Guerrero

Nuevo obispo de Chilpancingo-Chilapa: El diálogo con los narcos se mantiene

Ante la jubilación del obispo de la diócesis guerrerense de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel, fue nombrado en su lugar el también franciscano José de Jesús González. El nuevo responsable responde que la pacificación es el carisma de su orden religiosa y que él continuará esa labor.
domingo, 13 de marzo de 2022 · 10:58

Ante la jubilación del obispo de la diócesis guerrerense de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel, fue nombrado en su lugar el también franciscano José de Jesús González. Cuestionado sobre el perfil negociador de Rangel, que en su momento le granjeó presiones de los gobiernos federal y estatal por negociar con grupos del narcotráfico, el nuevo responsable responde que la pacificación es el carisma de su orden religiosa y que él continuará esa labor.

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– El religioso franciscano José de Jesús González Hernández, recién nombrado obispo de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, adelanta que continuará dialogando con los jefes del narcotráfico que operan en esa zona guerrerense, tal como lo hizo su antecesor en el cargo, el polémico obispo Salvador Rangel, también franciscano y quien se jubila.

El carisma de su congregación religiosa, fundada por San Francisco de Asís –argumenta el obispo entrante–, siempre ha sido contribuir a la pacificación, así sea dialogando con la delincuencia organizada para persuadirla de dejar la violencia y las armas.

“San Francisco fue el gran pacificador de la Iglesia. Tuvo que hablar con el ‘hermano lobo’ para que dejara de devorar a la gente y éste aceptó a cambio de comida. Desde entonces nosotros los franciscanos estamos llamados a mediar entre los hermanos en disputa dondequiera que estemos. Nuestro carisma es alcanzar la paz”, explica González Hernández.

–Y en el caso concreto de Guerrero, ¿quién es el “hermano lobo”?

–¡Es el que mata y devora! ¡El narcotraficante! De manera que cuando llegue a la diócesis de Chilpancingo-Chilapa estaré obligado a dialogar con estos hermanos que viven del crimen. Me podrá dar miedo, pero representan un desafío que debemos afrontar. Ni modo. No siempre nos encontramos con personas afines a nosotros.

“Mire, san Francisco únicamente siguió el ejemplo de Jesucristo, quien decía: ‘Tengo otras ovejas que no son de este redil, debo ir a buscarlas’. De manera que nosotros tenemos que ir más allá de las fronteras. Encontrar a las personas que están del otro lado para dialogar con ellas y persuadirlas de que dejen la violencia y las armas.”

–¿A qué se debe que hayan traspasado las fronteras?

–¡Al hambre! Al final siempre está el hambre, la falta de sustento. La desigualdad social provoca muchos conflictos. El “hermano lobo” sigue matando por hambre. Hay que ayudarlo. Por eso en México hace falta crear empleos y programas sociales para que la gente no caiga en las redes del narcotráfico.

Totalmente al margen de la legislación mexicana, que castiga con cárcel a los narcotraficantes, el franciscano señala que siempre se ha acercado a estos delincuentes, apoyado por el papa Francisco, las enseñanzas evangélicas y los documentos de la Iglesia.

Apunta al respecto: “En general, el diálogo con todos es una característica propia de la Iglesia, basada en las enseñanzas del evangelio. Recientemente, en su encíclica Fratelli tutti, el papa Francisco volvió a exaltar el valor de la fraternidad y a invitarnos a dialogar con todo mundo sin hacer distingos. Hasta con los llamados ‘malos’ nos pide ser misericordiosos”.

De 57 años y oriundo de Etzatlán, Jalisco, González Hernández estudió teología y filosofía en la universidad que tienen los franciscanos en Tierra Santa. Allá se ordenó sacerdote en 1994. Primero fue párroco en Huazamota, Durango. De ahí se fue a Estocolmo como encargado de la Misión Hispanohablante. Luego pasó a Mozambique. En 2010 se le nombró obispo de la prelatura del Nayar, la apartada región nayarita colindante con Durango, en donde ha realizado su misión pastoral entre huicholes, coras y tepehuanos.

“Curtiditos” en guerras

Fue el pasado 11 de febrero cuando El Vaticano anunció el nombramiento de González Hernández como obispo de Chilpancingo-Chilapa, mediante su órgano oficial, L’Osservatore Romano. Así, González Hernández sustituye al también obispo franciscano Salvador Rangel, quien deja el cargo por haber cumplido 75 años, edad estipulada por la Iglesia para pasar al retiro.

Rangel llegó a esa diócesis en 2015 y abrió una política de diálogo con los cárteles de la droga que operan en la región, en medio de fuertes descalificaciones por parte de los gobiernos estatal y federal, que lo acusaron de tener tratos con delincuentes perseguidos por la justicia.

Pero Rangel siempre tuvo el apoyo del papa Francisco, quien lo envió al convulso estado de Guerrero por su amplia experiencia como pacificador en Tierra Santa, donde entre 1993 y 1999 medió en los territorios palestinos ocupados por Israel, por lo que le tocó trabajar entre “muertes, bombardeos, explosiones de minas personales, ataques aéreos…”, relató Rangel a este semanario.

Ya en Guerrero, Rangel llegó a interceder para que se liberara a personas secuestradas, se desbloquearan carreteras tomadas por la delincuencia organizada, o bien para que el gobierno no tomara represalias contra las comunidades campesinas que por necesidad se ven orilladas a trabajar en el cultivo de la amapola. Incluso ha venido denunciando a funcionarios gubernamentales ligados al narcotráfico.

Sobre su relación con los narcos, Rangel aclaró enfático que su trabajo es “dialogar, no pactar”, ya que “el diálogo puede más que las balas”. También sostuvo que “la inseguridad y la violencia son el problema número uno en México, de modo que debemos poner todo lo que está de nuestra parte para alcanzar la paz” (Proceso 2150).

Aunque se negó a dar los nombres de los líderes del narcotráfico con quienes se reunía, para no desbaratar su labor, corre sin embargo la versión de que Rangel tuvo probable contacto con Los Rojos, Los Ardillos, el Cártel de la Sierra, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, Los Tequileros y Guerreros Unidos. Se internaba en sus territorios totalmente desarmado, sin escolta ni vehículos blindados, acompañado solamente por dos religiosas, según información publicada en El Universal el 14 de mayo de 2018.

Su sucesor, González Hernández, recalca que seguirá por ese mismo camino de diálogo con la delincuencia, “porque así lo exige la espiritualidad franciscana en la que nos formamos monseñor Rangel y yo. Inclusive, el lema de nuestra congregación es Paz y Bien. Es también nuestro saludo”.

–¿Será que, con ese propósito, el Papa ha enviado a esa diócesis precisamente a dos franciscanos?

–Creo que sí, pues el Papa conoce muy bien nuestro carisma a favor de la paz, al grado de que, al llegar al papado, se puso Francisco en honor a san Francisco de Asís. Él, como jesuita argentino, ha participado en nuestros encuentros de religiosos latinoamericanos. Hablamos la misma lengua y compartimos la misma cultura.

–Llama también la atención que, a principios de los noventa, el obispo Rangel y usted coincidieron en Tierra Santa. ¿Se trataron ahí?

–Sí, claro. Él era entonces custodio del Santo Sepulcro y tenía que ver con los diálogos de paz. Yo era todavía un estudiante de teología y filosofía. Él nos animaba a los jóvenes a continuar en los estudios. Desde ese tiempo nos acostumbramos a los retenes militares, a las inspecciones, a los conflictos y a tratar con hombres armados.

“Desde entonces tengo relación con monseñor Rangel, quien años después me invitó a su toma de posesión como obispo de Chilpancingo-Chilapa. Ahí me dijo: ‘Oye, Chuy, me mandan para acá porque ya estoy curtidito en eso de las guerras, al igual que tú’. Y sí, nos tocaron las guerras de palestinos contra israelíes, la Intifada, conflictos internos, ataques terroristas y hasta la Guerra del Golfo.”

–¿Ya sabe usted con cuáles grupos delincuenciales tendrá que dialogar en Guerrero, cuáles son sus líderes y cómo operan?

–No, desconozco totalmente esa situación. Apenas me acaban de nombrar obispo y además estoy concentrado en mi trabajo aquí en la prelatura del Nayar, que todavía no tiene rango de diócesis debido a sus carencias: le faltan sacerdotes, no tiene seminario mayor, tampoco casa pastoral y ni siquiera es autosustentable.

“Necesito estar en Chilpancingo para ir conociendo la situación. Saber quién jalonea para acá y quién para allá, dónde y con quiénes se puede dialogar. Monseñor Rangel me dará pormenores y me orientará porque ya tiene un camino recorrido. Continuaré con las cosas buenas que él haya realizado. Y si cometió errores, pues procuraré no repetirlos... Pero eso sí, llegaré con la misma actitud de acercar a los hermanos.”

También intervendrá en el caso de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, por ser un municipio de la diócesis. Pero primero tendrá que acercarse a las víctimas para escucharlas; lo mismo al clero local que las viene acompañando. “Antes de emprender cualquier acción, necesito escucharlos a ellos”, recalca.

Dice estar consciente de que Guerrero es el estado más peligroso del país para ejercer el ministerio sacerdotal. Aparte de los secuestros y extorsiones, en la entidad han sido 10 los sacerdotes asesinados por el narco. Le siguen los estados de Veracruz, Chihuahua y Michoacán, según el reporte más reciente del Centro Católico Multimedial, organismo eclesiástico que realiza estos conteos.

Inclusive la Provincia Eclesiástica de Acapulco, que aglutina a las cuatro diócesis guerrerenses (Chilpancingo-Chilapa, Acapulco, Ciudad Altamirano y Tlapa), tiene un “protocolo de seguridad” para proteger a sus clérigos y religiosas, entre cuyas medidas está el rotulado de sus vehículos, el constante reporte para saber dónde se encuentran y el evitar salidas a altas horas de la noche.

Según el Sistema Nacional de Seguridad Pública, la tasa de asesinatos en Guerrero es de 21.3 por cada 100 mil habitantes, muy por encima del 14.87 que es la media nacional. Esto se debe en gran parte a que 14 cárteles de la droga disputan entre sí el territorio guerrerense. Para hacerles frente existen 23 grupos de autodefensas que ya se han expandido a 70% del estado.

Guerrero también es, con Chiapas y Oaxaca, uno de los tres estados más pobres de México: 66.5% de su población (alrededor de 2 millones 412 mil personas) vive en pobreza, y 26.8% de éstos (más de 971 mil) en pobreza extrema, según el más reciente informe del Coneval.

Comenta González Hernández: “Voy a una zona muy peligrosa donde uno pone en riesgo su vida. Lo sé perfectamente. Pero la violencia la estamos padeciendo en varias diócesis. Aquí mismo, en la prelatura del Nayar, el crimen organizado ya me mató dos sacerdotes, a Juan Antonio Orozco Alvarado y a Felipe Altamirano Carrillo.

“Mientras que a mí, en 2011, un grupo de narcotraficantes me agarró a balazos cuando viajaba en una camioneta, junto con dos compañeros. Nos tiraron a matar al confundirnos con el enemigo. De milagro salimos con vida de la emboscada. Ese fue mi bautizo de fuego al llegar al Nayar.”

–¿Qué cárteles operan ahí?

–El Cártel de Sinaloa y el Cártel de Jalisco Nueva Generación. Ambos se están peleando ferozmente esta plaza. A nuestras parroquias asiste gente de uno y otro bando. Les decimos que nadie tiene derecho a matar. De pronto me topo con ellos; me dicen para qué cartel trabajan y me piden la bendición. Se las doy.

“Lo mismo haré en Chilpancingo. Mi toma de posesión probablemente sea alrededor del próximo 20 de abril. A partir de ahí radicaré en mi nueva diócesis. Necesito saber muy bien qué grupos de narcos se disputan ese territorio… Y claro, ponerme al tanto del diálogo que tiene con ellos monseñor Rangel.” 

Reportaje publicado el 6 de marzo en la edición 2366 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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