Guerra en Ucrania

Testimonios de huida y defensa: "Nuestra ciudad está siendo arrasada"

Obujiv, unos 40 kilómetros al sur de Kiev, es una de las tantas aldeas de paso en la fuga incesante de miles de civiles aterrorizados por los bombardeos rusos.
miércoles, 9 de marzo de 2022 · 19:08

Que la sirena antiaérea suene tres veces, no dos, significa que no es un simulacro sino un ataque. Y entonces hay que ir a toda velocidad a los búnkeres que, en el pueblo de Obujiv, están llenos de mujeres y niños provenientes sobre todo de Kiev y de Chernígov (plaza que, según un testimonio, está “siendo arrasada”), mientras afuera los hombres montan barricadas y tratan de dirigir el incesante flujo de personas que buscan llegar al occidente de Ucrania, en las fronteras con la Unión Europea.

OBUJIV, UCRANIA (Proceso).– El búnker no es otra cosa que un sótano frío y húmedo con una luz amarillenta y titilante. Tampoco hay una salida de emergencia secundaria ni cobertura de teléfono. Pero basta una sirena antiaérea que suena tres veces y no dos, y señala así que no es una alerta sino un ataque, para que el corazón se pare y haya que correr hacia allí a cualquier hora, con lo que lleves puesto y alguna manta, si da tiempo. 

Obujiv, unos 40 kilómetros al sur de Kiev, es una de las tantas aldeas de paso en la fuga incesante de miles de civiles aterrorizados por los bombardeos rusos, que en lugares como éste pasan apenas unas horas nocturnas en hoteles de carretera en su ruta hacia el oeste de Ucrania y la frontera con la Unión Europea. Allí donde ese flujo de desesperados cree que va a tener un lugar seguro.

Anastasiya (el de ésta y las demás entrevistadas son nombres ficticios) aparenta menos de la cuarentena de años que declara; viste el mismo vestido que tenía en la mañana, cuando tomó la decisión de huir de Chernígov, una de las ciudades en el primer frente de batalla, por su cercanía con la frontera rusa. Está apiñada junto a una veintena de adultos y otros tantos niños de distintas edades, amigos de toda la vida y colegas de trabajo que decidieron emprender la ruta hace sólo unas horas, y han llegado hasta aquí después de que no encontraran sitio en otros hoteles. Y quiere que se sepa. “Chernígov está defendiendo a Kiev desde la primera línea, los nuestros resisten, pero nuestra ciudad está siendo arrasada. Han atacado barrios de civiles, incluso una guardería”, afirma de pie delante de una de las viejas mesas marrones y rectangulares del improvisado búnker.

“No queríamos irnos, pero tomamos la decisión de poner a salvo a nuestros hijos”, continúa la mujer, de profesión maestra. “Nosotros pudimos viajar sólo porque conseguimos un sitio en el automóvil de unos amigos, pero mis padres, que tampoco tienen coche, no pudieron y siguen ahí, bajo las bombas”, añade con la voz entrecortada, cuando de repente se distrae con el griterío de otro grupo. 

Es el de la kievita Ekaterina, que al refugio se ha traído una tela de punto y que, mientras las sirenas siguen sonando, está jugando junto a otras cuatro personas a durak, un juego de cartas ruso de ataque y defensa, popular desde la época soviética. “¿Quién está ganando? ¡Nadie! No queremos que gane nadie. Sólo queremos paz”, dice y se carcajea mientras mira las cartas que tiene en la mano. “Ohhhh. ¡He perdido! ¿Por qué siempre acabo perdiendo?”, suelta finalmente. 

“Nosotros no tenemos casi nada, ni un coche. Por eso nos hemos quedado varados aquí, los autobuses ya no pasan. Pero qué vamos a hacer, al menos así pasamos el tiempo”, explica.

Sin embargo, a Tatiana, de ocho años, la escena no le hace gracia, porque se ha enfilado en el búnker con su cuaderno de dibujo y unas hojas blancas con las que quiere que los presentes le ayuden a aprender a escribir en inglés. “¿Cómo se dice ‘Privet, miña zavut Tatiana’”, pregunta en ruso. “Eso, eso. Quiero saber cómo se dice ‘Hola, me llamo Tatiana”, insiste la cría, armada con un lápiz y una sonrisa de oreja a oreja. “Te regalo un dibujo si me lo dices”, chantajea, cuando la madre, Irina, interviene y le pide no insistir demasiado. “Desde que empezó la guerra, ya no va a la escuela y extraña a sus amigos”, la justifica, mientras Tatiana aprovecha la atención que ahora tiene para mostrar la fotografía de su mejor amiga que conserva en el teléfono de su madre. 

Este texto es un adelanto del reportaje publicado en el número 2366 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 6 de marzo de 2022.

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