Colombia

Repudio popular al gobierno saliente Duque, nada más que un autócrata de derecha

Autoproclamado demócrata y defensor de la paz, Iván Duque llega este 7 de agosto al fin de su mandato… en medio del repudio de sus conciudadanos, quienes lo reprueban en temas como lucha contra la pobreza, la inseguridad o la corrupción.
domingo, 7 de agosto de 2022 · 13:38

Autoproclamado demócrata y defensor de la paz, Iván Duque llega este 7 de agosto al fin de su mandato… en medio del repudio de sus conciudadanos, quienes lo reprueban en temas como lucha contra la pobreza, la inseguridad o la corrupción y al que ubican como el presidente colombiano con más altos niveles de rechazo desde que se hacen encuestas. Siete de cada 10 colombianos rechazan la gestión de un hombre que, al decir de uno de sus excolaboradores, “concibe al Estado como garante de un orden policiaco-militar destinado a preservar, primero, la libertad económica y, después, todas las demás”.

BOGOTÁ (Proceso).–El gobierno del presidente colombiano Iván Duque, que llegará a su fin este 7 de agosto, es uno de esos casos en los que la propaganda oficial y la percepción ciudadana hablan de dos países no sólo diferentes, sino antagónicos.

En uno de ellos, el del discurso presidencial, Colombia es el Silicon Valley de América Latina.

En el otro, el de los datos comprobables, Colombia es un país en el que un plan para llevar internet a las escuelas rurales acabó en un desfalco de 16.5 millones de dólares y en la caída de la ministra de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones, Karen Abudinen, a quien Duque reubicó en otro cargo.

Es cierto que Duque, un joven gobernante que llegó a la política cuatro años antes de convertirse en presidente, debió lidiar con la pandemia del covid-19, con un país polarizado y con la enorme sombra de su mentor político, el ultraderechista exmandatario Álvaro Uribe, a quien debe el cargo.

Pero al saliente presidente de Colombia también le pasó la cuenta su estilo personal de gobernar, en el que no tienen lugar las críticas ni rectificaciones pues, como él mismo ha dicho, su mayor defecto “es ser perfeccionista”. Y la perfección no necesita mejorarse.

Los colombianos, sin embargo, perciben a un presidente desconectado de los ciudadanos, al que reprueban en temas como lucha contra la pobreza, la inseguridad y la corrupción y al que ubicaron como el mandatario colombiano con más altos niveles de rechazo desde que se hacen encuestas, hace 28 años. Al término de su mandato, siete de cada 10 colombianos rechazan la gestión de Duque, según la firma Invamer-Gallup.

Un excolaborador suyo, que pidió la reserva de su nombre, dice a Proceso que al saliente presidente también lo dañó su abigarrada ideología conservadora, en la que “concibe al Estado como garante de un orden policiaco-militar destinado a preservar, primero, la libertad económica y, después, todas las demás”.

Como senador (2014-2018), Duque era el rostro amable del partido de Uribe –repleto de halcones rabiosamente antiizquierdistas– y ya como presidente se transformó, según su excolaborador, en un hombre “duro, petulante, a la defensiva y siempre tenso”, lo que lo llevó a rodearse sólo de incondicionales que se convirtieron en “un comité de aplausos”.

El saliente presidente colombiano, quien este 1 de agosto cumplirá 46 años, dejará un país más pobre, más violento, más desigual y con mayor producción de cocaína que el que recibió hace cuatro años; pero él afirma que cumplió “90 por ciento” de su plan de gobierno.

Además, un amplio sector del país le reprocha el autoritarismo y menosprecio por las garantías individuales que mostró, especialmente en las protestas sociales del año pasado, cuando cientos de miles de colombianos salieron a las calles a exigir comida, empleo y educación y él respondió con una violenta represión que dejó decenas de muertos.

En otros países latinoamericanos, incluso gobiernos de centroderecha como el de Sebastián Piñera, en Chile (2019), y Guillermo Lasso, en Ecuador (2022), han respondido con diálogo a las demandas sociales que se expresan masivamente en las calles. En Colombia no. Sólo cuando las protestas se transformaron en estallido y cuando la comunidad internacional le exigió parar la represión, él ofreció, en medio de su tozudez, una “conversación nacional”.

Duro como Maduro

Ana Bejarano, abogada y profesora de la Universidad de los Andes, afirma que la reacción de Duque frente a la protesta social “lo asemeja a autócratas latinoamericanos de izquierda, como Nicolás Maduro (presidente de Venezuela) y Daniel Ortega (de Nicaragua)”, que han reprimido a sangre y fuego las manifestaciones en su contra con el argumento de que se trata de complots de la derecha y el imperialismo yanqui para derrocarlos.

La oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) verificó que, en medio del estallido social que vivió Colombia del 28 de abril al 31 de julio de 2021, la policía y civiles armados amparados por la fuerza pública asesinaron a 44 manifestantes. Además, ONG reportan que hay aún 72 manifestantes desaparecidos.

La misma ACNUDH constató que en las protestas contra Nicolás Maduro en 2017 la fuerza pública y “colectivos” armados al servicio del régimen venezolano asesinaron a 46 manifestantes.

Para la abogada y maestra en derechos humanos Juliana Bustamante, los datos de la ACNUDH demuestran que la magnitud de la represión ocurrida en Colombia en 2021 se equipara a la que vivió Venezuela cuatro años antes.

Bustamante sostiene que “hay una cantidad de coincidencias” entre Duque y Maduro, en especial “en lo que el presidente colombiano tanto critica al presidente venezolano”. En 2017, cuando era senador, Duque llamó a Maduro “dictador” y lo acusó de desatar una “represión homicida” contra los venezolanos que exigían su dimisión.

Ya como presidente, Duque no sólo justificó la represión de 2021, sino que, según un informe de organismos de derechos humanos presentado ante la Corte Penal Internacional, “la alentó con un discurso beligerante y guerrerista en el que estigmatizaba a los manifestantes como vándalos y terroristas urbanos financiados por las mafias del narcotráfico y la izquierda”.

Bustamante dice que en esas protestas se registraron más de 5 mil casos de abusos policiacos, en especial del Escuadrón Móvil Antidisturbios de la policía, y a pesar de los expedientes judiciales que se abrieron por esos hechos “no hay, hasta hoy, ninguna condena”.

La ACNUDH señaló que “la gran mayoría de las protestas fueron pacíficas” y que las tensiones disminuyeron “cuando hubo diálogo entre las autoridades (locales, como en el caso de Bogotá) y los manifestantes”.

Duque sigue sosteniendo que, más que motivadas por la severa crisis social que provocó la pandemia, las protestas eran parte de un “plan terrorista” de la izquierda para derrocarlo, una tesis que la comunidad internacional no creyó. La Unión Europea y Estados Unidos condenaron la matanza de civiles.

El saliente presidente ha atribuido las protestas en su país, en Chile y en Ecuador a ciudadanos que actúan “por odio o por resentimiento” debido a que “han vivido durante una época reciente una lluvia de desinformación”.

Un demócrata...

Duque se autoproclama reiteradamente como defensor de la democracia, las libertades, la ley y el orden, y convirtió en cruzada personal la caída del régimen de Maduro, a quien en un discurso en la frontera común, en febrero de 2019, le vaticinó que le quedaban “pocas horas” en el cargo.

Aferrado al poder y a costa de la pobreza de la gran mayoría de venezolanos, Maduro ha resistido la presión y las sanciones internacionales. En los comicios legislativos de hace dos años, plagados de irregularidades, logró recuperar el Congreso, al cual controla junto con el Poder Judicial.

Bejarano, maestra en leyes por la Universidad de Harvard, dice que es un hecho que en Venezuela no existe la división de poderes. Pero afirma que en Colombia, donde se supone que esa separación existe, Duque logró controlar el Congreso a través de “la mermelada” (como se llama en este país al intercambio de puestos y contratos públicos por votos) y “puso a sus amigos” a cargo de la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y hasta la Defensoría del Pueblo (comisión de derechos humanos).

Bejarano recuerda que el fiscal general, Francisco Barbosa, amigo de Duque, designó un fiscal para el proceso penal por manipulación de testigos contra Uribe. Más que de acusador, el fiscal “hizo el papel de abogado defensor” del exmandatario, pero una jueza rechazó anular la causa.

“El daño institucional que ha hecho Duque tendrá efectos durante varias décadas –asegura–: él y sus amigos se dedicaron a desmontar, pieza por pieza, el equilibrio de poderes, a anular los organismos de control y a cooptar al Estado. Sólo los jueces valientes han logrado parar en algo este desastre.”

Y afirma que Duque carece de legitimidad para dar lecciones de democracia y libertades a otros países, lo que suele hacer junto con algunos expresidentes, como el español José María Aznar, los mexicanos Felipe Calderón y Vicente Fox, el boliviano Jorge Quiroga y colombiano Álvaro Uribe.

“Ellos –dice Bejarano– perciben la democracia de una manera unidimensional, la democracia del orden, del control, del apego a las reglas que les gustan, pero no desde el lado de la participación ciudadana, del respeto a la diversidad y a los derechos humanos. No. Es un concepto de democracia miope, incompleto y acomodado”. En ese sentido, asegura, “no son mejores que los izquierdistas a los que critican, porque no hay ninguna evidencia que indique que esa derecha sea más democrática que la izquierda autoritaria.”

Duque, agrega la columnista de la revista Cambio, “ha violado la ley al intervenir en la campaña electoral (criticando propuestas del candidato izquierdista Gustavo Petro) y ha justificado bombardeos del Ejército a campamentos con civiles y menores de edad, y en la misma oficina de la Presidencia se han presentado casos de corrupción”.

Y a pesar de esto, “él se proyecta como un líder que defiende la democracia y el estado de derecho”. Bejarano cree, sin embargo, que “su debacle como presidente” no es por un asunto ideológico, sino personal.

La forma en que ejerció el poder “lo reveló como una persona obstinada, renuente a la crítica, desconectada de la realidad y con un estado mental de absoluta alienación”, afirma la abogada y analista política.

Un gobierno transformador

Al presentar el pasado miércoles 20 su último informe de gobierno ante el Congreso, Duque dijo que hace cuatro años se propuso “transformar” a Colombia, y agregó: “Hemos cumplido”.

También aseguró que tiene un “compromiso irrestricto con la paz”, lo que le valió una rechifla de congresistas y gritos de “mentiroso”, “mentiroso”.

Lo cierto es que llegó al poder como enemigo de los acuerdos de paz con las FARC y durante su mandato omitió implementar puntos clave, como la reforma agraria, e intentó, sin éxito, quitarle atribuciones a la Jurisdicción Especial para la Paz, el sistema de justicia transicional creado para juzgar los crímenes cometidos en el conflicto armado.

Y apenas el mes pasado, una investigación periodística de Valeria Santos y Sebastián Nohra descubrió que funcionarios del gobierno de Duque participaron en el desfalco de unos 116 millones de dólares destinados a la implementación del acuerdo de paz, lo que Naciones Unidas exigió investigar.

El organismo también criticó “la ausencia de estrategias de seguridad” para los exguerrilleros desmovilizados. Durante el gobierno de Duque fueron asesinados 241 firmantes de paz, uno cada seis días en promedio, así como 979 líderes sociales mayoritariamente involucrados en la implementación del acuerdo, casi cinco por semana, según datos de la ONG Indepaz.

La triunfalista narrativa de Duque abarca todas las áreas de gobierno, desde la paz hasta el deporte –“hicimos de Colombia una tierra de atletas”, ha dicho–, pero, más allá de los malabares estadísticos que abundan en sus discursos, los datos duros no lo favorecen.

Entre 2018 y 2022 la pobreza aumentó en ocho puntos porcentuales, los asesinatos crecieron 6.4%, el índice de Gini –que mide la desigualdad de ingresos– subió 19 puntos y la producción de cocaína subió en casi 60 toneladas, según estimaciones de la ONU, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y del gobierno.

Duque entregará el cargo este 7 de agosto al izquierdista Gustavo Petro, pero advirtió que seguirá “defendiendo la democracia” y, además, le ha hecho varias recomendaciones a su sucesor sobre cómo gobernar al país.

El saliente mandatario no ceja en su empeño de defender los “hitos históricos” de su gestión. “Por encima de tantas nubes pasajeras, algunas de ellas con tempestades borrascosas, está el azul inmutable y transparente de los hechos”, dijo el pasado miércoles 20 ante el Congreso.

El escritor Ricardo Silva Romero fue escueto: “Se va, bien ido, el presidente Duque”, escribió en su columna del diario El Tiempo.

Reportaje publicado el 31 de julio en la edición 2387 de la revista Proceso, cuya edición digital pueda adquirir en este enlace.

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