Feminicidio
Feminicidio resuelto por la madre de la víctima
“Ha sido un infierno, perdí a mi hija, perdí mi tranquilidad… todas las instituciones han hecho mal su trabajo. Nos dejaron completamente abandonados a nuestra suerte luego de que yo hice gran parte de la investigación”. Así habla la madre de Michelle Amaya, adolescente torturada y asesinada.“Ha sido un infierno, perdí a mi hija, perdí mi tranquilidad… todas las instituciones han hecho mal su trabajo. Nos dejaron completamente abandonados a nuestra suerte luego de que yo hice gran parte de la investigación”. Así habla la madre de Michelle Amaya, adolescente torturada y asesinada por la banda Tasmania, del barrio bogotano de San Bernardo. La mujer resolvió el caso –aunque la fiscalía se atribuye ese logro–, por lo que ella y su familia están ahora amenazados de muerte.
BOGOTÁ (Proceso).– El asesinato de Michelle Amaya, de 14 años, y el cúmulo de negligencias que ocurrieron después tienen a la familia de la víctima huyendo de una banda criminal que ha amenazado con matarlos a todos.
Así lo cuenta la mamá de Michelle, Nathalie Amaya, una esforzada mujer de trabajo que decidió dedicar su vida a esclarecer el crimen y buscar justicia, aunque a cada rato se tope con obstáculos que parecen insalvables.
Con tesón y arrojo, Nathalie, madre soltera de cuatro hijos, no sólo logró rescatar el cadáver de Michelle de una fosa común en la que había sido sepultada como “NN” por errores periciales del servicio forense.
Además, ante el desinterés de la policía y la fiscalía en el caso, ella misma comenzó a investigar y, disfrazada de habitante de la calle, se sumergió en el barrio San Bernardo, en el centro de Bogotá, un sector atestado de adictos al bazuco, de delincuentes que matan a navajazos y de bandas criminales que lucran a sangre y fuego con la miseria humana.
Lo que Nathalie descubrió en esa “olla” del San Bernardo (En Colombia llaman “ollas” a las guaridas ruinosas donde se venden y consumen drogas) fue que Michelle había sido asesinada por delincuentes que resultaron ser integrantes de la banda Tasmania y que su muerte había sido atroz.
La adolescente fue torturada a golpes y con cortes de cuchillo, tenía 52 heridas en todo el cuerpo, la estrangularon, le provocaron una fractura de cráneo y, envuelta en bolsas negras de basura, la arrojaron desde el tercer piso de la madriguera de los Tasmania hacia una casa contigua en escombros.
Gracias a la investigación de Nathalie, la policía y la fiscalía capturaron a la mayoría de delincuentes que participaron en el crimen, pero ahí no acabó todo. Lo que han debido vivir desde entonces la mamá de Michelle, sus tres hermanos más pequeños y sus abuelos ha sido una tragedia frente a la cual diversas autoridades han mostrado indolencia.
Hace unos días, el pasado 18 de abril, el jefe de la banda Tasmania, Édison Cervera Guarnizo, Pirry, quien ordenó asesinar a la menor y está en la cárcel por los hallazgos de Nathalie, logró posponer por quinta vez la audiencia en la que un juez dictaría sentencia.
Nathalie teme que los retrasos en el proceso acaben por favorecer al delincuente, quien se dice inocente de los cargos de tortura, homicidio agravado, hurto, concierto para delinquir y narcotráfico que se le imputan.
La familia de Michelle ha sido reiteradamente amenazada de muerte y el departamento donde vivía en Bogotá sufrió un atentado con una bomba artesanal, lo que los obligó a salir de la ciudad.
Este 30 de abril se cumplieron 17 meses del asesinato de la menor y aún deben vivir prácticamente escondidos, sin protección de la fiscalía y la policía, que en su momento presumieron la captura de los asesinos como un logro propio.
“Esto, para nosotros, ha sido un infierno –cuenta Nathalie a Proceso–: perdí a mi hija, perdí mi tranquilidad, perdí mi trabajo y tenemos que vivir escondidos… todo el mundo, todas las instituciones, la policía y la fiscalía han hecho mal su trabajo. Nos dejaron completamente solos y abandonados a nuestra suerte luego de que yo hice gran parte de la investigación.”
La mujer ha pedido a la fiscalía y a la policía protección para ella, sus padres y sus tres hijos menores de edad, porque aun en su escondite se sienten a merced de los tentáculos del Pirry y de la banda Tasmania, cuyas operaciones de tráfico de drogas abarcan no sólo la “olla” del barrio San Bernardo, conocido como el “Sanber”, sino varios sectores de Bogotá y otras ciudades de Colombia.
Las llamadas y mensajes amenazantes no han cesado. A pesar de que Nathalie ha cambiado su número de celular, debe conservar el original por la información anónima que sigue recibiendo sobre los Tasmania y por las notificaciones judiciales que llegan al viejo número.
“Hace poco recibí una llamada de alguien que me dijo: ‘¿Usted también se quiere morir?’, y yo dije: ‘Muerta en vida ya me siento, me quitaron lo que más quería’. Pero la respuesta fue darme los nombres de mis tres hijos.”
Ninguna de las denuncias por amenazas que ha presentado Nathalie ante la fiscalía y la policía ha tenido respuesta. Funcionarios de ambas instituciones fueron contactados por este semanario para conocer su versión, pero tampoco hubo respuesta.
“Es que ellos saben todas las irregularidades que han cometido y por eso no quieren dar la cara”, dice Nathalie.
Una adolescente en bicicleta
Cuando Nathalie dice que las autoridades los dejaron “completamente solos” refleja lo que ella y su familia han debido afrontar desde el 30 de noviembre de 2020, el día en que Michelle tomó su bicicleta en su vivienda del barrio bogotano de Prado Veraniego y le dijo a su mamá: “Me voy a rodar un rato”.
Michelle llegó hasta el parque Tercer Milenio, en las inmediaciones del Sanber, una “olla” de unas dos cuadras en forma de L en las que habitan y llegan cada día cientos de adictos para consumir bazuco (residuos de cocaína mezclados con ácido sulfúrico, gasolina, metanol y polvo de ladrillo), heroína, mariguana y drogas químicas, en un entorno de edificios en ruinas, calles inmundas y tensión criminal.
Según la fiscalía, Michelle –quien tenía un leve déficit cognitivo por el cual requería educación especial– acabó en esa “olla” porque días antes le habían robado su teléfono celular y alguien le dijo que en el Sanber lo podría recuperar si preguntaba por Chepe.
Pero cuando a Pirry, el jefe de los Tasmania, le avisaron que una jovencita andaba “merodeando” en el lugar y preguntando por El Chepe, un integrante de la banda, ordenó que la retuvieran y la interrogaran hasta que confesara “sus verdaderas intenciones”.
Un fiscal que llevó el caso aseguró que de ese trabajo sucio se encargaron José Francisco Daza Alarcón, El Chepe; su hermano Andrés; Jakeline Cala Nieves, La Jakelin; Juan Carlos Mendivelso y otros tres tipos conocidos como El Tito, El Veneco y El Rafael, quienes “se reían y disfrutaban” mientras la torturaban, y advertían a otros miembros de los Tasmania que eso les pasa “a los infiltrados y a los sapos (delatores)”.
Nathalie cree que Michelle también pudo haber entrado a la olla del Sanber porque los sayayines (sicarios) de los Tasmania intentaron reclutarla como “carro” para transportar droga dentro de Bogotá, ya que los menores de edad pasan desapercibidos para la policía. Piensa que por eso la secuestraron y, como ella no aceptó, la asesinaron.
Nathalie tiene toda la autoridad para hablar de los pormenores del caso, porque si alguien lo indagó a fondo fue ella. “Yo sola debí hacer mucho del trabajo que les tocaba hacer a ellos”, asegura.
Infiltrada en el Sanber
Cerca de la medianoche del 30 de noviembre de 2020 Juan Carlos Mendivelso, un adicto al bazuco que formaba parte de los Tasmania, recogió el cadáver de Michelle de la casa en ruinas a la que lo habían arrojado y lo subió a una carretilla para deshacerse de él en un basurero. No lo logró porque cuatro cuadras después la carretilla se desvencijó y optó por dejar el cuerpo envuelto en bolsas negras en la calle, cerca de una panadería.
Horas después, mientras Nathalie reportaba la desaparición de su hija a la policía y a la fiscalía, el cadáver ingresó al Instituto de Medicina Legal en calidad de desconocido, pues había sido hallado sin ninguna identificación.
La necropsia fue tan deficiente, que los forenses determinaron que se trataba de una mujer de entre 21 y 30 años. Por eso cuando el 3 de diciembre Nathalie se presentó a Medicina Legal, llevada por su intuición, le dijeron que el único cuerpo que había llegado en esos días fue hallado en el barrio San Bernardo y era el de una mujer adulta que probablemente consumía drogas.
Nathalie pidió ver el cuerpo, pero una funcionaria le dijo que eso no era posible. De nada sirvió su insistencia. “Yo lloré y me desmayé –recuerda–, pero después pensé que si ese cuerpo había sido encontrado en la olla del San Bernardo debía buscar a mi hija ahí, porque además esa olla está frente al parque Tercer Milenio, donde ella había ido a andar en su bicicleta”.
Al día siguiente Nathalie imprimió volantes y carteles con la fotografía de Michelle y los colocó en todo ese sector del centro de Bogotá en el que están el parque, Medicina Legal, la olla del Sanber y, a sólo dos cuadras, la sede de la Policía Metropolitana de Bogotá.
Pronto se dio cuenta que los carteles que pegaba en postes y paredes del Sanber amanecían rasgados y que varios consumidores de bazuco sentían pánico cuando ella les mostraba los volantes con el rostro de Michelle y un número de celular al cual llamar.
Incluso una mujer bastante drogada perdió el control cuando ella le entregó un volante: “Está muerta –gritó–, a esta niña la mataron y la tiraron por allá”. Otros consumidores impidieron que la mujer siguiera hablando.
Nathalie supo que por ese camino no conseguiría nada y, al día siguiente, decidió vestirse como uno de los consumidores de bazuco que pululan como zombis en esa olla bogotana. Se enfundó en una cobija de una mascota, para oler a perro, se untó carbón en el rostro, se frotó tierra en el cabello y se adentró en el Sanber como una adicta más.
“Me sentaba todos los días en la calle a analizar y vi el mismo infierno en la Tierra: muchísima droga, expendios, ‘taquillas’ (de venta de drogas), bazuco, niños, asesinatos, personas muertas que sacaban en carretillas, y mucha corrupción de los policías que supuestamente cuidaban el sector. Pero me gané la confianza de muchos consumidores.”
Durante 26 días seguidos Nathalie documentó en una libreta –en la que anotaba sus hallazgos por las noches– quién era quién en la olla del Sanber. Ubicó la guarida de la banda Tasmania (una vieja casona de tres pisos), se enteró de que allí había ocurrido el asesinato de una niña e identificó a los principales operadores del grupo criminal.
Al mismo tiempo seguía acudiendo a Medicina Legal para ver si había llegado algún cadáver que pudiera ser el de Michelle. Lo hizo el 4, el 9, el 16, el 23 y el 30 de diciembre, y salía llorando de allí, sin noticias. Algunos trabajadores del servicio forense se conmovieron de su búsqueda desesperada.
El 30 de diciembre por la noche, una funcionaria forense la llamó a su celular y le confesó que el cadáver de la mujer que había ingresado a Medicina Legal a principios del mes era en realidad una menor de edad, porque al revisar en forma minuciosa las radiografías de su perfil dental encontró que no tenía las cordales o muelas del juicio, que salen después de los 17 años. “Puede ser su hija”, le aseguró.
Y, en efecto, ese cadáver que llegó al servicio forense desde el 2 de diciembre y que le negaron ver a Nathalie porque se trataba “de una mujer adulta”, era el de Michelle. Ella lo identificó por fotografías, porque el cuerpo ya había sido sepultado dos semanas antes en una fosa común en calidad de desconocido. Se lo entregaron hasta el 7 de enero.
Una “exhaustiva” investigación
Nathalie sabe que, de no ser por su tenacidad y osadía de madre atribulada, Michelle hubiera terminado abultando las estadísticas de los más de 2 mil niños que desaparecen en Colombia cada año.
Asegura que la policía comenzó a investigar el caso cuando un medio hizo público que el cadáver de la menor había sido sepultado en una fosa común como “NN” por negligencia del servicio forense.
Y cuando el entonces comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, general Óscar Gómez, apareció ante las cámaras dando el caso por resuelto tras una exhaustiva investigación, Nathalie se sintió burlada.
“Yo les puse todo en bandeja de plata y ellos salieron a decir: ‘Nosotros hicimos, nosotros resolvimos’, y eso no fue así, eso fue muy doloroso para mí. Ellos intervinieron cuando yo les di todo lo que averigüé, exponiendo mi vida. Yo sé que mi aporte fue inmenso.”
Y a la fiscalía, Nathalie le reprocha que hay tres implicados en el crimen que no han sido capturados –El Tito, El Rafael y El Veneco– y que fue incapaz de imputar a los acusados el delito de feminicidio, a pesar “de que eso es lo que fue por donde se le mire”.
La directora de la ONG Feminicidios Colombia, la abogada Yamile Roncancio, considera que el asesinato de Michelle debió tipificarse como un feminicidio por las torturas corporales y el secuestro que sufrió la menor, y por la sevicia con la que actuaron los asesinos por su condición de niña.
Cuatro de los detenidos –El Chepe Daza y su hermano Andrés, La Jakelin y Juan Carlos Mendivelso– fueron sentenciados a 41 años y nueve meses de prisión por homicidio, tortura, concierto para delinquir, hurto y tráfico de estupefacientes. De habérseles imputado feminicidio habrían recibido una pena mayor.
Roncancio señala que el caso de Michelle es emblemático porque muestra lo desprotegidas que están las familias de las víctimas de feminicidio, el profundo daño emocional que les produce no sólo el delito, sino la insensibilidad de las autoridades, y lo frustrante que es para ellas sentir que no se logró justicia porque los responsables no son condenados por feminicidio.
Nathalie, indica la abogada, “sabe que en el asesinato de su hija hubo un componente sexista que no se tomó en cuenta en el proceso penal”.
En 2021 ocurrieron 300 feminicidios en Colombia y en el transcurso de este año ya van 94, más de seis a la semana en promedio. El 10% corresponde a menores de edad, según datos de Feminicidios Colombia.
Nathalie espera que El Pirry sea finalmente sentenciado, y que los tres asesinos que lograron huir sean capturados. Falta, también, que se cumpla la promesa oficial de que la olla del Sanber dejará de existir.
“Yo lo dudo. Ya no me creo nada”, dice Nathalie.