso a la cultura.

¿Qué piensa?

–Creo que la Revolución mexicana es un proceso de mucha duración, ni siquiera diría que comenzó en 1910 con el llamado de Madero a las armas del 20 de noviembre, sino más atrás con los levantamientos magonistas de 1906-1908, que se venían construyendo con toda esa maravillosa generación de directores, periodistas, caricaturistas, editores, de los periódicos de oposición de finales del siglo XIX y principios del XX, como El hijo del Ahuizote, Regeneración y El colmillo público.

“Y termina hasta 1940, no en 1917 con la Constitución, no termina con el gobierno de Carranza, yo creo que la culminación de la Revolución es en el gobierno de Cárdenas, quien la lleva hasta sus últimas consecuencias, y a partir de ahí se frena y empieza a ser revertida, se comienza a desmantelar el Estado protector creado por la Revolución, las conquistas sociales, los contratos colectivos, la independencia de los sindicatos. Pero fue tan importante y potente lo construido que les costó más de 50 años irlo desmantelando paulatinamente y aún hoy hay resabios”.

Ese proceso revolucionario de más de tres décadas que concluye con Cárdenas es, en su opinión, la razón por la cual el presidente Andrés Manuel López Obrador le llama la Tercera Transformación, y a su gobierno la Cuarta. Responde a pregunta expresa de Proceso:

“Bueno, yo no he platicado nunca de estas cosas con él, pero yo creo que sí, que él está en el entendido de que la Revolución llega hasta Cárdenas”.

Sanguinario

Uno de los capítulos más cruentos en ese periodo fue cuando, traicionando los principios que dieron origen a la Revolución mexicana, Obregón buscó reelegirse, como lo relata en el libro Ávila. El Partido Nacional Revolucionario (PNR), entonces de reciente creación –y que más tarde daría origen al Partido de la Revolución Mexicana (PMR) y después al Revolucionario Institucional (PRI)–, postuló a Serrano, a quien Obregón mismo decía “le profesaba un gran cariño”.

Al despedirse de un encuentro en el que buscaba apoyo para su candidatura, Serrano dijo al caudillo: “¡Bueno, general, ya sabe usted que vamos a una lucha de caballeros!”, a lo que Obregón respondió: “Yo te creía inteligente, Serrano, si en México no hay luchas de caballeros: en ella, uno se va a la presidencia y el otro al paredón”.

Los hechos, como se mencionó, fueron relatados por Martín Luis Guzmán, pero también el escritor José Emilio Pacheco en “Crónica de Huitzilac” (recogida en La sombra de Serrano, Ediciones Proceso, 1980, con presentación de Francisco y Federico Serrano Díaz).

Obregón, con el aval de Calles, entonces presidente de la República, ordenó detener y matar a Serrano y los 13 hombres que lo acompañaban. Sus cuerpos, sigue Ávila, fueron llevados a Chapultepec, y ahí, al ver el cadáver de su opositor, le dijo: “Mira cómo te dejaron, Pancho”.

“Se calcula que una semana después de Huitzilac fueron asesinadas trescientas personas más y que posiblemente en las semanas siguientes ultimadas otras doscientas…

“El caudillo se había vuelto un hombre hambriento de poder, cruel y sanguinario, que había roto y asesinado a varios de sus amigos más cercanos, con excepción de Calles”.

Pero como se titula el último capítulo, “El que a hierro mata, a hierro muere”. 

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