Cine
Llega “Elvis”, entre la realidad y el mito
El 14 de julio se estrenó en México el glamoroso filme del director australiano Buz Luhrmann, sobre la relación de apego que marcó la carrera de Elvis Presley con su manager El coronel Tom Parker, encarnados respectivamente por Austin Butler y Tom Hanks.El 14 de julio se estrenó en México el glamoroso filme del director australiano Buz Luhrmann, sobre la relación de apego que marcó la carrera de Elvis Presley con su manager El coronel Tom Parker, encarnados respectivamente por Austin Butler y Tom Hanks. En dos horas y 39 minutos esta biografía dramática (“biopic”) es un vistoso pastel del sueño americano que retrata también el idilio de la estrella con su esposa Priscilla Beaulieu (Olivia DeJonge), reivindicando con licencias fantásticas la pasión musical de aquel camionero del Mississippi por el blues y la música en las vecindades negras de su humilde infancia, en Tupelo.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Con el preciosismo visual que caracterizaron sus filmes Molin Rouge (2001) y The Great Gatsby (2013), el cineasta australiano Buz Luhrmann horneó la teatralización “biópica” que cualquier rockófilo aguardaba y degustará: la nueva película biográfica Elvis es un magno pastel del sueño americano, rico en relatos de poder ofertados a rebanadas.
El engolosinado platillo cinematográfico resulta bastante entretenido y sintetiza en dos horas y 39 minutos la vida de El Rey del Rock & Roll Elvis Presley (que encarna el energético californiano Austin Butler), según la mirada de su codicioso representante El coronel Tom Parker (Tom Hanks, antagónico quien le “roba” la cinta al protagonista). Elvis estrena este 14 de julio en México, luego que en la premiere del Festival de Cannes arrancó 15 minutos de aplausos a los asistentes levantados de sus butacas.
“Hay quienes quieren sea el villano de esta historia –se escucha plantear a la voz en off del también californiano Hanks, meollo del drama en el comienzo, y justificarse–: yo no maté a Elvis, yo fui su creador.”
Reconocimiento fatal
Luhrmann había declarado en Cannes que tenía en mente el tema de la rivalidad histórica entre Salieri y Mozart, motor de la película Amadeus (1984) a cargo del checo Miloš Forman.
Los ingredientes sociales y míticos requeridos para este moderno drama hamletiano (“ser o no ser”) de una épica-biópica Elvis-la-Pelvis (así apodado también) se hallaban ahí desde hace dos décadas; el principal: la dependencia que mantuvieron él y su manager chupasangre, jugador empedernido e inmigrante ilegal holandés, organizador de números circenses y presentador de artistas blancos de música country en ferias y carnavales. ¿Por qué nunca a lo largo de 22 años logró Elvis cortar su cordón profesional con aquel miserable y apócrifo “coronel” de maquiavélica mirada que lo explotó y no le permitió hacer giras fuera de Estados Unidos?
El momento cumbre ocurre justo cuando lo confronta en público (300 extras reclutados en escena). Ese pleito se dio durante la temporada de conciertos en Las Vegas Hilton, en septiembre de 1973. Con pinceladas de verdad artística, Buz Luhrmann prestidigita la historia, pero fue un hecho documentado en las biografías de Jerry Hopkins, los dos tomotes de Peter Guralnick (Proceso, 1346), o por los guardaespaldas Red y Sonny West (Christian McCarty y Mike Bingaman en el filme), incondicionales de la denominada Mafia de Memphis (libro de bolsillo Elvis: What’s Happended?):
–¡Estás despedido! –le gritó Elvis.
–Tú no puedes correrme, soy yo el que renuncia –reviró Parker y amenazaron mutuamente con llamar a una conferencia de prensa al día siguiente. Entonces “el coronel” dijo:
–Muy bien, pero si quieres que yo te deje, vas a tener que pagarme lo que me debes.
“El coronel” sumó 2 millones de dólares. Victoria pírrica para Elvis, pues a la semana siguiente su anodino y avaro padre Vernon (otro australiano, Richard Roxburgh) le suplicó regresar (era el gerente de su hijo). En cuatro años más, el 16 de agosto de 1977, El Rey del Rock & Roll fue hallado muerto a los 42 años en el baño de la mansión Graceland, de Memphis, por su novia veinteañera Ginger Alden (ignorada por Luhrmann).
“Tú y yo somos lo mismo. Somos dos niños extraños y solitarios buscando ser eternos”, son palabras que los cuatro argumentistas del film ponen en boca de Tom Hanks (avance: https://youtu.be/JoqmHAr3fu8).
Las anagnórisis se sirven a rebanadas. Desde el comienzo, “el coronel” es una presencia omnisciente, manipuladora, susurra cómo hizo realidad los sueños mágicos de un chico humilde criado hasta los 13 años en la zona pobre de Tupelo, el vecindario Shake Rag de personas de raza negra. Se suben a la rueda de la fortuna e imaginamos que pactan Jesús y Luzbel, aquel anhela comprar una casa, un Cadillac a su mamá, a su papá, y por qué no:
–¿Un avión? ¿Estás listo para volar? –lo tienta “el coronel”, calculando que su futura mercancía adoraba emprender viajes celestes como sus superhéroes El capitán América Jr y Supermán. Butler se mete en el pellejo de ese solitario güerito perdido, quien pasea por un parque de diversiones a las afueras de los campos algodoneros tras grabar su primer éxito “That’s All Right Mama”, cuando es abordado en la Casa de los Espejos: Aladino en la cueva maravillosa.
Tren a Memphis
La generosa Warner Bros invirtió 82 millones de dólares (mil 693 millones 286 mil 60 pesos mexicanos); con exactitud la pantalla grande recrea muchos acontecimientos y ambientes de época durante casi tres décadas.
Ahí está, esplendorosa, la calle Beale de mediados de los cincuenta con flamantes Cadillacs, la casita Sun Records y la consola del Estudio “B” (¡auténtica!) RCA Victor donde se grabó “Heartbreak Hotel”, y la ropa que utilizó Elvis desde que oteaba a B. B. King probándose corbatas y sacos lustrosos en la sastrería de los Lansky de Memphis (en Blues all Around me, de 1996, el blusista negro lo describe como “un joven apuesto, calmado y decente en todos sentidos, de fuerte acento sureño que siempre me hablaba de usted”); los trajes y capas de superhéroe estampados de sol azteca diseñados por Catherine Martin, y los zapatos bitonales por Blahnik, son de lujo.
Mueve las neuronas escuchar a un Austin Butler mezclando su imitación vocal (la histriónica es explosiva) con grabaciones de sus LP originales y otros sonidos de hoy en la primera parte; para la segunda –que cubre los años setenta–, es El Rey quien, ya alcanzando tonos barítonos, entona sólo con su banda TCB (Taking Care of Bussiness, o “cuidando el negocio”), The Sweet Inspirations y J. D. Sunmer “Suspicious Minds”, “If I can Dream”, “Unchained Melody”, “In the Ghetto”…
Su mediocre carrera cinematográfica en los sesenta es presentada (¿ridiculizada?) como tráiler caricaturesco de una comedia rosita y final feliz. Presentimos lo peor, pues “el coronel” se lo transa por encima del 50% acordado en el contrato leonino de 1955 (por cierto, en la cinta lo firman los padres de Elvis, fundando la compañía Elvis Presley Enterprises o EPE, pese a que ésta no existiría sino hasta luego de la muerte de El Rey). El vampiro antagónico se caracteriza como aliado de las fuerzas racistas de Estados Unidos, obliga a su gallina de los huevos de oro a vestirse de frac, cortarse patillas y copete (“el nuevo Elvis”) hasta entregarlo al Tío Sam en un avión de la US Army y que el hijito putativo cumpla su deber militar en Alemania (1958-1960).
Durante los 18 meses en Friedberg –además de escaparse a Francia para armar orgías en el hotel parisino Prince de Galle–, conoce al amor de su vida y futura esposa. La película omite detalles. Priscilla emerge casi de la misma edad de Elvis a los 23 años, cuando en verdad ella tenía 14. Pasa de noche cómo estuvieron largas temporadas en su casa de Graceland (él filma, graba, le pone el cuerno); el buen macho sureño la cela y modela en una jaula dorada. Si el espectador no está empapado en tales sombras, no entenderá la complejidad de ambos. Priscilla intentó en 1985 esclarecer tajos de la leyenda en Elvis y yo, confesando que lo traicionó “por soledad” con su profesor de ballet Steve Peck (“Mark” en esa autobiografía) y con Mike Stone, karateca que Elvis le presentó y luego querría matar. Tampoco hay nada acerca de las demás chicas que sedujo este caballero del placer:
Ann-Margret, Connie Stevens, Natalie Wood, Peggy Lipton, Anita Wood, Rita Moreno, Debra Paget, Cybill Sheperd, Mindi Miller, Linda Thompson, la actriz tijuanense Elsa Cárdenas (Fun in Acapulco, 1963), la soprano Kathy Westmoreland, de TCB… Sólo se acredita a Dixie Locke (Natasha Bassett), su noviecita de Memphis, quien lucha con Gladys, mamá de Elvis (la actriz australiana Helen Thomson), para evitar que “el coronel” lo atrape en sus redes. Camino al despeñadero, Elvis yace víctima de sus actuaciones maratónicas. Vigilante, “el coronel” ordena:
–¡A ver cómo le hacen, pero lo quiero arriba del escenario!
Sumergido en una palangana con hielos, deforme, le inyectan duros “paquetes medicinales”. Verídico. No así cuando el joven Elvis de 1955 va adormilado de gira en carretera y su bajista Bill Black (Adam Dunn en la cinta) le da anfetaminas para despertarlo (la adicción a las píldoras contra el insomnio data de su servicio militar en Alemania). Alternando ficción y testimonios recogidos fundamentalmente por Guralnick, el director aprovecha y campechanea humanidad con mito en un embadurnado eficaz.
Durante el álgido 1968 asesinaron al reverendo Martin Luther King y al candidato Bob Kennedy; Elvis regresa al trono que como Rey del Rock & Roll le quitaron Los Beatles (otra ausencia lamentable). Con rebeldía y enfundado en salvaje traje de cuero a la Brando, a lo James Dean, diseña un programa televisivo navideño de la cadena NBC. Las escenas de Luhrmann son gloriosas y más, porque hay demasiada crema en los tacos del cineasta. Elvis sube a la cumbre de las montañas con el letrero de “H-O-L-L-Y-W-O-O-D”, planeando el nuevo show sin “el coronel” (momento fantástico y por lo mismo, irreal). La onda es mostrar que El Rey poseía conciencia política, como se advierte cuando en pleno estudio mira la TV con el equipo de NBC y se enteran de la noticia del crimen de Kennedy, escena sacada de la manga:
–Eso no nos incumbe –le espeta Parker.
–Todo nos incumbe –corrige Elvis.
Priscilla, asegura la prensa estadunidense, no lo mandó al hospital para desintoxicarse, como aparece en la cinta. La pasión de él por la numerología y obsesión fúnebre de contemplar a los muertos en las morgues por las noches habrían sazonado una biografía terrorífica. Seguro, desde su tumba en Graceland, Elvis reclamaría que su gurú espiritual y peinador Larry Geller brille por su ausencia en la biopic.
Colores unidos
Las primeras rebanadas del pastel saben mejor. Elvis arranca formidable; es como lo imaginamos en Tupelo de niño (interpretado por Chaydon Jay), volando hacia una carpa de la iglesia pentecostal y adquiriendo en trance el poder de la música, el arte y la cultura afroamericana, para tocar y “sanar” al mundo.
Apenas y entendemos que su primer disquito de 45 RPM se debió al ojo clínico de Marion Keisker (la australiana Kate Mulvany), novia del dueño de Sun Records; como no es documental, se vale inventar –en detrimento de la música Country– un B. B. King patriarcal, quien convida a reivindicar ciertas figuras menospreciadas de la sociedad gringa de los cincuenta: Ricardito (el descollante Alton Mason) con “Tutti Frutti”; Arthur Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.) y el lamento “That’s All Right Mama”, que Elvis convertirá en su primer cañonazo de ritmo y blues; la Sister Rosetta Thorpe (Yola), la cantante Big Mama Thornton (una impresionante Shonka Dukureh), con enorme versión a “Hound Dog”, y Fats Domino (“Colina azul”).
No hubo espacio en este pastel americano para los afamados cuates blancos de Elvis que lo influyeron (Carl Perkins, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash, Roy Orbison, Tom Jones). Si hacemos caso de que Buz Luhrmann prolongó su “corte de director” en esta biopic hasta por cuatro horas, entonces probablemente habrá Elvis para mucho más, no únicamente disparando balas a aparatos de televisión (como era su costumbre), sino acaso preparando sus proverbiales sándwiches embarrados de plátano y crema de cacahuate.
El Rey del Rock & Roll –parafraseando al presentador en cada uno de sus conciertos– “aún no ha abandonado el edificio”.