Rafael Rojas y la Revolución Mexicana
Viva, la herencia social en América Latina
Para el investigador Rafael Rojas, América Latina mantiene presentes los ideales revolucionarios del modelo que estalló en 1910 y perviven los postulados de las izquierdas, debido a la premura de resolver sus siempre pospuestos problemas de inequidad y explotación.Para el investigador de El Colegio de México, quien acaba de publicar El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina, la región mantiene presentes los ideales revolucionarios del modelo que estalló en 1910 y perviven los postulados de las izquierdas, debido a la premura de resolver sus siempre pospuestos problemas de inequidad y explotación, si bien se ha hecho a un lado la lucha armada para transitar por la vía democrática. En recuadro, se da cuenta a su vez del libro del historiador Patrick Johansson, destacado en otro ámbito cultural, el de la literatura infantil indígena.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– La tradición e idearios de las revoluciones de América Latina y el Caribe del siglo XX siguen siendo referente porque no han tenido cumplimiento pleno las demandas de justicia social, equidad, distribución equitativa del ingreso o soberanía nacional, demandas a las cuales se añaden ahora los llamados derechos de tercera y cuarta generación.
Así lo considera el doctor en historia Rafael Rojas, profesor e investigador del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México (Colmex), quien acaba de publicar en la editorial Turner El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina. Un volumen de 302 páginas en las cuales el también miembro de la Academia Mexicana de la Historia, nacido en 1965 en Santa Clara, Cuba, y arraigado en nuestro país hace años, aborda 10 revoluciones latinoamericanas:
Mexicana, de 1910 a 1940; nicaragüense, de los años veinte; cubana, de los treinta; el varguismo brasileño (años treinta); peronismo argentino (desde 1943); guatemalteca, de 1944 a 1954; boliviana, de 1952; cubana, de los sesenta; chilena, de 1970 a 1973; y la sandinista, que triunfó en 1979. Y analiza la influencia que la primera tuvo en las nueve restantes. No como el tronco del “árbol” que da título a su libro, pero sí porque el constitucionalismo y preceptos emanados de éste fueron la pauta de las que le siguieron.
Vía telefónica, el autor de varios títulos relativos al tema de la revolución relata a Proceso que empezó hace ya varios años con este proyecto de investigación, cuyo resultado fueron dos volúmenes: el primero, La epopeya del sentido, publicado por el Colmex, “es una historia de cómo van evolucionando y entrando en contradicción las distintas maneras de pensar y proyectar la idea de revolución en planes, programas y proyectos políticos dentro de la Revolución mexicana”.
Expone ahí, por ejemplo, la de los maderistas en el Plan de San Luis, los zapatistas en el Plan de Ayala, la Convención de Aguascalientes y posteriormente la del Congreso de Querétaro. Y rastreó su concepto en la esfera pública y los parlamentarios constitucionales, hasta llegar al cardenismo. Este primer estudio termina en 1940.
Pero continuó y se extendió hasta la Revolución sandinista de 1979, pasando por las otro ocho revoluciones que incluyen “dos grandes proyectos del populismo clásico: el peronismo (Juan Domingo Perón) y el varguismo (Getulio Vargas)”.
Y está vinculado a investigaciones anteriores, relacionadas también con conceptos; el primero fue sobre la República en la primera etapa del siglo XIX, con el libro Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la Revolución de Hispanoamérica, en 2010. Y el siguiente fue la pugna entre liberales y conservadores en América Latina y el Caribe en la segunda mitad del XIX, con el libro Los derechos del alma. Ensayos sobre la querella liberal-conservadora en Hispanoamérica, de 2014.
“Sigo el eje de las disputas públicas, eligiendo una palabra o concepto que las articula… Y en estos dos últimos libros trato de demostrar por qué la revolución –es lo que sostengo– es el concepto central de la cultura política latinoamericana y caribeña del siglo XX.”
–Lo plantea a partir de la mexicana, como la que influye al resto.
–Sí, pero siempre pido tener un poco de cuidado con la metáfora del árbol de las revoluciones, porque las metáforas pueden ser peligrosas, entonces puede interpretarse con cierta facilidad y simplificación que el tronco del árbol es México. En buena medida sí, sobre todo en el libro que publicó El Colegio de México desarrollo esta tesis de la influencia de la Revolución mexicana en toda América Latina, específicamente en Centroamérica y el Caribe.
Añade que persigue la impronta de la Revolución mexicana en las revoluciones y rebeliones centroamericanas de los años veinte y principios de los treinta: la de Augusto César Sandino en Nicaragua y la salvadoreña de principios de los treinta, la cubana de 1933, que produjo la caída de la dictadura de Gerardo Machado.
“Y encuentro presencias importantes de elementos constitucionales básicos de la mexicana como la reforma agraria, la alfabetización, la educación popular, la política cultural de Estado y la posesión por parte del Estado de la propiedad del suelo, el subsuelo y los recursos energéticos. Todo eso es un legado que la Revolución mexicana transmite a todos estos proyectos, incluidos los populismos clásicos, o sea el peronismo y el varguismo. Ya cuando llego a la Guerra Fría, explico un cambio de referente por el cual la Revolución cubana –que adopta una vía marxista-leninista– desplaza a la mexicana como gran paradigma del siglo XX.”
Constitucionalismo
Rojas cita en su introducción al historiador Alan Knight para enfatizar que el movimiento en México no fue marxista o socialista, y juzga que más bien “fue leninista sin saberlo…”. Se le comenta que no obstante hay historiadores que apuntan a que su influencia alcanzó a la rusa:
“La mexicana es anterior a la rusa y a partir de 1917 coinciden en el tiempo. En algún momento hay un intercambio entre la mexicana y la bolchevique, podríamos decir ideológico, como fenómenos históricos. Y es cierto que hay un peso enorme de los socialismos, específicamente del Partido Comunista Mexicano, en la evolución de la mexicana en los años veinte y treinta, desde la fundación del partido, específicamente bajo los gobiernos del Maximato y después en el cardenismo.”
Recuerda, sin embargo, que la ideología en México giró en torno al nacionalismo revolucionario y hubo fricciones con el comunismo y las variantes marxistas del socialismo. En la época de la llamada Guerra Fría, luego de que la cubana se proclama marxista-leninista y se alía con la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hay una bifurcación o contraposición entre los modelos de Cuba y México, expuesta en el libro.
El mexicano abre los cauces jurídico y legal a través de la Constitución de 1917, donde, a decir de Rojas, la figura de Venustiano Carranza es relevante desde la creación del Plan de Guadalupe, pues aunque en un primer momento plantea la posible reforma a la de 1857, transita rápidamente a una nueva Carta Magna, donde se recogen “los elementos fundamentales de todos los programas revolucionarios, desde los zapatistas, villistas y maderistas hasta los constitucionalistas”, y la idea de un Estado posrevolucionario.
La Constitución de 1917 es “una síntesis del nacionalismo revolucionario, con un poder de gravitación y persuasión enorme en América Latina, fácilmente documentable. El libro habla mucho de eso, aunque no solamente: hay presencia del constitucionalismo social, como se le llama en la teoría jurídica latinoamericana a lo que introduce la Constitución de Querétaro en todas las revoluciones, y la observo incluso en la cubana en su fase no comunista… la inicial era una revolución muy colocada en la mexicana.
“Y evidentemente tiene una presencia en la guatemalteca de Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, en la boliviana de Víctor Paz Estenssoro durante los años cincuenta… todas tienen elementos de la reforma agraria, campañas de alfabetización y políticas educativas y culturales, nacionalizaciones de minerales y de recursos energéticos, que tienen mucha herencia de México.”
Izquierda democrática
Se lee en las primeras páginas que América Latina está urgida de un proyecto social, de un legado revolucionario. Se le pregunta por qué entonces las izquierdas van y vienen, no permanecen en el poder.
Aclara que en ninguno de los dos libros llega a la actualidad, sin embargo en el capítulo dedicado a la Revolución sandinista del segundo volumen, hay una valoración de lo sucedido desde los años noventa para acá.
En esos párrafos se encuentra la respuesta: Tiene que ver con la vía electoral con la cual se elige entre izquierdas y derechas. Luego del modelo nica, los gobiernos de izquierda, “desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Andrés Manuel López Obrador”, llegan por la vía democrática. Pocos, como Daniel Ortega, dice, deciden perpetuarse: “…la alternativa entre democracia y autoritarismo volvió a reinstalarse, decidiendo la trascendencia de unos y el ocaso de otros”.
Añade en la entrevista, remontándose a los noventa:
“Doy 1990 como cierre de la tradición revolucionaria del siglo XX, cuando pierden los sandinistas las elecciones en Nicaragua y sucede al año de la caída del muro de Berlín, unos meses antes de la desintegración de la URSS, entre 91 y 92, que significa la descomposición del bloque socialista de Europa del este.”
Desde entonces, desde los ochenta, asegura, la forma de gobierno democrático se ha reproducido en prácticamente toda la región de América Latina y el Caribe. No obstante señala:
“El periodo de las transiciones, sobre todo en la primera década del siglo XXI, generó la idea –que me parece equivocada– de que con el avance de la democracia se abandonan los ideales revolucionarios, porque se produjo un equívoco muy propio del fin de la Guerra Fría por el cual se identificaba a la izquierda y la tradición revolucionaria con el marxismo-leninismo y los diversos socialismos.”
Lo cierto, aclara, es que durante el siglo XX pesaron más los modelos de izquierda distintos al marxismo-leninismo; incluso en su libro habla de “socialismo vernáculo”, de Antonio Guiteras o socialistas centroamericanos, o del caso de Unidad Popular de Salvador en Chile, que es un socialismo democrático que no hay en otro lugar. Dice:
“Se pierde de vista el peso que tuvo esa otra izquierda, por un lado nacionalista revolucionaria o populista clásica o lo que llamo socialismo democrático. El equívoco se hace evidente en la primera década del siglo XXI, cuando hay un intento bastante claro de algunos gobiernos de izquierda de regresar al legado de las revoluciones y los populismos del XX, y se produce esa búsqueda un poco simbólica de algunos gobiernos de legitimarse con el legado revolucionario del siglo XX. Y estamos todavía en ese dilema… Aquel equívoco: que con la caída del muro de Berlín desaparecía la herencia, está disipándose, pero tiene aún peso en la opinión pública.”
–¿No se ha confundido también la caída de la URSS con un fracaso del marxismo, y de ahí se da por fracasado de antemano cualquier intento de gobierno de izquierda en Latinoamérica?
–Exacto, sí, es un error. Primero: muchos de los proyectos de izquierda fueron frustrados por golpes de Estado, intervenciones de Estados Unidos, reacciones de las derechas militares y religiosas. Tenemos el caso de Guatemala con Árbenz o el de Chile, que son evidentes. Por otro lado, me parece que al revés: En los últimos 30 años hemos experimentado una rearticulación muy diversa, muy heterogénea, con izquierdas de todo tipo. Ahora estamos viendo en algunos países del Cono Sur, como Chile, Argentina, Uruguay o, en menor medida, Brasil, una rearticulación de las izquierdas comunistas y socialistas, claro, desde una perspectiva neomarxista.
No responden, destaca, a una ideología marxista-leninista soviética, sino se inscriben en un socialismo democrático que da importancia a los derechos de las mujeres, de los jóvenes, los pensionados, las comunidades indígenas, ambientales, al nuevo constitucionalismo latinoamericano, los derechos de tercera y cuarta generación:
“Y se siguen llamando socialistas o comunistas, eso demuestra que sigue habiendo una fortaleza importante en las izquierdas y, es algo innegable, que también hay corrientes autoritarias dentro de esa izquierda, yo las ubico fundamentalmente en algunos países, pero muy poco, del polo bolivariano.
–Como hay rasgos de autoritarismo en la derecha, ¿verdad?
–No, bueno, ése es el otro tema, claro. Evidentemente no estudio los movimientos de derecha en este libro porque hablo de la tradición revolucionaria, pero un fenómeno reciente, que comienza a ser documentado, está en ese libro magnifico de Pablo Stefanoni que tiene un título con una pregunta: ¿La rebeldía se volvió de derecha? Él estudia las nuevas derechas autoritarias, militaristas, evangélicas que han ido surgiendo en diversos países latinoamericanos. Lo tenemos en Brasil con Jair Bolsonaro, la candidatura de José Antonio Kast en las últimas elecciones chilenas estaba por ahí.
“En Centroamérica también hay presencias muy fuertes, lo vemos en El Salvador y acabamos de verlo en la primera ronda de las elecciones en Costa Rica, ahí ha ido emergiendo un evangelismo de derecha militarista, en un país que tú sabes no tiene Ejército y que desde los años cuarenta, desde lo que se conoce como la Segunda República, optó por una vía fuertemente civilista, y aparecen estas ideas de regresar a los viejos programas de seguridad nacional en corrientes de conservadurismo-militarista y de derecha.
–Dadas las condiciones de desigualdad económica, injusticia social, soberanía débil, etcétera, ¿seguirán existiendo las revoluciones y movimientos de izquierda, aunque no necesariamente armados?
–Sí, creo que por un lado siguen la tradición de las revoluciones y los populismos del siglo XX, que siguen siendo como un acervo simbólico de gran atractivo para los actores políticos del presente en América Latina y el Caribe, específicamente para un sector juvenil. Entonces esa búsqueda de referentes en esa tradición continuará.
“La explicación me parece que está en tu pregunta, tiene que ver precisamente con las ideas motrices de esa herencia que se relacionan con la justicia social, la soberanía nacional, la equidad, la distribución más o menos equitativa del ingreso y la generación de políticas de inclusión social.
“Esas ideas centrales de la tradición revolucionaria siguen sin tener una realización y una satisfacción plena en las políticas públicas, eso hace que se busquen los referentes. La diferencia de ahora con la Guerra Fría o el período previo a ésta, es decir la primera mitad del siglo XX, es que no tenemos situaciones revolucionarias, tenemos estallidos sociales o protestas populares, pero la forma de gobierno, las normas, el trazado y diseño de las políticas públicas y los sistemas institucionales siguen en torno a la democracia.”
El volumen está dividido en tres partes, más un prólogo e introducción. La primera con los capítulos “Los últimos republicanos”, “Haya, Mella y la división originaria” y “Mariátegui y la revolución socialista”. En la siguiente, “Variantes del nacionalismo revolucionario”, “Dos intelectuales del populismo clásico”, “Dos líderes del populismo cívico” y “De la revolución democrática al militarismo progresista”. Y en la tercera, “El concepto de revolución en Cuba”, “Entre Guevara y Allende” y “Nicaragua y el ocaso de las revoluciones latinoamericanas”.