Tokio 2020
Horacio Nava y el cariño por el dolor
El andarín mexicano revela su secreto para soportar una de las pruebas más duras a escala mundial, y recuerda la pesadilla que sufrió cuando le descubrieron una cardiopatía y le dijeron que ya no servía para el deporte de alto rendimiento.Jamás ha dejado a medias una competencia, tiene 39 años y está por participar en sus cuartos Juegos Olímpicos. Horacio Nava comparte con este semanario lo que podría ser su última participación, el próximo viernes 6 en Tokio 2020, justa en la cual también se jubilará a la marcha de 50 kilómetros –para dar paso a la de 35 kilómetros en París 2024–. El andarín mexicano también revela su secreto para soportar una de las pruebas más duras a escala mundial, y recuerda la pesadilla que sufrió cuando le descubrieron una cardiopatía y le dijeron que ya no servía para el deporte de alto rendimiento.
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La marcha le salvó la vida a Horacio Nava Reza. La prueba más extenuante del programa olímpico, esa en la que se caminan 50 kilómetros y los competidores a veces cruzan la meta casi al borde del desmayo, es la que Nava abrazó desde que era un escuincle de escasos 10 años y vio en la televisión a Carlos Mercenario ganar una plata en Barcelona 92.
En la cabeza le anidó la idea de ser como él, un mexicano con la capacidad de recorrer esa distancia tan bien como para subir a un podio olímpico en medio de un estadio con gradas repletas de un montón de gente que, con el aplauso, reconoce el esfuerzo.
En Tokio 2020 Horacio Nava, a sus 39 años, participará en sus cuartos Juegos Olímpicos. Hasta hoy no ha ganado esa medalla que lo impulse al podio, sabe que su marca de tres horas 49 minutos y 20 segundos tampoco le alcanzará para llenarse de gloria en Japón, donde por última vez se caminarán los 50 kilómetros. En París 2024 desaparecerá esa prueba y será sustituida por la de 35 kilómetros.
Su principal objetivo será mejorar el sexto sitio que logró en Beijing 2008, sus primeros Juegos Olímpicos. De su resultado en Tokio dependerá si el marchista chihuahuense decide seguir en activo o despedirse del deporte.
“Si los Juegos Olímpicos hubieran sido el año pasado, sin duda hubiera sido mi última competencia. Ya estamos en pleno ciclo olímpico hacia París 2024, así que el 6 de agosto quiero verlo como mi última competencia y después tomar la decisión ya con la cabeza fría y dependiendo el resultado. Imagínate que llegue a mis quintos Juegos Olímpicos, despedir la prueba de 50 kilómetros en Tokio y recibir en París la de 35 kilómetros”, dice Horacio Nava Reza.
El marchista refiere que no es masoquista. Entiende que mueve al asombro cuando dice que en una semana camina hasta 230 kilómetros. “En Chihuahua hacemos trabajo de montaña, hay una montaña que normalmente la subimos en 20 minutos y a veces hacemos hasta cinco o seis ascensos. Me acuerdo una vez que una señora me preguntó que si estaba haciendo una manda y le dije: “No, señora, es que somos deportistas y estamos entrenando”.
Caminar 50 kilómetros implica un esfuerzo físico y mental que él ni siquiera imaginaba cuando vio en la tele a Mercenario. “Vi a un mexicano triunfador. En Barcelona 92 fue la única medalla para México, me enamoré, fue un flechazo que sentí: los mexicanos podemos competir a nivel mundial”.
Con el tiempo Nava comprendió que su prueba es dolorosa, tal cual él compara con la vida misma: un camino largo donde ocurre lo bueno y lo malo, y se toman decisiones para enderezar el rumbo o alcanzar objetivos. La fuerza mental importa tanto como la física.
“Si voy en el kilómetro uno y digo: ‘me faltan 49’, pues me puede tumbar. Hay momentos donde empiezo a sentir dolores o sensaciones en el cuerpo, a tener pensamientos negativos y tengo que administrarme para salir de eso. Así como ha habido momentos en donde he pensado desde el kilómetro 30 que ya quiero terminar porque estoy muy cansado o tengo dolores, ha habido competencias en las que no he sentido nada y he terminado entero.
“Así es la prueba de 50 kilómetros, la más larga del atletismo y de los Juegos Olímpicos, donde ha habido desmayados: son cerca de cuatro horas en las que puede pasarte cualquier cosa, puedes ir muy bien en el kilómetro 49 y si te descuidas, o mentalmente te pierdes, se te puede caer la competencia. Es una prueba que me apasiona, aprendemos a acrecentar el umbral del dolor; y no es que seamos masoquistas, pero a lo mejor sí nos encariñamos con el dolor.”
Desde que a los 15 años participó en su primera competencia internacional, en Moscú, Horacio Nava jamás ha abandonado una prueba sin completar los 50 kilómetros. Tampoco ha sido descalificado por caminar con una mala técnica. Mientras avanza, su mente nunca está en blanco. Su manera de preparar la competencia es por parciales de cinco kilómetros: avanza cinco y toma agua, otros cinco y come una fruta o una barra energética. De cinco en cinco hasta llegar a 50.
“Hay momentos en los cuales si uno está bien concentrado, va completamente metido en la competencia viendo los parciales y el pulso, pero también hay momentos complicados en los cuales los pensamientos negativos, te da el típico ‘dolor de caballo’ u otros dolorcitos… Y ahí si te das vuelo mentalmente estás acabado.
“A mí me funciona salirme un poquito de la competencia, pensar en mis hijas, en una canción, en algún carro que me gusta. Decir: ‘Ese carro lo quiero de este color, a las llantas les voy a poner unos rines’. Juego con la mente y a ese dolor no le hago tanto caso, me salgo y vuelvo a entrar a la concentración de la competencia”.
Aunque no ganó medalla, en Barcelona 92 también compitió el chihuahuense Miguel Ángel Rodríguez. Terminó en séptimo sitio. La fortuna quiso que Rodríguez y Nava nacieran en la misma ciudad, que al entonces marchista le diera por convertirse después en entrenador y le prestara atención a los talentos de su estado. Los chamaquitos chihuahuenses, inspirados por Rodríguez, formaron un equipo.
En los primeros años Rodríguez y Nava fueron compañeros de equipo. Rodríguez fue a sus últimos Juegos Olímpicos en Atenas 2004. Como vivía en Toluca, le mandaba por correo electrónico sus entrenamientos a Nava. En vacaciones escolares, Nava se iba a entrenar al Estado de México. Miguel Ángel Rodríguez acompañó como entrenador a Horacio a los Juegos Olímpicos de Río 2016, donde finalizó en el lugar 13; a él le aprendió la técnica tan depurada para caminar.
“Me acuerdo que me decía: ‘Con el cambio generacional tú puedes ser el siguiente marchista olímpico en los 50 kilómetros’”.
La pesadilla
A los 21 años el sueño de Horacio Nava, que apenas comenzaba, se le derrumbó como un castillo de naipes. Era 2005 y se preparaba para asistir a sus primeros Juegos Olímpicos. El octavo lugar que ganó en el Campeonato Mundial de Atletismo de Finlandia de aquel año le abrió la puerta para formar parte del grupo de élite de deportistas mexicanos que reciben una beca.
Como parte de los requisitos para ser uno de los beneficiarios del ahora ya extinto fideicomiso Fondo para el Deporte de Alto Rendimiento, Nava se sometió a un control médico en el área de Medicina del Deporte de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade).
El resultado del electrocardiograma le puso los pelos de punta a la médico que lo realizó. Fue diagnosticado con el síndrome de Wolff-Parkinson-White, que se caracteriza porque existe una vía eléctrica adicional en el corazón, que provoca un latido acelerado.
Esta enfermedad también causa desmayos por la falta de oxigenación en el cerebro, a consecuencia de los latidos irregulares. Las pulsaciones pueden subir a más de 200 por minuto y llegar hasta 500, ahí es donde se produce la llamada muerte súbita. Entre más joven sea la persona que lo padece, los golpes al corazón pueden ser más fulminantes.
“En lo personal y en lo deportivo ha sido el golpe más duro de mi vida. De la noche a la mañana se me detecta una enfermedad cardiaca de nacimiento, la cardióloga se asusta, me dice que ya no sirvo, que para la Conade y para mí era un riesgo estar así.
“Al principio estuve en la negación, yo decía: ‘Están locos, si toda mi vida he hecho deporte, desde chiquito he entrenado, ahora estoy en 50 kilómetros, a tres años de Juegos Olímpicos, en la prueba más larga y más desgastante. ¡Cómo creen que voy a tener algo en el corazón, ya me hubiera pasado algo!’. Y me dicen: ‘La única solución es operarte’.
“Cuando me dijeron los síntomas, yo tenía todos: temblaba, sudaba, taquicardias. El doctor (Juan Manuel Herrera de la Conade) me explicó que si yo hubiera escogido un deporte de potencia, como halterofilia o atletismo de velocidad, mi corazón no hubiera aguantado. Escogí un deporte de resistencia desde chiquito y fortalecí mi corazón. No pude haber estado en mejor deporte.”
Nava tuvo la fortuna de que un afamado cardiólogo, especialista en esa cardiopatía, viniera a la Ciudad de México justo cuando él llegaba de Chihuahua. El doctor Herrera lo animó a operarse, la Conade se haría cargo de los gastos, pero tendría que ser al día siguiente. No había tiempo ni de que su familia llegara para acompañarlo.
“La operación fue un éxito y de estarme ahogando en ese vaso con agua o de ver esa pared tan grande que sentía que no la iba a brincar, pasé a convertirme en mejor persona; de ahí se me hizo un carácter más fuerte y vinieron los mejores resultados que he tenido.”
De regreso a los entrenamientos, Horacio Nava era presa del temor. Pensaba que si se esforzaba, podría afectar su corazón. En 2006 terminó en quinto lugar en Copa del Mundo en España y fue segundo lugar en los Juegos Panamericanos de 2007.
“Ese estrujón me hizo agarrar mucha confianza después de tener mucho miedo, valoré muchas cosas, sobre todo porque tenía como una obsesión estar en Juegos Olímpicos. También me ayudó mucho a descargarme, es decir, yo empecé siendo un niño viendo a un mexicano que podía, empecé a marchar por gusto. Ahora, si llega un reconocimiento, el dinero, si llega todo lo que pueda llegar, bien; si no, gracias al deporte hice mi licenciatura y maestría sin que me costara. Estoy haciendo mi deporte porque lo disfruto, y como el doctor me dijo: ‘Te salvó la vida escoger este deporte’.”
–¿Alguna vez has sentido que cargas con la obligación o la responsabilidad de ayudar a revivir la marcha mexicana?
–Siempre he tenido el compromiso. Creo que mis resultados, buenos, malos, han sido muy míos, me han costado, los he disfrutado y los he llorado cuando no me ha ido bien y por no lograr que México sea una potencia en la marcha a nivel mundial. Más que presión, me ha motivado querer emular a Mercenario, a Raúl González (oro en Los Ángeles 84), a Joel Sánchez (bronce en Sídney 2000), el querer dar resultados.
–¿Te duele, te incomoda que hasta ahora no tengas una medalla olímpica?
–He pasado por diferentes etapas, desde estar obsesionado por ganarla hasta que parte de la madurez, que los años me han dado, es entender que para obtener ese resultado influyen varios factores mentales, físicos, espirituales, clima, altura, y que quien llegue con esos factores más acomodados, pues es el que logra estar en el podio. Si este 6 de agosto fuera mi última competencia, la verdad yo me iría feliz, me iría tranquilo porque estoy haciendo lo que me gusta.
Horacio Nava ha pasado las últimas semanas concentrado en la Sierra Tarahumara, lejos del ruido y del caos mediático. Está solo con su entrenador, trabajando, comiendo y durmiendo de la manera más correcta antes de partir a Tokio.
Se aloja en una cabaña rústica y humilde. No lo ve como un sacrificio ni anhela la comodidad. Disfruta de la soledad, de los paisajes de esa zona de Chihuahua y del olor a la leña quemada. Le gusta ver amanecer, entrenar en medio de la neblina, sentir el aire y la lluvia fina que le moja el rostro y le recuerda que está vivo.