Guerra en Ucrania
“Hipocresía”, sancionar a deportistas rusos
Las sanciones que distintos organismos deportivos impusieron a Rusia por la invasión a Ucrania perjudican principalmente a los deportistas y no al gobierno del presidente Vladimir Putin.Contra lo que pregonan los organismos deportivos internacionales, las sanciones contra los deportistas rusos no tienen motivos éticos sino políticos y económicos, como lo demuestra el comportamiento histórico de la FIFA y del COI. A decir del internacionalista del CIDE Carlos Heredia, esas medidas perjudican menos a Putin que a los deportistas, castigados para que las asociaciones deportivas se congracien con Estados Unidos y Europa.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Las sanciones que distintos organismos deportivos impusieron a Rusia por la invasión a Ucrania perjudican principalmente a los deportistas y no al gobierno del presidente Vladimir Putin, quien desde hace años ha intentado limpiar su imagen con la ayuda del Comité Olímpico Internacional (COI) y la FIFA, pues le dieron las sedes de los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi 2014 y del Mundial Rusia 2018, a pesar de ser un régimen autoritario y de las invasiones a Georgia y Ucrania, esta última culminada con la anexión de Crimea.
Carlos Heredia, profesor asociado de la División de Estudios Internacionales del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), destaca el comportamiento “hipócrita” del COI y de la FIFA, porque con estas acciones lo que en realidad defienden son sus intereses económicos.
“Hay una gran hipocresía y deja claro que lo que importa son los intereses económicos, no los principios, no la defensa de los derechos humanos. Henry Kissinger (político y diplomático estadunidense) subraya que en el choque entre la política internacional y la diplomacia existe una distribución de la insatisfacción: al final todos van a quedar insatisfechos. Lo que me parece más difícil de afrontar es: ¿quién es sancionado?, ¿quién carga con la responsabilidad?, ¿quién paga la sanción y a nombre de quién?
“El peso de las sanciones nunca va contra los que mandan, los que cumplen las sanciones en este caso son los propios deportistas que se prepararon años para un certamen y que ni la deben ni la temen, al contrario. Creo que la gran mayoría (de los deportistas) han de decir: ‘¿Por qué vamos a una guerra contra vecinos, contra hermanos? Yo no estoy a favor de eso’. Por eso lo que está ocurriendo tiene un contenido alto de hipocresía”, explica Heredia.
A partir del 24 de febrero, cuando Rusia comenzó la ofensiva militar contra Ucrania, el mundo deportivo entró en alerta. Entre las primeras decisiones que se tomaron destaca que la UEFA le quitó a San Petersburgo la sede de la final de la Champions League, programada para realizarse el próximo 28 de mayo.
Una oleada de acciones se desencadenó: el club Shalke 04, de la Segunda División de Alemania, rompió con su patrocinador Gazprom, el gigante ruso del gas que le garantizaba 9 millones de euros anuales por portar su marca en la camiseta hasta 2025.
La firma del acuerdo fue anunciada en 2006 por Clemens Toennies, presidente del consejo de administración del Schalke 04, quien estuvo acompañado por Vladimir Putin. Si el equipo ascendía a la Bundesliga el convenio aumentaría a 15 millones de euros por año.
Asimismo, la UEFA eliminó al Spartak de Moscú de la Europa League, por lo que ya no podrá disputar los octavos de final ante el Leipzig, partidos programados para el 7 y el 14 de abril, y también rompió con Gazprom, que le representaba 45 millones de euros al año.
En cuestión de horas las presiones se acrecentaron: Rusia quedó eliminado del repechaje mundialista donde debía enfrentar a Polonia en la primera ronda, en Moscú, el 24 de marzo, y posteriormente el 28, si vencía a los polacos y también en la capital rusa, al ganador del partido República Checa-Suecia. Días antes Polonia se había rehusado a enfrentar al equipo ruso. Así, esta selección ya no podrá pelear por calificar a Qatar 2022.
Por su parte, el COI comenzó con una advertencia que luego se convirtió en expulsión. El 28 de febrero el Comité Ejecutivo del COI recomendó a las federaciones deportivas internacionales y a los organizadores de campeonatos deportivos que no inviten ni permitan la participación de deportistas de Rusia y Bielorrusia en competencias internacionales. Las sanciones se han extendido a los deportistas bielorrusos, porque el presidente Aleksander Lukashenko ha permitido que Rusia utilice su territorio para el despliegue militar contra Ucrania.
A partir del anuncio del COI se desencandenó una cascada de prohibiciones de parte de federaciones internacionales que materialmente le están cerrando la puerta a todos los competidores de estos dos países.
Aunque en un inicio el Comité Paralímpico Internacional (IPC) había anunciado que sí permitiría a los deportistas rusos y bielorrusos competir en los Juegos Paralímpicos Invernales de Beijing 2022 (del 4 al 13 de marzo) de manera neutral y bajo la bandera de sus comités olímpicos nacionales, el jueves 3 dio marcha atrás ante las amenazas de otros países de boicotear el evento.
“La guerra ha llegado ahora a esos juegos y tras bambalinas muchos gobiernos están teniendo una influencia en nuestro querido evento. Estábamos tratando de proteger los juegos de la guerra (…) había un ambiente muy, muy volátil en la villa. Fue una escalada muy rápida que no pensábamos sucedería. No pensábamos que delegaciones completas, o incluso equipos dentro de delegaciones, se retornarían, boicotearían, no participarían”, dijo el presidente del IPC, Andrew Parsons, en conferencia de prensa.
Castigar a Putin, no a los rusos
Heredia considera que, aunque las sanciones son un mensaje en el sentido de que las acciones políticas de Vladimir Putin tienen consecuencias y le representan a Rusia pérdidas políticas y económicas, a la larga pueden ser contraproducentes.
“Cito a Henry Kissinger, quien advierte que alguna de las acciones que está emprendiendo Occidente no son contra el régimen de Putin sino contra Rusia, y hay un matiz en ese sentido. A los occidentales se les pasó la mano en las sanciones a Alemania después del Tratado de Versalles, lo cual generó un resentimiento que fue creciendo y que de alguna manera dio pie a lo que después fue un factor, no el más importante ni el de mayor peso, en la génesis de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, como es muy difícil hacer el matiz entre castigar al régimen de Putin y castigar a Rusia y a los rusos, pues por eso digo: terminan pagando los propios deportistas, que no tienen una posición de apoyo al régimen político de Vladimir Putin y son castigados directamente. Si cabe decirlo, que no se castigue a Rusia ni a los rusos sino al régimen político de Putin”, detalla el especialista en geopolítica.
–Organismos como la FIFA, el COI ayudaron a Vladimir Putin a mejorar su imagen ante el mundo al darles las sedes de los eventos deportivos más importantes. ¿Fueron cómplices del presidente ruso?
–No tengo suficientes elementos para asegurarlo, pero también me preguntaría: ¿por qué al gobierno de George W. Bush no lo sancionaron a raíz de la acusación (e invasión) a Irak por las armas de destrucción masiva que fue completamente falsa? No escuché ningún organismo internacional diciendo: ‘Estados Unidos no va a los Olímpicos o no va a tal competencia’. También ahí hay hipocresía.
“Cada Estado tiene una capacidad de operación distinta. En este momento se han unido Estados Unidos y la Unión Europea argumentando, con razón, que las acciones de Putin son una violación flagrante de los derechos humanos y del derecho internacional y merecen toda la condena; pero cuando ellos lo han infringido no les ha tocado un juicio tan estricto porque dominan a los organismos internacionales. Por eso el castigo sólo debe ir contra el gobierno y no contra el país, los ciudadanos o los deportistas.
“Históricamente los países han utilizado el deporte como instrumento ideológico en su aparato político y también para alzar el sentimiento nacionalista. En sus años como presidente de Rusia, Putin ha echado mano de la persuasión para mostrar su país como una democracia, hospitalario y moderno capaz de ser la sede de magnos eventos deportivos.
“Al COI y a la FIFA no les importó la violación sistemática de los derechos humanos, sus actitudes de dictador, el repudio a las personas homosexuales, el exterminio de los perros callejeros que le restaban belleza a las ciudades de la Federación Rusa.
“A través de los Juegos Olímpicos y del Mundial de Futbol, Putin acertó en su política deportiva para obtener prestigio nacional e internacional. A través de sus logros, los propios deportistas ayudaron a lavarle la cara al mandatario ruso.”
En 2013, la máxima figura mundial del salto con garrocha, Elena Isinbayeva, expresó su respaldo a la ley antigays de Putin y se atrevió a declarar: “Si permitimos que (los gays) promuevan y hagan todo eso en la calle estaríamos muy preocupados por nuestro país, porque nos consideramos gente normal. Simplemente vivimos hombres con mujeres y mujeres con hombres. Viene de la historia. Nunca hemos tenido ningún problema ni queremos tenerlo en el futuro. Estamos profundamente en contra (de la homosexualidad). Apoyo a nuestro gobierno”.
La múltiple medallista olímpica y mundial después dijo que sus declaraciones habían sido mal interpretadas. Tres años después volvió a darle su respaldo a Putin cuando Rusia fue castigada por el dopaje de Estado que ordenó el presidente.
La careta que el deporte ayudó a sostener a Putin justamente comenzó a derrumbarse a partir del escándalo del dopaje de Estado. Por instrucciones del gobierno de Putin a los deportistas rusos se les suministraron sustancias para mejorar el rendimiento –al estilo de Alemania Oriental durante la Guerra Fría– para así demostrar su poderío como nación.
El doctor Grigori Rodchenkov, el operador de esta política de la trampa y luego delator de los hechos, reveló cómo en el laboratorio certificado por la Agencia Mundial Antidopaje existía un mecanismo para cambiar las muestras de orina por otras limpias para que los deportistas no fallaran los antidoping.
Rusia fue castigada, no así sus deportistas, quienes desde 2016 han competido en las distintas justas representando al Comité Olímpico Ruso, de tal suerte que la bandera y el himno de su país aparecen en las ceremonias de premiación cuando ganan medallas. El castigo terminará en 2024.
“El uso del deporte para prestigiar a los dirigentes de un país tiene sus límites y en este caso pesa mucho más el desprestigio del régimen del señor Putin, el desprestigio internacional, el desprestigio en el mundo del deporte organizado”, añade Heredia.
Putin ya sufre en carne propia las consecuencias de su decisión de invadir Ucrania. La Federación Internacional de Judo lo suspendió como presidente de honor y embajador de este organismo como medida de presión. Putin es cinta negra en esta disciplina y Rusia tiene una gran influencia a nivel mundial. La federación europea está dirigida por el ruso Sergey Soloveychik y en el medallero olímpico histórico Rusia ocupa el tercer sitio con 46 preseas, detrás de Francia (57) y Japón (96).
En 1973, después del golpe de Estado de la Junta Militar chilena, la Unión Soviética debía enfrentarse a la selección nacional de Chile en el estadio de Santiago, que había sido utilizado por los golpistas como campo de concentración. La FIFA, en nombre de la neutralidad política, exigió que la URSS jugara el partido o sería descalificada. El país se negó, pues no jugaría “sobre un terreno impregnado de sangre de los militantes obreros chilenos”.
La FIFA decidió castigar a la Unión Soviética respaldando así abiertamente a la Junta Militar golpista. Sobre el hecho, en aquellos años el periodista francés Edouard Seidler escribió en el diario deportivo L‘Equipe:
“El deporte no sabe escapar de la invasión de la política y es frecuente la confusión entre los juegos del estadio y los de la diplomacia. El único problema es determinar si el deporte debe ser un fin en sí mismo o si debe ser utilizado como medio diplomático y político. Los responsables del deporte internacional no pueden escoger otro camino que no sea el de colocar la actividad deportiva fuera de toda oposición de orden ideológico. Toda competencia internacional se vería irremediablemente bloqueada y el deporte mismo desacreditado si hubiera que admitir que un atleta o un equipo tiene derecho a rechazar a un adversario, designado normalmente por los reglamentos deportivos, bajo el pretexto de discriminación política, religiosa, racial o ideológica”.