Francia

“Juicio histórico”: Los primeros en llegar al Bataclán

Sin tener el equipo ni la preparación para enfrentar a comandos terroristas, Guillaume C. y Gregory D., de la Brigada de Lucha contra la Criminalidad, fueron los primeros uniformados en llegar al Bataclán la noche del 13 de noviembre de hace seis años.
sábado, 30 de octubre de 2021 · 18:58

Sin tener el equipo ni la preparación para enfrentar a comandos terroristas, Guillaume C. y Gregory D., de la Brigada de Lucha contra la Criminalidad, fueron los primeros uniformados en llegar al Bataclán la noche del 13 de noviembre de hace seis años. Sus testimonios impactaron a todos los asistentes al juicio, excepto a uno: Salah Abdeslam, el único atacante detenido y sometido a proceso.

PARÍS (Proceso).– “La confusión era general. Nuestros celulares timbraban sin cesar. Las comunicaciones por radio se volvían cada vez más tensas y complejas. Arrancamos primero para el Estadio de Francia, donde nos señalaban tiroteos y explosiones. Luego nos alertaron: ‘Balaceras en terrazas de cafés en los distritos 10 y 11’. Cambiamos de rumbo. Pero al llegar a la Plaza de la República nos avisaron: ‘Urgente… tiroteos y ráfagas en el Bataclán’.

“Estábamos cerca. Le pedí a mi chofer y compañero de equipo que acelerara. Llegamos a la sala de conciertos a las 21:50. Oímos los disparos. Fuera del Bataclán era el caos: tres personas yacían en la banqueta, el suelo estaba cubierto de cristales rotos…

“De pronto se abrieron violentamente las puertas del Bataclán y surgió una masa compacta de unas 30 personas. Aullaban. En mi recuerdo esa masa tiene un rostro: el de una mujer despavorida y una voz: la de un hombre que nos gritó: ‘Apúrense, mi mujer sigue adentro’.”

Los ataques de tres comandos del Ejército Islámico costaron la vida a 130 personas –90 de ellas en el Bataclán– y dejaron lesionados a más de 800, según el nuevo recuento de las autoridades.

Guillaume C. y Gregory D., su subalterno, pertenecían a la Brigada de Lucha contra la Criminalidad (BAC) del noreste de la capital. Enfrentar a delincuentes era su tarea diaria, pero no estaban entrenados para encarar a terroristas que asesinaban con armas de guerra a espectadores de un concierto. Fueron los primeros policías en penetrar en el Bataclán… y lograron neutralizar a uno de los terroristas.

“Pude entrever lo que pasaba adentro cuando se abrieron las puertas. Vislumbré a un terrorista vestido de negro con un Kalash­nikov en la mano y oí más disparos. Intercambié una mirada con mi compañero y sin decirnos nada entramos en la sala. Vimos cuerpos apiñados, montones de cuerpos. Estos bultos de cuerpos eran altísimos, medían por lo menos un metro de altura. Nadie se movía… Es algo indescriptible.

“No teníamos el plano del Bataclán ni sabíamos cuántos terroristas estaban en el lugar, por lo cual avanzábamos sigilosamente pistola en mano. Estábamos llegando al nivel del bar cuando oímos: ‘Levántate o te disparo en la cabeza’. Miramos hacia el escenario y vimos a un terrorista que apuntaba a un joven de pie, con los brazos en alto.

“Estábamos a unos 25 metros. Me apoyé en una barandilla, apunté y disparé cuatro veces. Mi compañero dos. El terrorista se derrumbó en la tarima con un gemido y de inmediato se dio una enorme explosión. Tembló todo el Bataclán. Proyectiles alcanzaron el techo, luego vimos una lluvia de confetis que salpicaban las paredes y no caían encima. Era carne humana.

“Sami Amimour (nombre del yihadista) había logrado detonar su chaleco explosivo”, precisa. “Los terroristas, que disparaban desde el balcón sobre la gente de la planta baja, empezaron a tirar en nuestra dirección.”

Guillaume C. y Gregory D. lograron salir del Bataclán. El comisario se comunicó con el Estado Mayor de la Seguridad Pública. Aún no llegaban las fuerzas especiales de la BRI (Brigada de Investigación e Intervención), pero unos 15 agentes más de la BAC estaban presentes.

“Ya no se escuchaban ráfagas, sino disparos espaciados. Dedujimos que los terroristas ejecutaban a los espectadores metódicamente, uno por uno. Por eso decidí volver adentro. Todos los agentes de la BAC eran padres de familia, pero ninguno se echó para atrás”, enfatiza.

“Entramos de nuevo a la sala de conciertos, sin cascos, sólo con pistolas y chalecos antibalas que no protegen contra armas de alto calibre. Los terroristas seguían disparando. Mataban. Mataban. Estábamos viendo a la muerte en marcha. Disparábamos en balde y nos sentíamos impotentes. Entendimos que nuestra iniciativa era suicida. Saqué mi celular y envié un mensaje de despedida a mi familia.

“Un terrorista gritó: ‘Tenemos rehenes. Si quieren morir o si quieren que mueran, sigan avanzando’. Fue un rehén quien, obedeciéndolos, nos comunicó luego el número de su celular. Aparentemente los asaltantes querían negociar. Salimos. Ya habían llegado los hombres de la BRI.”

Y mientras los policías de las fuerzas especiales penetraban, armados hasta los dientes, en busca de los terroristas, el comisario C. penetró por tercera vez al Bataclán, apoyado por más hombres de la BAC del norte de París. Su meta: salvar a los heridos que se encontraban en la “fosa”, como llaman a la planta baja de la sala de conciertos, donde los espectadores escuchan de pie a los grupos musicales y pueden bailar.

Según cuenta, el suelo de la fosa era un mar de sangre espesa y pegajosa en la que yacían heridos y muertos entremezclados. Los que podían, salían de estos bultos macabros y corrían hacia la salida. Agentes de la BAC los revisaban, porque se temía la presencia de terroristas con explosivos disimulados entre las víctimas. No se sacaba a los muertos. La prioridad eran los heridos. Dos policías encontraron vivo a un niño de cinco años, escondido entre los cadáveres de su madre y de su abuela.

“Algunos heridos nos agradecían. Otros nos insultaban por considerar que habíamos tardado demasiado en rescatarlos. Seguimos sacando cuerpos hasta las tres y media de la mañana. No disponíamos de suficientes camillas, usábamos puertas, vallas de seguridad, lo que teníamos al alcance. Llegó el relevo, regresamos a nuestra base, hablamos, nos reconfortamos y salimos cada cual para su casa ya de madrugada.”

El asalto final

A lo largo de la segunda y tercera semanas de ese “juicio histórico” que empezó el 8 de septiembre y está previsto que acabe el 25 de mayo de 2022, intervienen exclusivamente funcionarios de distintos cuerpos policiales.

Todos los funcionarios convocados por la Corte Penal están implicados de una forma u otra en la investigación de cinco años que permitió juntar suficientes pruebas para acusar a 20 hombres de participar directa o indirectamente en los ataques perpetrados en los alrededores del Estadio de Francia, en terrazas de cafés y restaurantes y en el Bataclán.

Once inculpados comparecen en “su jaula” de cristal, tres fuera de ella bajo régimen de libertad condicional, y los restantes seis –“presumiblemente” muertos– son juzgados en ausencia. Entre los acusados destaca Salah Abdeslam, único sobreviviente de los 10 terroristas que cometieron los atentados.

Abdeslam mantuvo un silencio casi absoluto durante los seis años de su detención. En cambio, desde el principio del juicio se muestra locuaz y firmemente determinado a convertir la Corte Penal Especial en tribuna para defender al Estado Islámico y justificar sus crímenes.

Principal inculpado en este juicio, este francomarroquí de 31 años, que radicaba en Bélgica, estará sometido a varios interrogatorios entre enero y abril de 2022, pero mientras tanto Jean-Louis Périès, presidente de la corte, le da la palabra cuando le parece oportuno.

Christophe Molmy, jefe de la BRI en 2015, se presenta ante la Corte Penal Especial el mismo día que el comisario Guillaume C. Fue ese oficial de larga trayectoria quien lanzó el asalto final contra los dos terroristas que habían tomado como rehenes a 11 espectadores en el primer piso del Bataclán. El operativo duró dos horas, debido a la complejidad de la situación y a varios intentos fracasados de negociaciones con los yihadistas.

El relato de Molmy crea conmoción en el tribunal: “Lo que descubrimos en el Bataclán no fue una escena de crimen, fue una escena de guerra”, afirma. “Y eso nunca lo había visto en mi carrera. Intentamos no resbalarnos en la gruesa capa de sangre que cubría todo el piso y empezaba a coagularse. Hicimos lo imposible para no pisar cuerpos. Los heridos imploraban nuestra ayuda, nos suplicaban, nos agarraban los tobillos o las perneras. Debíamos zafarnos, porque nuestra misión era asegurar que no quedaba terrorista alguno en la planta baja y neutralizar a los que se encontraban en el primer piso, para evitar otra masacre.”

A las 23:30 horas 15 “robocops” de la BRI, protegidos por un alto escudo blindado montado sobre ruedas, empezaron a avanzar en el balcón hasta una puerta bloqueada que impedía el acceso al corredor.

Al sentirse asediados, los yihadistas pretendieron negociar. Se “parlamentó” durante más de media hora vía el teléfono celular de un rehén. En vano. Molmy recibió la orden de lanzar el asalto.

Protegido por el escudo, el comando logró tumbar la puerta del corredor. Se armó una balacera. El policía que empujaba el escudo cayó, dejando a sus compañeros al descubierto. Molmy pensó que los terroristas iban a aprovechar la situación para hacer explotar todo. No ocurrió.

La “banda sonora”

Se suceden también ante la corte expertos en análisis de huellas genéticas, en balística y médicos forenses que detallan con frialdad científica las heridas sufridas por las víctimas en todos los lugares atacados.

El director del Instituto Médico Legal de París menciona a los 123 cuerpos enteros y los 17 fragmentos de cuerpos que le fueron entregados el 14 de noviembre y explica que su equipo había trabajado durante seis días 15 horas diarias para proceder a la autopsia de los 69 cadáveres más destrozados, limitándose, por falta de tiempo, a radiografiar o escanear a los demás antes de poderlos entregar a sus familias.

Patrick Bourbotte, encargado del Bataclán, y su equipo de 50 investigadores científicos trabajaron durante dos meses en la sala de conciertos. “Nadie salió indemne de esa misión”, precisa Bourbotte, que habla de la cabeza del primer terrorista, caída a un costado de la tarima; de su pierna izquierda, encontrada el 27 de noviembre. Sigue la lista de los restos humanos recopilados día tras día. Marea oírla.

El oficial enfatiza que renunció a los procedimientos clásicos de análisis de escenas de crimen y que optó por la metodología usada en accidente aéreos.

Uno de los momentos importantes de la tétrica labor de los expertos fue el descubrimiento de la grabadora de un espectador, que acabó registrando el ataque terrorista. “Lo encontramos bajo un sillón en el primer piso. Es la banda sonora de la masacre”, comenta.

El presidente de la corte autoriza la difusión de los 36 primeros segundos de la grabación. Se oye a los músicos de Eagles of Death Metal que empiezan a tocar “Kiss the Devil”, luego se escuchan disparos que se mezclan con los sonidos de los instrumentos y después gritos.

El oficial RIO 1039672 encabezó el grupo de 30 expertos de la Policía Judicial de Versalles y de la Policía Científica de París que se encargó de radiografiar la escena de la masacre en el café La Belle Equipe, el más golpeado por los terroristas, con saldo de 21 muertos.

Empieza la presentación de los hechos con la difusión de un video de 28 segundos captado con celular desde una ventana por un vecino del bar. La escena muestra sólo una parte del ataque, que duró menos de dos minutos. Dos hombres bajan de un coche negro frente a la terraza del café. Alzan ametralladoras, gritan Allahu akbar (Dios es grande) y disparan.

RIO 1039672 habla de una escena de guerra, refiriéndose a cuerpos destrozados, a los impactos de proyectiles encontrados en las fachadas de los edificios de los alrededores, al café mismo bastante devastado.

“En menos de dos minutos los terroristas dispararon 164 proyectiles sobre La Belle Equipe, su personal y sus clientes”, dice.

Una foto aparece en las pantallas del tribunal: es la de 13 cuerpos cubiertos con sábanas y mantas, tendidos en el suelo del café y de la terraza. Sigue otra foto en la que se ven seis cuerpos de igual forma tapados que yacen en la acera. “Dos heridos murieron más tarde en el hospital”, precisa el presidente.

Salah Abdeslam se agita detrás del grueso cristal antibalas. Pide la palabra. Se levanta. Mira la sala muy seguro de sí mismo. Prueba el sonido de su micrófono. “¿Me oyen?”, pregunta y luego: “Buenas tardes a todos”.

El malestar en la sala del tribunal es palpable.

“Primero quisiera comentar los videos y las fotos que nos mostraron. Si se sacan de su contexto, pues yo soy el primero en condenarlos. Pero hay personas de diferentes nacionalidades que emigraron a Siria. Francia las mató, las masacró. Si Francia cuenta sus muertos, pues nosotros ya dejamos de contar los nuestros. Nos hacemos la guerra, pero la puerta del diálogo sigue abierta…”

Lo interrumpe el presidente de la corte: “Hay provocación en lo que está diciendo. No se abre la puerta del diálogo disparando sobre gente en terrazas de café o en una sala de conciertos.”

Arrogante, Abdeslam, replica. Su diatriba se vuelve vehemente y finalmente acaba clamando: “¡Estos terroristas son mis hermanos!”. El presidente le apaga el micrófono: “Eso ya lo entendimos”.

Abdeslam se vuelve a sentar. Lo espera otro video que le concierne directamente. Es el que presenta RIO 1206362, oficial de la Policía Judicial de Lille, cuya brigada de expertos se desplegó entrada la noche del 13 del noviembre en el Comptoir Voltaire, último café asaltado.

Este atentado difiere de los demás ya que fue perpetrado por un solo yihadista, Brahim Abdeslam, hermano mayor del principal inculpado. El ataque fue grabado por la cámara de vigilancia del establecimiento. Las imágenes son en color. No hay sonido.

Alto, algo fornido, vistiendo pantalón de mezclilla y chamarra de cuero negro, el terrorista se nota determinado. Atraviesa casi con prisa la terraza, da unos pasos en la sala, empuja a la mesera y en el momento en que la mujer parece decirle algo, Abdeslam detona su chaleco explosivo.

La imagen de la explosión es fugaz. La silueta del yihadista se desvanece en un halo blancuzco. La mesera cae al piso, un hombre sentado se desploma en su mesa. Clientes horrorizados salen corriendo del café.

Brahim Abdeslam es el único muerto. Doce personas resultaron heridas. Quienes pudieron observarlo, aseguran que Salah Abdeslam asistió impávido a la muerte de su hermano.

Reportaje publicado el 24 de octubre en la edición 2347 de la revista Proceso, cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

Comentarios