Futbol

La era post-Maradona: un mundo sin D10s

Sus admiradores saben que el balón seguirá rodando pero él ya no estará presente en las canchas ni provocará polémica dentro y fuera de ellas. Todos, de una u otra manera, deberemos acostumbrarnos a vivir sin Diego Armando.
viernes, 11 de diciembre de 2020 · 19:55

Las escenas de luto y melancolía por la muerte del Pelusa se multiplicaron por doquier. Sus admiradores saben que el balón seguirá rodando pero él ya no estará presente en las canchas ni provocará polémica dentro y fuera de ellas. Para muchos, los últimos días han sido difíciles y lloran su ausencia; otros dejan atrás los recuerdos infinitos del astro e intentan asumir esta realidad sin Diego Armando. Todos, de una u otra manera, “deberemos acostumbrarnos a vivir sin Maradona”, sostiene el autor de esta crónica.

SANTIAGO DE CHILE (Proceso).- Un médico, sentado ante una mesa llena de micrófonos, llora por Maradona y dice que lo amó, que el Diego era su vida y pide que dejen de culparlo por su muerte. Un abogado, sentado en un set de televisión, asegura que el médico debe ir a la cárcel por homicidio culposo, que hay pruebas para ello y que todo terminará en tribunales. Un representante del excapitán de la selección argentina manda su apoyo al médico y advierte que tiene en su poder muestras del ADN de Maradona, por si aparecen nuevos hijos reclamando su paternidad. Un economista, parado junto a una pizarra con números, explica los millones de dólares que el jugador ganó en vida y las inversiones que tendría repartidas en países como Italia, Argentina, Bielorrusia, Cuba, Venezuela, los Emiratos Árabes Unidos y México. Lugares emblemáticos en la vida del 10.

Una joven abre una cuenta en Instagram y sube un video anunciando que iniciará los trámites porque sospecha que es hija de Maradona. La policía allana el consultorio y la residencia particular de la psiquiatra que atendía al papá de Diego Jr., a Dalma, Giannina, Jana y Diego Fernando. Un traumatólogo sale a desmentir que la prótesis que le puso a D10s en la rodilla haya sido de fabricación argentina; asegura que fue una prótesis importada y pide por favor que lo saquen de todo este barrial que vino después de la muerte del hijo de doña Tota. 

Es la primera semana sin Diego, y el mundo trata de adaptarse a esta existencia post-Maradona. No es fácil el cambio y se viven días confusos, revueltos, violentos, tristes, en todo lo que envolvió al jugador más importante del futbol mundial. 

–¡Necesitan un boludo de quien hablar! –solía decir él–, y luego se apuntaba a sí mismo. Era la manera de enfrentar esta tormenta de comentarios y quejas que los medios iban repitiendo a su paso. 

–Maradona vende porque gana o por el bardo. Ese es el problema –le dijo un día en su cara al director de El Gráfico, cuando era la revista más importante del futbol argentino y él era un jugador–, lo que provocó el aplauso y vítores de los asistentes al estudio de televisión. 

Y aunque ha pasado una semana de su muerte, esa vieja filosofía que él mismo planteaba sigue intacta. Maradona vende porque es un genio o un villano.

Bastó apenas una semana para comenzar a olvidar los cientos de obituarios poéticos, escritos con virtuosismo oportunista tras la muerte del Pelusa. También se han transformado en chatarra esos ­artículos analíticos que trataban de explicarnos quién era realmente Maradona, qué representaba y por qué no lo habíamos notado. Todo eso quedó tirado tras la primera gambeta. 

Incluso las críticas desde el feminismo, apuntando los dardos al machismo y a lo abusador de Maradona, se han ido esfumando. Los debates y polémicas por redes sociales son un micromundo aparte, donde los contendientes van buscando el trending topic del momento para replicar sobre esa noticia las peleas de siempre. Pero ahora, una semana después, ya no se escuchan ni los que escribieron grandes homenajes ni los que lo atacaron por ser icono patriarcal y machista serial. Y sin esos dos bandos en disputa aparece lo que realmente hay. La única verdad es la realidad, decía Perón, a quien Maradona solía demostrarle gratitud infinita. Y con lo real aparecen las miserias. 

De poses y esnobismo

Mientras escribo esto, en los primeros días de la era post-Maradona hay un perito toxicólogo analizando la orina de Diego para ver qué cosas consumió en las últimas horas y hacer una conferencia de prensa con todo lo que se detectó en su pis. Un perito financiero está rastreando todas las posibles cuentas –y las redes de testaferros que pudo tener– y qué pasó con los millones de dólares que habrían flotado en el aire como barriletes cósmicos. Un pool de abogados plancha sus mejores camisas y elige sus primeras corbatas para la lucha legal/mediática por una herencia que nadie conoce pero todos calculan. Un cardiólogo que analizó el corazón muerto más famoso del mundo dijo que era un órgano muy pesado y que estaba más grande de lo recomendable. La fiscalía aseguró que el lugar donde falleció el futbolista no era apto para una internación médica y se filtraron fotografías donde pasó los últimos días sin familiares directos. Murió muy solo, dice alguien en nombre de la última enfermera que lo atendió. Una hermana de Diego declaró que Dalma, Giannina y Claudia no serían nada sin Maradona, que le deben todo a su hermano. Y en varios medios latinoamericanos, en estos primeros días, ha circulado que Diego Jr., el hijo italiano, en verdad no sería hijo del héroe del Nápoles, sino de Hugo, su hermano chico, El Turco, el único de la familia que se fue a vivir a Italia y se quedó en Nápoles para siempre, viviendo como el hermano de la deidad de la ciudad.

Ya hay un pedido de exhumación de su cuerpo, que se enterró hace apenas una semana. Antes del sepelio los empleados de la funeraria no resistieron la tentación de estar con Maradona ahí, en sus manos. No importaba que estuviera muerto, era el Diego. Entonces no se les ocurrió nada más moderno que tomarse una selfie, estirar la mano con el teléfono y hacer click posando con el cadáver. Levantando el pulgar o sonriendo para la cámara, como si en vez de estar ahí, dentro de un cajón, con el cuerpo todo cortado a causa de una autopsia exprés, en verdad estuviera en un bar o en el estadio, o como si se lo hubieran cruzado en un aeropuerto.

Los empleados de la funeraria fueron despedidos, se puso precio a sus cabezas y han estado con seguridad policial para no ser linchados. Pero esa imagen de su primer día de muerto, esa con el vivo fotografiándose orgulloso con el muerto, es la foto más real de lo que vino después. Cuando paró el corazón del Diego no llegó la alegoría cursi de la que nos hablaron tantas crónicas acarameladas, tratando de explicar el significado poético de su muerte. Ni vino el revanchismo capaz de tumbar la estatua de un héroe en vida, sobreviviente de mil batallas. Vino, finalmente, lo que nadie esperaba: una nueva era.

La semana pasada ha tenido la intensidad de un campeonato mundial completo, han sido días para comenzar a acostumbrarnos a esta realidad post-Maradona. Donde todos los días aparece una noticia nueva, un debate nuevo, una miseria nueva, alguien que trae la foto perdida, la anécdota olvidada, y todos van desfilando frente a los micrófonos como si, realmente, necesitaran de un boludo de quien hablar. 

Las muertes de Maradona

A Maradona lo mataron muchas veces. Y seguramente lo seguirán matando después de muerto. Ese parece ser el juego. 

Es raro decirlo, pero el propio Diego lo explicaba así: “Yo ya me acostumbré a que den noticias de mi muerte. El problema son mis viejos. Ellos son grandes, y por ahí están escuchando la radio y la noticia los puede poner mal”.

Maradona no fue el único a quien han matado varias veces, una y otra vez. La gracia, en su caso, es que lo suyo viene de antes de las redes sociales. De antes del boom de Twitter, cuando matar a alguien no era tan sencillo como hoy.

Esa declaración donde Maradona dice que está acostumbrado a sus muertes la hizo en 2007, mientras estaba internado en la clínica psiquiátrica Avril, donde llevaba algunos días en una habitación especial. El rumor había llegado a algunas salas de redacción, un canal de TV argentino puso la pantalla en negro varios minutos y la propia clínica debió hacer una declaración pública asegurando que el paciente más famoso que pasó –y pasará– por sus habitaciones se encontraba “estable y sin complicaciones de ningún tipo”. 

Ya se había anunciado su muerte en 2000, en Punta del Este, Uruguay. También en 2004, en un internamiento de la clínica suizo-argentina de Buenos Aires. Sin contar las falsas alarmas llegadas desde La Habana, en sus años en Cuba, y desde Emiratos Árabes el tiempo que entrenó por allá.

El falso anuncio de muerte de 2007 me tomó escribiendo de Maradona para Clarín, de Buenos Aires. Tenía un blog llamado “Crónicas argentinas” y justo esa semana había comenzado con la serie del D10s. Y tras su muerte falsa, escribí: “Sucedió otra vez. La noticia corrió más rápido que ­Messi. En pleno desarrollo de esta nueva serie de “Crónicas argentinas”, el rumor de ayer decía, finalmente, que el Diego no aguantó más y habría muerto. Entonces, los periodistas y cámaras salieron disparados hacia la clínica psiquiátrica donde estaba internado.

Parecía un juego entre periodistas y médicos, con Diego al medio. En los comentarios del blog el juego era entre los maradonianos y los antidiego. Nunca leí tanto odio, tanta miseria, tanta furia como en aquellos comentaristas del blog –hace 14 años, prerredes sociales– que con sus nombres reales deseaban la muerte del Pelusa y la pedían al cielo y clamaban por ella. 

Eso tampoco va a morir con su muerte, y en esta primera semana ya se ha visto que los antidiego no están dispuestos a dejarlo que descanse ni una semana en paz.

 

Ecos de la leyenda

 

“Crónicas argentinas” fue un proyecto de varios años, centrado en darle una mirada diferente a los mitos argentinos de siempre. De todos los personajes emblemáticos de ese país (Evita, El Che, Gardel, etcétera), Maradona era el único que seguía vivo. Y opinaba y pedía cámaras, y se abrazaba con quien le viniera en gana, todo servía para inflar la leyenda viviente que alimentara a los boludos que necesitan alguien de quien hablar. Quizá por eso se apuraban tanto en anunciar su muerte, una y otra vez, antes de morir de verdad. Quizá por eso esta primera semana sin él ha sido tan duro y triste acostumbrarse a que ya no está.

Después de enfrentar la embestida directa de los enemigos del Pelusa en “Crónicas argentinas”, y por lo visto en las primeras horas de esta era post-Maradona, creo que es importante detenernos un momento en los antidiego. Esa legión, que siempre está cerca de donde hay un maradoniano, divide su odio al 10 en tres puntos: 

–La cocaína. Este tema afecta muy fuertemente a los antidiego. Uno los puede reconocer en las redes porque comparten memes haciendo chistes muy básicos en relación con el jugador y la línea blanca. Todos los que les celebran esas bromas son todos antidiego. No entienden –y nunca entenderán– que la drogadicción es una enfermedad. 

–La política. Se le critican sus opiniones políticas. Sus fotos abrazado a Fidel, fumando un habano junto al otro latinoamericano famoso en todo el planeta y sonriendo para la cámara –los dos– con felicidad de fan. O el tatuaje del Che que lucía fumando un puro arriba de un yate. O los elogios mutuos con Hugo Chávez, a quién llamaba Hugo y le hacía bromas. O su relación con Evo, con quien jugó más de un partido. Y también Maduro, a quién visitó varias veces. Los antidiego destacan mucho y negativamente su posición mediática con la política. 

–El ejemplo. Y al final está el argumento de que su vida no era ejemplar. De que había marcado un mal camino para sus ­seguidores y no era realmente un buen ­deportista. El antidiego nunca entenderá que Maradona era el mejor jugador a pesar de la droga, la juerga y el trasnoche. 

Últimamente los antidiego también se han colgado de las críticas disparadas desde el feminismo, pero en verdad esa no es su causa. Lo detestan por cocainómano, de izquierda y de mal ejemplo.

Hay un video un YouTube de Maradona en blanco y negro, la época de Villa Fiorito, de Cebollitas. Maradona todavía no es Maradona, aunque sí lo es. El periodista le acerca el micrófono a este niño de pelo negro que juega con el balón y le pregunta qué espera del futbol. El niño de la televisión infla el pecho y dice que espera poder jugar un mundial y ser campeón del mundo. Ese niño cumplió su sueño en México 86.

En 2012, para mi libro Niños futbolistas, recorrí varios campos deportivos de América Latina entrevistando futuros jugadores profesionales de esa misma edad del Diego en Cebollitas. ¿Qué esperas lograr en el futbol? Les preguntaba. Un niño de Colombia me dijo que esperaba con el futbol comprarle un salón de belleza a su madre. Uno de Chile quería comprarle un taxi al abuelo. En Argentina uno quería comprar muebles. Y en México uno me dijo que del futbol quería conseguir comida para la casa. 

En los 50 años que han pasado de esa primera nota acerca de Maradona el futbol cambió para siempre. Los niños futbolistas entran a jugar para consumir, para comprar, para lograr cosas materiales, para ser ejemplares. Y mientras esa industria de la pelota sigue creciendo, facturando millones y triturando piernas de futuras estrellas, en esta primera semana posterior a su muerte se ha iniciado una nueva era. Y todos, de una u otra manera, deberemos acostumbrarnos a vivir sin Maradona.  

Reportaje publicado en el número 2301 de la edición impresa de Proceso, en circulación desde el 6 de diciembre de 2020.

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